Lo tecnológicamente posible ¿es inevitable?

Seguir amarrados, como zombis, a los presuntos dictados de lo tecnológico significa no caer en la cuenta de que hay grupos de poder que controlan la tecnología y sus usos en importantes ámbitos de la economía.

29/01/2021
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Vehículos sin conductor
Foto: http://mundoenpositivo.com/
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La pregunta que planteo es bastante de retórica, al menos desde mi punto de vista. Estoy convencido de que lo tecnológicamente posible no es inevitable, al menos en principio, por una razón de fondo: son decisiones humanas las que marcan las pautas para la realización de esas posibilidades, lo mismo que son decisiones y acciones humanas las que fraguan los instrumentos y aparatos tecnológicos, lo cual no obsta a que algunos de ellos tengan como finalidad construir otros instrumentos y aparatos semejantes o distintos.

 

Sin embargo, la interrogante no tiene nada de retórica para quienes creen que lo tecnológicamente posible es inevitable, es decir, que está llamado a convertirse en realidad de modo inexorable… y, ante un escenario así, según ellos, no queda más remedio que atenerse a las consecuencias, sean estas cuales sean, o tratar de adaptarse “poniéndose al día” con las tecnologías que van imponiendo sus fueros sin importar --qué les ve a importar si no tienen voluntad ni deseos-- las implicaciones y efectos en las vidas de las personas.

 

Los seres humanos --quienes somos parte de la especie Homo sapiens-- tenemos, desde tiempos remotos, la costumbre (mala costumbre si uno se fija bien en el asunto) de elaborar relatos que suenan (y se leen) bien, pero que están vacíos de realidad. Y eso es lo de menos: repetimos esos relatos una y otra vez, se extienden entre los individuos y los grupos, se los repite y se los repite, y se los termina tomando por relatos verdaderos, es decir, que tienen un contenido real que es el que les da verdad. Ese contenido se da por supuesto de manera dogmática, lo cual impide cotejar el relato con los datos de la realidad. Quienes lo intentan suelen ser excomulgados, tomados por tontos o inadaptados o castigados por vulnerar el relato establecido. Y, en el mejor de los casos, son silenciados por el vocerío que lo considera inobjetable.

 

Eso pareciera estar sucediendo con la “verdad” que se da por supuesta en la “inevitabilidad” de las aplicaciones (y consecuencias) de las innovaciones tecnológicas en el presente. En distintas publicaciones, por no hablar de la publicidad mediática, no sólo se ensalzan las conquistas tecnológicas de “última generación” --las de comunicación son las más aclamadas--, sino que se vaticinan desenlaces en la economía, en la sociedad o en la cultura que, como leí en una revista en línea a propósito de la computación cuántica, sucederán sí o sí… so pena de que el “futuro” sea gris por privarse de las mieles del progreso tecnológico.

 

El supuesto aquí es que si algo es tecnológicamente posible, entonces es inevitable: o sea, si tecnológicamente es posible que los niños y los jóvenes se la pasen 24 horas conectados activamente al mundo virtual entonces lo harán; si tecnológicamente es posible que conductores de camiones y transporte colectivo sean reemplazados por sistemas automatizados de conducción, entonces sucederá; si tecnológicamente es posible que robots y sistemas informáticos se ocupen de la producción económica, entonces así será; si tecnológicamente es posible alterar, mejorar, transformar, el genoma humana, entonces eso sucederá indefectiblemente… y los ejemplos se pueden extender, por ejemplo, incluyendo lo que algunos llaman el “mercado educativo”.

 

Suena contundente y más cuando “expertos” en las diferentes áreas lo afirman. Pero no es cierto que sólo porque sean posibles determinadas aplicaciones e implicaciones tecnológicas es inevitable que sucedan. Sostener tal cosa, dada la imbricación que existe entre ciencia y tecnología --lo cual dota a los instrumentos, aparatos y procesos tecnológicos de una potencia, eficacia y capacidad de incidencia en la naturaleza y la sociedad nunca antes vista--, es sumamente peligroso. De hecho, en la medida en que las capacidades tecnológicas han aumentado (y se han determinado sus peligros) se han ido mejorando los mecanismos de control social y político (y también tecnológicos) para contener o paliar aplicaciones o consecuencias que son posibles pero no convenientes. El uso de bombas atómicas es el ejemplo extremo de esta situación: era posible, con la tecnología disponible al final de la segunda guerra mundial, detonar bombas de ese tipo, y se hizo sobre Japón. Pero continuar realizando esa posibilidad tecnológica, por parte de las naciones que lo podían hacer, iba a conducir al exterminio de la humanidad, tal como lo vislumbraron científicos como Carl Sagan. Desde aquella experiencia trágica, la comunidad internacional decidió que el control sobre las tecnologías y armas nucleares, al igual que sobre sus usos, debería ser extremo.

 

En la actualidad, la capacidad científica y tecnológica de diferentes naciones les ha permitido desarrollar programas de armas nucleares, pero eso no ha llevado irremediablemente a que se lancen bombas atómicas entre ellas o a terceros. No es cierto, pues, que lo que es posible tecnológicamente (en este caso concreto: lanzar eficazmente bombas atómicas naciones con las que se tienen disputas) sea inevitable, sino todo lo contrario: es evitable si se toman las decisiones pertinentes para ello. Y cuando efectos evitables, pero perniciosos, no se evitan, la tarea que se impone, cuando se es decente, es tratar de corregir esos efectos perniciosos, usando una tecnología apropiada y/o mecanismos políticos, legales o sociales.

 

En el desarrollo, orientaciones y usos tecnológicos lo que es inevitable son las decisiones humanas, pues la tecnología no decide nada. Y esas decisiones (humanas) deberían tener como marco de referencia el bienestar, la felicidad, la realización y la dignidad de las personas. Es decir, para determinar qué debe evitarse o corregirse de un proceso tecnológico (de una tecnología, de una aplicación o desenlace tecnológico) o qué debe promoverse tecnológicamente los criterios deberían ser más amplios que los meros intereses económicos, disfrazados muchas veces de presuntos imperativos tecnológicos, e incluir los intereses reales de todos los miembros de la sociedad e incluso los de quienes aún no han nacido.

 

Seguir amarrados, como zombis, a los presuntos dictados de lo tecnológico significa no caer en la cuenta de que hay grupos de poder que controlan la tecnología y sus usos en importantes ámbitos de la economía, y que son los que trabajan con tesón para imponer la tesis de lo inexorable de determinados cambios tecnológicos y sus consecuencias sociales y personales. El asunto crítico es que todo parece indicar que, aunque sea falsa, su idea de que lo tecnológicamente posible es inevitable es moneda de uso común a la que solo unos cuantos --tontos, inadaptados, trogloditas, “viejos”-- parecen estar dispuestos a renunciar.

 

Termino con una posibilidad tecnológica que tuvo que haberse controlado y limitado, pero no se hizo, y ahora urge de mecanismos correctivos familiares, sociales y estatales: el acceso indiscriminado a la telefonía celular, la computadora y el Internet a niños y niñas. Hay estudios académicos (por ejemplo, el de J. Haidt y G. Lukianoff, La transformación de la mente moderna. Barcelona, Planeta, 2019) que han examinado el efecto pernicioso que ha tenido en la cohorte generacional iniciada en 1995 (en su desarrollo mental, emocional y físico) el estar atrapada en lo virtual la mayor parte del día. No era inexorable que eso sucediera, pero las decisiones que se tomaron en ámbitos de poder empresarial, político y educativo-familiar condujeron a este resultado nada alentador.

 

San Salvador, 29 de enero de 2021

 

-Luis Armando González es Licenciado en Filosofía por la UCA. Maestro en Ciencias Sociales por la FLACSO, México. Docente e investigador universitario. 

 

 

https://www.alainet.org/de/node/210740
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