Sobre el “origen” y las “responsabilidades” de la pandemia (II)

04/06/2020
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Siguiendo con la reflexión (de la primera parte del artículo), consideremos la mejor hipótesis para el origen de la pandemia actual: que el nuevo coronavirus no fue forjado artificialmente (como un arma para la competencia geopolítica capitalista), sino que fue una “casualidad provocada”, un fenómeno zoonótico causado por la destrucción intensiva del medio ambiente.

 

Esta última posibilidad (parcialmente “natural”) ya ha sido afirmada por varios científicos de diferentes naciones, y recientemente reiterada por el director del Programa de Emergencia de la OMS, Mike Ryan (“El coronavirus no fue hecho en laboratorio”, Notícias ONU, mayo/2020).

 

Sin embargo, es cierto que Estados Unidos, cuyo gobierno de extrema derecha intenta beneficiarse geopolíticamente de la catástrofe, trasladando su carga a China, tiene una historia de uso de armas biológicas: en conflictos en los que sus objetivos militares estratégicos han resultado difíciles (casos de Cuba y Corea, como se presenta al principio del artículo). Por otro lado, vivimos en un momento histórico peculiar, en el que la economía y el poder militar chinos florecen, y Estados Unidos ve que su ventaja económica y geopolítica se desploma. Por lo tanto, no faltarían razones para la superpotencia (dirigida por un presidente que es de los más necios que han ocupado el cargo).

 

Sin embargo, dada la investigación publicada hasta ahora, y la dinámica muy contagiosa (y por lo tanto incontrolable) de este virus en particular, la hipótesis de que el nuevo coronavirus se fabricó en un laboratorio no parece creíble.

 

En este caso, el covid-19 consistiría en una zoonosis; lo que, sin embargo, no modifica la conclusión (la misma que se aplicaría a la hipótesis “intencional”) de que la “responsabilidad” de esta calamidad sanitaria es del régimen productivo competitivo capitalista: un modelo administrado e impuesto en el planeta por las naciones “centrales” del capitalismo. Más precisamente, son por lo tanto los grandes poderes económicos los principales “responsables” de la pandemia, especialmente los EE.UU. y las naciones (sus subordinadas directas) que conforman el club G7 de los países dominantes del régimen.

 

Son estos miembros del G7 los “líderes” del brutal desequilibrio del metabolismo hombre-naturaleza, especialmente después de la propagación neoliberal (variación agresiva de la práctica capitalista, que a fines de la década de 1970 se impone como una respuesta conservadora a la crisis estructural-lógica del sistema).

 

Esa “responsabilidad” es clara si se tiene en cuenta que son estos países dominantes los que (todavía) dirigen el “sentido de la historia”, en el concepto del filósofo-historiador Caio Prado Júnior. Ellos son los que dan la línea de producción global, condenando el sistema mundial a un régimen desregulado (“liberal”), sin planificación racional y lleno de desperdicios significativos, según su paradigma insostenible de progreso como “crecimiento económico eterno”.

 

Como ejemplo de la falta de racionalidad “liberal”, entre muchos casos, véase la queja presentada hace unos años por el ganador del Premio Nobel de Química, Thomas Steitz (de la Universidad de Yale, EE.UU.): “Los laboratorios farmacéuticos no investigan antibióticos efectivos ... prefieren centrar el negocio en los medicamentos que deben tomarse durante toda la vida”, y agrega, “muchas de las grandes compañías farmacéuticas cerraron su investigación sobre antibióticos que de hecho curan a las personas” (“Indústria farmacêutica não quer curar pessoas”, Terra, 2011).

 

Como muchos pensadores ya han demostrado (el caso de Adorno y Horkheimer, en su Dialéctica de la Ilustración), la idea del “progreso capitalista” es una ideología de control social y de la naturaleza: lejos de ser un efectivo “desarrollo humano”, el tipo de “progreso” emprendido por el régimen capitalista se reduce a un mero “progreso instrumental”. Sus “avances” – solo “técnicos” –, sin tomar en cuenta cualquier ética o sentido democrático, apuntan a la sujeción de los seres humanos (“partes” de su máquina productiva) y al dominio de los recursos naturales (la Madre-Tierra vista como materia prima), en beneficio de las ganancias de pocas megacorporaciones.

 

Este es nuestro escenario global hoy: cada vez más conflictivo y poco saludable; además, sujeto a intereses de cada vez menos monopolios, estos “nuevos reyes del mundo” (dueños incluso de las guillotinas).

 

Pandemia: expresión de la crisis de la civilización

 

Se ha advertido durante décadas que este tipo de “desarrollo” no planificado e irresponsable, guiado por una idea irracional de “crecimiento económico” (ilimitado), amenaza la vida en nuestro planeta (limitado).

 

Según João Pedro Stédile, del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil (“Esta pandemia é a expressão mais trágica da fase atual do capitalismo”, Brasil de Fato, abril/2020): la calamidad actual es un emblema trágico del capitalismo contemporáneo, “de la crisis civilizatoria que estamos viviendo”; el estallido de innumerables nuevas zoonosis es “parte de la consecuencia de haberse desequilibrado las fuerzas de la naturaleza, con el modelo de producción agrícola industrial a gran escala”; “la mayoría de los nuevos virus se han extendido a través de la creación de animales a gran escala, aves, cerdos, ganado”.

 

Esta advertencia de Stédile es corroborada por François Moutou (de la Sociedad Francesa para el Estudio y Protección de los Mamíferos): “Un ecosistema mal alterado es rico en una gran diversidad de especies, a diferencia de una ganadería en la que se cría una sola especie y cuyos individuos son lo más homogéneos posible”. En este caso, dice este epidemiólogo: “la llegada de un virus, de una bacteria, para un individuo de la creación, probablemente se traducirá en la invasión de todos los demás, dando lugar a una epidemia” (“Las zoonosis: entre la especie humana y los animales”, Viento Sur, mayo/2020).

 

El líder del MST sostiene además que, para evitar nuevas catástrofes humanitarias, existe una necesidad urgente de debatirse el tema de la “soberanía alimentaria”, la “agroecología”, la necesidad de invertir en la “agricultura familiar campesina”: “la reforma agraria ya no es un tema [solo] campesino... lo que está en la agenda ahora es la producción de alimentos saludables para toda la sociedad”. Necesitamos por lo tanto, afirma Stédile, no solo cambiar la “estructura de propiedad” de la tierra, sino también los “paradigmas” productivos actuales: esta concepción sujeta al capital que nos imponen desde arriba las organizaciones que mantienen el sistema (como el FMI, el Banco Mundial y su ala armada, la OTAN, que se requiere cuando la violencia económica encuentra cierta resistencia física).

 

***

 

En medio de este escenario desastroso, Trump y la derecha estadounidense atacan a China. Ya con miras a la campaña de reelección, el gobierno “republicano” trata de ocultar su respuesta desastrosa a la pandemia, así como el fracaso histórico del sistema de salud de su tan rica y muy “avanzada” nación, aprovechando la agravada xenofobia, del sentimiento anti-chino que con el apoyo de los principales medios conservadores, creció con la calamidad global de salud. Por otro lado, Washington busca difundir argumentos inconsistentes entre la opinión pública y la llamada comunidad internacional, con el fin de obtener apoyo para su solicitud de privilegios, en la guerra comercial que ha estado librando contra Pequín.

 

De hecho, los asesores de Trump ya han dicho que su campaña se centrará en culpar a China por el caos, prometiendo resucitar la economía sacudida por la “pandemia china” (“Culpem a China e reativem a economia”, UOL, mayo/2020).

 

Para los EE.UU., el ascenso económico de China es una amenaza real: si no a su “seguridad nacional”, como alardean algunos extremistas, pero ciertamente a su hegemonía planetaria – sin competidores desde la derrota de la Unión Soviética.

 

Planificación estatal y solidaridad global

 

Pero veamos el ejemplo de China: una nación con un estado fuerte que, lejos de ser “comunista” (a pesar del nombre del partido gobernante), tiene al menos la capacidad de planificación social; que lejos de ser “rica” (si analizamos la situación per cápita), ha seguido mostrando al mundo que está menos centrada en sí misma que Estados Unidos.

 

En febrero, un equipo de la OMS ha constatado que: “ante un virus hasta ahora desconocido, China llevó a cabo el plan de control de transmisión más ambicioso, ágil y enérgico de la historia”.

 

La estrategia del gigante asiático para enfrentar la enfermedad tan rápido como lo requerido por el brote fue:

 

i) aislar no solo la provincia infectada, sino también restringir el movimiento dentro de las ciudades, con el uso de la tecnología y la fuerza pública;

 

ii) dirigir los recursos humanos y materiales (pruebas, dispositivos de protección, maquinaria hospitalaria, equipos médicos y de enfermería) a la salud, sin restricciones de “límites presupuestarios” (como en la economía liberal, de visión corta), según lo requerido por calamidad, incluidos los fondos para la construcción relámpago de hospitales completos;

 

iii) garantía de alimentos y servicios básicos para todos los ciudadanos sujetos a cuarentena, y mecanismos para detener la propagación de rumores y noticias falsas, evitando el pánico.

 

(Prácticas tan diferentes de nuestro achicado Brasil, este resto del golpe de estado liberal de 2016, que dio paso a la aventura neofascista de Bolsonaro).

 

La ciudad de Wuhan y la provincia de Hubei permanecieron aisladas durante 76 días; China detuvo la pandemia en su territorio. Y hoy son los Estados Unidos, además de Brasil, los que se dirigen a una catástrofe – fenómeno que pronto afectará, para allá de la política interna, la geopolítica.

 

Además, en la reunión anual de la OMS, celebrada en mayo, el presidente Xi Jinping declaró que la gran potencia oriental, durante dos años, asignará dos mil millones de dólares para combatir el coronavirus, una suma que se destinará principalmente al desarrollo social y económico de países pobres afectados. También aseguró que los laboratorios chinos ya han comenzado a probar cinco vacunas en humanos, y que tan pronto como una funcione, estará disponible para todas las naciones del mundo, como un “bien público global” (AFP, mayo/2020).

 

Una idea tan contrastante con la de un Trump que intentó corromper un laboratorio alemán por patente que le daría a los Estados Unidos la “exclusividad” de la nueva vacuna que se creará (RTP, marzo/2020), y que pirateó respiradores artificiales en camino al Brasil de su “amigo” Bolsonaro (The Intercept, abril/2020).

 

Palabras de un pensador desde dentro del remolino

 

Como dice el crítico Noam Chomsky (Diálogos del Sur, abril/2020): la crisis del coronavirus es “un fracaso colosal del mercado”, “de la intensificación neoliberal”. En otras palabras: es el fracaso de las prácticas productivas y sociales que han estado ocurriendo, especialmente desde la crisis estructural capitalista dejó de ser una teoría (a fines de la década de 1960, y cuyos efectos más claros fueron las rebeliones populares mundiales de 1968). “Esto se supo durante mucho tiempo, que la pandemia era altamente probable”, reflexiona el estadounidense, una “modificación” de la epidemia del Síndrome Respiratorio Agudo Severo, de 2003; este virus tenía que haber sido “identificado, secuenciado”: “había vacunas disponibles, los laboratorios de todo el mundo podían trabajar directamente para desarrollar protección a una potencial pandemia”. Pero no: “entregamos nuestro destino a tiranías privadas”, ya que la investigación de “nuevas cremas corporales es más rentable que las vacunas”.

 

Y el nonagenario socialista agrega una observación que invita a la meditación, sobre una característica que simboliza el individualismo patológico contemporáneo (lo que refleja en el debilitamiento de la resistencia y la organización social): “Las universidades en los Estados Unidos tienen letreros que dicen ‘mire hacia adelante’”; “las redes sociales” aíslan cada vez más a las personas; es necesario crear “lazos sociales”, “organizaciones”.

 

El necesario no es producir más intensamente, por el contrario; mirar hacia adelante es necesario.

 

Calamidad: fruto podrido del libertinaje del capital

 

En resumen, esta pandemia es uno de los frutos podridos del libertinaje productivo del capitalismo: otro recurrente “efecto secundario” de este destructivo modelo competitivo, que no logra en lo más mínimo “mirar hacia adelante”, y que sigue violando los últimos rincones naturales de la Tierra.

 

La calamidad y su crisis consecutiva son el resultado de décadas de presión global (por “ajustes” neoliberales) de los estados dominantes sobre los países periféricos. Siempre a favor de la “ciudadanía mínima”: con su ideología contraria a las inversiones en derechos sociales, con su falta de planificación estatal, con su falacia de “estado mínimo” (lo que cada vez más lega el rumbo del planeta a intereses privados, centrados en unos cientos de familias-mafias).

 

La responsabilidad de esta pandemia – y de las siguientes que probablemente surjan – recae por lo tanto en los líderes de esa “civilización” que hace mal uso del conocimiento y las tecnologías, poniéndolas no al servicio del hombre, sino de las ganancias. Es de una cultura torcida, que invierte en cosméticos, no en vacunas; que promueve el agronegocio y avanza sobre los bosques y las culturas nativas (destruyendo milenarios saberes de la tierra); que requiere “estados mínimos” para la salud, la educación, la seguridad social, el saneamiento básico... pero apela al “estado fuerte” para sus guerras de dominación y sus rescates multimillonarios del mercado financiero.

 

Como es bien sabido, detrás de cada estado mínimo, hay estados fuertes, siempre al acecho.

 

 

https://www.alainet.org/de/node/207001?language=en

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