La reforma que se discute en la Cámara de Diputados para construir un nuevo cuerpo normativo a las telecomunicaciones es una oportunidad para darle una visión de género, más allá de la queja recurrente de que no fuimos tomadas en cuenta. Podrían hoy, si supiéramos cómo, incluir propuestas fundadas en diagnósticos científicos y bien cimentados.
Hasta ahora sólo acompañará la discusión el sentido común y una actitud reactiva, sabiendo que los medios reproducen viejos esquemas sobre lo que somos los hombres y las mujeres. Serán peticiones generales, porque no se sabe cómo se construye el producto, por qué vías aparece ni podemos hacer un mapa de intereses que no sean la vulgaridad muy conocida: los monopolios. ¿Y qué más? El lenguaje excluyente ¿y qué más?.
Nada sabemos de la distribución del acceso a las nuevas tecnologías ni de las leyes que desde hace años regulan el otorgamiento de concesiones, ni de cómo los grupos que controlan y funcionan los más de 50 canales regionales; tampoco podemos argumentar sobre el carácter y visión de esos concesionarios.
La crítica feminista muy desarrollada en el mundo respecto de los medios, en México no ha significado una preocupación ordenada, profunda y científica desde el movimiento feminista. El tema tratado superficialmente se ha reducido a criticar esporádicamente el lenguaje sexista y la invisibilidad de las mujeres en los productos y contenidos de los medios.
Paralelamente se desarrolló una tendencia también limitada y sin conocimiento de causa, respecto del uso instrumental de los medios. O sea estrategias para la búsqueda de espacios de difusión para las acciones feministas, para la difusión de sus programas, sin participar en las discusiones de la tenencia de los medios, su regulación y normatividad que comenzó en 1977 en forma sistemática, dominada por grupos y asociaciones poco sensibles a lo que hoy conocemos como visión de género.
No existe un acumulado de conocimientos del entramado muy especializado respecto al papel político de las concesiones de radio y televisión; la cuestión del sistema radioeléctrico no ha importado. No contamos con un diagnóstico desde la perspectiva feminista de la concentración de los medios y los daños que podría ocasionar a la mitad de la población. No tenemos un observatorio científico sobre el tratamiento mediático de la condición femenina.
Los estudios de contenido, por ejemplo de las telenovelas, la publicidad, son escasos y antiguos. Ni siquiera contamos con un panorama de cómo y desde qué óptica los concesionarios de los medios definen a sus auditorios a partir de la concepción de lo que es ser hombre y ser mujer. Los estudios feministas tampoco han entrado con su visión a revisar qué ha significado el desarrollo de las nuevas tecnologías. En suma la nueva reforma encuentra a las mujeres sin instrumentos científicos de discusión.
Pensar en incluir la demanda de un lenguaje inclusivo, o demandar mayor visibilidad, no alcanza para el análisis que se necesita. Hoy las y los legisladores acordarán un cambio trascendente sin que sepamos de qué se trata. ¿Qué significa para las mujeres la competencia y la descentralización? ¿Cuántas mujeres son dueñas de medios? ¿Cuáles son las reglas de operación de la televisión pública o estatal? ¿Cómo operará la propuesta del Instituto Federal de Telecomunicaciones?, por ejemplo. Lo común es pedir que haya igual número de hombres y de mujeres en su operación.
Todo ello a pesar de que hace al menos 22 años distintas iniciativas han trabajado en la formación de redes de periodistas para que se hagan sensibles a la condición de las mujeres. No se conoce cuándo o dónde las feministas hayan establecido mesas de trabajo al respecto. En sus reuniones y congresos, el tema jamás ha sido considerado, y hace muy poco tiempo desde la academia se han hecho intentos iniciales.
Por ende no hay intervención feminista en la construcción de mensaje de publicidad, cuál es el catálogo de escritoras y escritores de series de televisión, cuáles son y cómo se construyen las imágenes femeninas. Cómo se forma al personal que produce la programación de un medio.
En 1995, durante la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, feministas de otros lares, discutieron a fondo el contenido y proyección de una sección llamada Capítulo J, que ya previó desde entonces la brecha digital entre mujeres y hombres, y delineó estrategias, incluso de carácter legislativo, para reordenar la normativa que urgía ante los rápidos cambios que derivarían en el uso de voz y datos, vía las carreteras de la información que van de la computadora al teléfono celular, donde, por supuesto, circulan ideas, mensajes, lenguaje e imágenes sexistas, discriminatorias y excluyentes para la mitad de la población.
La discusión que determinará el rumbo de las telecomunicaciones es crucial. Los nuevos instrumentos de la comunicación ya forman parte de la revolución educativa en el mundo. Ahí no estamos con nuestra palabra nacional e informada. La carencia de referentes es muy grave. No sabemos casi nada. Sólo hay un estudio muy trascendente, hecho por Gabriela Delgado y Rosario Novoa sobre la telesecundaria; el seguimiento del contenido de telenovelas, ya antiguo, realizado por Guillermo Orozco de la Universidad de Guadalajara y algunas escasas y esporádicas reacciones al desmedido uso del cuerpo de las mujeres para la publicidad, inconexos y sin diagnósticos.
Este tremendo descuido nos coloca en las márgenes de estas importantes discusiones. No tenemos datos duros, muestras científicas, catálogos de contenidos que pudiéramos mostrar en la discusión de la manera en que el discurso mediático refuerza el papel tradicional de mujeres y hombres. Ni tenemos propuestas globales para enfrentar el contenido de la reforma en telecomunicaciones. Esta desgracia será elocuente en los resultados por venir, que según todos los indicios, entre hombres, operarán el nuevo reparto, pero no podemos construir la crítica urgente, más allá de la queja, la descalificación sin conocimiento y esa sí, nuestra ansia porque los medios, sabemos, no hacen justicia a las mujeres.
Los datos duros permitirían sustentar la recomendación que hizo recientemente el comité de la CEDAW, es decir, el comité internacional que busca hacer efectiva en todo el mundo la Convención contra todas las formas de discriminación contra la mujer, ese comité recomendó “que México aplique una estrategia global que incluya iniciativas de prevención en las que participen los medios de comunicación y programas de educación pública destinados a modificar las actitudes sociales, culturales y tradicionales que se hallan en el origen de la violencia contra la mujer y que la perpetúan”, ¿cómo se puede demostrar esto?, sólo con que se incluya la frase visión de género. Me temo que es muy elemental.
Otra cosa sería mostrar un catálogo analítico que pudiera dar luces para hacer esta recomendación algo viable y sustentado. No lo tenemos.
Esta situación coloca a las mujeres en una condición de marginalidad autoimpuesta en el período más importante de los cambios que ya se han prefigurado por un conjunto de personas expertas, asociaciones y legisladores que están por aprobar una reforma de “gran calado”.
En otros países, como Chile, por ejemplo, las mujeres feministas han estado en las mesas de trabajo de cada una de las reformas, visiones y análisis del significado del cambio tecnológico en los instrumentos de los medios de comunicación.
La demanda de equidad o igualdad a secas me parece, no trascenderá en esta discusión que ya está aquí y ahora. Preparar reservas para evitar la violencia y la discriminación contra las mujeres en los medios, es una frase vacía. Por ejemplo se excluyó del estudio del feminicidio en 2005, el análisis de cómo los medios trataban el problema. No tenemos ese referente elaborado por investigadoras en 10 entidades del país. Y lamentablemente este desconocimiento se nos cobrará ahora. Las campañas realizadas no tienen un estudio de impacto, por tanto tampoco sabemos cómo mostrar la tremenda ayuda que los medios podrían aportar para mitigar la discriminación femenina.
Pero nunca es tarde para comenzar. Con autocrítica podríamos hacerlo.
Veremos.