Vivimos dentro de un tapper

Constantemente recibimos un aluvión informativo muy bien dirigido, encauzado, constreñido, del que casi no podemos defendernos.

18/12/2020
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Nuestro mundo mediático –no sé si el hispanohablante o al menos el platense− está mucho más constreñido por el pensamiento políticamente correcto.

 

Nuestro presente, altamente tecnologizado, nos ha permitido alcanzar enorme velocidad, en nuestras comunicaciones mediáticas. Pero se trata de un aluvión informativo muy bien dirigido, encauzado, constreñido. Desde las usinas de producción informativa. De las que casi ni nos podemos defender puesto que se nos ofrecen como lo más confiable; hasta las instancias de verificado y chequeado que han ido estableciendo nos asegura que son el non plus ultra informativo.

 

Recibir. Recibir. Recibir.

 

Veamos algún episodio acaecido y lo que nos ha llegado, tratando de verificar nuestra proclamada pluralidad.

 

A principios del año que termina, un militar iraní, el general Quassem Soleimani, fue asesinado por una acción con drones de militares estadounidenses que hicieron volar los vehículos en que viajaban, con custodia, el mencionado Soleimani y algunos otros dirigentes militares iraquíes e iraníes, en el área del aeropuerto de Bagdad, todos ellos muertos en el atentado.

 

Desde que Irak fue destrozado por la invasión norteamericana que terminó matando a Saddam Hussein, lo que queda de la sociedad iraquí se ha ido reconstituyendo con mucho esfuerzo y una parte del país, con bases religiosas chiitas, se ha apoyado en Irán. Por eso, los contactos y la presencia iraní en Irak.

 

En algunas sociedades del hemisferio norte se ha puntualizado que este asesinato es un hecho sin precedentes: que un gobierno lleve a cabo una pena de muerte extrajudicial sobre un miembro de la dirección suprema de otro estado (para varios analistas, Soleimani era considerado el nro. 2 de su país).

 

Ha habido otras condenas a muerte efectivizadas y extrajudiciales en este estilo, pero cuando han caído sobre figuras principales de un país, sólo se las registra llevadas a cabo por su contendiente en estado de guerra (el jerarca alemán, nazi, Reinhard Heydrich, fue asesinado en 1942 en Praga por comandos británicos, en plena guerra mundial; es un ejemplo).

 

Ha habido atentados sobre humanos de un país considerados “objetivos” graves o peligrosos, asesinándolos, pero tales víctimas no expresaban un lugar tan directamente político, institucional, como Soleimani (por ejemplo, los atentados mortales contra científicos nucleares iraníes, no sabemos cuántos, pero una cifra cercana a la decena, orquestados todos ellos por Israel).

 

Pero que un estado pase por encima de toda frontera para matar al “segundo de a bordo” de un país contendiente, sin ninguna ruptura clara de hostilidades resulta, según estudiosos, un hecho sin precedentes en tiempos al menos modernos.

 

¿Se ha percibido la excepcionalidad de tamaño hecho en nuestras latitudes? Salvo el relato de lo acontecido, la descripción fáctica del atentado, las promesas de venganza iraní, cierto regodeo de personeros estadounidenses… no hemos rastreado este asesinato como “sin precedentes”.

 

Veamos otro acontecimiento con el que prácticamente abrimos el siglo XXI.

 

La voladura de las Torres Gemelas neoyorquinas. Que, como en el cuento de los 5 ácidos fuertes que son 4; el clorhídrico, el nítrico y el sulfúrico, pero al revés, las dos gemelas son tres. Porque a las dos torres del WTC, alcanzadas por sendos aviones como todos vimos, y desplomadas, aparentemente por el impacto aéreo, aunque se desplomaron con envidiable ”corrección” muy al estilo de implosiones controladas, hay que sumar el derribo de otro edificio lindante, enorme, de contextura distinta a las espigadas torres; el WTC 7, más bajo, pero mucho más grande de base, que sin choque aéreo alguno, se desplomó horas después de las dos torres iniciales, y siguiendo, más aun que las gemelas, todo el ritmo y la cadencia de una implosión controlada.

 

Cuando pasó ese formidable espectáculo televisivo que duró casi 24 horas –o esa tragedia colectiva convertida en espectáculo−, supimos que la extensa familia Osama fue evacuada de EE.UU. al día siguiente con destino a algún aeropuerto árabe. Se la quería proteger de alguna vindicta, puesto que desde el primer momento se acusó a Osama bin Laden, en un tiempo amigo directo del entonces presidente George W. Bush, del doble/triple atentado.

 

Si abordamos internet en castellano, la info es relativamente sencilla: el estallido de los aviones en los edificios, la tragedia colectiva así formada, los muertos, millares… y la versión oficial: los 19 atacantes musulmanes fanáticos de Al Qaeda, el providencial pasaporte de ese origen milagrosamente hallado entre las ruinas inmensas de tres edificios de 110, 110 y 47 pisos respectivamente.

 

Todo normal.

 

Si buscamos la misma cuestión, los mismos temas, en inglés, el panorama cambia apreciablemente. De inmediato aparecieron interrogantes.

 

Aparece, por ejemplo, la cantidad de población detenida inmediatamente después del horror. Más de mil potenciales sospechosos. Sobre todo jóvenes de origen musulmán. Y un centenar de israelíes o judíos.

 

En sitios de internet en inglés u otros idiomas leemos el peculiar episodio de los israelíes danzantes o festejantes, fotografiándose con desenfado y alegría en una playa de estacionamiento y tomando como telón de fondo el desastre de los edificios derribados (y los miles de muertos consiguientes).

 

Varias entradas-e nos hablan de las conversaciones diplomáticas entre autoridades israelíes y estadounidenses. Los jerarcas sionistas, negando terminantemente la posibilidad de una sospecha sobre sus conciudadanos. El muy famoso Mark Regev, embajador israelí ante EE.UU., negando enfáticamente que hubiera algún tipo de espionaje israelí en EE.UU., por ejemplo el de esos cinco jóvenes alegres.

 

Pero rápidamente se verificó que dos (al menos) de estos cinco fotógrafos de la alegría era miembros del MOSSAD, el servicio secreto israelí, considerado de los mayores y más omnipresentes del mundo entero…

 

Entre las fuentes en inglés sobre el 11 de setiembre neoyorquino hay un trabajo de David Ray Griffin, un conocido docente de filosofía y ética, titulado The New Pearl Harbor,1 con un estremecedor prólogo de otro intelectual formidable, Richard Falk, también docente, hoy un nonagenario, por años veedor de Derechos Humanos de la ONU para el trato dispensado por Israel a la población palestina despojada.

 

Griffin nos recuerda así que la intelectualidad del régimen había demandado y anunciado, doce meses antes, la clave para adueñarse por completo del poderío militar planetario: un nuevo Pearl Harbor.

 

En la historia oficial, Pearl Harbor se presenta como un ataque sorpresa japonés a la Marina de EE.UU., pero se han ido acumulando datos que han dado firmeza a otra versión: que fue una celada estadounidense para provocar el ataque japonés que le permitió a EE.UU., a sus sectores dominantes, entrar en la guerra como si fuera por autodefensa.

 

Ese “gambito”, recordemos, significó la muerte de unos dos mil miembros de la Marina de EE.UU.

 

Los atentados de falsa bandera parecen ser la moneda de cambio cada vez más usada por algunos poderes planetarios. EE.UU. tiene una “larga” tradición, aunque Israel parece llevarse las palmas (basta ver el papel de los mistarviim en los sucesivos avances y escaramuzas israelíes de apropiación de territorio).

 

Aclaremos que, con el paso del tiempo, ha habido espacio mediático para tesis alternativas en este caso en los canales de información en castellano.

 

Veamos otro ejemplo de disparidades mediáticas. Un libro aparecido en inglés en 2018, Rise & Kill First (Levántate y mata antes) de un periodista israelí, Ronen Bergman, no ha tenido (hasta ahora) traducción al castellano, pero sí enorme repercusión internacional. Trata de los asesinatos sistemáticos, organizados, al servicio del Estado de Israel.

 

Hay quienes lo ven como un destape de un modus operandi violento e impune y hay quienes lo ven como una socialización más bien publicitaria de los atentados llevados adelante por el MOSSAD israelí, para desembarazarse de “enemigos” y seguir reteniendo el protagonismo absoluto sobre esa tierra habitada durante siglos o milenios por lo que llamamos población palestina.

 

Pero las referencias en castellano, con el libro no traducido aún, son mínimas. Aunque se trata de un tema escandaloso.

 

Pongamos un último ejemplo de esta globalidad renga que estamos abordando. Se han conocido muchas hipótesis acerca del asesinato de John Kennedy, sobre todo porque la historia oficial Kennedy-Oswald-Rudy pareció tan endeble.

 

En la internet en inglés aparece una que no hemos podido rastrear en los miles de sitios electrónicos en castellano sobre el asunto, y ya no sobre la muerte de John sino las de John y Robert.

 

En 1962, Israel acaba de hacerse de los planos para la construcción de bombas nucleares, facilitados por Francia. John Kennedy procura que Israel se integre a la OIEA, la organización de la ONU que regula, al menos en principio, a los estados que disponen de dichas armas, a los que se les exige algunas conductas: declarar existencias, franquear inspecciones para medir y verificar declaraciones.

 

Israel se niega rotundamente a dejarse monitorear. Kennedy, los Kennedy, no comparten en absoluto que Israel disfrute de ese privilegio, de excepcionalidad para disponer de arsenal atómico, algo que, al menos en teoría, aceptan todos los demás (actualmente: EE.UU., Rusia, India, RPChina, Pakistán, Francia, Reino Unido y Corea del Norte).

 

El peso de los Kennedy en este asunto, como en otros, era considerable.

 

Las conversaciones al respecto tomaron un tono ríspido y según Wikipedia (un medio insospechable de animosidad hacia Israel) los negociadores israelíes (que se negaban a negociar) procuraron todo el tiempo dar largas a las conversaciones, en lugar de rechazar directamente las exigencias del gobierno estadounidense (los Kennedy).

 

Lo cierto es que, a través de postergaciones queda finalmente programada una nueva reunión (se habían malogrado otras anteriores) para fines de 1963, que a su vez naufraga con el asesinato de John F. Kennedy.

 

Hay hipótesis que vinculan los asesinatos de los dos hermanos al objetivo israelí de no verse obligado a franquear sus disponibilidades atómicas. Lo cierto es que de inmediato Israel logra un estatuto de excepcionalidad en este tema con el acceso de Lyndon Johnson a la presidencia, abandonándose todo plan de inspecciones a las instalaciones atómicas israelíes.

 

¿Conocemos en el universo hispanohablante la tesis, digamos la hipótesis, del asesinato de los dos Kennedy por parte de Israel? No la hemos podido rastrear.

 

Si el cuadro de situación que acabo de ejemplificar refleja mal que bien la realidad, entiendo que el primer paso para nutrirnos culturalmente y no andar mentalmente a remolque, es que el mundo de habla castellana y particularmente nuestra región, incremente las siempre descuidadas tareas de traducción. O acatar nuestra falta de incidencia, en cuestiones que nos afectan a todos.

 

- Luis E. Sabini Fernández ex docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista y editor de Futuros. http://revistafuturos.noblogs.org/

 

 

 

 

1 El título del trabajo de Griffin sobre los acontecimientos del WTC merece una aclaración: el think tank que elabora, durante la presidencia de William Clinton (1993-2001), el informe The Project for the New American Century, NSS, setiembre 2000, toda una estrategia para lograr que el s XXI fuera aun más american que el siglo que estaba acabando afirmaba: “Para preservar el predominio militar estadounidense en las décadas próximas, el Ministerio de Defensa tendrá que moverse agresivamente para experimentar nuevas tecnologías y conceptos operacionales.” Y se queja: “El Pentágono, constreñido por presupuestos limitados y acuciado por misiones militares de rutina ha visto que los fondos para la experimentación y la transformación han brillado por su ausencia […].” La intelectualidad adicta está alarmada. “Hay que hacer un esfuerzo a fondo de transformación […] Incluso el proceso de transformación, aun cuando comporte un cambio revolucionario, lleva miras de ser demasiado prolongado en el tiempo, si no hay un evento catastrófico y catalizador –como un nuevo Pearl Harbor−.” De allí que, con sagacidad Griffin invoque ese episodio como predecesor del 11 de setiembre (dentro de una ya larga cadena de jugarretas, como la voladura del Maine en La Habana, 1898, que muchos historiadores sostienen que fue “la razón” de EE.UU. para declararle la guerra a España).

 

 

https://www.alainet.org/de/node/210259
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