Ecuador ante una elección a cara o cruz

Este 11 de abril, los ecuatorianos y ecuatorianas tienen una prueba de fuego: o escogen a Andrés Arauz, la cara joven de recambio del progresismo,  o se definen por Guillermo Lasso, representante de la derecha,  la banca y las minorías.

05/04/2021
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En la segunda vuelta presidencial que tendrá lugar el próximo 11 de abril, los ecuatorianos enfrentan la disyuntiva entre apostar por un candidato progresista o tener que soportar durante cuatro años un gobierno empresarial, ligado a las finanzas y a los poderes económicos fácticos, nacionales e internacionales.

 

Si bien la visión binaria es habitualmente reduccionista y puede suscitar la sensación de extorsión, es claro que a estas alturas se trata de una elección a cara o cruz. Y es literal, la opción cruz, la de la derecha, la banca y el socialcristianismo, la representada por Guillermo Lasso, miembro del Opus Dei, es la de quienes no muestran su cara real.

 

Son bien conocidos en esta región los artilugios del asesor de campaña de Lasso, Jaime Durán Barba, cuya foja de servicios habla a las claras de los intereses a los cuales suele servir. En los 90 asesoró en Colombia al Partido Alternativa Liberal comandado por el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria. Fue luego secretario de la Administración Pública de Ecuador durante la presidencia del neoliberal Jamil Mahuad, bajo cuyo mandato se produjo el dramático “feriado bancario”, en el que se esfumaron los ahorros de miles de familias ecuatorianas. Guillermo Lasso era por entonces Gobernador de Guayas, cargo que obtuvo como gratificación por los fondos aportados a la campaña de Mahuad.[1] Durán Barba trabajó también en la campaña del empresario derechista Álvaro Noboa y manejó en Argentina las campañas a jefe de gobierno y a presidente del también empresario Mauricio Macri, derrotado en 2019 por una amplia coalición popular. Actualmente, ante el magro resultado (algo menos de 20%) obtenido por Lasso en la primera vuelta, le fue ofrecido el puesto de consultor de campaña para intentar revertir su fracaso definitivo.

 

 

La estrategia habitual, también usada en esta oportunidad, es pretender disfrazar lo antipopular de popular, ocultando las reales intenciones políticas de sus mandantes a través de slogans vacíos,  augurio del vaciamiento de lo público que defienden. Lo cierto es que, aunque la banca se vista de sierra, banca queda. Lasso, como Macri, es el intento de regresar 30 años, de volver a los 90, de ampliar los negociados privados desde la administración pública enajenando recursos preciosos que pertenecen al común.

 

Más allá de la fachada y apagados los reflectores y la música, los gobiernos de la derecha producen un daño directo a las mayorías, destruyendo en poco tiempo con sus programas privatizadores lo que costó largo tiempo construir, reduciendo la oferta y calidad de los servicios públicos de salud,  educación y cultura, entre muchos otros, para abrir las puertas a su mercantilización.

 

La falsificación de la real identidad política de Lasso va de la mano con una campaña sucia y degradatoria. Por ejemplo, utilizando a migrantes pidiendo limosna, para sugerir ese tipo de imagen de futuro para el Ecuador, en el caso de que Andrés Aráuz, candidato de la Unión por la Esperanza (UNES), acceda a la presidencia.

 

La cara del progresismo es una cara joven, que representa un símbolo de recambio y renovación del proceso anterior de la Revolución Ciudadana, liderada entonces por el ex presidente Rafael Correa, proscrito a través de la persecución y una viciada condena judicial, en el mismo estilo del montaje contra el ex presidente brasileño Lula da Silva. Estos procesos cuentan invariablemente con el asesoramiento del Departamento de Justicia estadounidense a través de diversos programas y cuyo objetivo es impedir la elección de líderes populares, renuentes a obedecer los mandatos neocoloniales del Norte.

 

La significación de las opciones en términos de política exterior y geopolítica

 

Más allá de que el pueblo del Ecuador esté, con justísima razón, interesado prioritariamente en las consecuencias directas de un plan de gobierno para su propio destino, en un mundo de interconexión total, no es en absoluto indiferente la orientación que se dé a la política exterior.

 

Lasso representa una sumisión directa al plan de dominación estadounidense, significa Grupo de Lima, agresión sistemática contra Venezuela, contra Cuba, asociación con el criminal gobierno colombiano, alejamiento de la soberanía y de la integración regional con sentido social. Su postura política implica una atadura de manos en la puja geopolítica de los Estados Unidos contra China y Rusia, encarna el regreso de Ecuador a la senda de represión contra el pueblo y la re-militarización ya emprendida por el actual desgobierno de Moreno, anticipa la muy posible instalación en territorio nacional de fuerzas militares y de seguridad de Estados Unidos o Israel. En el peor de los casos, el alineamiento automático significa participar de peligrosas confrontaciones armadas.

 

Como contracara, un gobierno de Aráuz seguramente se sumará al bloque progresista cuyo eje central son Alberto Fernández, Andrés Manuel López Obrador y también Luis Arce, presidentes de Argentina, México y Bolivia respectivamente (éste último bisagra hacia los países del ALBA-TCP), constituyéndose en factor de paz en la región, actuando como un defensor de la autodeterminación de los pueblos, contrario a la injerencia geopolítica de potencias externas.

 

Asimismo, una victoria de Aráuz en segunda vuelta, además de posibilitar de manera casi inmediata la recomposición de la UNASUR y la recuperación progresiva de la integración regional con sentido soberano, podría fortalecer a otros actores y movimientos progresistas de la región como Verónika Mendoza, mujer andina y de izquierdas, si logra acceder a la segunda vuelta en Perú. Lo mismo sucedería con las candidaturas independientes y de los partidos de izquierda en Chile, en las ahora postergadas elecciones de constituyentes y las presidenciales previstas para el 21 de Noviembre, como así también con la enorme posibilidad del pueblo hondureño de sacudirse al fraudulento régimen de Juan Orlando Hernández en la contienda a realizarse una semana después.

 

Un resultado favorable al progresismo en la segunda vuelta de Ecuador, alentaría a las movilizaciones populares en curso en Paraguay, Haití y Guatemala, fortalecería las esperanzas del Pacto de Unidad en Colombia para vencer en Mayo del año próximo al cártel empresarial y mediático cuyo brazo ejecutor es la facción política liderada por Álvaro Uribe e incluso colaboraría con la imagen de la posible vuelta al poder de un bloque popular de unidad en Brasil.

 

En definitiva, el muy posible triunfo de Andrés Aráuz, implicaría un fuerte impulso a la reversión de la segunda ola neoliberal producida por el desgaste inducido y también propio de los proyectos populares iniciados en la primera década del siglo.

 

En términos de relaciones internacionales, la reconstitución de un bloque progresista a la izquierda constituirá un claro avance hacia el multilateralismo, abriendo espacio para las naciones subalternizadas y saliendo de la bipolaridad confrontativa. La paradoja es que hoy, las elecciones “binarias”, en las que los pueblos eligen entre alianzas populares heterogéneas o sectores proempresariales, pueden modificar la geopolítica, al permitir abandonar, en el caso de la derrota de estos últimos, la lógica de la Guerra Fría entre dos bandos.

 

Del rechazo a la construcción del otro mundo posible

 

La amplitud del voto protesta en la primera vuelta de la elección en Ecuador se expresó en una significativa abstención, un alto porcentaje de sufragio nulo o blanco y la dispersión de casi la mitad de los votos afirmativos. Sin duda que, más allá de toda estrategia electoral, el fenómeno amerita comprensión, reflexión, actualización y necesidad de profundización de la dimensión humanista de las izquierdas y el progresismo en nuestra región.

 

Esa tendencia, presente también en las distintas compulsas electorales en otros lugares, es un clamor contra el alejamiento entre la superestructura política y las preocupaciones reales de los pueblos, es la rebelión frente a la frecuente incapacidad de los gobiernos para escuchar y dialogar, frente a las dificultades de abrir la mente y corazón a los nuevos tiempos, a los nuevos derechos y la nueva forma de construir política que reclaman los jóvenes, las mujeres, los sectores indígenas y afrodescendientes, principales discriminados de esta región que no logra desprenderse de su matriz colonial.

 

La denominación “volver mejores” suele aludir a esa transformación del proyecto progresista, es decir, acometer nuevos horizontes y reivindicaciones para iniciar un período virtuoso de gobierno que recoja lo mejor del ciclo anterior y lo eleve en el marco de una espiral evolutiva.

 

Como ya ha sido demostrado, no alcanzará con la buena voluntad o las promesas. El acompañamiento movilizado, participativo y crítico de las poblaciones, es sin duda alguna una condición imprescindible para ese logro.

 

Andrés Aráuz, con 36 años recién cumplidos, forma parte de una generación de recambio, no solo por su edad, sino también por la situación en la que la persecución judicial y mediática, la proscripción antidemocrática y en otros casos la muerte biológica, colocó a los liderazgos latinoamericanos. Eso, junto a la crítica de sectores anteriormente aliados, puso al progresismo y a las izquierdas en situación de renovarse, no solo en términos de caras electorales, sino también de incorporar nuevos contenidos que hoy son parte de la agenda de la nueva sensibilidad a nivel mundial.

 

Temas como la paridad de género, los feminismos, y el derecho de las mujeres a no ser tratadas como máquinas de reproducción; la fuerte reconversión hacia políticas de mayor equilibrio medioambiental; la valoración de la diversidad cultural y la efectiva construcción de la plurinacionalidad; la afirmación de la diversidad sexoafectiva y las nuevas formas familiares; la democracia participativa y real; la descentralización del poder; la apuesta por nuevas tecnologías soberanas y la alfabetización digital crítica; la plena inclusión de las nuevas generaciones o la no-violencia como política de Estado, son asuntos pendientes que existen en distinta medida y que se van asentando y e irán amplificando cada vez más en la agenda de todos los gobiernos progresistas.

 

Sin duda que hoy, ante una enorme crisis sistémica, puesta crudamente de manifiesto por la emergencia sanitaria de la pandemia, las exigencias de transformación son mayores. En este nuevo ciclo, el mandato popular reclama a los gobiernos progresistas no solo la continuidad sino la profundización veloz de la tendencia hacia la igualdad de derechos y oportunidades en la educación, la salud y las posibilidades de un creciente bienestar colectivo. Bienestar para el cual, en el contexto actual, no bastará la muy moderada redistribución del producido social anterior, excesivamente respetuosa del injusto statu quo de hiperconcentración capitalista.

 

En la práctica, los futuros gobiernos populares, si quieren cumplir con el mandato encomendado por las urnas a cabalidad, deberán incluir reformas estructurales en el sistema económico e impositivo y en la matriz de exportación extractivista sin valor agregado, posibilitando además el establecimiento de una revolucionaria renta básica universal incondicional, que permita deshacerse del yugo de las dependencias, de la condena del trabajo por la mera subsistencia y favorable al desarrollo de capacidades y potencialidades no reconocidas por el mercantilismo vigente.

 

Lo mismo deberá suceder con la decidida democratización de los medios de comunicación, parcialmente iniciada por algunos gobiernos populares pero que no logró atravesar los impedimentos que interpuso el poder real de la monopolización mediática… a lo que ahora se suma el desafío de afrontar las amenazas de captura de toda la actividad social por parte de empresas digitales monopólicas.

 

Es preciso descolonizarnos no solo hacia afuera, sino también hacia adentro de los países, recuperar la vitalidad y la riqueza de todas nuestras culturas, integrando sus aspiraciones en un marco de convergencia creativa y dinámica.

 

Asimismo, la despatriarcalización total de las estructuras dirigenciales y políticas, y sobre todo, de las conductas cotidianas violentas contra nuestras compañeras mujeres, es un imperativo moral ineludible.

 

En consonancia con estas aspiraciones políticas, debe avanzar la transformación de la conciencia personal y social, haciendo crecer un sentido de coherencia que no tenga como propósito vital el consumismo, la apropiación de objetos, el individualismo o la competencia, sino la hermandad, la solidaridad, la colaboración y la ayuda.

 

Poco a poco se hará más visible la necesidad de apuntar a la construcción de un espíritu de comunidad incluyente de la diversidad, no fundado en la diferencia, sino alrededor de un parámetro compartido verdadero, indiscutible y firme, capaz de establecer la base de un futuro más armónico en este planeta, en el que ya todas las culturas están interconectadas. Este valor es el reconocimiento de nuestra común humanidad.

 

El resultado de la segunda vuelta en Ecuador puede abrir las puertas a la renovación y ampliación de los sueños, pero también tornarse fuente de retroceso y legitimación de un recurrente ciclo de pesadillas. Confiamos en que el buen conocimiento, que une el corazón a la cabeza, ayude a superar anteriores desencuentros y guie a las y los ecuatorianos al mejor de los senderos.  

 

 

Nota

[1] Guillermo Lasso Mendoza. CIDOB. https://www.cidob.org/biografias_lideres_politicos/america_del_sur/ecuador/guillermo_lasso_mendoza#2

 

 

-Javier Tolcachier es investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en la agencia internacional de noticias Pressenza.

 

 

 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/de/node/211667
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