Un país llamado Cerdilandia
- Opinión
Hace cinco o seis años, Patricia, Txetxu y yo visitábamos una cooperativa de agricultores andaluces dedicados a la producción de tomate para uso industrial. Industrial, porque disponían de una fábrica enorme en la que, por un lado, entraba el tomate cosechado y, después de pasar por un sinfín de tubos, salía tomate frito listo para envasar por el otro extremo. Era un momento dramático para la cooperativa, pues, como pudimos ver, almacenaban varios cientos de bidones azules de cien litros cada uno rellenos de tomate frito que no sabían dónde vender. La fábrica catalana de pizzas Tarradellas, que era su cliente principal, les había dejado de comprar tomate frito al encontrar proveedores más baratos en Marruecos.
El gerente de la cooperativa nos contó la solución que querían explorar para salvar su estrategia del monocultivo de tomate. “Queremos abrir el mercado con China. Si todos los chinos se acostumbran a comer arroz a la cubana, estaremos salvados”, expuso.
Confieso que sonreímos al oír la estrategia del “arroz a la cubana”, pero no andaba desencaminado para nada. Este 29 de noviembre, aprovechando la presencia del presidente de China, el Estado español y este país han dado a conocer un acuerdo por el cual podremos exportar carne fresca y embutidos de cerdo hasta hartar a toda la población china de suculentos platos hechos a base de tocino, jamón o lomo de cerdo.
Viendo la recepción que hizo toda la aristopolítica española a la comitiva china –al estilo de Bienvenido Mister Marshall, con el rey y la reina en los papeles de Pepe Isbert y Lolita Sevilla– y leyendo en la prensa todo tipo de parabienes, me pregunto: ¿No vamos a decir nada? España ya es un monocultivo de cerdos, y Catalunya lidera el sector, que representa casi el 2% del PIB estatal. Con esta «promesa» a la porcinocultura industrial, las macrogranjas de cerdos se van a seguir multiplicando por todo el territorio hasta que llegue un día que China encuentre otro proveedor más barato y deslocalice su necesidad carnívora más lejos y, entonces, nos preguntemos: ¿Y a quién vendemos tanto cerdo? ¿A los habitantes de Marte?
Pero, mientras tanto, tendremos más de todo lo que representa la producción industrial porcina: desaparición de las últimas fincas sostenibles y administradas en lógica de comercio local; más contaminación de tierras y acuíferos a causa de los purines generados por la supercerdipoblación; más emisión de gases CO2 para incumplir a rajatabla con los compromisos contra el cambio climático; mayor dependencia del comercio internacional de soja para alimentar a tanto cerdo; mayor responsabilidad, por tanto, de la pobreza que este modelo productivo genera en países del sur; más fórmulas de explotación laboral en los mataderos y granjas; más explotación vital de seres vivos condenados a vivir sin moverse o bien a parir más o bien a engordar más rápido, por ejemplo.
Porque Cerdilandia es una de las peores noticias agroalimentarias de los últimos años. Y, como dice la estrenada canción de Nacho Vegas para celebrar el aniversario de Ecologistas en Acción, si no queremos acabar viviendo en Marte –aludiendo al libro del poeta Jorge Riechmann Gente que no quiere viajar a Marte– habrá que “seguir escribiendo cartas, levantando barricadas, seguir con nuestro cantar mientras sea la ternura un don”.
Y provocar una “rebelión en la granja”.
- Gustavo Duch Guillot es autor de Alimentos bajo sospecha y coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.
http://gustavoduch.wordpress.com/
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