El nuevo paradigma requiere una espiritualidad diferente y una ética propia
- Opinión
Varias amenazas se ciernen sobre el sistema-vida y el sistema-Tierra: el holocausto nuclear, la catástrofe ecológica del calentamiento global y de la escasez de agua potable, la catástrofe económica/social sistémica con la radicalización del neoliberalismo que produce una acumulación extrema a expensas de una pobreza asombrosa, la catástrofe moral con la falta general de sensibilidad hacia las grandes mayorías sufrientes, la catástrofe política con el resurgimiento mundial de la derecha y la corrosión de las democracias... Tal como están, la Tierra y la Humanidad no pueden continuar así, a riesgo de sufrir un armagedón ecológico-social.
Centrándonos en el escenario reciente de Brasil: las fuertes lluvias de febrero de 2020 con inundaciones desastrosas que afectaron a varias ciudades del país y paralelamente incendios terribles en Australia, seguidos inmediatamente por inundaciones no predecibles. Tales eventos extremosos son signos inequívocos de que la Tierra ha perdido ya su equilibrio y está buscando uno nuevo. Y este nuevo podría significar la devastación de porciones importantes de la biosfera y de una parte significativa de la especie humana.
Esto va a suceder; simplemente, no sabemos cuándo, ni cómo. El hecho es que ya estamos en la sexta extinción masiva. Hemos inaugurado, según algunos científicos, una nueva era geológica, la del antropoceno, en la cual la actividad humana es responsable de la destrucción de las bases que sostienen la vida.
Los diferentes centros científicos que monitorean sistemáticamente el estado de la Tierra atestiguan que, de año en año, los elementos principales que perpetúan la vida (agua, suelos, aire, fertilidad, climas y otros) se deterioran día a día. ¿Cuándo va a parar esto?
El 29 de julio de 2019 se alcanzó el Día de la Sobrecarga de la Tierra (el Earth Overshoot Day). Significa que, en esta fecha, se han consumido todos los recursos naturales disponibles para ese año. A partir de ese día, dentro de la contabilidad del año en curso, la Tierra entra en números rojos, y en descubierto bancario: ¿cómo llegar a diciembre? Si insistimos en mantener el consumo actual, tenemos que aplicar la violencia contra la Tierra obligándola a darnos lo que ya no tiene o no puede reemplazar. Su reacción a esta violencia se expresa por los diversos fenómenos ecológicos y sociales ya mencionados, especialmente por el aumento de dióxido de carbono y metano (23 veces más dañino que el CO2) y por el crecimiento de la violencia social, ya que la Tierra y la humanidad constituyen una única entidad relacional.
O cambiamos nuestra relación con la Tierra viva y con la naturaleza o, según Sigmund Bauman, “engrosaremos el cortejo de aquellos que se dirigen hacia su propia tumba”. Esta vez no disponemos de un Arca de Noé en la que nos podamos refugiar.
No tenemos otra alternativa, sino cambiar. Quien crea en el mesianismo salvador de la ciencia es un iluso: la ciencia puede mucho, pero no todo: ¿detiene ella los vientos, contiene las lluvias, limita el aumento de los océanos? No basta disminuir la dosis y continuar con el mismo veneno, o sea, sólo limar los dientes del lobo; él seguirá siendo feroz.
Necesitamos asumir urgentemente un tipo diferente de relación con la naturaleza y la Tierra, contrario al modelo dominante. Hace falta decir que se necesita un nuevo paradigma de producir, distribuir, consumir y vivir en la misma Casa Común. El cambio exige construir algunos pilares que sean los cimientos que soporten el nuevo paradigma. De lo contrario, repetiremos siempre lo mismo y de peor manera. Es como si quisiéramos curar las heridas de la Tierra cubriéndola con venditas.
Primero: una visión espiritual diferente del mundo y su correspondiente ética. Esto, a mi modo de ver, no tiene necesariamente que ver con la religiosidad, sino con una nueva experiencia de la realidad, una determinada sensibilidad y un espíritu diferente. Y la alternativa es esta:
- o nos relacionamos con la Naturaleza y la Tierra como si fueran un baúl de recursos para nuestra explotación y uso, queriendo someterlas a nuestros propósitos (éste es el paradigma actual),
- o nos relacionamos sintiéndonos parte de la Naturaleza y de la Tierra, adaptándonos a sus ritmos, no encima sino al mismo nivel que todas las criaturas, con la conciencia de cuidarlas y protegerlas para que continúen existiendo y dando a la comunidad de Vida, de la que somos miembros, todo lo que necesitan para vivir y para seguir co-evolucionando. Este es el paradigma alternativo que implica respeto y veneración, ya que formamos un todo orgánico dentro del cual cada ser tiene un valor en sí mismo, independientemente del uso que le demos, pero relacionado siempre con todos los demás.
Esta nueva sensibilidad y espiritualidad diferentes, constituyen el nuevo paradigma, que pueden dar lugar a otro tipo de civilización, integrada en el conjunto, y otra forma de habitar la Casa Común. Sin esta sensibilidad/espiritualidad y su traducción en una ética ecológica, no podremos superar el caos “caótico” actual. Reiteramos firmemente: todo dependerá del tipo de relación que establezcamos con la Tierra y con la naturaleza: ya sea de uso y explotación, o de pertenencia y convivencia, respetuosa y cuidadora.
Segundo: rescatar el corazón, el afecto, la empatía y la compasión. Esta dimensión del pathos ha sido descuidada en nombre de la objetividad de la tecnociencia. Pero en ella anidan el amor, la sensibilidad hacia los demás, la ética de los valores y la dimensión espiritual. Si no hay lugar para el afecto y el corazón, no hay razón para respetar la naturaleza y escuchar los mensajes que, en este caso, son enviados por las inundaciones y el calentamiento global. La tecnociencia ha producido una especie de lobotomía en los seres humanos que ya no sienten sus gritos. Se imaginan que la Tierra es una simple despensa de víveres infinitos al servicio de un proyecto de enriquecimiento infinito. Un planeta finito no soporta un proyecto infinito. Debemos pasar de una sociedad industrialista y consumista que agota la naturaleza, a una sociedad que conserva y cuida toda la vida y ejerce un consumo responsable y compartido. Debemos articular el corazón y la razón para estar a la altura de la complejidad de nuestras sociedades.
Tercero: tomar en serio el principio de cuidado y de precaución. O cuidamos lo que queda de la naturaleza, regeneramos lo que tenemos devastado e impedimos nuevas depredaciones, como el MST que se propuso en este 2020 plantar un millón de árboles en las áreas asoladas por el agronegocio, o nuestro tipo de sociedad tendrá los días contados.
La precaución exige que no se tomen medidas ni se realicen experimentos cuyas consecuencias no puedan controlarse. Además, la filosofía antigua y moderna ya ha visto que el cuidado pertenece a la esencia humana, y más: que es la condición previa necesaria para que surja cualquier ser. También es la guía anticipada de toda acción. Si la Vida, también la nuestra, no se cuida, enferma y muere. La prevención y el cuidado son decisivos en el campo de la nanotecnología y de la inteligencia artificial autónoma. Ésta, con sus algoritmos de millones de datos, puede tomar decisiones, sin que lo sepamos, y penetrar en arsenales nucleares, activar las ojivas y lanzarlas, poniendo fin a nuestra civilización.
Cuarto: el respeto a todos los seres. Cada ser tiene valor intrínseco y tiene su lugar en el conjunto de los seres. Incluso el más pequeño de ellos revela algo del misterio del mundo y del Creador. El respeto impone límites a la voracidad de nuestro sistema depredador y consumista. Quien mejor formuló una ética de respeto fue el médico y pensador Albert Schweitzer (+1965). Él enseñaba: la ética es la responsabilidad y el respeto ilimitado por todo lo que existe y vive. Este respeto por el otro nos obliga a la tolerancia, que es urgente en el mundo y entre nosotros, particularmente bajo el gobierno brasileño de extrema derecha que alimenta el desprecio por los negros, los indígenas, los quilombolas, las personas LGBT y las mujeres.
Quinto: actitud de solidaridad y de cooperación. Esta es la ley básica del universo y de los procesos orgánicos. Todas las energías y todos los seres cooperan entre sí para mantener el equilibrio dinámico, garantizar la diversidad y que todos pueden co-evolucionar. El propósito de la evolución no es otorgar la victoria a los más adaptables, sino permitir que cada ser, incluso el más frágil, pueda expresar virtualidades que emergen de aquella Energía de Fondo o Fuente que hace ser todo lo que es, que sostiene todo en cada momento, de donde salió todo y a la que todo vuelve. Hoy, debido a la degradación general de las relaciones humanas y naturales, debemos, como proyecto de vida, ser conscientemente solidarios y cooperativos. De lo contrario, no salvaremos la vida ni garantizaremos un futuro prometedor para la humanidad. El sistema económico y el mercado no se basan en la cooperación sino en la competición, la más desenfrenada. Por eso crean tantas desigualdades, hasta el punto de que el 1% de la humanidad tiene el equivalente al 99% restante.
Sexto: es fundamental la responsabilidad colectiva. Ser responsable es darse cuenta de las consecuencias de nuestros actos. Hoy hemos construido el principio de la autodestrucción. El dictamen categórico es entonces: actúa de manera tan responsable que las consecuencias de tus acciones no sean destructivas para la vida y su futuro y no activen la autodestrucción.
Séptimo: acometer todos los esfuerzos posibles para lograr una biocivilización centrada en la Vida y en la Tierra. Todo lo demás se destina a este propósito.
En fin, el tiempo de las naciones ha pasado. Ahora, en el contexto de un nuevo paradigma, es hora de construir y salvaguardar «el destino común de la Tierra y la Humanidad». Su realización sólo se logrará si construimos sobre los pilares mencionados. Entonces podremos vivir y convivir, convivir e irradiar, irradiar y disfrutar la alegre Celebración de la Vida.
2020-02-22
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