Implosión del capitalismo y pensamiento alternativo latinoamericano
14/05/2013
- Opinión
Estas notas de corte bibliográfico buscan identificar de manera impresionista los elementos que vertebran el ascenso y la decadencia de la modernidad, así como las premisas a partir de las cuales ha venido configurándose un discurso y una práctica contestatarios.
Antecedente necesario
La preocupación por el devenir de las sociedades humanas tiene lejanos referentes en el pensamiento occidental y ha girado alrededor de los conceptos de evolución y decadencia.
En efecto, la idea de evolución aparece ya entre los clásicos grecolatinos. Pensadores como Hesíodo, Homero y Séneca indagaron sobre el desenvolvimiento de las colectividades, únicamente que lo hicieron desde una hipótesis de proceso regresivo (“la degeneración del oro hasta el hierro”); en esta concepción, cabe subrayar, los tiempos dorados siempre estuvieron atrás.
Durante la Edad Media se abre un paréntesis en la percepción secular y regresiva del proceso social y tal enfoque es reemplazado por una comprensión escatológica provista por la Iglesia Católica, cuyo objetivo mayor no era otro que fusionar el pensamiento griego, especialmente el de Aristóteles, con la doctrina cristiana. Más que explicar los fenómenos sociales concretos, la preocupación de la escolástica se orientó a la formulación de normas absolutas de conducta enraizadas en preceptos religiosos.
Para la escolástica, la actividad económicas carecía de importancia puesto que el mundo presente era concebido como la preparación para un futuro extraterrenal; y, en tanto se la consideraba únicamente como una faceta del quehacer de los seres humanos, tenía que ser juzgada bajo normas de moralidad.
El fin del Medioevo marca el retorno del enfoque secular para la explicación del desenvolvimiento social. El principal expositor de la nueva corriente fue el italiano Juan Bautista Vico (1668-1743), quien planteó la hipótesis de una evolución cíclica de los conglomerados humanos (corsi e ricorsi), proceso ondulatorio que además obedecería a múltiples determinaciones.Esta prometedora concepción del funcionamiento de las
La preocupación por el devenir de las sociedades humanas tiene lejanos referentes en el pensamiento occidental y ha girado alrededor de los conceptos de evolución y decadencia.
En efecto, la idea de evolución aparece ya entre los clásicos grecolatinos. Pensadores como Hesíodo, Homero y Séneca indagaron sobre el desenvolvimiento de las colectividades, únicamente que lo hicieron desde una hipótesis de proceso regresivo (“la degeneración del oro hasta el hierro”); en esta concepción, cabe subrayar, los tiempos dorados siempre estuvieron atrás.
Durante la Edad Media se abre un paréntesis en la percepción secular y regresiva del proceso social y tal enfoque es reemplazado por una comprensión escatológica provista por la Iglesia Católica, cuyo objetivo mayor no era otro que fusionar el pensamiento griego, especialmente el de Aristóteles, con la doctrina cristiana. Más que explicar los fenómenos sociales concretos, la preocupación de la escolástica se orientó a la formulación de normas absolutas de conducta enraizadas en preceptos religiosos.
Para la escolástica, la actividad económicas carecía de importancia puesto que el mundo presente era concebido como la preparación para un futuro extraterrenal; y, en tanto se la consideraba únicamente como una faceta del quehacer de los seres humanos, tenía que ser juzgada bajo normas de moralidad.
El fin del Medioevo marca el retorno del enfoque secular para la explicación del desenvolvimiento social. El principal expositor de la nueva corriente fue el italiano Juan Bautista Vico (1668-1743), quien planteó la hipótesis de una evolución cíclica de los conglomerados humanos (corsi e ricorsi), proceso ondulatorio que además obedecería a múltiples determinaciones.Esta prometedora concepción del funcionamiento de las
colectividades resultó eclipsada por la Reforma Protestante que, al admitir la moralidad del lucro, contribuyó decididamente a consolidar el discurso y las prácticas de los Tiempos Modernos. No se tiene que olvidar que hasta entonces la usura, ateniéndose al discurso aristotélico, había sido proscrita por el papado.
La apoteosis de la modernidad
Las revoluciones burguesas, al institucionalizar los postulados políticos republicanos y los principios económicos del naciente capitalismo (propiedad privada, libertad de comercio y navegación, salarios y precios monetarios, mercado) e incorporar progresivamente la razón instrumental -dinero y ciencia positiva (experimental)- al proceso productivo llegaron a pensar que habían descubierto la llave para el avance lineal e ilimitado de los distintos países y sociedades; es decir, el santo y seña de la Modernidad, el Progreso y el Crecimiento (las mayúsculas son intencionales).
Tanto la economía liberal clásica como la neoclásica racionalizarán esa macrovisión del mundo y del hombre, y, ulteriormente, con los aportes anticíclicos del keynesianismo (ya en la primera mitad del siglo pasado) remozarán el discurso salvacionista de Occidente, un discurso tanto más atractivo cuanto que se creyó permitiría la recuperación del Paraíso para la vida terrenal.
Pertrechadas con los poderosos y amorales instrumentos de la razón instrumental, las metrópolis protocapitalistas y capitalistas no se dieron abasto en la conquista material y “espiritual” del globo, asistidas invariablemente por sectores dominantes-dominados del Sur del planeta.
A nivel ideológico y cultural, desde el Siglo de la Ilustración y hasta los tiempos que corren, el objetivo medular del discurso dominante no ha sido otro que persuadir a los pueblos colonizados, semicolonizados o neocolonizados que si se dejan guiar por las prédicas del dinero (la “ramera universal” que dijera Shakespeare) y la tecnología metropolitana (“esa entelequia ajena los procesos fundamentales de la sociedad y la naturaleza”, C. Furtado), “ríos de leche y miel” desembocarían incluso en los lugares más remotos. En palabras de Roberto García, “la gran demagogia del paradigma (todavía) hegemónico ha consistido en sugerirles a las masas del Sur del planeta que mimetizando a las metrópolis del sistema podrían vivir como la población de aquéllas: el águila sugiriendo a la gallina que puede ser igual, con tal de sólo imitarla”. (“América Latina y el fin del socialismo”, 1991)
Este fundamentalismo económico –o más precisamente, economicista- comporta, por un lado, una auténtica religión (la religión monoteísta del mercado, conforme a R. Garaudy); y, por otro, en tanto ideología de la lumpengranburguesía mundial, ha venido evangelizando urbi et orbe con principios y prácticas tan temibles como la incorporación a la lógica del costo-beneficio de quehaceres tan ennoblecedores como la educación y la salud, la mercantilización de las relaciones afectivas de los seres humanos y la utilización sin medida de los recursos naturales, energéticos, bióticos y atmosféricos de la Tierra.
A nivel ideológico y cultural, desde el Siglo de la Ilustración y hasta los tiempos que corren, el objetivo medular del discurso dominante no ha sido otro que persuadir a los pueblos colonizados, semicolonizados o neocolonizados que si se dejan guiar por las prédicas del dinero (la “ramera universal” que dijera Shakespeare) y la tecnología metropolitana (“esa entelequia ajena los procesos fundamentales de la sociedad y la naturaleza”, C. Furtado), “ríos de leche y miel” desembocarían incluso en los lugares más remotos. En palabras de Roberto García, “la gran demagogia del paradigma (todavía) hegemónico ha consistido en sugerirles a las masas del Sur del planeta que mimetizando a las metrópolis del sistema podrían vivir como la población de aquéllas: el águila sugiriendo a la gallina que puede ser igual, con tal de sólo imitarla”. (“América Latina y el fin del socialismo”, 1991)
Este fundamentalismo económico –o más precisamente, economicista- comporta, por un lado, una auténtica religión (la religión monoteísta del mercado, conforme a R. Garaudy); y, por otro, en tanto ideología de la lumpengranburguesía mundial, ha venido evangelizando urbi et orbe con principios y prácticas tan temibles como la incorporación a la lógica del costo-beneficio de quehaceres tan ennoblecedores como la educación y la salud, la mercantilización de las relaciones afectivas de los seres humanos y la utilización sin medida de los recursos naturales, energéticos, bióticos y atmosféricos de la Tierra.
Obrando de este modo, no resulta casual que la modernidad, con el ariete de la razón instrumental, haya extremado la paradoja de la deshumanización de la humanidad que discerniera Ernesto Sábato en su visionario ensayo Hombres y engranajes(1951).
No se tiene que olvidar que el socialismo estatalista vigente durante buena parte del siglo XX en la Europa Central y Oriental no lograría escapar –en rigor, ni siquiera se lo propuso- a ese corolario materialista y amoral de la modernidad, diferenciándose de la praxis de las potencias occidentales únicamente en las formas institucionales de promover la dogmática de una modernización anclada en un rampante racionalismo que ha venido despojando a los seres humanos de atributos como los valores éticos, las emociones y las pasiones como fuentes de conocimiento y de conducta.
La financierización y la sobrecarga del planeta, o la sintomatología del derrumbe sistémico
Dos macro fenómenos evidencian el desplome de la civilización del capital en los albores del siglo XXI: la hiperfinancierización de la economía-mundo y la correlativa exacerbación de los problemas asociados al cambio climático.
Desglosemos el primero de ellos.
Por financierizaciónha de entenderse un proceso de crecimiento exponencial del capital ficticio. Maurice Allais, Nobel de Economía, estableció hace algunos años que los movimientos internacionales de capital especulativo superaban en cuarenta veces a las liquidaciones originadas en las compras de bienes y servicios. ¿Cómo pudo edificarse semejante “pirámide de papel”?
La creación de capital ficticio, actualmente etiquetado como capital financiero, es una tendencia innata del régimen capitalista. Marx la explicó asociada a la alienación que provoca ese régimen productivo y que se traduce en que los hombres dejan de reconocerse en los objetos que producen, dando lugar a que el intercambio asuma formas fantasmagóricas. En la actualidad, ese “fetichismo de la mercancía” ha llegado a niveles surrealistas bajo comando de las corporaciones globales y los bancos de inversión, y cabalgando en el descomunal crecimiento de los mercados cambiarios, íntimamente relacionados con el mercado de los intereses. Conforme era de esperarse, la expansión de estos mercados, fuente de ingresos extraordinarios para el Gran Capital, ha dado origen a una variedad de “productos” financieros, también conocidos como “derivados” –futuros, swaps, opciones- y a la consiguiente expansión de las burbujas financieras.
Las consecuencias de esta hipertrofia financiera no pueden ser más irracionales, peligrosas y autodestructivas. Conforme a estadísticas recientes, unas 200 empresas transnacionales controlan la cuarta parte de la producción mundial siendo que emplean apenas al 0.25 por ciento de la mano de obra total.
¿Cómo puede reproducirse normalmente un régimen de producción que preconiza el consumo masivo y, a la par, fomenta las más abismáticas desigualdades en la distribución de los ingresos y miniaturiza geométricamente el mercado?
Revisemos ahora el tema-problema de las presiones del capitalismo global sobre los recursos de la Tierra.
A este respecto, hacemos nuestros puntos de vista especializados como los siguientes:
La celeridad con la cual se están destruyendo las condiciones que hacen posible la vida en el planeta no sólo no se ha frenado, sino que se ha intensificado en las últimas décadas a pesar del reconocimiento general de que este modo de producción, distribución y consumo es incompatible con la preservación de la vida en la Tierra.No obstante el aparente consenso sobre la profundidad de la crisis ambiental, en particular sobre la necesidad de frenar las dinámicas productoras del cambio climático, la forma como se construye el debate internacional distorsiona lo que está en juego, y propone soluciones que no tienen posibilidad alguna de permitir salidas a los problemas que confrontamos en la actualidad. (Cf. Edgardo Lander, “Estamos viviendo una profunda crisis civilizatoria”, 2011).
Expuesto en otros términos, soslayando las implicaciones de un patrón de crecimiento sin fin en un planeta finito, y la urgente necesidad de una redistribución radical en el acceso a los bienes comunes de la vida, como condición de sobrevivencia a corto plazo de centenares de millones de personas, se buscan soluciones desde arriba que ignoran la multiplicidad de opciones que pueblos y comunidades en todo el planeta están formulando como alternativas al modelo civilizatorio en crisis. Las respuestas de mercado, las soluciones tecnológicas, únicas opciones presentes en los debates intergubernamentales, implican apostar a la misma lógica de mercado y a los mismos patrones de conocimiento mecanicistas newtonianos que nos han conducido a la actual crisis.Las respuestas del llamado keynesianismo verde y otras propuestas de reformas ‘verdes’ del capitalismo buscan salidas a la crisis económica por la vía de la creación de fuentes de inversión y de innovación tecnológica que, al no cuestionar los supuestos básicos del crecimiento ilimitado, no pueden sino profundizar los problemas. Algunas de estas iniciativas como los biocombustibles y los transgénicos, o los llamados mecanismos de desarrollo limpio (MDL), por otro lado, están contribuyendo a profundizar las desigualdades, están afectando la producción de alimentos y haciendo que los sectores más pobres del globo sean quienes carguen sobre sus hombros los costos de la crisis.
Esta dialéctica devastadora de hombres y recursos adquirirá su mayor dinamismo con la industrialización implantada por Occidente en los 2-3 últimos siglos.
¿Cómo opera la susodicha conexión?
Conforme a un investigador latinoamericano, el mundo que se desmorona es la civilización industrial, sostenida por cuatro pilares: a) la competencia, no la cooperación, entre individuos, empresas, países; b) los mercados dominados por la lógica capitalista, que permiten procesos ilimitables de acumulación, centralización y, sobre todo, de acumulación de riqueza (monopolios); c) el uso predominante de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón y uranio); y d) la ciencia y la tecnología como instrumentos de control y poder. En conjunto, estos cuatro mecanismos generan un modelo que dilapida la naturaleza y explota el trabajo humano. Estos cuatro soportes son postulados ciegamente por la economía convencional, y reproducidos, extendidos y ampliados por la mancuerna formada por el poder político (partidos y gobiernos sin distinción ideológica) y el poder económico (mercados, empresas, bancos, corporaciones). (Cf. Víctor M. Toledo, “Los zapatismos en un mundo que se desmorona”, La Jornada, 2013).
Mal que pese, este tipo de diagnósticos y mensajes, lejos de inducir a radicales virajes conceptuales y políticos, apenas ha servido para nutrir un newspeak orwelliano y una atosigante retórica del poder mundial y sus agnados y cognados de la periferia.
El extravío ético de la modernidad
Dos espectaculares acontecimientos recientes -la caída del muro de Berlín (1989) y la “explosión” de Wall Street (2008)- han venido a corroborar el eclipse de la civilización moderna.
En efecto, si 1989 puede ser visto como la fecha que evidencia el fracaso multifacético del “socialismo real” europeo, el desplome de la bolsa neoyorquina del 2008 será recordado como un episodio donde el capitalismo mundializado desnudó sus pies de barro. ¿A qué aludimos?
En efecto, si 1989 puede ser visto como la fecha que evidencia el fracaso multifacético del “socialismo real” europeo, el desplome de la bolsa neoyorquina del 2008 será recordado como un episodio donde el capitalismo mundializado desnudó sus pies de barro. ¿A qué aludimos?
Max Weber discurrió sobre la superioridad del capitalismo a partir de sus supuestos atributos morales como la frugalidad, el ascetismo, el sosiego. Semejante capitalismo, si existió alguna vez, resulta evidente que no existe más. Las confrontaciones que libran actualmente los hombres-corporación han sido descritas, incluso por apologistas del establecimiento, como “luchas en el fango”. Aún más, incluso el observador menos avisado intuye que al despuntar el siglo XXI opera una suerte de metástasis entre capitalismo legal y capitalismo negro.
La causa última de este orden de fenómenos la precisó Aleksandr Solzhenitsin, el famoso disidente soviético, quien en el libro colectivo Fin de siglo (1996), dejó escrito:
¿Cuál es el papel, la contribución justificable y necesaria, de la moralidad en la política? Erasmo creía que la política era una categoría ética, y apelaba a ella para la manifestación de impulsos éticos. Pero eso era en el siglo dieciséis. Y entonces llegó el Siglo de las Luces, y para el siglo dieciocho John Locke nos había enseñado que resulta inconcebible aplicar términos morales al estado y sus acciones. Y los políticos, que a lo largo de la historia con frecuencia estuvieron libres de las molestas represiones morales, habían obtenido de esta manera una especie de justificación teórica agregada… El siglo dieciocho nos dejó el precepto de Jeremy Bentham: moralidad es aquello que brinda placer al mayor número de personas: el hombre jamás podrá desear otra cosa que no sea aquello que favorece su existencia… Actualmente, la fría astucia rige las relaciones comerciales, e incluso se ha convertido en un comportamiento normal. El ceder de alguna manera ante un opositor o un competidor se considera un error imperdonable para la parte que tiene una ventaja en cuanto a posición, poder o riqueza.
En estos tiempos cibernéticos y poscomunistas semejantes preceptos han tendido a absolutizarse, tanto en el centro como en la periferia, agudizando tendencias catastrofistas y necrófilas.
La fuga hacia adelante de la civilización del capital
Acorralado en escenarios cada vez más intrincados en el ámbito económico-financiero y carente de una moral altruista, ecológica y cósmica, el poder mundial ha optado por el peligroso camino de la exacerbación de sus proditorios fines y medios.
En cuanto a la exacerbación de los medios, acaso sea suficiente consignar que, en función de la necesidad del capital monopolista de preservar o ampliar sus tasas de ganancia, el capitalismo central ha emprendido una ofensiva en términos de expansión y profundización. Expansión: ex campo soviético y China, convertida en “taller del mundo”; profundización: sectores terciarios de las metrópolis y primarios de la periferia. Todo esto a través de la denominada acumulación por desposesión, una suerte de retorno a la acumulación primitiva (ya estudiada por los clásicos del pensamiento socialista) y de la conversión del poder militar en acaso la principal ventaja comparativa del capital corporativo.
En cuanto a la exacerbación de los medios, acaso sea suficiente consignar que, en función de la necesidad del capital monopolista de preservar o ampliar sus tasas de ganancia, el capitalismo central ha emprendido una ofensiva en términos de expansión y profundización. Expansión: ex campo soviético y China, convertida en “taller del mundo”; profundización: sectores terciarios de las metrópolis y primarios de la periferia. Todo esto a través de la denominada acumulación por desposesión, una suerte de retorno a la acumulación primitiva (ya estudiada por los clásicos del pensamiento socialista) y de la conversión del poder militar en acaso la principal ventaja comparativa del capital corporativo.
En cuanto a la radicalización de los fines, baste señalar que la mundialización del capitalismo ha transformado a la consecución del lucro en su más cruda y ecuménica verdad.
La conjunción de tales fines y medios desorbitados ha traído aparejada un caos en la realidad y un caos en la teoría.
A este respecto, y en lo que concierne al ámbito de lo económico-financiero, Jorge Beinstein ha escrito un iluminador trabajo que circula por internet y que lleva por título “Audestrucción sistémica global, insurgencias y utopías” (2012), donde escribe:
El capitalismo como civilización ha ingresado en un período de declinación acelerada… Se trata de un complejo proceso de decadencia… Cada paso de las potencias centrales hacia la superación de su crisis es en realidad un nuevo empujón hacia el abismo. Los subsidios otorgados a los grupos financieros abultaron las deudas públicas sin lograr la recomposición durable de la economía y cuando luego tratan de frenar dicho endeudamiento restringiendo gastos estatales al tiempo que aplastan salarios con el fin de mejorar las ganancias empresarias agravan el estancamiento convirtiéndolo en recesión, deterioran las fuentes de los recursos fiscales y eternizan el peso de las deudas. Frente al desastre impulsado por las mafias financieras se alza un coro variopinto de neoliberales moderados, semikeynesianos, regulacionistas y otros grupos que exigen suavizar los ajustes y alentar la inversión y el consumo... es decir seguir inflando las deudas públicas y privadas... hasta que se recomponga un supuesto círculo virtuoso del crecimiento (y del endeudamiento) encargado de pagar las deudas y restablecer la prosperidad... a lo que los tecnócratas duros (sobre todo en Europa) responden que los estados, las empresas y los consumidores están saturados de deudas y que el viejo camino de la exuberancia monetaria-consumista ha dejado de ser transitable. Ambos bandos tienen razón porque ni los ajustes ni los repartos de fondos son viables a mediano plazo, en realidad el sistema es inviable.
Inviabilidad del capitalismo central y global, ciertamente. Aunque admitir esto no supone, ni mucho menos, pensar que el desplome definitivo de la civilización pueda ocurrir en términos de unos cuantos años y al margen de la resistencia del Poder mundial y de un complejo juego geopolítico de difícil ponderación. (Ver a este respecto Susan George, El informe Lugano. 2001; también I. Wallerstein “Transformaciones en el mediano plazo”, 20012).
Creemos que estos últimos juicios dan pie para una aprehensión más objetiva de lo que ha venido aconteciendo en los últimos lustros en América Latina, a consecuencia fundamentalmente del agresivo proceso de financierización comandado por la banca transnacional y por viejas y nuevas metrópolis empeñadas en fomentar en nuestros países espacios de rentabilidad a partir de la explotación de bienes como el agua, la atmósfera, el subsuelo, la biodiversidad y los recursos genéticos… y hasta la mercantilización de órganos vitales de los seres humanos. Amén de los tradicionales negocios agrícolas, mineros y energéticos.
Las ilusiones del oficialismo latinoamericano
Los actuales gobiernos latinoamericanos, tanto los alineados con el Consenso de Washington (con el caso emblemático de Chile) como los autodenominados “revolucionarios” (Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia, Nicaragua), vienen respondiendo a la crisis sistémica del capitalismo desde las trasnochadas fórmulas de la modernidad y de sus inherentes corolarios económicos y político-institucionales.
Pruebas al canto:
° Ni los regímenes conservadores u ortodoxos ni los formalmente heterodoxos cuestionan –al menos seriamente- los dogmas de distinta índole implantados por las metrópolis en el contexto del aún vigente reinado de la modernidad. Aún más, continúan encandilados por ellos, cuando no asumen la típica actitud del avestruz.
° Los gobiernos latinoamericanos en su conjunto –incluida la Cuba castrista- han venido apostando a mantenerse en la línea de flotación ateniéndose a los principios y reglas del capitalismo mundializado. Aquello del Socialismo del Siglo XXI no va más allá de una retórica diversionista.
° Estas coincidencias del oficialismo regional en la esfera económica significan, en última instancia, que ambos tipos de administración continúan profesando el culto profano al desarrollo económico y social, vislumbrado como la ruta única hacia una abstracta y cuantitativa Tierra de Promisión. Adhesión que los convierte en feligreses de W.W. Rostow, el gran gurú de la modernización subordinada de la periferia, así como de las orientaciones de los sofisticados think tanks de viejas y nuevas potencias internacionales.
° Concomitantemente, tanto los gobiernos que privilegian sus relaciones económico-financieras con las metrópolis tradicionales como los que priorizan sus nexos con el “imperialismo bueno” de China et al, se han inclinado por refrendar y profundizar el viejo modelo primario exportador y extractivista retomado desde los años 70 por el promonopólico Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), estrategia criticada incluso por los economistas cepalinos de esa época y que, en su nuevo debut, ha venido a convalidar los análisis sobre el proceso histórico latinoamericano adelantados por Gunder Frank desde los años 60, análisis fundados en categorías de raigambre marxista como lumpenburguesía y lumpenacumulación.
° La reedición y profundización de la estrategia de marras ha sido justificada por ambos tipos de gobierno con el cortoplacista argumento de la bonanza de las materias primas iniciada el 2003, soslayando que tal modelo-estrategia está predeterminado a agudizar la desarticulación de los aparatos productivos domésticos en favor de la tecnoestructura del capital transnacional (de origen estadounidense, europeo o asiático, poco importa), a la devastación de los recursos naturales de distinta índole y al afianzamiento de estados rentistas, clientelares y autoritario-subalternos. Pretender escapar a semejante lógica sin emprender en un proceso básico de autocentramiento productivo equivale a pedir peras al olmo.
° Colocándose en las antípodas de estas orientaciones, la práctica totalidad de nuestros gobiernos ha optado por apostar al aperturismo mediante la suscripción de TLC (tratados de libre colonización) diseñados por el capital corporativo estadounidense y/o europeo, cuyo efecto mayor no es otro que la profundización y diversificarción de nuestros lazos de subordinación al capital transnacional. En tanto, una propuesta supuestamente alternativa como el Mercosur no ha dejado de traslucir los intereses hegemonistas de Brasil, y la Alba, en ausencia de reformas propiamente estructurales internas y de liderazgos genuinamente bolivarianos, aparece, por decir lo menos, con pronóstico reservado.
° El discurso y práctica del crecimiento-desarrollo capitalista ha sido complementado en la región, desde hace un par de décadas, con la denominada lucha contra la pobreza, un programa de asistencialismo sugerido y hasta impuesto por entidades como el Banco Mundial y el FMI para “maquillar” el desempleo, el subempleo y los bajos ingresos que azotan a los náufragos de la globalización corporativa. Semejante fórmula ha devenido, conjuntamente con el incremento del mítico PIB, en el barómetro del éxito o fracaso de las administraciones zonales independientemente de sus posturas ideológico-políticas y pese a sus inocultables falencias como política de Estado. (Cf. “El fracaso de la pobretología”, de Jaime Martínez Veloz, entre otros trabajos).
° En concordancia con las necesidades e intereses de largo plazo del capital monopólico externo y oligárquico interno, tanto las administraciones conservadoras como las “progresistas” se han convertido en instrumentos para la aplicación de reformas institucionales orientadas a inocular en estas latitudes una ideología reaccionaria fundada en categorías tecnocráticas como productividad, competitividad, eficiencia… Particularmente preocupantes en este sentido son las reformas a los sistemas educativos, reformas inspiradas en postulados de raíz neodarwiniana y positivista y en prácticas verticalistas y punitivas que han venido extendiendo una suerte de domesticación y zombificación de docentes y estudiantes.
(A desentrañar los oscuros orígenes de esta “educación de mercado” dedicamos nuestros ensayos “El desembarco invisible” (2006) y “Reforma educativa ‘al revés’” (2009), en los cuales tipificamos a la estrategia universitaria de la “revolución ciudadana” ecuatoriana como a una “ruta al oscurantismo y a la servidumbre del siglo XXI”.)
° En el ámbito de la geopolítica el panorama es igualmente siniestro. Aludimos a que, con matices que no es del caso desglosar, el oficialismo latinoamericano ha adherido a lo que la politóloga estadounidense Susan Sontag denominara “guerras metafóricas”, en referencia a conflictos diseñados por el Pentágono para que nunca terminen. En tal definición encajan las cruzadas contra el narcotráfico, el terrorismo secundario (el primario siempre es del Estado, al decir de N. Chomsky) y el denominado crimen organizado, operativos cuyos verdaderos propósitos son intensificar el control territorial y de los recursos naturales, mineros, energéticos y acuíferos de nuestros países; así como el control social, mediante la criminalización de los disidentes de la globalización corporativa (llámense dirigentes nacionalistas y de izquierda, líderes indígenas y comunitarios, sindicalistas, defensores de los derechos humanos, ecologistas, parlamentarios opositores, periodistas independientes, intelectuales críticos, cristianos liberacionistas, militares patriotas, estudiantes… o simplemente pobres).
Sobre las dimensiones de estos “crímenes ideológicos” –conforme les denomina A. Camus en El hombre rebelde a los delitos establecidos desde los códigos penales- ilustran el homicidio de entre 60-80 mil hombres-mujeres-niños y la desaparición de aproximadamente 20 mil personas ocurridos en México durante el sexenio del conservador/modernizante Felipe Calderón, actualmente huésped de Harvard University, así como las tragedias proporcionalmente similares ocurridas en otros países del continente en tributo a los grandes “blanqueadores” primermundistas, a los fabricantes de armas y precursores químicos y, no en último lugar, a los viejos-nuevos clanes políticos locales lumpenizados.
La incorporación de los militares nativos a estos conflictos de nuevo tipo constituye la última faceta de los mismos (el régimen de Rafael Correa la decidió el pasado 2012).
° Si tantas y tan grandes son las semejanzas entre regímenes ortodoxos y “socialistas”, ¿cuáles las diferencias?
La principal y acaso única concerniría al ámbito de la política económica, es decir, al de las estrategias que emplea cada uno de los referidos grupos para pugnar por el venturoso desarrollo económico y social. Mientras los ortodoxos insisten en conseguirlo privilegiando el equilibrio de las finanzas públicas y la balanza de pagos, para estimular de este modo los procesos de concentración, centralización y conglomeración del capital monopólico externo-interno; los segundos, aspiran a similar meta apelando al incremento de la demanda interna y al protagonismo de estados intervencionistas (intervencionismo que, a menudo, apenas constituye la hoja de parra para entreguismos sin inhibiciones).
Casi huelga señalar que tanto la política económica ortodoxa como la intervencionista-clientelar están predestinadas a ajustarse al ciclo de la economía-mundo, en razón de la condición supérstite de nuestros países en la cadena de la acumulación monopólica a escala global.
Aún más, esta condición inherente al modo de producción capitalista ha comenzado a reeditarse a últimas fechas en nuestro subcontinente, conforme muestran, por un lado, los “cacerolazos” simultáneos en la Venezuela del flamante Nicolás Maduro y en la Argentina de Cristina Kirchner, y por otro, en sucesos como el extendido “paro cafetero” en la Colombia de Juan Manuel Santos, país este último de indiscutibles pergaminos neoliberales y monetaristas.
(Para un análisis riguroso de la fisiología del capitalismo periférico y de sus correlatos político-institucionales se recomienda la lectura de “El desarrollo del capitalismo en América Latina y la cuestión del Estado”, en Autoritarismo y fascismo en América Latina, de Agustín Cueva, Centro de Pensamiento Crítico, Cuaderno Político No. 2, 2013).
Las luces de Chiapas
El panorama arriba descrito no totaliza –ni mucho menos- la postura de Latinoamérica frente a la decadencia de la civilización del capital. Aún más, el ¡Ya basta! zapatista del 1 de enero de 1994, coincidente con la incorporación del país azteca al neocolonialista NAFTA, habría inaugurado desde estas tierras la impugnación más original, estética e impactante a la globalización corporativa y sus abalorios político e ideológicos.
Desglosemos esta aseveración.
Conforme advirtiera N. Chomsky, con la insurrección indígena contra el venal régimen de Carlos Salinas de Gortari, el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) había colocado sobre el tapete un “problema” sin precedentes.
El paso de los años no ha hecho más que confirmar la apreciación del profesor del MIT, entre otras, por las razones siguientes:
La primera consistiría en que el discurso del EZLN y su vocero el subcomandante Marcos comporta un planteamiento distinto al clásico de la izquierda marxista, en la medida que sus postulados son más genéricos: dignidad, democracia, justicia, libertad, soberanía. Ideales anteriores y posteriores a la utopía socialista configurada en el siglo XIX.
La segunda tendría que ver con que el discurso de los enmascarados pobladores del sureste mexicano supone una suerte de síntesis de parábolas cristianas, memorias recuperadas del Popol Vuh y el Chilam Balam, liberalismo jacobino, humanismo socialista, gramscianismo…
La tercera concerniría a la recuperación por parte de los pequeños “hombres de maíz” (M.A. Asturias) de la historia propia, la historia nacional mexicana. En la I Declaración de la Selva Lacandona, documento fechado el 12 de enero de 1994, puede leerse: “Somos producto de 500 años de lucha: primero contra la esclavitud en la guerra de independencia contra España encabezada por los insurgentes, después por evitar ser absorbidos por el expansionismo norteamericano, luego por promulgar nuestra Constitución y expulsar al Imperio Francés de nuestro suelo, después la dictadura porfirista nos negó la aplicación justa de las leyes de Reforma y el pueblo se rebeló formando sus propios líderes, surgieron Villa y Zapata... Somos los herederos de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad”.
En cuarto lugar porque su filosofía política tornó visibles algunas ideas-fuerza sobre el poder. Una de ellas se relaciona con su original concepción de la democracia. Para los zapatistas, el poder no es un fin en sí mismo y mucho menos un mecanismo de sojuzgamiento y enriquecimiento. En su percepción, la legitimidad del poder proviene de su concordancia con la máxima del “mandar obedeciendo”, principio democrático más raizal y proyectivo que el meramente electoralista y mediático.
En quinto lugar por su honda visión del cambio social. A este respecto, el “Sup” Marcos, en una entrevista concedida a la revista chilena Punto Final, explicaba: “Nosotros manejamos el siguiente concepto de cambio: creemos que el mundo nuevo, o la nueva sociedad, o como se quiera llamarlo, debe pasar previamente por una antesala. Es decir, que las propuestas o conceptos del rumbo que debe seguir el país… debe confrontarse con la realidad de cada pueblo. El soporte real de cualquier modelo social es la aceptación que el mismo tenga en la población. Si no existe, estaríamos hablando de una falsa revolución, y no necesariamente porque sea una revolución que mienta, sino que sin el sustento mencionado, sería siempre susceptible de desviarse o de voltearse”. (Cf. nuestro ensayo Conversaciones con Marcos, 1996).
Finalmente, conviene recuperar dos aportes teórico-prácticos de los descendientes de los mayas. De un lado, la creación en varios municipios liberados de la provincia chiapaneca de las Juntas del Buen Vivir, con soporte en algunos de ellos de los caracoles (organizaciones solidarias de producción y distribución ajenas a las “leyes” o “fuerzas” del mercado); y, de otro, la vocación universalista del EZLN plasmada en la convocatoria a la I Internacional de la Esperanza, evento que se cumpliera, en agosto de 1996, en una perdida aldea chiapaneca conocida con el sugestivo y enigmático nombre de La Realidad, que culminó con llamados de Marcos Guillén a “volver a humanizar la humanidad” y a “construir un mundo donde quepan todos los mundos”.
Casi dos décadas después del estruendoso ¡Ya basta! que despertara a México y conmoviera al mundo, mucha agua ha corrido bajo los puentes. No obstante, el pensamiento y las acciones de los encapuchados indígenas y mestizos mexicanos, antes que diluirse, han venido inspirando de distinta forma las contestaciones al capitalismo mundializado desde distintos polos de poder imperial.
Ver a este respecto los trabajos de Pablo González Casanova sobre la influencia del zapatismo entre los indignados que se multiplican incluso en los propios santuarios del capital corporativo.
La reconfiguración del discurso crítico
Después de Chiapas, en efecto, hemos asistido en la región a múltiples expresiones de resistencia enfiladas no solamente contra el maltrecho capitalismo sino también contra la propia civilización del capital.
Aludimos a episodios como los siguientes: las ensangrentadas luchas por el territorio y la defensa de los recursos naturales y ambientales encabezadas por la CONAIE en Ecuador y los Sin Tierra en Brasil; las protestas de los piqueteros argentinos que liquidaron al gobierno de Fernando de la Rúa; la “guerra del agua” en Cochabamba; las siempre heroicas performances defensivas de los mapuches, así como las recurrentes y creativas movilizaciones de los estudiantes secundarios y universitarios contra las despersonalizantes reformas educativas de los chilenos Lagos, Bachelet y Piñera; la victoriosa campaña continental contra el ALCA; la “Comuna de Oaxaca”; las aguerridas confrontaciones de los campesinos colombianos para contener la reforma agraria prolatifundista que adelanta, desde hace décadas, la oligarquía liberal-conservadora en ese hermano país; la Marcha por el Agua y por la Vida protagonizada por miles de pobladores de la Sierra y Amazonía ecuatorianas en repudio al tozudo extractivismo a cielo abierto de Carondelet; y, en fin, a la emergencia del juvenil #YoSoy132 para desafiar a la narcodemocracia mexicana reencarnada en Enrique Peña Nieto..
Constelación de acontecimientos que resultan, al mismo tiempo, causa y reflejo de un discurso crítico que se alimenta y retroalimenta en su confrontación con el pensamiento único –el no-pensamiento que diría Saramago- y de cuya riqueza y fortaleza da cuenta, particularmente, el Diccionario de pensamiento alternativo (Editorial Biblos, Buenos Aires, 2008), monumental obra mentalizada y coordinada por los filósofos argentinos Arturo Roig y Hugo Biagini, fundadores del Centro de Educación, Ciencia y Sociedad (CECIES, www.cecies.org).
De la revisión de ese Diccionario… y de la lectura de diversos materiales académicos y no académicos puede colegirse que el pensamiento alternativo, más allá de sus heteróclitos orígenes y de sus innumerables tópicos, está permeado por proposiciones comunes como las siguientes:
Primera. La creencia de que la crisis civilizatoria que recorre el mundo supone la necesidad de una reconfiguración del modo de vida moderno a partir de nuevas formas de comprender la realidad.
Segunda. La convicción de que el paisaje catastrofista que está heredando una modernidad mal concebida y peor instrumentada tendría origen en la supremacía del economicismo sobre los órdenes moral y político, y que, por tanto, se impone pensar en una ruptura no sólo con el marxismo decimonónico y su lógica determinista, sino también en saldar cuentas con el individualismo y el “psicologismo menor” (C.Furtado) de la economía clásica o neoclásica; así como abrir paso a las nociones de la promisoria ecología política cuyos objetos cardinales de estudio no serían otros que las nuevas formas de explotación de una minoría sobre la mayoría y la acelerada destrucción de la naturaleza.
Tercera. Otro postulado compartido sería que las claves que se vienen vislumbrando para sortear la actual situación abismática comprenden, por un lado, la construcción de un poder social no tutelado por estados genéticamente capitalistas, y por otro, la vuelta de la mirada hacia los 7 mil pueblos originarios o indígenas del mundo, cuyas culturas tradicionales o premodernas contienen un conjunto de valores (reciprocidad, solidaridad, comunalismo, respeto a la naturaleza) imprescindibles para la regeneración social, cultural y ambiental.
Cuarta. Finalmente, el pensamiento alternativo/utopista viene coincidiendo en que, más que una conciencia de clase, se requiere en la actualidad de una conciencia de especie, una conciencia planetaria, puesto que hoy en día toda batalla emancipadora, por muy localizada o focalizada que aparezca, se coloca o del lado de la destrucción o del lado de la supervivencia de la humanidad y de la Tierra. (Cf. Víctor M. Toledo, “Los zapatistas: una mirada desde la ecología política”, 2013).
Una brújula andina
De modo general, al libro Hacia un modo de vida alternativo lo hemos encontrado inscrito en las proposiciones anteriores, lo cual no significa que no exhiba peculiaridades teóricas, prácticas y axiológicas para una comprensión más cabal de la realidad de Colombia y, por extensión temporal y espacial, de los restantes países andinos.
De tales aportes destacamos los siguientes:
° La investigación tiene como eje el concepto de desarrollo endogénico, un concepto que, según Julíán Sabogal, no constituye una camisa de fuerza, sino más bien una “invitación a reconocer lo propio, lo interno… lo cual no significa desconocer lo global. El sistema capitalista –agrega- alcanza todo el planeta, ningún rincón del mundo puede escapar a su influencia, a su racionalidad… ; pero, al mismo tiempo, la dialéctica de los sistemas nos indica que en las regiones se encuentran especificidades que pueden ser potenciadas y utilizadas a favor de un modo de vida alternativo”. En otros términos, si el concepto de desarrollo endogénico aparece poco formal, esto no significa que no se nutra de potentes vertientes históricas, críticas y utópicas.
° En cuanto a sus veneros históricos baste señalar que a la visión endogénica la encontramos estrechamente emparentada tanto con el pensamiento de los próceres de la independencia (Andrés Bello con su célebre admonición “La América hispana tiene un camino: su propio camino”, o Simón Rodríguez con su invocación a “crear o equivocarse”), como con las contribuciones académicas más recientes de un Antonio García Nossa y su tesis de la convivencia concertada de distintos modos de producción o las de José Consuegra Higgins, fruto de su larga cruzada por la autenticidad de las ciencias sociales latinoamericanas. Amén, por cierto, de los aportes naturales y testimoniales de nuestros pueblos ancestrales que les habrían permitido sobrevivir a siglos de colonialidad y despojo material e inmaterial.
° La sustentación histórica lacónicamente descrita se eslabona en el libro en referencia con una voluntad explícita de desnudar a la seudorrealidad inherente al paradigma de la modernización refleja. Esta conexión fundamental se evidencia en los distintos capítulos de la investigación –“El pensamiento propio hacia el modo de vida alternativo” y “El ambiente en el modo de vida alternativo” (Julián Sabogal), “La democracia en un modo de vida alternativo” (Fernando Panesso) y “La educación y la cultura para un modo de vida alternativo” (Carmen Alicia Martínez, Jimena Meneses y Francisco Criollo)-, elaborados con sólidos soportes bibliográficos y elegancia expositiva.
° Finalmente, Hacia un modo alternativo de vida se autovalora por su compromiso con la utopía, entendida esta “como una racionalidad alternativa superior que aún no tenido oportunidad de existencia, pero que puede convertirse en realidad si es asumida por la comunidad”.
(Versión revisada del prólogo escrito para el libro Hacia un modo de vida alternativo, de Julián Sabogal Tamayo y otros, actualmente en proceso de edición bajo los auspicios de la Universidad de Nariño (Pasto) y de la Universidad Simón Bolívar (Barranquilla).
Mayo/2013
- René Báez, economista ecuatoriano, es catedrático universitario, Premio Nacional de Economía y miembro de la International Writers Association.
https://www.alainet.org/de/node/76050
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