El Moncada y nuestro tiempo
- Opinión
Se dice -y es verdad- que el asalto al Cuartel Moncada, ocurrido el 26 de Julio de 1953, es una bella historia, que jamás debemos olvidar.
Sucedió en el fragor de la lucha de clases en la Mayor de las Antillas, luego que Fulgencio Batista consumara en marzo de 1952 el Golpe de Estado que lo insertara en la cúpula del poder hasta diciembre del 58; y dio inicio a una lucha que se prolongó fragorosamente, y que conoció acontecimientos de leyenda: la prisión de Isla de Pinos, el corto periodo mexicano, el viaje del Granma y la guerrilla de la Sierra Maestra; episodios todos de una misma epopeya, la que se inscribió con letras de molde en el muro de la historia y que llega hoy como antesala de la Cuba de nuestro tiempo, el Primer Territorio Libre de América y la Primera Revolución Socialista en nuestro continente.
Los atacantes del Moncada fueron valerosos luchadores, que actuaron convencidos que darían inicio a un proceso que nadie podría detener. No repararon en lo que podría ser su destino personal, porque incubaron la idea que más importante que él, era el destino de su pueblo. Él, los había convocado.
Es posible que en el imaginario de cada uno de quienes tomaron las armas aquella madrugada en Santiago de Cuba, hayan desfilado, como en imágenes sucesivas, diversos episodios de la cultura cubana: la Insurrección de 1868, el rostro de Mariana Grajales, la mirada de Antonio Maceo, el avance de la Caballería Mambisa, el mensaje de José Martí.
Pero en todos estaba, sin duda, el sentido de las palabras de Fidel en la Granjita Siboney, antes de iniciar la acción prevista. Era un llamamiento a la lucha con una idea clara: este es el inicio de una guerra en la que no hay alternativa: o vencemos, o morimos.
América vivía en aquellos años una etapa terrible de su historia. Las dictaduras más oprobiosas: Rojas Pinilla, en Colombia Pérez Jiménez, en Venezuela; Anastasio Somoza, en Nicaragua; Odría Amoretti, en el Perú; perfilaban el derrotero de la dependencia y de la sumisión ante el amo del norte.
En otra orilla, sin embargo, asomaban expresiones de rebeldía: Bolivia, con su Revolución Campesina de 1952; Guatemala, con los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz; y el peronismo en Argentina, buscaban una ventana de salud para un continente en sombras. Ya se iniciaba, entonces, una etapa nueva. La semilla de Sandino, empapada de sangre, comenzaba a dar frutos.
Han pasado ya 67 años de ese episodio, y el rostro de América ha cambiado significativamente. Cuba continúa el camino que iniciara su pueblo hace más de seis décadas, y marcha acompañada por la adhesión de millones se hombres y mujeres en todos los confines del planeta.
Y América vuelve a ser –sigue siendo- un territorio en el que se libra una feroz batalla entre la dependencia, y la soberanía; el dominio imperial, y la voluntad de los pueblos.
Y ocurre que en ese escenario se multiplican los Moncada. Acciones como las que protagonizan los pueblos de Venezuela o de Nicaragua, enfrentados a la ira del Imperio; podrían -quizá- tener la misma trascendencia y el mismo valor que el Moncada de aquellos años; porque son episodios que sellan un mismo destino.
A 200 años de la gesta emancipadora está claro que los sueños de San Martin y de Bolívar, siguen su curso. Las naciones de nuestro continente aún no han logrado integrarse como tales y forjar su propia identidad.
José Carlos Mariátegui, nuestro Amauta, sostuvo el Perú era una Nación en formación. Sobre los territorios originarios y sus culturas, se había sobrepuesto el dominio colonial, que no fue un proceso de asimilación, sino de opresión. El coloniaje no asumió la cultura nativa para empaparla con un nuevo mensaje, sino más bien buscó destruirla. Y esa fue una realidad no sólo peruana, sino continental. Por eso en todo el vasto territorio americano las poblaciones originarias no fueron asimiladas, sino más bien oprimidas.
La concreción del Perú se habrá de dar, sólo cuando la fusión de las culturas proyecte en el escenario un nuevo ideal. Y eso ocurrirá cuando seamos capaces -tras un indispensable periodo de inclusión social- de construir un Perú Nuevo en un Mundo Nuevo; es decir, cuando aquí, y en cada rincón del territorio americano, se afirme el mismo fenómeno; y de él, asome la integración que signará, finalmente, la unidad continental, el sueño supremo de Bolívar; la Patria Grande, de José Martí.
Si el Moncada fue la primera piedra del nuevo edificio, corresponde a los hombres de nuestro tiempo, concretar la tarea, es decir, culminar esta bella historia.
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