¿La vida en el centro? Algunas evidencias y contradicciones (Parte 1)

Como ha analizado ya a profundidad la economía feminista, la reproducción y el cuidado de la vida en todas sus expresiones es un proceso complejo.

10/04/2020
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Foto: Wharton School
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Vida, cuidados, solidaridad, son las nociones más evocadas en estos días, en un tiempo inédito en todos los sentidos. En una realidad en que todo se ha puesto al límite, los hechos otorgan validez plena a las interpretaciones y propuestas económicas de corrientes críticas como la economía feminista, que precisamente han evidenciado la escalada del conflicto capital – vida y la urgencia de transformar el sistema, ubicando la reproducción ampliada de la vida como eje de todos los procesos económicos.

 

La evidencia de estas semanas muestra de modo sintético y hasta pedagógico los alcances de la insostenibilidad y de los desequilibrios generados por el capitalismo, así como las pautas de salida. Las escenas de desamparo y muerte conviven, en los extremos, con las de limpieza del aire y de la sorprendente restauración de la naturaleza. Vemos de modo condensado realidades, capacidades (o incapacidades) de respuesta, conflictos, urgencias de transformación, visiones de futuro.

 

El virus opera como detonante inmediato y visible de una crisis múltiple, con la novedad del alcance global y generalizado de sus impactos, ya inescapables. Un efecto también inmediato ha sido el alineamiento de sentidos comunes latentes, que han discurrido hasta hoy de modo fragmentario o localizado. No se tardó en reconocer, por ejemplo, que el planeta necesitaba un respiro, que era necesario parar, o que los cuidados son centrales tanto para la vida como para la economía[1].

 

En el último episodio de crisis global (2008) se avanzó en la percepción de sus alcances sistémicos, más allá de su expresión financiera –incluso se perfiló una suerte de consenso, luego diluido, al respecto-. Fue evidente y admitido que la crisis del capitalismo había traspasado el umbral de la sostenibilidad, que no se trataba ya solo de la burbuja financiero especulativa sino de los límites de reproducción material, de la ruptura de los mínimos equilibrios de flujos materiales indispensables para la producción y la vida misma.

 

Anotábamos entonces la necesidad de diferenciar dos dimensiones: las crisis periódicas del patrón de acumulación capitalista, y la crisis permanente que este sistema provoca en las condiciones de vida de la mayoría de la población[2].

 

Hoy esos dos ámbitos de crisis se intersectan de modo más ostensible. Por un lado, la forzosa paralización por la cuarentena rebasa cualquier expresión sectorial o regional, es el sistema en su totalidad el que experimenta un fallo general; por otro lado, el contagio o riesgo alcanza a toda la población, la vida cotidiana de todas las personas se altera, no sólo de las empobrecidas de los países empobrecidos. Así esta crisis interna ya no puede ser disociada de la crisis permanente a la que el capitalismo ha sometido a buena parte de la humanidad.

 

En este umbral, surge una agenda mínima, se esboza un consenso que recoge tanto las experiencias próximas como las expectativas de siempre. Se aprecia que hemos llegado demasiado lejos para reconocer cuestiones obvias y básicas: que cuidar la vida es prioritario, que la salud es un derecho y no una mercancía, como lo son la alimentación, la ciencia, la tecnología y los conocimientos, que fortalecer lo público es urgente, que diversas formas económicas afines con la vida aportan en medio de desventajas, que la comunidad internacional tiene sentido para velar por el bien común, para cooperar no para competir. Es decir cuestiones planteadas o en parte aplicadas ya desde una perspectiva progresista, post neoliberal, de transición hacia los cambios más estructurales y civilizatorios que se han vuelto urgencia.

 

Pero buena parte de las reacciones en ciernes –especialmente las de entidades que han diseñado la globalización que padecemos– están marcadas por una inercia sistémica, si bien matizadas en lo inmediato por la fuerza de los hechos. En medio de interrogantes e intereses en disputa, una buena parte de la sociedad está neutralizada por el aislamiento, expuesta al control vertical de la vida, incluso con represión, reducidas al mínimo sus posibilidades de toma de decisiones, en términos individuales y colectivos.

 

La complejidad económica y social de los cuidados

 

Como ha analizado ya a profundidad la economía feminista, la reproducción y el cuidado de la vida en todas sus expresiones es un proceso complejo, en el que se combinan trabajos, actividades, relaciones, recursos diversos. Esa complejidad resultó especialmente visible en estas semanas y es uno de los nudos de lo que vendrá.

 

La pausa obligada, de la que nadie escapa, se vive con la intensidad de todas las desigualdades y privilegios que configuran el presente. Entre quienes tienen resueltos abastecimientos y otros asuntos básicos el confinamiento se encara con matices más existenciales y trascendentales, con un acompañamiento mediático centrado en ofertas de entretenimiento o aprendizaje. Entre quienes viven con el imperativo de resolverlo todo en el plazo perentorio del día a día, se afronta con incertidumbre y angustia, más aún cuando hay casos de contagio y muerte.

 

De modo contradictorio, el reconocimiento de la importancia y complejidad de los cuidados ha ocurrido al mismo tiempo que su reconcentración en los hogares.  La práctica de alejamiento social interrumpe los esquemas que, con todas las deficiencias marcadas por la ausencia de verdaderos sistemas de cuidados en la mayoría de nuestros países, funcionan sumando trabajo en los hogares, redes familiares, vecinales y sociales, bienes y servicios públicos y algunos privados.

 

La obvia consecuencia inmediata ha sido una mayor intensidad de trabajo y responsabilidades para las mujeres, ya previamente sobrecargadas de tales tareas. La precariedad y el riesgo se agudizan para los hogares que funcionan en espacios reducidos, que normalmente compensan el hacinamiento y límites de sus espacios con el uso y funcionalización de espacios públicos adyacentes a las viviendas para extender mínimamente el hábitat, posibilidad hoy reducida o eliminada.

 

La feminización estructural de los cuidados está presente en servicios como salud y educación básica, donde los segmentos más numerosos, de la base de la pirámide ocupacional, son mujeres. En las condiciones de servicios públicos de salud débiles o debilitados por el neoliberalismo, la atención de la pandemia ha significado condiciones extremas de trabajo e incluso el contagio y la muerte.

 

El re centramiento de los cuidados en los hogares hace parte ya de los cambios que llegan para quedarse, al menos por un tiempo, pues tras esta cuarentena el esquema de alejamiento social supone mantener cerradas escuelas, guarderías y otros servicios similares. La naturaleza del trabajo de cuidados hace que no pueda convertirse en teletrabajo, no son posibles los telecuidados.

 

Pero dado que la importancia y la complejidad de los cuidados han sido valoradas y reconocidas en esta crisis ¿cabe esperar cambios sustantivos? ¿Se dará un salto cualitativo adoptando, al fin, una lógica de cuidados como base de la organización económica y social?

 

Todo está sujeto a interrogantes. Se ha dicho que empezó la caída del neoliberalismo y del capitalismo, que el modo de vida depredador llega ya a su fin. Se observa también el riesgo de una mayor concentración de la propiedad y el poder por parte de las corporaciones y élites empresariales, facilitado por las restricciones que impone a la población el manejo de la pandemia, especialmente el alejamiento social, sea este total o parcial.

 

En estos días se está reconfigurando el mundo, tras la cuarentena la vida no será la misma para nadie, pero no hay certezas sobre el sentido y alcance de esos cambios.

 

- Magdalena León T. es integrante de la REMTE y del Grupo de Trabajo 'Feminismos, resistencias y emancipación' de CLACSO.

 

 

 

[1] Este sentido común ha fluido desde principios de la cuarentena. Uno de tantos memes anónimos planteaba, por ejemplo, toda una agenda: “Qué tal si aprovechamos una situación tan compleja y extraordinaria a la vez para sacar algunas cosas en claro? 1) Parar un poco, ralentizarnos, pensar e imaginar. 2) Ver lo sencillo y rápido que es reducir las emisiones y limpiar el aire de nuestras ciudades. 3) Fin del turismo depredador. 4) Valorar los servicios públicos como algo esencial. 5) Comprobar que el teletrabajo es viable. 6) Una gran oportunidad para compartir tareas y cuidados. 7) Lo comunitario frente a lo masivo. 8) Tomar conciencia de nuestro potencial empático y colectivo para preservar la vida. 9) Experimentar cómo podría ser una sociedad en decrecimiento, aunque sea momentáneo.”

[2] Ver León T., Magdalena, “Reactivación económica para el Buen Vivir: un acercamiento”, en Sumak Kawsay: recuperar el sentido de la vida, América Latina en Movimiento No. 452, ALAI, Quito, 2010.

https://www.alainet.org/de/node/205828?language=en

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