Profetas y testigos de la cultura del cuidado

Según el papa Francisco, es doloroso constatar que están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción.

05/01/2021
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Ilustración: https://www.agustinosrecoletos.com
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El mensaje del papa Francisco para la 54 Jornada Mundial de la Paz 2021, tiene por lema "La cultura del cuidado como camino de paz". El contexto de este mensaje es la gran crisis sanitaria de COVID-19 que se ha convertido en un fenómeno multisectorial y mundial que agrava las crisis fuertemente interrelacionadas, como la climática, alimentaria, económica y migratoria. La idea fuerza del texto es que la humanidad pueda progresar en este año por el camino de la fraternidad, la justicia y la paz, acentuando la cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación que suele prevalecer hoy en día.

 

Según Francisco, es doloroso constatar que, junto a numerosos testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción. Estos y otros eventos que, según el Papa, han marcado el camino de la humanidad en el último año, nos enseñan la importancia de hacernos cargo los unos de los otros y también de la creación. Nos enseñan que para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad se requieren mujeres y hombres que se constituyan en profetas y testigos de la cultura del cuidado. El profeta es conciencia crítica y propositiva, el testigo atrae y despierta interés por la coherencia mostrada entre sus ideales y su modo de vida.

 

El Papa hace ver, en principio, la importancia que tiene la cultura del cuidado en la tradición cristiana. Habla de un fundamento bíblico, el Dios de la Biblia no es solo un Dios Creador, sino también un Dios Cuidador y Protector de la vida. Reseña que el cuidado de la creación está en la base de la institución judía del sábado que, además de regular el culto divino, tenía como objetivo restablecer el orden social y el cuidado de los pobres. La celebración del Jubileo, con ocasión del séptimo año sabático, permitía una tregua a la tierra, a los esclavos y a los endeudados.

 

También señala la motivación profética donde la cumbre de la comprensión bíblica de la justicia se manifestaba en la forma en que una comunidad trataba a los más débiles que estaban en ella. Asimismo, plantea que la cultura del cuidado tiene una motivación cristológica: en la sinagoga de Nazaret, Jesús se manifestó como Aquel a quien el Señor ungió «para anunciar la buena noticia a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dejar en libertad a los oprimidos». En su compasión, Jesús se acercaba a los enfermos del cuerpo y del espíritu y los curaba; perdonaba a los pecadores y les daba una vida nueva. Él era el Buen Pastor que cuidaba de las ovejas; era el Buen Samaritano que se inclinaba sobre el hombre asaltado, vendaba sus heridas y se ocupaba de él. Estas acciones constituyen el testimonio más elocuente de una misión que apunta hacia una cultura del cuidado.

 

En esta línea se trae a cuenta también una motivación eclesiológica. Los cristianos de la primera generación compartían lo que tenían para que nadie entre ellos pasara necesidad y se esforzaban por hacer de la comunidad un hogar acogedor, abierto a todas las situaciones humanas, listo para hacerse cargo de los más frágiles.

 

Desde estas inspiraciones el mensaje del papa define la cultura del cuidado como un compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos. Como un estar dispuesto a cultivar en la convivencia cotidiana e institucional el respeto, compasión, reencuentro y reconciliación, entendidos como caminos privilegiados para construir la paz. De ahí que se afirme que no habrá paz sin la cultura del cuidado que puede suscitar el espíritu de comunidad frente al individualismo, la solidaridad frente a la indiferencia, la lucha por la justicia frente a la pura beneficencia.

 

Ahora bien, al constatar que se vive una época dominada por la cultura del descarte, agravada por las desigualdades dentro de las naciones y entre ellas, el Papa exhorta a los responsables de las organizaciones internacionales y de los gobiernos, del sector económico y del científico, de la comunicación social y de las instituciones educativas a dar un rumbo común al proceso de globalización, “un rumbo realmente humano”. Esto implica apreciar el valor y la dignidad de cada persona, actuar juntos y en solidaridad por el bien común, cuidar a los que sufren a causa de la pobreza, la enfermedad, la esclavitud, la discriminación y los conflictos.

 

La invitación del Papa, en definitiva, es a que todos podamos convertirnos en profetas y testigos de la cultura del cuidado. Y eso pasa por cultivar la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación.

 

Hace unos años, el teólogo Leonardo Boff, hablando de la urgencia y necesidad de una ética del cuidado, afirmaba que ésta desempeña una doble función: de prevención de daños futuros y de reparación de daños pasados. Por ello, explicaba, los humanos debemos poner cuidado en todo: cuidado por la vida, por el cuerpo, por el espíritu, por la naturaleza, por la salud, por la persona amada, por el que sufre, por la casa común. Más todavía, supone cuidar de nuestra ciudad, de sus plazas y lugares públicos, de sus casas y escuelas, de sus hospitales e iglesias, de sus teatros, cines y estadios deportivos, de sus monumentos y calles. Encontramos aquí tareas y compromisos concretos que pueden conducirnos a ser profetas y testigos de la cultura del cuidado como propone el Papa.

 

Estos profetas y testigos, según Francisco, están llamados avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida. No cederán a la tentación de desinteresarse de los demás, especialmente de los más débiles; no se acostumbrarán a desviar la mirada, sino que se comprometerán cada día para formar una comunidad compuesta de hermanos que se preocupan los unos de los otros.

 

Carlos Ayala Ramírez

Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología (Universidad Santa Clara, CA). Profesor de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco, CA. Profesor jubilado de la UCA El Salvador; exdirector de radio universitaria YSUCA.

@AyalaYsuca

https://www.facebook.com/carlos.uca.92/

 

 

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