Retos y espejismos de la industria petrolera venezolana

Ni una recuperación petrolera con gran protagonismo de las transnacionales ni una economía más diversificada pero igualmente dirigida por el mercado conducirán a la emancipación y bienestar del pueblo venezolano.

21/02/2022
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La industria petrolera sigue siendo, por lejos, el sector más importante de la economía venezolana. Y aunque luzca improbable que vuelva a alcanzar los niveles que tuvo hasta el 2014, la recuperación de la producción es clave para cualquier perspectiva de recuperación económica en el corto o mediano plazo.

 

El sector ha logrado rebotar después de registrar mínimos históricos en la segunda mitad de 2020. Sin embargo, el camino por delante está lleno de obstáculos.

 

Proyecciones poco realistas

 

En más de un discurso a principios de año, el presidente Nicolás Maduro anunció que la estatal PDVSA debería llegar a los 2 millones de barriles diarios (b/d) este año. Aun admitiendo la necesidad de tener ambición y generar épica, establecer metas inalcanzables es contraproducente.

 

Según fuentes oficiales, la producción alcanzó el millón de b/d el pasado 24 de diciembre. Sin embargo, las cifras suministradas por la misma PDVSA a la OPEP, indican que la producción en diciembre fue de 871.000 b/d, y la cifra bajó a 755.000 b/d en enero. Los números registrados por fuentes secundarias son más bajos, pero esa discrepancia no es el tema de este artículo.

 

La producción tendría entonces que aumentar más de 2,5 veces para llegar a la meta anunciada públicamente. Algunos analistas plantean que se podrá alcanzar 2 millones de b/d dentro de varios años, otros creen que no se volverá a esos niveles del todo. Pero ciertamente no en los próximos 11 meses.

 

El año pasado proporcionó una especie de antesala. La meta era de 1,5 millones de barriles diarios, y se mantuvo hasta los últimos meses del año, altura en que se bajó a 1 millón de b/d, que en el mejor de los casos se alcanzó efímeramente.

 

La cobija estirada

 

La producción petrolera pasó a más del doble después de registrar los valores mínimos en décadas durante la segunda mitad de 2020. A este repunte se debe en gran medida la modesta mejoría económica de los últimos meses. Pero, pese al optimismo que este logro genera, los niveles no pueden simplemente duplicarse una y otra vez.

 

La principal industria venezolana enfrenta actualmente obstáculos en todas sus etapas. El transversal, y más importante, son las sanciones estadounidenses, a las cuáles volveremos más abajo. Pero estas medidas coercitivas unilaterales se mezclan y agravan otra serie de problemas.

 

Más allá de las dificultades estructurales, como la corrupción o la migración de cuadros cualificados, es útil mirar a los retrocesos que han ocurrido en medio del crecimiento reciente de la producción.

 

En marzo de 2021, fruto de un supuesto acto de sabotaje, hubo una explosión en un gasoducto en el estado Monagas que golpeó la extracción de crudo liviano, necesario para mejorar el petróleo extra pesado y obtener las variedades para exportación.

 

Solventado este problema, apareció una nueva escasez de crudo liviano, ya que los niveles de producción no eran suficientes para apalancar tanto el crecimiento de las exportaciones como el de la refinación para atender a la demanda interna de combustible. Al jalar la cobija de un lado queda descubierto el otro.

 

Como en otras ocasiones en el pasado reciente, la solución pasó por Irán, estableciéndose un acuerdo de canje de crudo venezolano por diluyente iraní (1). Gracias a esto, ha sido posible volver a aumentar la producción tanto de petróleo como de gasolina en los últimos meses.

 

Sin embargo, la fragilidad de este crecimiento quedó evidente en enero. El retraso de un cargamento de diluyente iraní fue una de las causas de una nueva caída. La otra fue la falta de espacio de almacenamiento, resultado del aumento de la producción y de la devolución de dos cargamentos.

 

Resumiendo, si Venezuela pudiera mágicamente seguir aumentando su producción, rápidamente agotaría su capacidad de almacenamiento. En este momento son pocos los compradores disponibles por culpa de las sanciones estadounidenses.

 

La soga de las sanciones

 

En enero de 2019, EE.UU. impuso un embargo petrolero. De golpe eliminó 500.000 b/d que se exportaban a las refinerías del Golfo de México. En los dos años siguientes amenazó e impuso sanciones secundarias a todos los clientes de PDVSA, forzándolos a abandonar las operaciones en Venezuela o a dejar de comprar crudo directamente.

 

Actualmente, la estatal petrolera está obligada a vender a través de intermediarios, trasbordando cargamentos entre buques en alta mar para “esconder” el origen del crudo y que llegue a sus destinos finales, principalmente a China. Estos malabares significan menos ingresos.

 

No obstante, la principal consecuencia (y principal objetivo) de las sanciones es cerrar los horizontes de la industria y del país. Al prohibir toda y cualquier interacción con empresas estatales o con bonos venezolanos, Washington ahuyenta a los posibles socios comerciales, cierra el acceso de PDVSA y del Estado venezolano a los mercados financieros.

 

Esta es otra razón por la cual no es sensato extrapolar la recuperación de la producción, ya que en algún momento se agotarán los pozos que se reactivan “fácilmente” y no habrá capacidad de inversión para hacer lo mismo con los más costosos.

 

La llegada de la administración Biden trajo especulación sobre un eventual relajamiento de la política de sanciones contra Venezuela. Hasta ahora no hay ninguna señal de eso, todo lo contrario.

 

Chevron busca una licencia para volver a recibir crudo como pago en sus operaciones conjuntas con PDVSA, pero casos como este traerán incrementos marginales. Solo una flexibilización más significativa permitirá, por ejemplo, el regreso de empresas chinas a operar en Venezuela, resolviendo tanto el problema de la producción como de la exportación. Sin embargo, nada de eso se avizora.

 

Ajustar expectativas y “sembrar” petróleo

 

Otro factor externo que ha beneficiado a Venezuela ha sido el alto precio del petróleo en el mercado, haciendo así más rentable la cesta venezolana. Pero esta es otra variable que genera incertidumbre, ya que una caída de los precios, con la fragilidad actual de la industria, podría volver a golpear la producción.

 

El objetivo de este análisis no es generar dudas o pesimismo, sino aportar una visión realista sobre este sector bisagra de la economía nacional.

 

Transversal a todos estos puntos está también el tema de la soberanía. Aumentar la producción a costa de ofrecer condiciones estupendas a las transnacionales significa que poco o nada se quedará en las arcas nacionales. El gobierno ha reaccionado a las sanciones buscando “nuevos modelos” cada vez más favorables para la inversión privada. Aunque se pueda defender la necesidad de cierto retroceso, la pregunta es si la coyuntura actual se convierte en excusa para ir demasiado lejos. De todos modos, las ventajas actuales y por venir seguirán sin atraer grandes capitales mientras el bloqueo siga intacto.

 

Al final, el camino es largo y en algún momento exigirá una planificación de largo aliento. Apostar en la soberanía y en la clase obrera petrolera para ir desmontando un siglo de dependencia. Por otro lado, priorizar otros destinos que no solamente impliquen la exportación, como la producción de gasolina y diesel que pueden tener un efecto “multiplicador” en otras áreas.

 

Pero más esencial que todo es la visión. Si los caminos posibles son una recuperación petrolera con gran protagonismo de las transnacionales o una economía más diversificada pero igualmente dirigida por el mercado, ninguno conducirá a la emancipación y bienestar del pueblo venezolano. En las palabras del Comandante Chávez, a su vez parafraseando al Che, “no se puede construir el socialismo con las armas melladas del capitalismo. Como morrocoy no sube a palo, ni cachicamo se afeita.”

 

 

Nota

 

(1) Es importante tener en cuenta que, más allá de la solidaridad antiimperialista, este acuerdo no es ideal en términos económicos. Irán está muy lejos y además es un exportador de crudo, lo que sugiere que el crudo venezolano en el acuerdo se venderá debajo del precio de mercado. Al mismo tiempo, la necesidad de importar diluyentes a precio internacional baja aún más los márgenes de ganancia dados los altos costos de producción de crudo extra pesado.
 

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