José Carlos Mariátegui, siempre presente
- Análisis
Este 16 de abril se cumplen 90 años desde la partida física del gran intelectual y pensador peruano José Carlos Mariátegui, quien falleció a la temprana edad de 35 años. Es efectivamente una partida física pues el legado del querido Amauta permanece imperecedero y cada vez más actual a pesar del tiempo transcurrido desde su muerte. Parafraseando a Italo Calvino podríamos decir que Mariátegui es un clásico porque es un pensador que no terminó de decir todo aquello que tenía que decir.
Considerado por Antonio Melis como el primer marxista de América Latina, el insigne peruano llegó a producir una vasta obra que incluye varios ensayos y decenas de artículos que posteriormente fueron recopilados por su esposa e hijos en una colección de 20 libros de bolsillo bajo el sello de la Empresa Editora Amauta. En esta edición de sus obras completas realizada en un formado popular para que fuera accesible a todo público, se pueden encontrar los dos libros que Mariátegui publicara en vida (La escena contemporánea en 1925 y Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana en 1928), así como una extensa colección de escritos publicados con posterioridad a su defunción, como Defensa del marxismo (1934); El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy (1950) y La novela y la vida (1955), entre otros.
Mariátegui fue capaz de construir un pensamiento original, con una particular lectura de las teorías marxistas en dialogo con otros pensadores que no formaban parte del canon ortodoxo, tales como George Sorel, Henri Bergson, Benedetto Croce, Antonio Labriola, Friedrich Nietzsche o Miguel de Unamuno, de quien el peruano rescató su concepción del agonismo.
De George Sorel, Mariátegui extrae una visión mítica de la gesta revolucionaria y una perspectiva pionera e inédita sobre los cimientos de la conciencia social, no solo en el contexto latinoamericano, sino que también a escala mundial. Para Mariátegui el Mito es el auténtico principio movilizador, es un ideal del absoluto, de una certeza en medio al relativismo de la verdad, en la que “una verdad solo puede ser válida para una época”. Esta concepción, que le otorga preponderancia al mito como sustento de las convicciones y de la praxis revolucionaria, queda claramente expresada en sus reflexiones de manifiesta influencia soreliana, como aquella expuesta en su columna “El hombre y el mito” publicada originalmente en la Revista Mundial de Lima, el 16 de enero de 1925.
Lo que más neta y claramente diferencia en esta época a la burguesía y al proletariado es el mito. La burguesía no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrédula, escéptica, nihilista. El mito liberal renacentista ha envejecido demasiado. El proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa. La burguesía niega; el proletariado afirma. La inteligencia burguesa se entretiene en una crítica racionalista del método, de la teoría, de la técnica de los revolucionarios. ¡Qué incomprensión! La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del mito. (...) Hace algún tiempo que se constata el carácter religioso, místico, metafísico del socialismo.
A esta perspectiva mística, si se quiere religiosa de la revolución, Mariátegui le adiciona su preocupación por otro componente de las clases explotadas, a saber, el indígena peruano y por extensión, de los pueblos originarios de América Latina. Inspirado por su estadía en Europa, por sus lecturas e intercambios con la intelectualidad del viejo continente, el Amauta regresa a su patria con el firme propósito de emprender la “tarea americana”, es decir, traducir para nuestro continente aquellos aspectos que había absorbido en su residencia de casi cuatro años en Europa, la mayor parte en Italia. Pero su propuesta, aunque inspirada por los debates y experiencias acumuladas en ese continente, no quiere ser simplemente “calco y copia” mecánica de aquello que había aprendido en ese periodo donde -como manifiesta en una carta a Samuel Glusberg- “despose a una mujer y algunas ideas”.
Para Mariátegui, emprender “La tarea americana” significaba pensar la región a partir de las categorías que había adquirido de su formación marxista en Europa, pero poniendo el acento en las peculiaridades y características de nuestra América. De esa estadía en Europa el Amauta escribirá posteriormente en diciembre de 1929:
Sólo me sentí americano en Europa. Por los caminos de Europa, encontré el país de la América que dejara y en el cual viví casi como un extraño y ausente. Europa me reveló hasta qué punto yo pertenecía a un mundo primitivo y caótico; y al mismo tiempo me impuso, me esclareció el deber de una tarea americana. Pero de esto, algún tiempo después de mi regreso, yo tenía una conciencia clara, una noción nítida. Sabía que Europa me había restituido, cuando parecía haberme conquistado plenamente, al Perú y a América.
Así, el marxismo de Mariátegui no implica un trasvasije automático de la batería conceptual del marxismo, ni de la condición del proletariado como sujeto revolucionario por excelencia. Sin desconocer el papel fundamental a ser desempeñado por la clase operaria, para el Amauta el campesinado indígena andino poseía un significativo repertorio cultural que lo situaba como un actor central para avanzar hacia la revolución social de la mano de las tradiciones comunitarias de los incas (comunismo incaico), pero no para regresar a un pasado bucólico, sino para articular dialécticamente los aspectos de una modernidad incompleta como la peruana a aquellos de un modelo diferente de modernidad que instalase un tipo de racionalidad alternativa anclada en los valores y prácticas de las comunidades andinas, tales como la cooperación, la reciprocidad, la solidaridad, la fraternidad, el bien común y el respeto por la naturaleza y por nuestros semejantes.
El socialismo de Mariátegui extiende sus raíces hacia aquello que nos es propio y único, hacia nuestro sustrato indígena que se encuentra arraigado en la cosmovisión y en las formas de habitar el mundo de cientos de poblaciones y aldeas de nuestra América. En ese sentido, la figura del Amauta se proyecta como la de un autor original, creador de una poderosa e innovadora obra que es profunda y autentica, porque rescata elementos de la identidad indígena de su tierra y de la región altiplánica, incluyendo a los pueblos nativos dentro de una estrategia de construcción de un socialismo con un sello particular, un sello indoamericano.
Por ello y por muchos otros motivos, debemos celebrar y conmemorar la vida, las ideas y las luchas que emprendió este importante pensador revolucionario peruano –y americano- que continua extraordinariamente vigente para seguir deliberando los caminos hacia la transformación social y para fortalecer la idea de que otro mundo es posible.
Fernando de la Cuadra
Doctor en Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia.
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