El socialismo "con características chinas": ¿socialismo de mercado o restauración capitalista?
- Opinión
Tras la muerte de Mao Tse-Tung, en China se fue instaurando lo que sus gobernantes comenzaron a denominar un modelo de “socialismo de mercado”, lo que ha obligado a muchos economistas y analistas políticos de todo el mundo a dilucidar en qué consiste y cómo éste le ha permitido al gigante asiático erigirse como la mayor potencia económica, por encima de aquellas que, como Estados Unidos, ocuparan desde mucho tiempo atrás los primeros lugares en el sistema económico capitalista mundial, amenazando su hegemonía.
En apariencia, este “socialismo de mercado” no estaría contraviniendo los principios fundamentales del marxismo aunque se evidencien al mismo tiempo unos crecientes grados de explotación, plusvalía y desigualdad social que lo equiparan con el neoliberalismo capitalista. A ello se añade el surgimiento de una clase privilegiada, integrada por la alta burocracia del Estado y del Partido Comunista, lo que -a la luz de los teóricos clásicos del socialismo- constituiría una desviación de los parámetros revolucionarios tradicionales.
Como destaca Claudio Katz en su artículo China: Un socio para no imitar, “toda la generación de ahijados del viejo liderazgo comunista maneja las grandes compañías. Allí se concentra la nueva élite. Basta observar que un tercio de los 800 individuos más ricos del país son miembros del PCCH (Partido Comunista de China)”. Este último elemento es lo que hace conjeturar a muchos analistas económicos que en la República Popular China se produjo un renuevo capitalista, pero con unos ribetes propios, dada la singularidad de su historia política o lo que algunos también llaman “socialismo con características chinas”.
Este socialismo "con características chinas" no deja de llamar la atención a nivel mundial gracias al extraordinario desarrollo económico alcanzado desde 1978 cuando comenzaran las reformas impulsadas bajo el liderazgo pragmático de Den Xiaoping, cuya frase emblemática “no importa que el gato sea blanco o negro, mientras pueda cazar es un buen gato” marcó el ascenso de su país como nueva potencia en el panorama mundial. Si bien es cierto que el conjunto de reformas adoptadas en el terreno de la economía auguraba una expansión del capitalismo neoliberal en el inmenso territorio chino, facilitándole condiciones más lucrativas a las empresas que allí funcionaran, el Estado mantuvo un control indiscutible de elementos económicos fundamentales; diferenciándose en este aspecto de la ortodoxia aplicada en la extinta Unión Soviética y las naciones bajo su órbita.
Sin embargo, en su artículo El “socialismo de mercado” chino, Alejandro Teitelbaum refiere que “China, no constituye una alternativa al neocolonialismo -económico, político y militar- practicado por las grandes potencias occidentales, con USA a la cabeza, y sufrido por numerosos países de todas las regiones del mundo, sino que es un relativamente nuevo y poderoso actor -con características y estrategias específicas- en el bando de las potencias neocoloniales. Dentro del cual se disputan zonas de influencia y ámbitos económicos y financieros sobre el fondo de una cierta convivencia pacífica basada en la necesidad de preservar el statu quo capitalista a escala mundial”.
En el presente, con Xi Jinping se estableció oficialmente adecuar los aportes teóricos de Karl Marx al contexto chino. Con tal propósito, se impone el cumplimiento de una agenda durante los próximos años, cuyo contenido, entre otras cosas, resalta el papel preponderante del Partido Comunista de China sobre las fuerzas armadas y todo el proceso del trabajo; así como la garantía que cada dimensión de la gobernanza esté basada en la ley; un enfoque centrado en el pueblo, de modo que éste sea quien administre la nación; la profundización de la reforma de una manera integral, aumentando la calidad de vida, acompañada de una nueva visión para el desarrollo, y la defensa del principio de "un país, dos sistemas", tendente al logro de la reunificación nacional.
En el plano internacional, China promovería la construcción de una comunidad de destino en la cual se inserte toda la humanidad, sin que signifique asumir el rol imperialista de otras potencias, cosa que la clase política de Estados Unidos ve con mucho recelo, desatando una guerra comercial contra ésta a fin de contener su auge económico y preservar su habitual hegemonía. Según la visión de los gobernantes chinos, la economía de mercado sería un instrumento, no un fin en sí mismo, dotado de autonomía o independencia frente al resto del conjunto social, como ocurre regularmente en las naciones situadas en Occidente. Esto, sin embargo, no terminaría de explicar el gran auge económico, tecnológico y militar que se observa en China y que mantiene en expectativa a sus mayores competidores, resaltando Estados Unidos entre los más destacados, mientras en algunas naciones de nuestra América (entre ellas, Venezuela) se busca adoptar sus esquemas de crecimiento, obviando todo lo referente al acervo cultural acumulado por dicho país, el cual ha resultado ser un elemento primordial a la hora de colocarlo en el sitial que ahora éste ocupa en el escenario internacional, incluyendo lo iniciado por Mao Tse-Tung.
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