Trump Gobierno, política exterior y geoestrategia mundial

La conformación del equipo gubernamental, los cuestionamientos  a los mega acuerdos comerciales, la  nueva política exterior de Trump, entre otros temas, analizan los autores de este ensayo.

18/12/2018
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Análisis
donald-trump.jpg
-A +A

Un gabinete heterodoxo

 

Luego de imponerse en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre, Donald Trump inició las negociaciones para definir las figuras que postularía para conformar el nuevo gabinete presidencial. Según la Constitución estadounidense, gran parte de éstos debían ser aprobados por el Parlamento, mientras que los consejeros presidenciales se encontraban exentos de ese requisito.

 

Si bien Trump había mantenido un fuerte enfrentamiento con el establishment del Partido Republicano a lo largo de las internas electorales, el cual promovía en un primer momento las candidaturas de Marco Rubio y de Ted Cruz como expresiones orgánicas de esos intereses, éstos debieron aceptar la victoria de Trump ante la Convención partidaria que definiría el candidato republicano, y llegaron a un acuerdo. Se había definido ya en aquel entonces que Mike Pence, gobernador de Indiana y miembro del establishment, acompañaría a Trump como vicepresidente. Una vez consumada la victoria de la fórmula Trump/Pence en las elecciones generales de noviembre, este campo de intereses obtuvo un lugar importante en el gabinete de lo que sería la nueva administración.

 

Como nuevo Jefe de Gabinete se seleccionó pues a Reince Priebus, presidente del Comité Nacional Republicano (CNR) y oriundo de Wisconsin (estado del “cinturón industrial” en que Trump se impuso “sorpresivamente”), una figura que podría alinear al Congreso para viabilizar las principales medidas, ámbito de predominio republicano. A la par, se definió como nuevo secretario de prensa a Sean Spicer, quien se desempeñaba como director de comunicaciones del CNR que dirigía Priebus, y como consejera presidencial a Kellyanne Conway, quien había sido jefa de campaña de Trump luego de la declinación de la candidatura de Ted Cruz, a quien asesoraba hasta entonces. Las tres figuras, de conjunto, eran cercanos a los líderes republicanos del Senado, Mitch McConnell, y de la Cámara de Representantes (Diputados), Paul Ryan. A la par, el nuevo Director de Inteligencia Nacional, el republicano Dan Coats, tenía un vínculo íntimo con el vicepresidente Pence, por ser también oriundo del Estado de Indiana.

 

En una línea similar, a pesar de las fuertes críticas que le había dirigido durante la campaña electoral, Trump le asignó un espacio importante en el gabinete a Goldman Sachs, gran banca financiera norteamericana, baluarte del campo de fuerzas que conforma el esquema de poder continentalista norteamericano, enfrentado al globalismo. Puso al frente de la Secretaría del Tesoro a Steven Mnuchin, su jefe financiero de campaña, quien había trabajado 17 años en la compañía y es hijo de uno de los viejos socios de ella. A la par, Gary Cohn, presidente y número 2 de esa banca, era ubicado como principal asesor económico, a cargo del Consejo Económico Nacional, mientras que se seleccionaba como asesora económica a Dina Powell, presidenta de la fundación Goldman Sachs.

 

Por otro lado, el muy relevante puesto de Secretario de Estado (símil a canciller, a cargo de las relaciones internacionales), fue para Rex Tillerson, quien se desempeñaba hasta entonces como CEO de ExxonMobil, la enorme petrolera norteamericana de la ´Casa´ Rockefeller. En su anterior función, Tillerson había realizado una asociación con las grandes empresas hidrocarburíferas rusas, lo que le valió una relación cercana a Vladimir Putin y su hombre de confianza Igor Sechin, CEO de la petrolera Rosneft, en base a lo cual le fue otorgada la Medalla de la Amistad por parte del mismo Putini. Ello parecía obedecer a la estrategia de constituir un “G-2” junto a Rusia contra China, buscando romper la alianza estratégica entre ambas potencias asiáticas (impulsoras del esquema de poder multipolar BRICS), en base a la teoría de “balance de poder” de Henry Kissinger, señalado por el analista William Engdahl como el cerebro geoestratégico en las sombras bajo la nueva administraciónii.

 

Bajo esa teoría tomada de la geopolítica británica clásica, en aras de asegurar la dominación mundial, una potencia hegemónica debía procurar entablar una alianza con el más débil de dos rivales para derrotar al más fuerte, y en ese proceso, agotar y debilitar también el poder del más débil. Una ecuación de poder extraordinariamente exitosa en la construcción del Imperio Británico hasta la Segunda Guerra Mundial. Esa doctrina fue la que había implementado el mismo Kissinger bajo el gobierno de Nixon en 1971-72, cuando se desempeñaba como Secretario de Estado, y generó el acercamiento de EUA con China, en aquel entonces el más débil de sus dos grandes adversarios, seduciendo a ese país para aliarse contra la Unión Soviética, entonces el adversario más fuerte. Jugada que le dio resultado a EUA en aquel entonces, y que Kissinger ha venido planeando reeditar, aunque invertida, en la actualidad.

 

Ello ha implicado una política inversa y opuesta a la que sostuvo Barack Obama durante su mandato, en especial durante el último tiempo, quien bajo la geoestrategia de Zbigniew Brzezinski​ confrontó fuertemente con Rusia, buscando detener el ascenso de las potencias emergentes euroasiáticas y su planteo de rediseño del ordenamiento mundialiii. Así, en febrero de 2014 había promovido la “revolución de color”, o golpe de Estado, del “euromaidan” en Ucrania que derrocó al presidente Yanukóvich, cercano a Rusia, lo cual desencadenó una guerra civil de grandes proporciones y relieve estratégico. Luego, ante la anexión rusa de la península ucraniana de Crimea, luego del referéndum en que más del 95% de sus ciudadanos votaron por incorporarse a la Federación Rusa, Obama impulsó una serie de sanciones por parte de “Occidente”. Por lo contrario, entre los planes de Kissinger figuraba el reconocimiento oficial por parte de EUA de Crimea como parte de Rusia y el levantamiento de las sanciones económicas.

 

En ese marco, Kissinger salió a apoyar en aquel entonces la designación de Tillerson como nuevo Secretario de Estado, con quien comparte espacio en una Junta de Síndicos estadounidense. Además, Kissinger se ganó el respeto de Putin a raíz de los acontecimientos de los años ’70, y se reunió con él en privado en Moscú, en febrero de 2016, en una reunión calificada como “un diálogo amistoso” entre ambos, vinculados por una relación de larga data.

 

Volviendo al nuevo gabinete, una figura importante de la nueva administración, opuesta ya a la cúpula del Partido Republicano, era Steve Bannon, designado como Jefe de Estrategia y miembro del Consejo de Seguridad Nacional. Éste era editor del portal de noticias Breitbart, de postura “alt-right” (derecha alternativa), expresión de la radicalización de parte de la base republicana que durante el mandato de Obama se volcó a expresiones racistas y xenófobas como el Tea Party, reivindicando un nacionalismo blanco supremacista, usualmente denominado WASP (siglas en inglés de “blanco, anglosajón y protestante”). Si bien Bannon tiene un pasado en Goldman Sachs, se volvió fuertemente crítico de Wall Street, la city de Nueva York, denunciando el “globalismo” de las élites financieras y la pérdida que ello había ocasionado al poder estadounidense.

 

Otra de las figuras relevantes es el yerno de Trump, Jared Kushner, gran empresario inmobiliario como su suegro, quien se desempeña como consejero del presidente desde su asunción, con participación importante en la política exterior. Junto con su esposa Ivanka Trump forman parte del círculo íntimo del nuevo presidente, ocupando roles importantes en cuanto a toma de decisiones e implementación de políticas. Según el investigador Wayne Madsen, de los servicios de inteligencia de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés), citado por el analista Alfredo Jalife, existen tres administraciones simultáneas en el nuevo gobierno de Trump, graficado ello en términos de círculos concéntricos, y en el primer anillo, el círculo íntimo del presidente, ubica a Kushner e Ivanka Trump, Bannon, el otro consejero superior Stephen Miller y el nuevo procurador Jeff Sessionsiv. Miller, redactor de varios discursos de Trump, había ocupado puestos importantes en la campaña presidencial, y había sido director de comunicaciones del entonces senador de Alabama, nuevo fiscal general en 2017, Jeff Sessions. Ambos desarrollaron lo que Miller describe como “populismo de Estado-nación”, una respuesta a la globalización y a la inmigración.

 

Bannon, Sessions y Miller serían pues parte de los ideólogos del importante componente WASP del nuevo gobierno, idea que sintetiza el núcleo duro de la base social del “trumpismo”, especialmente en la relegada área rural de EUA, en los 17 Estados de lo que se denomina como “cinturón industrial” y “cinturón bíblico”v. Tanto en EUA con las fuerzas del Trump-ismo como en el RU con las fuerzas del Brexit, se refuerzan las reivindicaciones étnicas nacionalistas frente al cosmopolitismo y multiculturalismo que conlleva la globalización transnacional, en tanto maniobras defensivas frente a un proyecto que amenaza la propia identidad nacional fundante, base de sustentación en que se asientan los proyectos estratégicos que no superan la escala continental. Dado que Trump expresa un nacionalismo industrialista anti-globalista y anti-oligárquico, con él emergen formas radicalizadas de ese nacionalismo conservador, como los supremacistas blancos.

 

La relevancia de Bannon en la nueva administración se cristalizó en la novedad que implicó el asiento que le fue dado en el Consejo de Seguridad Nacional, hecho inédito para un asesor político presidencial (en tanto Jefe de Estrategia), a la par que se rebajaba el estatus del presidente del Estado Mayor Conjunto y del Director de la Inteligencia Nacional, limitando la asistencia de ambos en caso de que la reunión lo requiriera y no de hecho en todas. Trump vigorizaba con ello al sector más propio del gabinete, en detrimento del establishment republicano, unipolar financiero, pero de escala continental. Si bien debió retroceder en caso de la presencia no sistemática del Director de Inteligencia Nacional en ese órgano, eso ayudó a excluir a la CIA (Agencia Central de Inteligencia) del mismo.

 

Según contextualiza esta importante medida el analista Thierry Meyssan, el Consejo de Seguridad Nacional (CSN) había sido el centro del Ejecutivo estadounidense desde 1947 con el reordenamiento mundial pos Bretton Woods, órgano en que “el presidente compartía el poder con el director de la CIA –nombrado por él– y con el jefe del Estado Mayor Conjunto, seleccionado por sus pares de este órgano estrictamente militar”vi. Se buscaba con ello entonces recuperar poder para el ejecutivo, a la par que debilitar la incidencia de la CIA en cuanto a política exterior, especializada en la realización global de acciones secretas, cambios de régimen y “revoluciones de colores” en países considerados peligrosos para la seguridad nacional estadounidense, asesinatos selectivos, etc.

 

La nueva política exterior de Trump pasó a concentrarse en reducir las cargas financieras que le implica a EUA ser árbitro mundial (en instituciones y organismos como la OTAN y la ONU) para concentrarse en el lema de “Estados Unidos primero”, en pos de reindustrializar el país y recuperar los empleos perdidos a causa de la globalización que ocasionó la deslocalización de empresas. Desde una posición de nacionalismo industrialista, ello parecía implicar una política menos intervencionista y más aislacionista en materia internacional.

 

A la par, se buscó dejar de “sostener” al Estado Islámico en Siria e Irak (ISIS) como habían venido haciendo las élites financieras globalistas expresadas por Obama, mediante la CIA y la OTAN, para “contener” el avance ruso y chino en Eurasia. Se puso el blanco entonces en combatir al terrorismo islámico radical, instrumento que podrían utilizar sus enemigos globalistas para generar hechos de desestabilización a la presidencia Trump, por lo cual se avanzó en los decretos contrarios a la inmigración indiscriminada de países de Medio Oriente, y se buscó un acercamiento con Rusia para combatir al Estado Islámico en Siria (ISIS).

 

En este punto juega un importante papel la designación del general Michael Flynn en el gabinete original de Trump, también como Consejero de Seguridad Nacional. Éste había dirigido la agencia de inteligencia del Pentágono (DIA por sus siglas en inglés) entre 2012 y 2014, bajo la administración Obama, puesto desde donde se había enfrentado con la geopolítica globalista de Obama y Hillary Clinton (en ese entonces Secretaria de Estado, a cargo de la política exterior), oponiéndose al respaldo de esa administración a la creación del ISIS. Según Thierry Meyssan, Flynn se encontraba organizando a fines de 2016 una amplia reforma de los servicios de inteligencia de los EUA, revirtiendo las reformas introducidas por Bush y Obama, buscando centralizar las 16 agencias de inteligencia estadounidenses en una rendición de cuentas a sí mismo como Consejero de Seguridad Nacional, y no ya al Director de la Inteligencia Nacional (puesto que ocuparía el republicano Dan Coats, cercano al establishment de ese partido)vii.

 

En esa misma línea, el nuevo Secretario de Defensa (a cargo del Pentágono), James Mattis, y el Secretario de Seguridad de la Patria, John Kelly, ambos también generales retirados, se habían enfrentado a la política estadounidense en Irak luego de la guerra e invasión desatada por Bush a raíz de la connivencia y el apoyo a facciones del terrorismo islámico radical. Meyssan asevera que con ello Trump ha buscado garantizar su control sobre los órganos de seguridad, conformando su equipo en la materia alrededor de dos cuestiones centrales: la erradicación del Estado Islámico (ISIS/Daesh) y la oposición a la versión oficial de los hechos del 11 de septiembre de 2001, la llamada “caída”, en realidad derribo, de las Torres Gemelas (World Trade Center: centro del comercio financiero global), por parte del “terrorismo islámico de Al Qaeda” según esa interpretación.

 

En este último sentido, recupera Meyssan la oposición de Trump a esa versión oficial sobre el derribo de las Torres, denunciando la imposibilidad de los argumentos oficiales sobre cómo se había producido ello. Se oponía con ello al establishment republicano dominado por los Bush y los intereses continentalistas que éstos expresan (complejo financiero militar-industrial del Pentágono, industrias petrolíferas y farmacéuticas, etc.), quienes orquestaron ese golpe contra la fracción de capitales financieros globalizados, más avanzada y que ya desde entonces jaqueaba el poderío industrial-militar estadounidense en pos de una nueva forma global de estatalidad del poderviii.

 

A la par, en esa misma estrategia parece ubicarse la figura elegida para dirigir la CIA, “Mike” Pompeo, formado en la academia militar de West Point, quien se desempeñaba como representante de Kansas en la Cámara de Representantes y era miembro de la facción ultraconservadora republicana conocida como Tea Partyix. Según afirma Meyssan, el nuevo equipo de seguridad tenía intenciones de poner a la CIA bajo la órbita del Pentágono más que en la del Departamento de Estado, en donde Hillary Clinton aún contaba con influencia.

 

No obstante, una parte de esos planes lograron ser frenados por parte de los oponentes de la política de Trump: el globalismo financiero en primer término, y el continentalismo norteamericano en segundo –aunque aliado táctico este último y parte del esquema de gobierno de la nueva administración-, a fin de garantizar gobernabilidad frente a los sucesivos golpes y desestabilizaciones producidos por los diversos instrumentos controlados por el globalismo. Fue así que ni bien producido el anuncio de que Flynn ocuparía el cargo de CSN, la CIA y el equipo de Clinton denuncian sus estrechos vínculos con Rusia (en 2015 había sido invitado al aniversario de la agencia de noticias RT -Russia Today-, para la cual había colaborado luego de su retiro del Ejército, y donde pronunció un discurso), país al que han venido acusando de haber interferido en las elecciones de 2016.

 

Finalmente, lograron generar su renuncia en febrero, sólo 24 días después de haber asumido en el cargo (el más corto en la historia del CSN), a raíz de haber mentido en su informe sobre las conversaciones sostenidas con el embajador ruso a fines de 2016, confirmándole las declaraciones de Trump en torno a levantar las sanciones impuestas por Obama contra aquel país. La CIA estaba empeñada en demostrar que esos contactos constituían un crimen federal, y ello constituía una traición en un marco de hostilidad entre ambos países. En su lugar en el CSN, Trump designó al teniente general H. R. McMaster, un militar que se había hecho conocido a fines de los ’90 por su tesis de doctorado, en donde criticaba la estrategia seguida durante la guerra de Vietnam por el presidente Johnson, su secretario McNamara y otros personajes.

 

Con el devenir de los acontecimientos una parte importante de las principales figuras del gabinete presidencial se verían desplazadas o renunciarían a sus cargos, dando cuenta de las fuertes pujas internas de esa alianza en posición de gobierno. Dada la fragilidad de ésta y en base a las convulsiones a nivel nacional para desestabilizar al gobierno, la estrategia de Trump parece haber seguido un camino de “equilibrista”, posicionándose a favor de ciertos funcionarios en contra de otros, echando a unos y nombrando a otros, demostrando la fortaleza de la figura presidencial en la toma de decisiones. Y si bien para gran parte de la “opinión pública” ello lo muestra como impredecible, los trazos gruesos de sus políticas muestran una coherencia con lo expresado a lo largo de la campaña, buscando consolidar ese nacionalismo industrialista expresado en los eslóganes de Make America Great Again y America First.

 

Contra los mega-acuerdos comerciales: Fin del TTP, renegociación del TLCAN y nueva política proteccionista

 

Desde su primer día de funciones como presidente de los EUA, Trump comenzó a hacer efectivo lo anunciado a lo largo de toda la campaña electoral referente a los mega-acuerdos de libre comercio en los que participa, o participaría, Estados Unidos. Sus ataques habían sido dirigidos especialmente contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA por sus siglas en inglés), impulsado desde 1992 por el gobierno de George Bush (padre) y firmado en 1994 por Clinton, y contra el Tratado Transpacífico de Cooperación Económica (TTP, o TPP por sus siglas en inglés), habiendo sido negociado en secreto luego de la crisis financiera global de 2008 por la administración Obama. Ese primer día de actividad como presidente, Trump firmó una orden ejecutiva (prerrogativa que elude al Congreso) que indicaba la retirada del país del TTP, lo cual implicaba prácticamente su desaparición -o al menos una gran pérdida de relevancia geoestratégica-, dado el peso y rol fundamental de EUA en el mismo.

 

Con esta medida, Trump avanzaba en una medida fundamental para su programa de gobierno, desarmando el diseño geoestratégico globalista de la administración de su predecesor Obama. Éste se apoyaba en tres grandes pilares: el TPP, el TTIP y el TISAx, enormes acuerdos comerciales y de inversión concebidos a la medida de las empresas transnacionales (ETN’s), los cuales eran impulsados como contraataque al creciente peso de los bloques de poder emergentes nucleados en el BRICS, en términos geoeconómicos, geopolíticos y geoestratégicosxi. El Tratado Transpacífico, en particular, buscaba conformar el mayor bloque económico del mundo, representando el 40% del PBI global y una tercera parte del comercio mundial, agrupando 12 países de Asia, Oceanía y América en un mercado de 800 millones de personasxii. Excluyendo a China, el TTP representaba el brazo comercial del llamado “giro asiático” del gobierno de Obama, concebido para consolidar la presencia de las Transnacionales Globalizadas en el nuevo motor y en el nuevo centro de la economía mundial, el Asia-Pacífico, buscando contrarrestar el creciente peso de la China multipolar en su continente y las zonas de inmediata influencia.

 

Dada la “impopularidad” de estos mega-acuerdos proto-globalesxiii, venían siendo negociados en secreto. Según se conoció a raíz de una serie de filtraciones en WikiLeaks sobre ciertos apartados del TTP referentes a propiedad intelectual, medicamentos, medio ambiente, términos de intercambio y otras aristas, se diseñaban regulaciones hechas a medida de las ETN’s, quienes podrían así avanzar en mayores privatizaciones y monopolizaciones de diversos campos de la vida económica y social (medicamentos, internet, derechos de autos, patentes, medio ambiente, etc.). Inclusive, mediante un mecanismo de solución de controversias entre inversores y Estado (denominado ISDS por sus siglas en inglés) se habilitaría a los primeros a demandar a los gobiernos nacionales en caso de no cumplir esas prerrogativas, violar los tratados o “afectar sus intereses”, apelando para ello a tribunales internacionales como el CIADI. Lo cual restringiría la capacidad de implementar política económica por parte de los Estados, e implicaría la cristalización institucional-legal de la negación de la soberanía de los Estados-nación (incluso los de país central) que conlleva la nueva forma de acumulación del capital financiero transnacional global.

 

Con esta decisión de Trump, la China multipolar vio una gran oportunidad para colocarse a la cabeza del proceso de globalización ´a su modo´, en momentos en que el país que fuera su principal impulsor -con los gobiernos de Clinton y Obama especialmente- se volcaba hacia el proteccionismo. Esto quedó claro en el lanzamiento del acuerdo RCEP para los países miembros del ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), y en los discursos de Xi Jinping en las cumbres de APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) y del Foro Económico Mundial de Davos, hacia fines de 2016 y principios de 2017. Aunque el carácter del proceso de mundialización impulsado por China es distinto al carácter del proceso neoliberal financiero, ya que se asienta en patrones de acumulación predominantemente industriales, productivos y mixtos en detrimento de los financieros, especulativos y pro-mercado, potenciando así el comercio de bienes y servicios de la economía real y los grandes proyectos de inversión en infraestructura (carreteras, puentes, canales, represas y centrales energéticas, etc.). Y, para imponerse este proyecto estratégico frente al del capital financiero global, necesariamente debe conformar un esquema de poder de carácter multipolar, abriendo el juego de las discusiones, negociaciones y tomas de decisión a nivel mundial e incorporando en ello a los distintos bloques gran-nacionales de poder de cada continente.

 

Volviendo al flamante gobierno de Trump, éste afirmó que la retirada del TTP representaba un gran beneficio para los trabajadores norteamericanos, en base a su doctrina de America First (Estados Unidos primero) consistente en recuperar el poderío industrial y los empleos perdidos, con una gran inversión en infraestructura y buscando forzar un proceso de relocalización de las grandes transnacionales frente a la deslocalización operada desde los años ’90 hacia las economías de México y el Asia-Pacífico. En este sentido, ese mismo primer día en funciones Trump había advertido a los líderes de importantes empresas norteamericanas que no trasladaran su producción al extranjero, a la par que anunciaba un muy alto impuesto fronterizo para productos que quisieran entrar al mercado estadounidense provenientes de países con “costos laborales” más bajos.

 

Es cierto que el TTP ya venía en cuestión y serio riesgo de ser puesto en funcionamiento, dado que para ello debía ser aprobado por EUA (al precisarse al menos el 85% de su PBI combinado, representando EUA el 60% del mismo), y esa decisión debía pasar por el Congreso. Éste era un ámbito de por sí adverso a Obama, por estar controlado por los republicanos, aunque además contaba con la oposición del ala de los demócratas más cercana a los sindicatos, quienes sabían bien que los trabajadores serían los principales perjudicados por los tratados de liberalización y apertura económica. Sin embargo, la acción llevada a cabo por Trump terminó de sepultarloxiv, representando una medida contundente, en la que se anunciaba los términos de la nueva política comercial estadounidense bajo su nueva administración.

 

Ésta apuntaba a revertir el gran déficit comercial global con que cuenta EUA, de 750.000 millones de dólares, principalmente con China (347.000 millones), seguido por Japón (69.000 millones), Alemania (65.000 millones) y México (63.000 millones). Y para ello anunciaba Trump la necesidad de establecer términos de “comercio justo” más que de libre comercio, según sus palabras, apuntando a entablar tratados comerciales bilaterales antes que grandes acuerdos multinacionales. Se aprecia en ello que lo bilateral ayuda a establecer una posición de poder, no como los TLC (Tratados de Libre Comercio) diseñados para deslocalizar continentalmente a la manera del NAFTA, o globalmente a la manera del TTP/TTIP/TISA. La vía bilateral posibilitaría a EUA imponer su enorme poder militar, virando el multilateralismo de la administración globalista de Obama-Clinton por un unilateralismo más belicistaxv. Aunque se trate de un unilateralismo de carácter más defensivo que expansionista como fue el de los Bush, más preocupado por recuperar los pilares de su poderío de antaño y frenar la desindustrialización, antes que seguir empleando dinero, tiempo y esfuerzo en el diseño y la supervisión del orden mundial.

 

El equipo de asesores de comercio elegido por Trump ilustraba claramente la nueva postura. Como representante comercial de los EUA había designado a Robert Lighthizer, un abogado proteccionista que se había desempeñado en un puesto afín bajo la presidencia de Reagan en los ’80, y en las últimas décadas había representado a los productores de acero estadounidenses en sus frecuentes litigios en materia de comercio, particularmente con China. A éste su unía Peter Navarro, quien había sido asesor económico de Trump durante la campaña electoral y era designado ahora al frente del nuevo Consejo de Comercio Nacional de la Casa Blanca. Éste último era muy crítico también de China, abogando por una postura más agresiva en lo que advertía sería una guerra económica entre las dos grandes potencias. Ambos se sumaban para trabajar como un equipo, en “estrecha coordinación” en materia de política comercial, con el nuevo Secretario de Comercio, Wilbur Ross, quien se había enfrentado a los fabricantes de acero chinos a principios de los años 2000xvi.

 

El nuevo equipo de comercio tendría como desafío reequilibrar la balanza comercial, crear buenos empleos y hacer crecer cadenas de valor diversas nuevamente en territorio estadounidense. Ello se basaba en una concepción de “juego de suma cero”, en el sentido de que en el comercio internacional lo que gana uno otro lo pierde, y viceversa, lo cual llevaba a endurecer la posición propia frente a otras naciones, en particular con aquéllas con las cuales se sufre de déficits comerciales. Trump y sus principales asesores comerciales compartían la opinión de que en los años precedentes se había priorizado el ideal de libre comercio por sobre los propios intereses, mientras que otros países habían venido socavando la base industrial norteamericana al subsidiar sus propias industrias de exportación, a la par que se impedía la importación de productos estadounidenses, es decir, una “competencia desleal”xvii.

 

Aparece en este punto la cuestión del TLCAN (o NAFTA), que agrupa a Estados Unidos, Canadá y México, y representa hoy día la mayor zona de libre comercio del mundo (en términos concretos, más allá de los mega-acuerdos de mayor escala pero que no han entrado aún en vigor). Saliendo del mismo, o renegociándolo a su manera, el proyecto nacionalista industrial de Trump podría recuperar gran parte del sistema productivo estadounidense hoy deslocalizado en México (en especial la industria automotriz), lo cual podría devolverle la escala y fortaleza industrial perdida.

 

Sin embargo, en esto se contraponía con sus aliados tácticos del continentalismo norteamericano, proyecto estratégico y esquema de poder que se asienta en el NAFTA como base territorial para poder seguir jugando en los primeros planos del poder mundial. Éste representa, así, el modo en que se expresa la expansión de la magnitud de la base territorial de una forma de Poder-Valor-Estado, de capitales financieros comparativamente retrasados en su desarrollo en cuanto a escala de producción-acumulación frente a las fracciones más dinámicas que impulsan el proceso de globalización transnacional. Por ello a Trump le llevó más tiempo, con fuertes tensiones de por medio, avanzar en sus pretensiones en torno al TLCAN, debiendo optar por la renegociación antes que la retirada de éste.

 

El enfrentamiento a lo interno del nuevo gabinete entre el sector comandado por Bannon, abierto partidario de abandonar el acuerdo, y el que expresa al continentalismo norteamericano, da cuenta en parte de esta interna. Ya en abril de 2017 se forzó el apartamiento del Jefe de Estrategia de su lugar en el Consejo de Seguridad Nacional, luego del bombardeo sobre Siria (hecho que abordaremos en detalle más adelante), ganando así mayor influencia los intereses continentalistas. Luego, en agosto se imponen ya estos intereses en la pulseada, con el desplazamiento completo de Bannon de la Casa Blanca, a raíz de enfrentamientos callejeros violentos que “habían sido producidos” en la localidad de Charlottesville asumiendo la forma de conflictos raciales, habiéndose centrado la atención de los grandes medios de comunicación (tanto los que expresan al globalismo como los del continentalismo, golpeando a la par en esto) sobre el accionar de los grupos de “derecha alternativa” que expresa y fomenta Bannon con su portal Breitbart News.

 

Ese mismo mes de agosto, pues, comienzan las negociaciones tripartitas para actualizar el TLCAN, con sucesivas rondas centradas en distintas aristas que hagan a un nuevo formato del acuerdo, y proyectando completar las negociaciones hacia principios-mediados de 2018. Así como el Partido Demócrata presentaba divisiones en cuanto al TTP que impulsaba Obama, en este punto también se da que un sector de legisladores de ese partido, cercano a la central sindical AFL-CIOxviii, anunciara que podrían apoyar a Trump en la renegociación del acuerdo. Según se puede ir rastreando con el correr de las rondas de negociaciones, hay un conjunto de temas centrales que dan cuenta de lo que se pone en juego en la renegociación del acuerdo, así como intereses económico-sociales encontrados que han salido a marcar posición.

 

Según Lighthizer, el representante estadounidense en las negociaciones, el TLCAN es responsable de la pérdida de 700.000 puestos de trabajo en ese país, y del gran déficit comercial de 64.000 millones de dólares que tiene EUA con México. Si bien la balanza comercial con Canadá ha sido más equilibrada, en los últimos años ha aparecido y crecido también un déficit comercial, se denuncia la existencia de subsidios canadienses a ciertos productos como lácteos, vino y cereales. Los EUA, por ende, han amenazado con reducir los déficits vía recortes en el comercio, o bien reinstalar aranceles, y más allá de que los Tratados de Libre Comercio fijan la quita de éstos a exportaciones e importaciones, el nuevo gobierno busca eliminar el impedimento de aplicarlos a aliados del Tratado. Ello representaría una gran preocupación para México y Canadá, dado que éstos envían 80% y 76% de sus exportaciones a EUA, respectivamentexix. A su vez, EUA propone crear un mecanismo para impedir a los socios del TLCAN “manipular el tipo de cambio” de su moneda en pos de obtener “una ventaja competitiva desleal”, a lo cual se oponen sus vecinos por representar una inhabilitación para definir política monetaria, y entregar así el control de su moneda a la Reserva Federal estadounidense.

 

El caso de México se ha vuelto centro del debate, acaparando los continuos ataques de Trump. Desde la entrada en vigor del TLCAN, ese país se ha convertido en caso emblemático del sistema de maquilaxx, basando el crecimiento de su economía en la mano de obra barata y la exportación de productos que las transnacionales ensamblan allí (pero cuyas piezas y partes desarrollan en otros lugares), un modelo de carácter excluyente y polarizador socialmentexxi. Ello, a su vez, ocasionó una gran pérdida de empleos manufactureros en EUA, de baja calificación, que las ETN’s en proceso de deslocalización llevaban hacia su país vecino, a la par que se creaba en EUA una nueva gama de empleos en áreas de diseño, ingeniería y áreas afines: un trabajo más calificado e intelectual que manual, pero de mucha menor cantidad que aquéllos otros, por lo cual la resultante daba cuenta de una caída en los niveles totales de empleo, y el pasaje a la desocupación de grandes contingentes de trabajadores norteamericanos de las otrora pujantes ciudades del “cinturón industrial”.

 

Es por ello que los ataques de Trump sobre México resultan tan populares para su base electoral de trabajadores de esos estados, acusando a ese país de robar sus fuentes de trabajo. Los sindicatos han manifestado su apoyo a los pronunciamientos de Trump, y demandan que el nuevo acuerdo exija un nivel mínimo de salarios en los tres países que garantice condiciones de vida digna, para protegerse de la mano de obra barata procedente de México (cuyos niveles salariales oscilan entre un sexto y un octavo de los de EUA, y en la industria automotriz llegan a ser 12 veces menores), y se asegure que haya un “campo de juego nivelado”xxii.

 

Un aspecto central de las negociaciones, luego, reside en las denominadas reglas de origen, es decir, los requisitos que deben cumplir los exportadores de cada país para que sus productos sean considerados originarios, y por ende beneficiarios de las rebajas arancelarias fijadas en el Tratado. La Secretaría de Comercio de EUA ha establecido que el porcentaje estadounidense de los bienes importados de México (en más de 60% provenientes de la industria automotriz) pasó de 26% en 1995 (un año después de la vigencia del NAFTA) a 16% en 2011, en una tendencia que se mantiene. Esa disminución de 10 puntos, indican, fue absorbida por países no integrantes del NAFTA, fundamentalmente a raíz de la extraordinaria ola de inversión extranjera (IED) que recibió México luego de 1994, sobre todo en la industria automotriz, proviniendo la mitad de ésta de Chinaxxiii.

 

Se aprecia la centralidad del sector automotor en lo que se pone en juego para el gobierno de Trump. Actualmente, un automóvil que se ensambla en México, aunque no todas las partes sean de allí, no está sujeto al impuesto de importación hacia EUA si cierto porcentaje de éste se hizo en América del Norte. Los EUA buscan aumentar ese porcentaje, pues (del 62.5 al 85%), y que una porción significativa de las partes provenga del país, como parte de una estrategia que apoya el sindicato automotriz más grande de Estados Unidos. Aunque los fabricantes de autos están preocupados por esa idea, la cual elevaría sus costos de producción y por tanto de venta, según sus previsiones (dado que les resulta más barato importar de países con menores “costos laborales”, del Asia-Pacífico principalmente)xxiv.

 

Para la administración Trump, la producción de empresas automotrices estadounidenses en México es una práctica que debe ser erradicada, para devolver a EUA los puestos de trabajo estadounidenses que se han perdido desde la puesta en marcha del TLCAN y para revertir el fenómeno de desindustrialización a causa de la deslocalización, lo cual se expresa tan claro en una ciudad devenida “fantasma” como Detroit. Para ello cuentan con una gama de recursos que incluyen también estímulos fiscales y la imposición de aranceles. Aunque el peligro consiste en que las automotrices estadounidenses se deslocalicen de México hacia China, una tendencia que ya está en marcha hace mucho tiempo y que haría incrementar el déficit comercial con ese paísxxv.

 

Otros puntos en discusión refieren al Tribunal de Arbitraje (en donde se denuncian prácticas de dumping, subsidios y otros mecanismos de “competencia desleal”), y cuestiones que hacen a la actualización del TLCAN de acuerdo a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación: comercio electrónico, propiedad intelectual y otros.

 

Por último, cabe señalar que las amenazas de Trump de salirse del NAFTA han dado lugar a oportunidades para otros grandes jugadores mundiales que podrían producir el realineamiento geopolítico de Méxicoxxvi y de Canadá. Éste último país firmó a fines de 2016 el Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA por sus siglas en inglés) con la Unión Europea, un acuerdo de libre comercio que reduce tasas aduaneras para un número importante de productos y estandariza normas para favorecer los intercambios. México, por su parte, fue invitado por China hacia fines de 2017 a un foro de negocios en una cumbre del BRICS, a la par que mostraba su predisposición a estrechar vínculos en la reunión anual del Grupo de Alto Nivel Empresarial México-China, creado hace unos años por sus presidentes, y Peña Nieto firmaba un gran acuerdo con la empresa china de comercio electrónico Alibaba en pos de incorporar pymes mexicanas en la exportación en el mercado chino. De esta manera, en medio de las negociaciones del NAFTA, el presidente mexicano jugaba la “carta de China” para mostrar su plan B en caso de que aquéllas no prosperenxxvii.

 

Los Estados Unidos de Trump, por su parte, no se quedaban atrás, apuntando la nueva administración a establecer una alianza estratégica con el Reino Unido de Theresa May, bajo el proyecto de la Corona Británica, contrarios ambos al globalismo financiero. Siendo relativamente similares ambos países en cuanto al valor de su fuerza de trabajo y el nivel de consumo de sus mercados, ello daría más oportunidades a Trump para llevar adelante su proyecto de reindustrializar EUA frente al capital financiero global.

 

A su vez, a principios de 2018, todavía con el NAFTA en proceso de renegociación, Trump volvía a la carga con su política comercial de America First, estableciendo tarifas de 25% a las importaciones de acero y 10% para el aluminio, y anunciando ante las amenazas de la UE y China que “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”. Una vez lograda la aprobación del proyecto de reforma fiscal a fines de 2017, en base a la labor de sus aliados tácticos del continentalismo, le dio aire a Navarro para reemprender la línea comercial dura en asociación con Lighthizer y Ross, lo cual motivó duras réplicas del establishment republicano, y la renuncia de una de las figuras fuertes del gabinete, el jefe del Consejo Económico, Gary Cohn, ex número 2 de Goldman Sachsxxviii.

 

Estas medidas anuncian una vuelta a los lineamientos nacionalistas de campaña, luego de un 2017 ajetreado y de grandes conflictos. La cuestión del acero en particular presenta particular relevancia: el aumento de las tarifas y la protección de la industria nacional que ello implica fue justificado, en forma novedosa, en términos de “cuestión de seguridad nacional”. Trump había afirmado que el acero es fundamental tanto para la economía estadounidense como para sus Fuerzas Armadas, y no es un área en que se pueda tolerar la dependencia de países extranjeros, lo cual iba en sintonía con la Estrategia de Seguridad Nacional anunciada a fines de 2017xxix. Y en ello volvía la mirada sobre la consolidación de sus bases y apoyos sociales, parte importante de los cuales proviene de los industriales del carbón y el complejo sidero-metalúrgico, expresión de una fracción y forma del capital retrasada a nivel global y dependiente de la economía estadounidense. Intereses que expresan Lighthizer, Ross, Navarro y también el ex asesor de campaña en economía y política comercial, Dan DiMiccio, ex CEO de la siderúrgica Nucor, principal empresa de acero en ese país junto con US Steel.

 

Primera cumbre Trump-Xi Jinping y el bombardeo a Siria

 

El 6 y 7 de abril de 2017 tuvo lugar un hecho de gran magnitud y relevancia: la primera reunión entre el nuevo mandatario estadounidense y su par chino, en donde podrían empezar a plantearse las nuevas relaciones entre las dos mayores “potencias” del mundo. La cumbre no tendría lugar en la Casa Blanca, sino en la residencia particular de Trump en Mar-a-Lago (West Palm Beach, Florida), lo cual otorgaba mayor discrecionalidad a lo acordado en ella. Una gran sorpresa y preocupación generó, no obstante, el bombardeo de los EUA sobre Siria el mismo día 6, en plena cumbre, a causa de un ´supuesto´ ataque de armas químicas contra la población civil por parte del gobierno de Bashar al-Assad, que meses después fue descartado por falta de pruebasxxx. Estos dos hechos en estrecha conexión revisten gran relevancia geoestratégica, y los abordaremos sintéticamente.

 

El gobierno estadounidense llegaba a la reunión sin una postura clara sobre qué tipo de relación entablar con China, cómo y cuánto confrontar, luego de una campaña electoral con muy fuertes críticas hacia ese país por parte de Trump: los había acusado de robar empleos norteamericanos, manipular su moneda y desarrollar prácticas de comercio desleal. El gran déficit comercial constituía uno de los puntos clave a tratar. Otro residía en la amenaza nuclear que representaba Corea del Norte: a principios de año ese país había realizado una prueba con sus flamantes misiles balísticos intercontinentales, violando los acuerdos de Naciones Unidas, y se temía que podía estar muy cerca de colocar una ojiva nuclear en un misil capaz de llegar a la costa oeste de EUA ante una eventual confrontación bélica. Trump buscaba entonces que China intensificara las sanciones económicas contra Pyongyang, dada la gran dependencia de la economía norcoreana de las importaciones chinas.

 

Del lado chino existían un conjunto de elementos a considerar de cara a la cumbre. En primer lugar, se buscaba establecer cómo serían las nuevas relaciones con EUA bajo el gobierno de Trump, apuntando a construir un “nuevo tipo de relaciones entre superpotencias”, basado en el “no conflicto, la no confrontación, el respeto mutuo y la cooperación ganar-ganar”xxxi. Además, se procuraba poner a China en el nivel de par de EUA, para consolidar un rol de primer orden en la economía y la política internacional (como se venía perfilando en Davos y APEC), además de garantizar el liderazgo de Xi Jinping de cara al 19no Congreso del Partido Comunista chino gobernante, a realizarse en octubre, en donde se refrendarían las autoridades. También, resultaba estratégico para China la búsqueda de acuerdos con el gobierno estadounidense en torno a cuestiones geopolíticas conflictivas: el reconocimiento de “una sola China” (lo que representa dejar de cooperar con Taiwán), el conflicto en la península de Corea y en las islas del Mar del Sur de China.

 

Por último, pero en el nivel más alto de la geoestrategia, China planeaba invitar a EUA bajo su nuevo gobierno a sumarse a las iniciativas de la Nueva Ruta de la Seda (NRS) y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII). Incorporar al país más poderoso del mundo a esa iniciativa estratégica china resultaría clave para afianzar el diseño geoestratégico que el mismo comportaba. Por el lado del gobierno de Trump, ello podría brindar parte importante de las necesarias inversiones para su programa económico reindustrializador, particularmente en el área de infraestructura. Además, según fuentes diplomáticas chinas, como gesto de buenas intenciones Xi planeaba ofrecer un reforzamiento del control de bancos chinos que trabajan con el régimen norcoreano, así como también importar mayor cantidad de productos estadounidenses, lo cual encajaría bien con el cambio de modelo económico chino hacia uno más basado en el consumo del mercado interno.

 

Este último escenario de acuerdos profundos entre EUA y China no parece descabellado teniendo en cuenta el verdadero conflicto del gobierno de Trump, que no es con la china multipolar sino con el globalismo financiero asentado en las áreas próximas a Hong Kong y Shanghái (china unipolar global). Las cifras del comercio EUA-China ilustran que, si bien éste último ostenta un superávit en el comercio bilateral de bienes, exhibe un déficit en el comercio de servicios con EUA. Aunque medir por país es un indicador obsoleto en tiempos de globalización transnacional: por caso, el 40% del déficit que tiene EUA con China en comercio de bienes proviene de las ETN’s de origen norteamericano que operan en China, responsables también de los servicios que desde EUA brindan a escala global debido a su “tecnología de punta”xxxii. Es decir que quienes “robaron los empleos” norteamericanos no fue la china multipolar sino las transnacionales globales deslocalizadas en el área china global unipolar.

 

Sin embargo, el bombardeo a una base militar siria en el mismo momento de la reunión en Mar-a-Lago tensó la relación y acaparó las primeras planas de la “opinión pública” mundial, desplazando el foco de los acuerdos de la cumbre. Así, en la madrugada del 7 de abril EUA bombardeó la base de la Fuerza Aérea Árabe Siria en la localidad de Shayrat, de improviso y sin consultar al Congreso estadounidense ni al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Las explicaciones oficiales señalaban que se trataba de una respuesta frente al ataque químico sobre población civil, en la ciudad siria de Jan Sheijun el día 4, hecho del cual se responsabilizó al gobierno de Bashar al-Assad. Sin embargo, los datos y el marco en que se dio ese ataque merecen mayor atención.

 

Sorprendió primero la muy baja efectividad del imponente ataque: de los 59 misiles Tomahawk que lanzó EUA (lo cual representaba en conjunto una potencia total equivalente a casi 2 bombas atómicas como la de Hiroshima), sólo 23 atinaron en el blanco. A su vez, transcurridas 24 horas del ataque, la base militar ya estaba nuevamente en funcionamiento. Ron Paul, una figura de peso del Partido Republicano (tres veces candidato presidencial y cuyo hijo Rand es líder histórico del Tea Party, muy enfrentado al establishment del partido) denunciaba que se trataba de una “operación de falsa bandera”, pergeñada por los neoconservadores, “aterrorizados de que cundiera la paz en Siria”xxxiii.

 

En efecto, se trataba de una puesta en escena. Algunos analistas leían ello como una demostración de supremacía frente a Corea del Norte, Irán y las naciones díscolas y peligrosas para EUA, en donde entran la misma China y Rusiaxxxiv. Así, días después del bombardeo EUA enviaba el portaaviones USS Carl Vinson, dotado de armas nucleares, a la península coreana para amedrentar a Corea del Norte, y por extensión a China. Y la semana siguiente EUA lanzó la “madre de todas las bombas” (no nucleares) en Afganistán, contra posiciones del Estado Islámico.

 

Según analistas chinos, el bombardeo a Siria fue un mensaje de supremacía por parte de los EUA: en el marco de la cumbre con Xi, la relación no era en realidad entre pares, como buscaba mostrar Chinaxxxv. Sin embargo, dada la profunda crisis interna de EUA y atendiendo al devenir de los hechos, ello puede ser leído, a su vez, como una demostración de fortaleza de Trump dentro de su país, cediendo ante las presiones del complejo industrial-militar controlado por los intereses continentalistas. Ello, en el marco de un contexto de inestabilidad y continuo embate contra el gobierno a raíz de la causa por la supuesta injerencia rusa en las elecciones para favorecer a Trump, siendo éste acusado de traición a la patria y agitándose el pedido de impeachment (destitución).

 

Según Meyssan, los bombardeos en Siria y Afganistán estaban destinados a convencer al Estado Profundo norteamericano (a su rama continentalista, diríamos nosotros) de que la Casa Blanca enarbolaba nuevamente la política imperial. Trump plasmaba luego de ello un acuerdo con el campo de intereses continentalistas a través de uno de sus máximos representantes: John McCain, senador y ex candidato presidencial del Partido Republicanoxxxvi. Así, Trump cedía en sus pretensiones de desmantelar o abandonar la OTAN, a la par que aceptaba seguir considerando a Rusia como su principal enemigo (o fingía seguir haciéndolo). Mientras tanto, obtenía vía libre para su plan para cortar el financiamiento del yihadismo en Oriente Medio. Para sellar el acuerdo, dos neoconservadores ligados a McCain entrarían a puestos de gobierno para dirigir la política hacia Europaxxxvii.

 

Aunque, a su vez, se cuidaba la relación con Rusia y China, quienes no reaccionaron frente al ataque a Siria, a pesar de sus intereses sobre la pacificación de Medio Oriente y de Eurasia en generalxxxviii. Pocos días después del bombardeo el secretario de Estado Tillerson tuvo una extensa reunión en Moscú con su par ruso Lavrov, reuniéndose ambos luego de ello con el presidente Putin. El canciller Lavrov indicó posteriormente a la prensa rusa que habían llegado a un acuerdo: EUA se comprometía a no atacar nuevamente al Ejército Árabe Sirio, a la par que se reestablecía la coordinación militar entre ambas Fuerzas Armadas para evitar incidentes en cielo sirio. Mientras, el consejero adjunto de Trump, Sebastian Gorka, un hombre muy cercano a Flynn en sus planes contra el yihadismo y en particular contra el Emirato Islámico en Siria e Irak, aseguraba que la Casa Blanca seguía considerando al presidente Assad como legítimo y a los yihadistas como el enemigo a destruir.

 

No obstante, en el marco de las complejas contradicciones en el gobierno de Trump, debido a los diversos intereses que se coaligaban y colisionaban en el mismo, la relación con China se afianzaría. Desde el comienzo del mandato existían en el gobierno posturas encontradas en torno a cómo actuar frente a la potencia asiática. La prensa señalaba la existencia de dos facciones sobre ello: la que lideraba el yerno de Trump, Jared Kushner, quien había gestado la reunión entre Trump y Xi mediante sus vínculos con el embajador chino en EUA, en busca de aproximar posiciones y rebajar tensiones, y la que agrupaba a los “halcones” como Bannon o Peter Navarro, que abogaban por adoptar una posición de fuerza respecto a Pekín e imponer sanciones y tarifas a sus exportacionesxxxix. A su vez, salía a luz que Bannon, desplazado del Consejo de Seguridad Nacional un día antes del ataque a Siria, había argumentado que ello no estaba de acuerdo con una política exterior de “Primero Estados Unidos”, y había perdido la discusión con Kushnerxl. De esta manera, ganaba mayor poder en el gobierno en lugar de Bannon el general McMaster.

 

Kushner había ido ganando en influencia, convirtiéndose en la persona de mayor confianza de Trump, desde su rol de asesor “senior” pero sobre todo como “diplomático en la sombra”: había sido designado como enviado especial para el conflicto árabe-israelí, para México y para China, tareas prioritarias para la nueva administraciónxli. Así, había construido un vínculo con el embajador chino en EUA, organizando juntos esta cumbre, así como también la conferencia telefónica entre Trump y Xi de febrero, a poco de la asunción, en que el primero se había comprometido a respetar la política de “una sola China”. Para los chinos era importante cultivar esta relación, y habían acudido en rescate de la familia Kushner mediante el pago de un salvataje financiero ante un mal negocio de éstos, además de fomentar la confianza invitando a la familia a la celebración del Año Nuevo chino en la delegación diplomática de Washingtonxlii.

 

Fue así como, más allá de la tensión que implicó el bombardeo sobre Siria en plena cumbre Trump-Xi Jinping, los acuerdos a los que llegaron ambos mandatarios prosperarían. Por un lado, quedó pautado el compromiso de una visita de Trump a China, la cual se efectivizaría en noviembre durante su gira asiática. Por otro lado, y más allá de lo que trascendió sobre esos acuerdos, los hechos posteriores son elocuentes: a mediados de mayo ambos países firmaban un acuerdo comercial fomentando el intercambio de diversos productos, y que el secretario de Comercio estadounidense, Wilbur Ross, festejaba argumentando que reduciría el déficit comercial de EUA con ese paísxliii. Aunque, más importante, y a nivel geoestratégico, EUA reconocía allí la importancia de la Nueva Ruta de la Seda y aceptaba enviar una delegación al Foro que llevaría a cabo China días después, para lanzar a mayor escala esa iniciativa estratégicaxliv.

 

Ello representaba un hecho de primer orden para las perspectivas del multipolarismo a nivel mundial: articulándose en el esquema de poder que proyectan China y Rusia a través del BRICS, en particular mediante la NRS y el BAII, Trump podría obtener los respaldos necesarios para sortear la gran oposición que lo enfrenta, y viabilizar parte importante de las inversiones requeridas para su programa económico reindustrializador, en especial en el área de infraestructura. Y para el multipolarismo en ascenso, que EUA se inserte dentro de su diseño geoestratégico podría resultar clave.

 

Las Cumbres del G-7, la OTAN y el Encuentro con Francisco

 

Nos enfocaremos aquí en dos eventos de visibilidad internacional que acontecieron a finales del mes de mayo de 2017, ambos en el continente europeo: la reunión del G7 en Taormina, Sicilia (Italia) y la reunión de la OTAN en Bruselas (Bélgica). En el marco de los procesos que el voto brexit ha desencadenado en el Reino Unido y la Unión Europea, pero también en el mundo, haremos mención también al encuentro entre Trump y el Papa Francisco, desde el encuadre geoestratégico que venimos sosteniendo.

 

El Grupo de los Siete (G7 o G-7) reúne desde 1973/77 a las principales siete economías del mundo, bajo el diseño mundial tricontinental proto-global de entonces: países líderes de América del Norte (EUA y Canadá), Europa (Alemania, Francia, Italia y Reino Unido) y Asia (Japón), con sus respectivas áreas de influencia. Si bien en 1998 el grupo se amplió con la incorporación de Rusia (pasando a llamarse G7 + Rusia, o G8), en 2014 fue desplazado a causa del conflicto por la península de Crimea luego del golpe de estado y guerra civil en Ucrania.

 

La cumbre de mayo de 2017 manifestó grandes divergencias al interior del grupo, alrededor de asuntos como el cambio climático y el comercio mundial. En este encuentro en que Italia asumió la presidencia, se anunció que iban a abordarse temáticas claves como el acuerdo sobre el cambio climático, las migraciones desde África, la lucha contra el terrorismo y los desequilibrios financieros junto con la política comercial internacional. Tratándose de un espacio en el cual históricamente se ha reivindicado el libre comercio, los países intentaron condenar las políticas proteccionistas, ante lo cual Trump tuvo que plegarse. No obstante, no todas las presiones funcionaron ante el líder estadounidense. Si nos atenemos al comunicado final producto del encuentro entre los líderes de los siete países, se observa que, respecto del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático (firmado por Obama), no se logró establecer consenso con EUA, único país discordante, quien lo rechazaría una semana después de las reuniones.

 

Respecto de Siria y los conflictos con Rusia –a partir de las responsabilidades que se le asignan a este país en torno a la crisis de Ucrania-, se afirma que esperan encontrar una “solución política” trabajando en conjunto con Rusia. A esto se agregó el llamado a esforzarse para derrotar al terrorismo internacional en Siria, Iraq y Libia, con foco en el ISIS/Daesh y al-Qaeda.

 

Otro de los temas de mayor relevancia fueron las diferencias entre EUA y Alemania, personificadas en sus líderes, Trump y Merkelxlv. El conflicto nace por los cuestionamientos del primero en torno al aporte que Alemania hace a la OTAN, organismo que Trump había calificado como “obsoleto” y “una carga” para los EUA. Esto se desarrolla en el marco de una OTANxlvi que, conducida por los intereses del Unipolarismo Financiero Global, empieza a ser reflejo de las disputas geoestratégicas entre diversos jugadores y esquemas de poder mundial. De esta manera, lo que aparece como diferencias entre Alemania y EUA en torno al comercio, al cambio climático y a Rusia, ponen sobre el tapete el movimiento de Trump en relación a reducir los aportes de su país a la OTAN. A su vez, la queja de Trump en torno al superávit comercial alemán récord fue otro de los dardos lanzados en contra de Alemania, y de la Oligarquía Continental que conduce la UE, en particular.

 

Por el lado de la UE, aparece como central la cuestión de la atmósfera de “euroescepticismo” apoyada en diferentes pilaresxlvii. Uno de ellos, asociado con la sensación de inseguridad que reina en los países del continente dados los ataques terroristas de ISIS (pertrechado por la OTAN y la CIA). A esto se suman los movimientos migratorios, tan cuestionados por quien se convirtió en la tercera fuerza en el Parlamento Alemán, el partido nacionalista Alternativa para Alemania (AfD). Éste obtuvo un buen resultado electoral a raíz de sus propuestas xenófobas para con la llegada de inmigrantes a Alemania. Inmediatamente después del voto brexit, observamos cómo ambas cuestiones se convirtieron en ejes de acción para el debilitamiento y fragmentación de la UE. Asociamos entonces dichos impulsos euroescépticos con los intereses del globalismo financiero, una vez consumado el voto brexit, es decir, abierta la potencial y cada vez más real salida del RU de la UE, que implica un golpe duro a la City Financiera de Londres y su pérdida de acceso y control del mercado europeo.

 

De esta manera, desde la UE se critica que la OTAN no esté proporcionando la seguridad “suficiente” en el continente europeo. Como respuesta a esta situación, y como hecho de primer orden geoestratégico, desde la Comisión Europea se ha planteado la conformación de un ejército común propio, lo cual equivaldría a aumentar sus grados de autonomía y soberanía continental frente a ambos unipolarismos financieros (global y continental: OTAN y Pentágono, para graficar esquemática y paradigmáticamente).

 

Por el lado de Trump, su estrategia nacionalista industrialista ha venido enfrentándose con los instrumentos globalistas de los Tratados Transpacífico y Transatlántico, la salida del Acuerdo sobre Cambio Climático, e incluso una potencial retirada, o redefinición de las funciones, de la OTAN, en pos de vigorizar y retomar el control del complejo industrial militar de su país, sus FF.AA., y poder dar lugar a su programa nacional de reindustrialización. A su vez, ha buscado virar las funciones de la OTAN para combatir al Estado Islámico en lugar de apoyarlo como base irregular de maniobras de balcanización euroasiáticaxlviii.

 

De modo que podemos afirmar, hoy la OTAN está siendo escenario de grandes cambios y movimientos en dirección a su inevitable reconfiguración. La jugada que ha hecho estallar el tablero surge a partir de ciertos signos de acercamiento y cooperación entre Trump, Putin y Xi Jinpingxlix. Uno de los más recientes fue durante el mes de mayo, días antes del G7, en el Foro Internacional de la Franja y la Ruta (OBOR), en el cual Trump envió a un alto funcionario y creó una Comisión Estadounidense de la Franja y la Ruta para realizar un seguimiento, además de convocar a China a ser parte de la reconstrucción de la infraestructura norteamericana. Es en el contexto de cambios de peso en el ordenamiento mundial que analizamos estas reuniones y eventos.

 

Por último, los únicos asuntos de consenso que pasaron más desapercibidos en la reunión del G7 tuvieron que ver con los conflictos bélicos internacionales, como Corea del Norte, Libia y Siria; además de los acuerdos para combatir el ciberterrorismo.

 

La cumbre de la OTAN, luego, manifestó más visiblemente estas tensionesl. Formada en 1949, como Pacto del Atlántico Norte (luego conocida según sus siglas actuales: Organización del Tratado del Atlántico Norte), reunía en un primer momento a EUA, Canadá, Reino Unido y Francia, excluyendo en aquel entonces a Alemania a raíz de su rol en la Segunda Guerra Mundial, y se constituía contra la “amenaza rusa”. En las cumbres de 2014 y 2016, en Gales y Varsovia, el centro de la escena lo seguía ocupando como oponente Rusia. En la reunión de Varsovia en particular, con la presencia del por entonces presidente Obama, se subrayó la obligación de los socios de la Alianza de destinar el 2% de su PBI a la defensa, en un plazo de ocho años, y se acordó la presencia de miles de tropas en Europa del Este, próximas a Rusia.

 

Esta vez, las tensiones tuvieron en el centro de la escena a Trumpli. El cuestionamiento central fue planteado por la desigualdad en torno a los aportes de los diferentes miembros. La demanda fue dirigida centralmente a Europa, pidiendo que colaboraran para contrarrestar la amenaza terrorista. Esto se hizo en el marco de los atentados sucedidos tres días antes en Manchester, Inglaterra. Además de las cargas económicas y los aportes de los miembros, el pedido norteamericano también se dirigió a que la OTAN se comprometa en su lucha contra el Estado Islámico. Trump demandó se cumpla lo acordado en 2014, respecto de ese 2% del PBI de cada país (que sólo lo cumplen EUA, el RU, Grecia, Estonia y Polonialii).

 

Además, por primera vez, se rechazó la consideración de Rusia como enemigo. Esto fue impulsado por el propio Trump, algo que da cuenta del calibre del giro geopolítico al que estamos asistiendo. Respecto del terrorismo internacional, los países de la Alianza resolvieron integrar junto con EUA una coalición que éste encabeza contra ISIS. La diferencia es que esta participación será como parte de la estructura de la OTAN, y ya no a título individual. A esto se agregará un apoyo concreto por parte del organismo en materia de aviones y una célula de inteligencia para compartir información. Así, las demandas de Trump en torno a mayor apoyo contra el Daesh y presencia en términos de gasto militar, fueron de los asuntos que mayor peso tuvieron. De esta manera, luego de afirmar durante su campaña electoral que la OTAN era una alianza obsoleta, el nuevo mandatario estadounidense empezaba a referirse a la OTAN del futuro, construyendo un horizonte en términos de alianza antiterrorista, y ya no instrumentando el terrorismo como método de guerra irregular balcanizador.

 

Aprovechando su gira europea, Trump se reunió esos días en el Vaticano con el obispo de Roma: el papa Franciscoliii, hecho de relevancia e impacto por tratarse de dos líderes con posturas ideológicas opuestas. Sin embargo, en el marco de la crisis estructural de todas las civilizaciones (crisis de civilizaciones) existen condiciones para que los proyectos estratégicos de ambos compartan oponentes y objetivos comunes, por lo cual se entiende que el obispo de Roma lo haya recibido, a contramano de las principales agencias de comunicación global y su denostación de la figura y gobierno de Trump.

 

En una cumbre que abordó temáticas como las migraciones, el cambio climático y atentados terroristas como el de Manchester, Francisco le pidió a Trump que sea “instrumento de paz” a la par que cuidar el medio ambiente, mientras le regalaba sus encíclicas Evangelii Gaudium y Laudato Si, verdaderos programas político-estratégicos de un humanismo ecuménico y ecológico integral. Trump, por su parte, le obsequiaba las obras de Martin Luther King, líder por los derechos civiles de la población negra estadounidense y faro mundial de las luchas sociales étnicas libertarias.

 

A su vez, durante su visita al Vaticano, Trump se reunió también con el número dos de la Santa Sede, el cardenal Pietro Parolin, y con el secretario para las Relaciones con los Estados, una suerte de ministro de Relaciones Exteriores, monseñor Paul Gallagher. Ello podría dar cuenta de una profundización de cuestiones tratadas previamente con el Papaliv.

 

Aunque se enfriaron las relaciones con la salida de EUA del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, cuestión fundamental para la visión ecológica y humanista integral de ese proyecto. Fue por ello que poco después se asestó un golpe contra el componente evangelista y supremacista blanco (WASP) del trumpismo. Así, en un fuerte artículo aparecido en La Civilità Cattolica, avalado por el Vaticano, dos allegados a Francisco fustigaban contra el “fundamentalismo evangélico” en EUA, que operaría una interpretación distorsionada de las Sagradas Escrituras y el Viejo Testamento para promover la guerra, desde su postura sobre el cambio climático, los migrantes y los musulmanes. Acusaban, a su vez, a Bannon, seguidor del controvertido teólogo evangélico estadounidense John Rushdoony, de propugnar una “geopolítica apocalíptica”, cuyas raíces no estarían muy lejos del extremismo islámicolv.

 

Ello sucedía luego de que Trump y su vicepresidente Pence recibieran en la Casa Blanca a líderes evangélicos para rezar juntos, en donde abogaron por el apoyo a Israel (comandando por el supremacista Netanyahu), la libertad religiosa y la reforma de salud. Un sector de la población que constituye parte importante de la base social del trumpismo, en donde el presidente cosecha muy altas tasas de aprobación, y que teme a la amenaza demográfica, de su disminución poblacional a la par del aumento latino (en especial mexicano)lvi.

 

Se puede leer, pues, una apuesta del humanismo ecuménico interreligioso de carácter multipolar expresado por Francisco, de golpear sobre los componentes del trumpismo con los que discrepa en temas relevantes (el medio ambiente, el muro con México, la postura antiinmigratoria, etc.), pero coincidiendo con Trump en el plano geoestratégico general en su enfrentamiento con el capital financiero globalizado depredador de la naturaleza y el ser humano.

 

Industrialización y cambio climático: la salida del Acuerdo de París

 

Lo discursivo-retorico y el poder son cosas cualitativamente diferentes. La salida de los EUA del Acuerdo de París es mucho más que política institucional, medio ambiente y el nuevo liderazgo norteamericano siendo “una fuerza impredecible y peligrosa en asuntos internacionales”lvii. Las planas periodísticas abruman en las interpretaciones ideológicas del hecho, desde la interpretación de Trump como un reaccionario, anti-Obama (marcado como un gran progresista) hasta la que lo identifica como un negacionista del cambio climático, y por ende anti-Ciencia. Si bien eso puede tomarse como cierto en términos discursivos, ante la sobrada evidencia de que el cambio climático es real, muy lejos está de ser el centro de la cuestión y el eje de este apartado. Esos puntos que mencionamos son la apariencia, la forma mediática, de la disputa real.

 

Lo que pasó el 7 y 8 de julio del 2017 en la Cumbre de Hamburgo del G20, fue un hecho político y social, un golpe que, en primer lugar, volvió a cristalizar la decidida confrontación de Trump contra las fracciones globales, las más dinámicas del capital a nivel mundial. En segundo lugar, las posiciones relativas actuales en cuanto a los márgenes que cada actor tiene en esta crisis, de escala civilizatoria, que sigue sin poder resolverse. Pasamos a los hechos para ahondar en estas dos afirmaciones centrales.

 

En la duodécima reunión del G20, en Hamburgo, Alemania, se llevó a cabo la decisión de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, el cual había sido refrendado por Barack Obama en 2015. El mismo, que está dentro del marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, consta de medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernaderolviii, los cuales son causantes del aumento mundial de la temperatura. Dicho acuerdo se aplicaría recién para el 2020, cuando finaliza la vigencia del Protocolo de Kiotolix.

 

Actualmente, China es el mayor emisor de CO2 (dióxido de carbono), con el 30% de las emisiones mundiales, seguido por EUA con el 15%, la UE con el 9%, India con el 7%, Rusia con el 5% y Japón con el 4%lx. Esta tendencia de China, como el país más contaminador del mundo, coincide con los años en los cuales las fracciones de capital global tienen su gran momento de expansión, profundizando la deslocalización industrial desde los países “centrales” de occidente hacia el sudeste asiático. Es decir, es algo que recién a partir de 2006lxi puede aseverarse, ya que para 2005 este valor, en kilo toneladas totales emitidas por China y los EUA, estaba igualado, teniendo en cuenta el nivel de contaminación que produce no sólo la industria, sino los mismos seres humanos por sus hábitos de vida y consumo. Teniendo en cuenta las emisiones de CO2 per cápita, los EUA siguen siendo el país más contaminador del planeta.

 

Uno de los comentarios que Trump hizo al respecto, y por el cual se puede entrar al centro de la disputa, es el siguiente: “Fui elegido para gobernar Pittsburgh, no París”. La referencia a la ciudad de Pensilvania, una de las otrora joyas del “cinturón industrial”, hoy reconvertida a sector servicios y alta tecnología, es una clara referencia no sólo al discurso que lo llevó a la Casa Blanca sino a los efectos de la globalización neoliberal, la pelea que Trump apuesta a dar. En medio de la dramática situación planetaria y la irreversibilidad del deshielo de los polos, la estrategia del globalismo es utilizar esta conveniente situación (debido a su posición superior en términos de acumulación ampliada, escala y tecnología) para profundizar su agenda de acelerado recambio tecnológico, con una impronta de “capitalismo verde”lxii. Esta estrategia globalista confronta con la línea continentalista, pero más aún contra la nacionalista de Trump, de ahí la alianza táctica de este último con el establishment republicano.

 

Otra frase que puede seguir ilustrando esta fractura es la de que EUA “necesita todas las formas de energía estadounidenses disponibles o estará en grave riesgo de apagones”lxiii. Ello se justificó en las proyecciones de crecimiento a las que la administración Trump apunta, que rondan el 3 y 4% anual debido a sus planes de estímulos a la economía y el ya anunciado plan de infraestructura. Además, viene a colación por el uso del carbón como energía y su constante reivindicación como sector postergado y olvidado durante previas administraciones.

 

John Sterman, profesor de la escuela Sloan de negocios del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y experto en políticas sobre calentamiento global, dijo para la BBC que "vamos a ver menos turbinas eólicas instaladas, no sólo en EUA sino en todos lados, menos paneles solares, menos inversiones en la electrificación de la flota vehicular y otras tecnologías que necesitamos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero”lxiv. Por otro lado, las declaraciones de Luke Popovich, vocero de la Asociación de Minería Nacional de los Estados Unidos (MNA) afirmando que “el gobierno ya no está en nuestra contra, ahora sólo tenemos fuerzas del mercado a las cuales enfrentar”lxv, lo cual puede contrastar bastante bien esta disputa de fracciones de capital, en este caso, por la matriz energética y el negocio alrededor de ella. Una herramienta para apuntalar con negocios frescos a los aliados propios.

 

La importancia de la lucha energética, radica en ser parte de una disputa aún más grande, que no es solo económica sino estratégica: la reindustrialización nacional, que confronta directamente con la lógica de los capitales globales. Al no ser parte los Estados Unidos del protocolo de Kioto (1997), el haber salido del Acuerdo de París, que recordemos, entra en efecto en el 2020, es una señal de apoyo, un guiño desregulador que se materializa en ventaja competitiva para las inversiones productivas que son objeto de escrutinio ambiental más severo por las cantidades de gases de efecto invernadero emitidos. Ésta es una de las condiciones necesarias para plantear que su estrategia pueda tener un atisbo de realidad, pero no es la única.

 

Cabe hacerse entonces una serie de preguntas. ¿Por qué las inversiones deslocalizadas en México, por ejemplo, que hoy en día gozan de arancel cero al pasar sus productos a través de la frontera, volverían a los Estados Unidos? Como ya mencionamos en apartados anteriores, se le dio certificado de muerte al TTP y comenzó la renegociación del TLCAN/NAFTA. Esta última condición, sumada a la salida del Acuerdo de París, pueden ser seductoras, pero no es suficiente aún para competir con la diferencia de nivel de salarios de ambas naciones, la cual sigue siendo enorme. El salario mínimo de México, al 19 de diciembre de 2017, es de 4,70 dólares el día, mientras que en EEUU es de 7,25 dólares la horalxvi. No hay punto de comparación posible a la hora de hablar de extracción de plusvalía de absoluta y extraordinaria. Un mexicano trabaja doce días para ganar lo que un estadounidense gana en sólo uno, considerando jornadas laborales de 8 horas a salario mínimo.

 

A la luz de este hecho, se hace entendible el déficit comercial que Estados Unidos tiene con México, con quien comparte un TLC y la ventaja que tienen las transnacionales que producen en México y venden en EUA y el mundo. Por el contrario, la doctrina America First, plantea la imposición de términos comerciales ventajosos para los Estados Unidos a partir del bilateralismo. Es claro que para que esta industria hoy presente en México vuelva a los Estados Unidos, se hace necesario un nivel de concesiones que son un desafío en sí mismo para Trump. El plan de reforma impositiva, que se hizo ley el 22 de diciembre, conocida como “Tax Cuts and Jobs Act” puede ser leído en esa clave. Esta ley recorta permanentemente los impuestos corporativos de 35% al 21%, lo cual, por ejemplo, deja a Estados Unidos por debajo del promedio de la UE, que está en el 26,9%lxvii. Lo cual, en principio, vuelve mucho más rentable hacer negocios en los Estados Unidos que en años anteriores.

 

La salida del Acuerdo de París, el fuerte recorte de impuestos y la renegociación del NAFTA sucediendo al mismo tiempo, son un combo difícil de ignorar en el campo de la estrategia; son hechos de gran alcance que están orientados hacia el mismo objetivo, pero que además de demostrar la clara intención de abogar por la reindustrialización nacional con impronta anti-global, demuestran la posición relativa actual de Trump, que mencionábamos como nuestra segunda afirmación central.

 

La intempestiva marcha ´cumplidora de promesas de campaña´, acción tras acción, puede malinterpretarse como una implacable fortaleza, pero no es así. Al contrario, prueban en realidad que Trump no tiene demasiado margen de acción, demuestra una cierta fortaleza en el corto plazo, que le llevó a poder producir esos hechos de fuerza, pero una debilidad en el largo plazo, en la cual no puede desperdiciar un solo mes de mandato.

 

Una alianza táctica y de gobierno con el establishment Republicano, cara política del Continentalismo, le llevó a tener cierta estabilidad en la Casa Blanca y tener la posibilidad de avanzar contra el enemigo común: el globalismo. Si bien las contradicciones secundarias entre estos aliados son claras, es incierto hasta dónde pueden avanzar sin resquebrajarla, siendo que Trump, como jugador estratégico, representa a una burguesía aún más atrasada en niveles de escala que la oligarquía multinacional–continentalista, pero que llegó a la Casa Blanca derrotándola en sus últimas internas. Esta alianza táctica es la fortaleza en el corto plazo, que permite producir estos hechos sin que el “impeachment” (buscado por los demócratas globalistas) pueda avanzar para dividir y enfrentar entre sí las líneas del partido republicano.

 

En el largo plazo, la estrategia Trump, el America First, se juega su futuro no sólo en el terreno nacional, sino en el geopolítico. Claramente, sin Trump en la Casa Blanca, esta línea estratégica quedaría huérfana ante el lobby e intereses de los dos establishments partidarios (Globalismo y Continentalismo). Los apoyos de esquemas alternativos como el BRICS, o de un jugador de menor escala como la Corona Británica, son apoyos claves para ganar en margen de maniobra. Mientras esos apoyos no prosperen, todo el tiempo posible para la acción es ahora.

 

Una nota de Forbeslxviii menciona las asimetrías existentes entre la industria manufacturera estadounidense y, las alemanas y chinas (países con los cuales Estados Unidos tiene un gran déficit comercial gracias a ello). Agregan un dato de relevancia que nos puede ayudar a ilustrar uno de los escollos de Trump a mediano-largo plazo, de seguir con esta confrontación. Cuando comienza a darse el proceso de globalización en los 70’s, la inversión en ciencia y tecnología de los EEUU pasó del 2% del PBI a sólo el 0,75% actual, frente a un 2,9% de Alemania, por poner un ejemplolxix. Esto pesa en nuestro análisis (y para Trump), porque las secciones deslocalizadas por las multinacionales y transnacionales no sólo constaban de las estructuras manufactureras, sino que también relocalizaban en una ubicación diferente las estructuras de Investigación y Desarrollo (R&D), marcando el caso de Taiwán, Bangalore y Singapur como grandes jugadores de la innovación a nivel mundial, que ganaron su escala gracias a estas estrategias. En pos de la lógica global, la nota alienta a que se invierta en aquellas áreas donde los Estados Unidos se mantienen competitivos. El tiempo de maduración y capitalización de estas inversiones es largo y como dijimos, el tiempo no está del lado de Trump. Hacer que esos clústeres de R&D (I+D) vuelvan a territorio nacional es, sin duda alguna, parte de las ambiciones del America First. Sin cierto éxito en este frente, no hay futuro posible para esta estrategia en el mediano-largo plazo. Lo cual nos permite observar que las opciones de Trump de articulación al multipolarismo están abiertas.

 

En síntesis, entendemos la salida del acuerdo de París como un hecho político, orientado como parte de un todo, pieza clave de una estrategia que confronta con los intereses de las transnacionales que buscan conducir un capitalismo global apoyado ahora, en la bandera ecologista de las tecnologías “verdes” y renovables. El margen de maniobra que hoy en día maneja la administración Trump es el oxígeno que brota de una crisis que no termina de resolverse entre el Globalismo y el Continentalismo, y que, por su escala, es la que ordena todas las demás. Es claro que, en el nivel de salarios, Estados Unidos no puede competir con México, mucho menos con China, para atraer capitales. La batería de medidas para dar luz a las condiciones de posibilidad de que el America First sea viable más allá del discurso, han comenzado. Los desafíos no son los mismos dependiendo de los plazos que se tomen en cuenta, y los márgenes de maniobra actuales son muy estrechos.

 

El Conflicto con Corea del Norte y doctrinas geoestratégicas

 

El año 2017 tuvo como uno de sus temas de mayor preocupación a nivel mundial a la escalada del conflicto entre Corea del Norte y Estados Unidos (EUA), lo cual suscitó e instalo el temor de una conflagración nuclear de consecuencias y proporciones impredecibles, potencialmente devastadoras para la humanidad y el planeta mismo.

 

Norcorea probó 114 misiles desde 1984, cuando comenzó su carrera armamentística, pero fue Kim Jong-un quien le dio un impulso definitivo. Desde su llegada al poder, en 2011, se realizaron 84 ensayos balísticos. La escalada de 2017 fue creciendo desde principios de año con sucesivas pruebas de nuevos misiles, y llegó a otro nivel el 4 de julio de 2017, cuando el régimen anunció el lanzamiento exitoso del misil Hwasong-14, el primero de alcance intercontinental (ICBM). Llegó a una altura de 2.802 kilómetros y recorrió 933 kilómetros en 39 minutos, hasta caer en el Mar de Japón. Expertos internacionales aseguran que, disparado en otro ángulo, podría cubrir una distancia muy superior. Las estimaciones más bajas le permitirían llegar fácilmente a Alaska, y las más altas a buena parte de la costa oeste de EUA.

 

Trump respondió a ello luego de que en agosto el Congreso votara casi unánimemente en su contra, en un acuerdo entre republicanos y demócratas, maniatándolo de desarrollar política exterior y sancionando a Rusia y otros países “peligrosos” para la seguridad nacional. Allí se separó de su Jefe en Estrategia Bannon, y en lo que parecía una reconciliación con el establishment, arremetió sucesivamente contra Corea del Norte, Venezuela, Rusia e Irán. Amenazó entonces a Pyongyang (capital norcoreana) con que sus amenazas se verían frente al “fuego, el furor y la fuerza como nunca los había visto el mundo”, lo cual desencadenó la escalada verbal que parecía abrir una guerra nuclearlxx.

 

Aunque cabe aclarar en este punto que, yendo a los datos y proyecciones concretas, un conflicto bélico aparece inviable debido a la magnitud de sus consecuencias. Muchos analistas utilizan la fórmula destrucción mutua asegurada para describir esto. En primer lugar, la península coreana es un punto estratégico clave en el sudeste asiático, que atañe a varios jugadores de peso: China, Rusia, Japón y Corea del Sur, al menos, además de los EUA. Para China y Rusia, quienes comparten frontera con Norcorea, se trata de un punto a no ceder: para ambos sería una gran pérdida geopolítica la caída del régimen de Kim en pos de una reunificación de ambas Coreas bajo control de EUA, cuya influencia se extendería virtualmente de manera ilimitada por el Pacífico. Históricamente, Corea del Norte ha sido clave para la seguridad continental china en términos geoestratégicos, por lo cual se entiende cómo perdieron más de un millón de soldados luchando en la Guerra de Corea (1950-1953) para impedir que los Estados Unidos pusieran su bandera en territorio norcoreano, es decir en su fronteralxxi.

 

El mismo Bannon se mofaba de las amenazas de Trump, afirmando que una eventual guerra llevaría a una inmediata desaparición de Seúl (Sudcorea) y Tokyo (Japón), aliados estadounidenses. En efecto, en caso de intervenir directamente en Corea del Norte para destruir las bases militares donde almacenan su arsenal nuclear y balístico, EUA corre el alto riesgo que ese conflicto adquiera escala mundial inmediatamente. Es por ello que EUA y la OTAN han hablado de escalar el conflicto con los norcoreanos desde hace 10 años, pero la situación nunca fue más allá de la verborragia, dado que tanto China y Rusia como EUA-OTAN son grandes potencias nucleares, y un eventual enfrentamiento en ese plano no tendría ganador, sino que podría dar lugar a la destrucción de los oponentes en juego, e incluso parte importante de la humanidad.

 

La política china hacia Corea del Norte se ha enfocado en el comercio y la inversión en el país, con la esperanza de promover estabilidad, y aumentar su capacidad de influencia sobre el régimen. China es sin duda el mayor aliado de Norcorea, además de su más importante socio comercial como principal proveedor de alimentos, armas y energía. Sin China el proyecto defensivo de Corea del Norte ya hace tiempo hubiera hecho colapsar a su economía civil. Pekín ha contribuido a sostener los sucesivos regímenes en Corea del Norte con la esperanza de evitar un colapso que derive en un derrame de refugiados a lo largo de su frontera de más de 1000 km, y un vacío de poder en una región que resulta clave para su seguridad nacional. Sostener al régimen de Pyongyang significa evitar la presencia de tropas estadounidenses en la frontera china, un riesgo y afrenta inasumible.

 

En este marco se evidencia lo limitadas que son las opciones para frenar a Pyongyang. Corea del Norte no va a renunciar a sus misiles. Para los Kim el programa nuclear es una cuestión de supervivencia, ya que el objetivo específico al tener armamento nuclear es no estar a merced de superpotencias mundiales como sí es el caso de Libia, Egipto, Siria y Ucrania.  Sin armas nucleares, Kim Jong-un estaría en riesgo de sufrir el mismo destino de Gadafi y Mubarak. Kim Jong-un está comprometido con su programa nuclear para dar una señal clara que evite una intervención militar. Corea del Norte no va a abandonar su capacidad nuclear y balística, sin importar cuánta presión reciba.

 

La probabilidad de que Kim Jong-un lanzara (o lance) efectivamente un ataque preventivo sobre la costa oeste de EUA es casi nulo, ya que dicha acción supondría un suicidio. Sin embargo, es un hecho que, al tener la capacidad de contraatacar, permite a la administración Trump imponer a sus aliados (Japón y Corea del Sur) la instalación de un escudo de misiles y, en la medida de lo posible a cuenta de estos países aliados. Para lograrlo, Trump envió 3 portaaviones y 2 submarinos nucleares a la zona en conflicto, intimidando más a sus aliados que a Corea del Norte. Lo anterior sirvió para fomentar el complejo industrial militar, sector económico más fácil de estimular para impactar en una economía en el corto plazo.

 

Tanto Rusia como China ven con preocupación y se sienten amenazados por el escudo de misiles que está levantando el globalismo unipolar como OTAN, tanto en el este de Europa como en Corea del Sur, y ello afianza su alianza. De acuerdo a los estrategas chinos, el escudo no está dirigido tanto hacia Corea del Norte debido a su proyecto nuclear, sino que constituye una estrategia para unir EUA, Japón y Corea del Sur. En esta misma línea es importante tener presente el conflicto de la India con China, en apariencia por cuestiones limítrofes, pero vinculados en especial por los acuerdos de China con Pakistán, histórico oponente indio. A esto respondió India abriendo las opciones de su política exterior y alineamiento geopolítico, de solo en los BRICS a también apuntar a desarrollar una “ruta de la seda” propia Japón y EUA, con el objetivo de condicionar a Chinalxxii.

 

Ante la exigencia de Trump de que Corea del Sur pague por la instalación del escudo de misiles (THAAD), el país decidió suspender de manera temporal el despliegue del mismo en su territorio. No exigieron que las dos lanzaderas y los otros equipos que ya han sido desplegados fueran retirados, pero sí frenar los que no habían sido instalados aún. Por su parte, el Ministerio de Defensa surcoreano indicó que todos los pagos vinculados con el despliegue del THAAD corren por cuenta de EUA según el acuerdo firmado en junio. Lo cual muestra las contradicciones de los pasos que da Trump: por un lado, parece que avanza en la militarización de áreas (Corea del Sur) y por otro, al exigir que los gastos corran por cuenta de los propios países de la OTAN genera la negativa para avanzar en la militarización. Aparece aquí la pregunta en torno a cuál de todas las movidas muestra la estrategia de Trump, que parece ir mas dirigida a la interna de poder en EUA que al tablero internacional.

 

En este marco, la estrategia llevada a cabo por Trump durante 2017 fue leída por algunos analistas bajo la “teoría del loco” de Henry Kissinger, quien “siempre ha insistido en la importancia de la impredecibilidad y aún en la irracionalidad en diplomacia”. Esta estrategia había sido desplegada bajo la presidencia de Nixon hacia fines de los ’60, y en esa clave puede ser leído incluso el demencial bombardeo en 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki, en pos de disuadir a la URSS de “invadir Japón” o que este prefiera rendirse a las fuerza soviéticas que a las estadounidenses, como forzó y logró luego del bombardeolxxiii. De esta manera, los rivales de EUA eran situados permanentemente un paso detrás, “por temor a la volatilidad peligrosa del poder estadounidense”lxxiv.

 

Kissinger había colocado una figura de su confianza en la administración Trump: la viceconsejera de seguridad nacional, K.T. McFarland. Y habían salido a la luz una serie de reuniones del viejo geoestratega con el nuevo presidente. En una entrevista afirmaba que la eliminación de la capacidad nuclear de Corea del Norte representaba uno de los grandes desafíos de la política exterior de una nueva administración de EUA, dado que de no hacerlo se podría estar a las puertas de una guerra de proporciones mundialeslxxv.

 

Para el proyecto de nacionalismo industrialista de Trump, por su parte, esta estrategia le permitiría utilizar el conflicto con Norcorea para justificar la doctrina de intervencionismo directo, la cual permite aumentar el presupuesto de defensa y mostrar su poderío militar, con el objetivo final de lograr mantener la hegemonía geopolítica en el mundo unipolar, y con ello lograr al interior de EUA mostrar la validez de su campaña de Make America Great Again, lo cual le permite sobrevivir en la interna de poder en los EUA.

 

Algunos analistas leen que esta jugada del “loco” fue utilizada ya con el bombardeo a Siria en Sheyrat y en Afganistán con la “madre de todas las bombas”, representando el frente abierto con Corea del Norte un tercer momento de la misma estrategia. Ello se entroncaría en el planteo de kissinger de acercamiento con Rusia, reconociendo la anexión de Crimea, a la par que consolidando las posiciones del Israel de Netanyahu en Medio Oriente en contra de Irán, buscando romper la alianza entre rusos, iraníes y chinos, la cual sustenta parte importante del proyecto multipolar de integración euroasiática de la NRS (OBORlxxvi). Una jugada que forma parte de la teoría de Kissinger del “balance de poder” que mencionábamos al comienzo de este capítulo, acercando a EUA con Rusia para neutralizarlo en un eventual conflicto con China.

 

Sin embargo, ello no dio resultados, dada la alianza estratégica que sostienen y siguen consolidando China y Rusialxxvii (con aliados como Irán y recientemente también Turquía luego de su “cambio de bando”), y debido también a su vez a la feroz interna del poder en EUA, cuyos ´estamentos de poder profundo´ no aceptaron esta política e impulsaron un clima de rusofobia a raíz del denominado Rusiagate, por la supuesta injerencia en las elecciones y los vínculos de Flynn con funcionarios de ese país.

 

Este punto es crucial para los geoestrategas estadounidenses: la alianza entre China y Rusia puede ser clave para asegurar el declive del poder mundial de EUA, y del unipolarismo de Occidente en general, sea en su vertiente globalista o continentalista norteamericana. Las formas de contrarrestar o evitar esto son por ende múltiples. A ese planteo fallido de Kissinger se contraponía la estrategia euroasiática de Brzezinski, para quien la primacía global estadounidense depende directamente de por cuánto tiempo y cuán efectivamente pueda mantener su preponderancia en ese continente, el mayor del planeta y su eje geopolítico. Resultando clave pues dominar ese continente a través de la contención de sus periferias. El gobierno de Obama, y su secretaria de Estado Hillary Clinton, se basaban en esta doctrina, en base a la cual se impulsó el TPP y el “giro asiático” de EUA, en detrimento de Afganistán, Irak y Medio Oriente en general, zona considerada vital por los estrategas neoconservadores -y cuyos lineamientos retomó en gran parte Trump con su apoyo al plan expansivo del Israel de Netanyahu, la confrontación con Irán, los episodios en Siria, etc.

 

Esta doctrina geoestratégica globalista se correspondía con la lógica de acumulación y los intereses del capital financiero globalizado, que a su vez no dejó de invertir en las ramas económicas de punta de China, buscando también así fortalecer y disputar el rumbo de su economía, con miras de distanciarla de Rusia. Un escenario que se sostiene según Brzezinski desde el acuerdo entre China y EUA en 1979.

 

Alfredo Jalife recupera el último lineamiento de Brzezinski, a principios de 2017 (fallecería meses más tarde), consistente en conformar un G3 tripolar en lugar de la estrategia kissingeriana que hizo propia Trump. El estratega polaco-estadounidense, ligado al establishment del partido Demócrata, proponía un arreglo entre las tres máximas potencias nucleares del mundo para dar forma a una necesaria “doctrina Trump”, con quien difiere en todo pero debe reconocer como presidente de EUA, en pos de paliar el “desaliñado orden global”lxxviii. Así, EUA y China deberían buscar un entendimiento estratégico que, a su vez, crearía las bases para sumar a Rusia a la ecuación para que no peligren sus intereses.

 

Las últimas posturas del mismo Kissinger van incluso en este mismo sentido, al ver que el G2 con Rusia contra China no daba resultados. La única alternativa al problema de Corea del Norte pasaría entonces por “emprender seriamente un proceso conjunto entre Estados Unidos y China para el desarme nuclear” a largo plazolxxix. Dados los intereses chinos por la estabilidad en el Lejano Oriente, y su rol central como interlocutor frente a los norcoreanos, un acuerdo EUA-China sería deseable para evitar la pérdida de liderazgo en la región, en especial frente a Japón y Corea del Sur.

 

En este sentido, ante el fracaso de la estrategia del “balance de poder” de Kissinger, parecía optarse por invertirla para volver a la carga: apuntar a un G2 de EUA con China contra Rusia. Cita Jalife una nota aparecida en el portal “alt-right” Breitbart dirigido por Bannon, anunciando la inevitabilidad de una guerra mundial entre EUA y China, y la necesidad de establecer lazos para evitarla. Este proyecto sería compartido por Kissinger y Bannon, cuyo vínculo se hizo público a fines de 2017, y se basaría, a juicio de este último, en que “la forzada transferencia de tecnología de la innovación estadunidense a China es el principal y mayor asunto económico y de negocios de nuestro tiempo que puede dejar plantado a EUA como una vulgar Colonia (…) mientras China se está volviendo el principal poder económico dominante en el mundo”lxxx. Ante ello, se optaría por buscar una alianza económica entre ambos países para evitar la prácticamente inevitable guerra mundial entre ambos.

 

Más allá de las encontradas doctrinas geoestratégicas a lo interno de la potencia en declive, y volviendo al asunto norcoreano, resulta importante señalar cómo fueron desenvolviéndose los sucesos y encontrándose soluciones. Por un lado, China y Rusia reaccionaron con calma y serenidad, avalando las sanciones contra Corea del Norte en el Consejo de Seguridad de la ONU (las cuales nunca han dado gran resultado), y apuntando a que Corea del Norte cese sus pruebas misilísticas, mientras que EUA y Corea del Sur cesen sus ejercicios militares a gran escala. Xi Jinping llamaba a Trump en el momento más agudo del conflicto para apaciguar las aguas, afirmando que “China y EUA tienen intereses comunes en lograr la desnuclearización de la península coreana y en mantener la paz y la estabilidad”lxxxi. El nuevo presidente surcoreano, Moon Jae-in, incluso abogó también para que Trump aceptara negociar con Kim Jong-un.

 

Este último escenario se fue destrabando entre fines de 2017 y principios de 2018, arribando a que ambas Coreas vuelvan a entablar vínculos a través de sus líderes, retomando el diálogo cortado en diciembre de 2015. Trump y Kim Jong-un acordaron ponerle un freno al lenguaje de guerra, imponiéndose la diplomacia de China y Rusia en pos de la paz como vía de resolución de conflictos mundiales. Este escenario puede implicar una limitación de la libertad de acción de EUA en el Pacífico, dándole todo el espacio al desarrollo del proyecto multipolar.

 

Esto sucede en un momento en que Trump vuelve a la carga con su nacionalismo económico industrialista, tensionando su alianza táctica con el continentalismo norteamericano (en marzo de 2018 eran desplazados del gobierno Gary Cohn, ex número 2 de Goldman Sachs, y Rex Tillerson, ex mandamás de la petrolera ExxonMobil). Por lo cual, podemos avizorar que las perspectivas del multipolarismo avanzan y aumentan frente al unipolarismo, aspecto fundamental y condición de posibilidad para un proyecto de mundo crecientemente pluricivilizacional y pluricultural, de y para los pueblos y sus proyectos de emancipación, justicia e igualdad.

 

Mayo de 2018.

 

Notas

i A. Jalife, “Coqueteo de Trump con Putin: Rex Tillerson, de Exxon Mobil, secretario de Estado", blog TeleSUR, 14/12/16.

ii W. Engdahl, “Billonarios en puestos claves del gabinete: ¿Es Donald Trump el ‘hombre detrás de la puerta’ para Henry A. Kissinger & Co?”, Global Research, 10/1/17.

iii G. Gorraiz López, “Brzezinski, el cerebro geopolítico de Obama”, Rebelión, 15/9/13.

iv A. Jalife, “Las tres administraciones simultáneas de Trump!: con sus círculos concéntricos y traslapes”, blog TeleSUR, 1/3/17.

v A. Jalife, “Orígenes del trumpismo desde el siglo XVII y su Estado supremacista blanco del siglo XXI ", blog TeleSUR, 30/11/16.

vi T. Meyssan, “Donald Trump disuelve la organización del imperialismo estadounidense”, Red Voltaire, 30/1/17.

vii T. Meyssan, “La reforma del sistema de Inteligencia según el general Flynn”, Red Voltaire, 30/11/16.

viii Ver para profundizar en esta tesis: W. Formento, “Las Torres Gemelas del Globalismo financiero”, página CIEPE, 14/3/15; W. Formento y G. Merino, Crisis financiera global. La lucha por la reconfiguración del orden mundial. Peña Lillo/Continente, 2011.

ix “Tea Party, la derrota de Obama y la crisis global”, CIEPE, noviembre de 2010. “El nombre "Tea Party" proviene del movimiento anticolonialista de finales del siglo XVIII que protestaba por la aprobación de los impuestos al té, y al carecer de representación en el parlamento británico para expresar su descontento por ser un dominio colonial, cuestionaban los fundamentos mismos del régimen británico. Es decir, este movimiento era anti-británico y anticolonialista, y si bien se asentaba en una problemática particular, desató y fue parte de los levantamientos que devendrán en la independencia norteamericana (1776). El Tea Party se compone fundamentalmente de blancos, protestantes y, en general, republicanos (aunque muchos se digan apolíticos fue a través de ese partido que lograron poner sus congresistas). Sin embargo, dicho movimiento excede ampliamente al partido republicano, con cuya cúpula se enfrenta y pone en crisis. Este movimiento es muy heterogéneo políticamente, aunque no racialmente. Su posiciones centrales, que radicalizan las posiciones de los neo-conservadores aglutinados en torno a la familia Bush, se asientan en el destino manifiesto de EEUU para llevar democracia, paz y libertad al mundo, con lo cual se justifica cualquier acto imperialista. La grandeza de EEUU y su lugar irrenunciable de super-potencia central es la forma manifiesta en que se resiste la estrategia angloamericana del unipolarismo multilateral, reivindicando el unipolarismo-unilateral. A su vez, retoma el ascetismo religioso y la vuelta a los supuestos “valores originarios”, en contraposición al liberalismo. Además, es profundamente crítico del endeudamiento público, del salvataje bancario y el aumento del gasto público. Para el “Tea Party” el calentamiento global y el cambio climático es un invento ecologista de los que atentan contra la grandeza de EEUU y quieren ver afectada su industria.” Ver para profundizar en esta tesis: Cap.VII: la situación mundial resultante, W. Formento y G. Merino, Crisis financiera global. La lucha por la reconfiguración del orden mundial. Peña Lillo/Continente, 2011.

x El Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP por sus siglas en inglés) es un tratado de libre comercio que integraría a los EUA y la UE, que se encuentra en proceso de negociación desde 2013 y preveía concluirse para 2017. Con antecedentes en su ideación desde los años ’90, pretende conformar el área de libre comercio más grande del planeta: de concretarse, representaría más del 50% del PBI global nominal, 33% del comercio de bienes y 42% del comercio de servicios. El Acuerdo sobre el Comercio de Servicios (TiSA por sus siglas en inglés), luego, integra 23 países de distintas zonas del mundo (incluyendo EUA y Europa) y viene siendo negociado en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en pos de liberalizar a escala global el comercio de servicios tales como la banca o el transporte.

xi A. Jalife, “Trump sepultó el cadáver del ATP”, blog TeleSUR, 25/1/17.

xii Comprende un territorio de 12 países: Australia, Canadá, Chile, Brunéi, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, México, Perú, Singapur, Vietnam y Estados Unidos de Norteamérica (EUA).

xiii Si bien no son estrictamente de escala global, constituyen un salto en relación a los grandes acuerdos de libre comercio precedentes y un paso intermedio en aras del objetivo último de imponer un orden unipolar global, con una arquitectura institucional, administrativa y política a imagen y semejanza del capital financiero transnacional global. De esta manera, dada la derrota sufrida en reiteradas ocasiones por los capitales más desarrollados en el seno de la OMC en su intento de imponer reglas de gobernanza global, a causa del accionar de los bloques de poder “emergentes”, las administraciones globalistas de Obama en EUA y países aliados diseñaron un esquema táctico que preserve los objetivos estratégicos, que consistía en alterar el escenario de debate llevándolo a tres foros diferentes: el TPP, el TISA y el TTIP, agrupando así diversas zonas y continentes del mundo en tres grandes áreas de libre comercio. Ver para profundizar: M. Sosa, “La reorientación estratégica y geopolítica argentina al 2016”. IX Jornadas de Sociología de la UNLP, 5 al 7 de diciembre de 2016, Ensenada de Barragan, Argentina.

xiv Si bien en marzo de 2018 se firmó una nueva versión del TPP, ya sin EUA, denominado ahora como Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP o TPP-11), su relevancia geoestratégica es mucho menor, pasando a un segundo orden, sin la potencia de la economía estadounidense y en particular de las ETN’s allí asentadas. Ver: “Cinco cosas que hay que saber sobre el nuevo TPP-11”, El Cronista, 30/1/18.

xv A. Jalife, “Decesos del ATP y el TLCAN; auge del RCEP chino: el mayor tratado comercial global”, blog TeleSUR, 19/3/17. Ello se corresponde, a su vez, con un poder creciente otorgado al complejo industrial-militar del Pentágono en el gabinete presidencial, en las figuras de Mattis, Flynn (luego McMaster) y Kelly (éste último ganando gran protagonismo hacia julio de 2017, asumiendo el rol de Jefe de Gabinete luego del desplazamiento de Priebus), y un gran aumento presupuestario en gasto militar: 54.000 millones de dólares en 2017, 10% mayor al del año anterior, compensado con una gran reducción en el Departamento de Estado y otras agencias federales, como la Agencia de Protección Ambiental. Todo lo cual es leído por varios analistas como expresión de un keynesianismo militar, como modo de relanzar la economía interna vía el gasto y la producción bélica.

xvi A. Smith, “Trump has filled his vaunted trade team with China hawks — and his allies love it”, Business Insider, 5/1/17.

xvii B. Appelbaum, “With Choice of Trade Negotiator, Trump Prepares to Confront Mexico and China”, New York Times, 3/1/17.

xviii Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales, comúnmente llamada AFL-CIO, mayor central obrera de los Estados Unidos y Canadá.

xix Datos extraídos de la página web del Atlas de Datos de Comercio Internacional del OEC (Observatory of Economic Complexity): https://atlas.media.mit.edu/es/

xx Sistema de producción que consiste en el ensamblaje manual o unitario de piezas en talleres industriales ubicados en países con mano de obra barata, cuyo resultado son productos que tienen generalmente como destino un país desarrollado.

xxi Si bien la economía mexicana ha aumentado considerablemente su PBI gracias al acuerdo (67% entre 1994 y 2016), e incorporado tecnología “de punta” en los procesos productivos, más de la mitad de su economía es informal, con más del 40% de la población sumida en la pobreza y niveles de desigualdad de los más altos de la región. L. Converti, “México y la continuidad del TLCAN. Todo sigue igual, ¿de bien?”, CELAG, 3/2/18.

xxii E. Porter, “Los sindicatos estadounidenses quieren que el TLCAN sea su aliado… pero hay un problema”, New York Times, 24/8/17.

xxiii “México obtuvo un promedio de US$20.000 millones anuales de IED en los 10 primeros años del NAFTA (US$220.000 millones); y el stock de IED alcanzó en ese período a US$ 392.000 millones, y ahora se ha duplicado. El NAFTA se transformó, a través de la inversión extranjera directa, en la principal plataforma manufacturera del sistema mundial, porque las empresas transnacionales se apresuraron a ingresar a México y Canadá para exportar al mercado estadounidense —el mayor del mundo—con arancel cero.”. J. Castro, “Los trazos decisivos del nuevo NAFTA”, Clarín, Mirada global, 1/10/17.

xxiv Gran parte de las cámaras empresariales estadounidenses han manifestado su preocupación por el rumbo de las negociaciones, y han empezado a cabildear en Washington. Entre ellas, la Cámara de Comercio de EUA (USCC por sus siglas en inglés), la Coalición de Industrias de Servicios (CSI), el Consejo Nacional de Comercio Exterior (NTFC), la Federación de Oficinas Agrícolas (AFBF) y el Consejo Internacional de Negocios (USCIB).

xxv A. Tirado, A. García y S. Romano, “El TLCAN: negociaciones e incertidumbre en la era Trump”, ALAI.net, 26/10/2017.

xxvi En este sentido es importante observar la presencia del presidente Peña Nieto en la Cumbre de los BRICS en septiembre de 2017. Para ampliar ver Sección: La China Multipolar y los BRICS

xxvii J. Phippen, “Mexico plays the ‘China card’”, The Atlantic, 4/9/17.

xxviii J. Martínez Ahrens, “La vuelta de Trump al nacionalismo económico sacude la Casa Blanca”, El País, 8/3/18.

xxix T. Meyssan, “La estrategia militar de Donald Trump”, Red Voltaire, 26/12/17.

xxx Un hecho de falsa bandera, como lo fue el de armas de destrucción masiva en Irak, que luego de haber invadido, bombardeado y asesinado a su presidente Sadam Husein, EUA reconoció que nunca pudieron confirmar la existencia de tales armas químicas. El engaño que provocó la guerra en Irak, 19 marzo 2013, http://www.bbc.com/mundo/noticias/2013/03/130318_irak_guerra_espias_engano_nm

 

xxxi C. Huang, “Said and Said and unsaid: the hits and misses of Xi-Trump talks in Mar-a-Lago”, South China Morning Post, 8/4/17.

xxxii A. Jalife, “La cumbre definitoria del deslactosado Trump con el mandarín Xi”, blog TeleSUR, 2/4/17.

xxxiii En este sentido, cabe señalar que, durante el debate en el Consejo de Seguridad de la ONU, el representante del secretario general de Naciones Unidas no apoyó el argumento de un ataque químico supuestamente perpetrado por Siria. Ese funcionario de la ONU resaltó, por el contrario, que era por el momento imposible saber cómo pudo tener lugar ese ataque. El representante de Bolivia incluso puso en duda la existencia misma de ese incidente químico, reportado únicamente por los White Helmets, o “Cascos Blancos”, que “no son otra cosa que un grupo de al-Qaeda que el MI6 británico utiliza para cubrir sus necesidades en materia de propaganda contra Siria”. Ver: T. Meyssan, “¿De verdad cambió Trump de casaca?”, Red Voltaire, 11/4/17

xxxiv A. Jalife, “La hillaryzación de Trump en Siria”, blog TeleSUR, 9/4/17

xxxv A. Panda, “Opinion: summit was not quite the meeting of equals Xi would have wanted”. South China Morning Post, 9/4/17

xxxvi El acuerdo incluía a Israel bajo el gobierno de Netanyahu, quien había anunciado que el bombardeo resonaría no sólo en Siria sino también en Irán y Corea del Norte. Los israelíes habían proporcionado gran parte de los supuestos datos del ataque con armas químicas en Jan Sheijun.

xxxvii T. Meyssan, “¿Y por qué Trump bombardeó Sheyrat?”. Red Voltaire. 2/5/17

xxxviii Es de destacar que el ejército ruso, principal aliado y respaldo de Siria, había sido notificado previamente por el Pentágono. Se entiende entonces por qué no funcionaron los sistemas de misiles antiaéreos rusos S-400, cuyo funcionamiento es automático, lo cual sugiere que habían sido voluntariamente desactivados previamente. Ver: T. Meyssan, “Trump: dos pasos adelante y un paso atrás”, Red Voltaire, 18/4/17

xxxix J. Espinosa, “Las claves del histórico encuentro entre Trump y Xi Jinping”. El Mundo. 6/4/17

xl W. Racke, “Bannon Lost To Kushner In Syria Strike Debate”. The Daily Caller. 4/7/17

xli P. Pardo, “Jared Kushner, el yernísimo”. El Mundo. 3/4/17.

xlii M. Landler, “Para que Trump escuche, China susurra al oído de su yerno”. New York Times. 5/4/17

xliii “Estados Unidos y China firman acuerdo comercial: cómo es y qué ganan las dos mayores economías del mundo”. Redacción BBC Mundo. 12/5/17

xliv Ver Sección: La China Multipolar y los BRICS

xlv “Angela Merkel solicita a EEUU 'el divorcio'” en Sputnik Mundo, 30/5/2017.

xlvi “Un presidente Trump que también confronta con la actual conducción pro-globalista de la OTAN”. Trump camino a las cumbres de la OTAN y del G7, por Manlio Dinucci. Red Voltaire, 25/5/2017.

xlvii Ver para profundizar en ello el capítulo referido al Brexit y la Unión Europea.

xlviii T. Meyssan, “Balance y perspectivas de Donald Trump”, Red Voltaire, 5/12/17.

xlix “Trump transformó la reunión del G7”, en LaRouchePAC en español, 29/5/17.

l "Casi un desastre": el controvertido primer encuentro del presidente de EUA, Donald Trump, con sus aliados de la OTAN, BBC Mundo, 26/5/17.

li Trump: “La OTAN ya no es obsoleta”, Diario El País, 12/4/17.

lii “Una Cumbre de la OTAN con la sombra de Rusia por todas partes”, en El Mundo Internacional, 25/5/17.

liii “Cita en el Vaticano en las antípodas ideológicas”, diario El País, 24/5/17.

liv D. Verdú, “El Papa recibe con frialdad a Trump”, El País, 25/5/17.

lv S. Kirchgaessner, “Pope Francis allies accuse Trump White House of 'apocalyptic geopolitics'”, The Guardian, 13/7/17.

lvi A. Jalife, “El Vaticano fustiga el apocalipsis geopolítico del trumpismo evangelista/blanco”, blog TeleSUR, 19/7/17.

lvii “Cómo al retirar a Estados Unidos del acuerdo de París Trump le abre a China para ser el nuevo líder mundial contra el cambio climático. BBC Mundo”. 3/07/2017.

lviii Entre los más destacados: dióxido de carbono (CO2), gas metano (CH4), óxido nitroso (N2O) y los gases industriales fluorados: hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6).

lix Acuerdo internacional previo en la materia, firmado en 1997 en Japón, aunque entró en vigor recién en 2005. EUA no lo había firmado.

lx J. M. Ahrens, “Trump retira a EEUU del Acuerdo de París contra el cambio climático”. El País. 2/6/2017.

lxi Fuente: Banco Mundial. Emisiones de CO2 por país.

lxii Un claro ejemplo de ello lo constituye el caso de Al Gore, quien fue vicepresidente estadounidense bajo la administración Clinton (1993-2001) y candidato Demócrata a las elecciones presidenciales del 2000 en que perdió con Bush (hijo). Luego de ello se abocó al activismo medioambiental, con acciones que van desde la fundación de ONG’s -como la Alianza para la Protección del Clima- hasta la realización de documentales como “Una verdad incómoda”, activismo por el cual recibió el premio Nobel de la Paz (2007). Lo que nunca ha cuestionado su labor es la matriz de producción y consumo del capitalismo financiero global, al cual bien representa desde sus puestos en fondos de riesgo y algunas de las principales ETN’s, y el negocio que se oculta tras los denominados bonos de carbono.

lxiii “Trump decepciona al mundo al confirmar la retirada del Acuerdo de París”. La Vanguardia. 5/06/2017

lxiv G. Lissardy, “¿Efecto dominó?: qué consecuencias puede tener la decisión de Donald Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo climático de París”. BBC Mundo. 2/06/2017

lxv T. Gardner, “Donald Trump vowed to revive the coal industry but figures show its future is as bleak as ever”. The Independent. 13/11/2017

lxvi P. Gillespie, “Mexico to raise minimum wage… to $4,70 a day”. CNN Money. 20/12/2017

lxvii D. Floyd, “Trump’s Tax Reform Plan”. Investopedia. 12/01/2018

lxviii K. Holly, “Trump has manufacturing all wrong and so do the rest of us”. Forbes. 31/01/2018

lxix R. Harrington, “These 9 countries spend a greater share of money on science the United States”. Businessinder. 1/03/ 2016

lxx T. Meyssan, “Trump retoma la lucha contra el establishment estadounidense”, Red Voltaire, 24/10/17.

lxxi W. Dierckxsens y W. Formento, “El multipolarismo avanza a costa del unipolarismo”, blog del Centro de Investigaciones en Política y Economía (CIEPE), 10-8-2017.

lxxii Ver: “Crece otro foco de tensión en Asia: India desafía a China y realiza ejercicios navales con Estados Unidos y Japón”, InfoBAE, 10/7/17. Ver: BRICS – El Acto de equilibrio diplomático de Rusia en Asia es en beneficio de su aliado chino. Andrew Korybko, 19.08.2016. https://ciepeblog.wordpress.com/2018/03/09/brics-el-acto-de-equilibrio-d...

lxxiii La verdadera razón por la cual EUA utilizó armas nucleares contra Japón, Washington's Blog

Information Clearing House, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=158037

lxxiv A. Jalife, “La teoría del loco de Trump y Kissinger para confundir a Rusia y China”, blog TeleSUR, 23/4/17; G. Grandin, “Mad men: Trump May Be the Perfect Vehicle for Kissinger’s Philosophy”, The Nation, 8/12/16.

lxxv Henry Kissinger: “Es conveniente para Estados Unidos y para Rusia que Estados Unidos tenga una relación más comprensiva con el Kremlin”, Resumen Latinoamericano, 26/12/16.

lxxvi Ver Sección: La China Multipolar y los BRICS

lxxvii Resulta por demás significativo y de primer orden geoestratégico, en este sentido, el acuerdo de China, Rusia y Venezuela entre fines de 2016 y principios de 2017 para lanzar el “petro-yuan-oro”, potencial nuevo sistema monetario internacional que reemplace al dólar. Ver para profundizar la Sección: La China Multipolar y los BRICS, en este mismo libro.

lxxviii A. Jalife, “Brzezinski acepta el G-3 de EU/Rusia/China para reordenar el caos global”, blog TeleSUR, 8/1/17.

lxxix L. Vita, “Corea, i consigli di Kissinger per evitare la guerra nucleare”, Gli Occhi Della Guerra, 13/8/17.

lxxx A. Jalife, “Kissinger y Bannon forman proyecto de alarma contra China”, diario La Jornada, 5/10/17.

lxxxi “Xi urges restraint on Korean nuclear issue in phone talks with Trump”, Global Times, 12/8/17.

 

https://www.alainet.org/de/node/197200
America Latina en Movimiento - RSS abonnieren