Sudáfrica después de Mandela

03/07/2013
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La historia la escriben las sociedades. Sin embargo, hay individuos que, por diversas circunstancias, hacen historia, contribuyendo a dramáticas transformaciones, las cuales marcan un antes y un después en sus respectivos países y el mundo.
 
El siglo XX fue particularmente prolífico en términos de la existencia de grandes figuras políticas –o bien, estadistas- que fueron artífices de cambios trascendentales que configuraron el mundo de hoy.
 
Así por ejemplo, ni India, ni la República Popular China, ni Cuba, ni Sudáfrica se explican, en el momento actual, sin Mahatma Gandhi, Mao Tse Tung, Fidel Castro y, claro, Nelson Mandela, respectivamente. Estos cuatro países sólo pueden entenderse, en el siglo XXI, a partir de la contribución de los citados personajes al nacimiento, construcción y/o reconstrucción de esas naciones.
 
A propósito de Nelson Mandela es importante destacar la tenacidad con la que se opuso a la discriminación racial y al régimen del apartheid.
 
Nacido en 1918 en Umtata, Transkei, Mandela ha dedicado gran parte de su vida a lograr una sociedad igualitaria, donde todos los habitantes de Sudáfrica puedan gozar de las mismas oportunidades, prerrogativas y derechos. Hoy Mandela tiene 94 años de edad, de los cuáles, la tercera parte los pasó en prisión, lo cual da cuenta de la devoción con que buscó la modificación del statu quo.
 
Mandela estudió derecho, habiendo renunciado a presidir una tribu xosa. Se graduó en 1942, seis años antes de que llegara al poder en Sudáfrica el Partido Nacional, el cual institucionalizó el apartheid.
 
A partir de 1948, se produjeron diversas normas que convertían en delitos los vínculos interraciales en Sudáfrica. Así, por ejemplo, a pesar de que los blancos afrikáners representaban en ese entonces apenas el 21 por ciento de la población –frente al 68 por ciento de raza negra- se instituyó en ese mismo año una norma que segregaba a cada persona en función de su raza.
 
En 1949 se establecieron penas a quienes tuvieran relaciones sexuales con personas de otra raza y también quedaron prohibidos los matrimonios interraciales. En 1950 una nueva disposición autorizaba la existencia de lugares en que sólo podían habitar los blancos. Tres años después, la segregación se extendió a las playas, el transporte público, las escuelas, los hospitales y los espacios públicos.
 
Sobra decir que la población de raza negra no tenía derecho ni a votar ni ser votada; que no podían ejercer actividades profesionales en circunscripciones específicamente designadas para los blancos; que el acceso a edificios públicos contaba que entradas para blancos y negros por separado, etcétera. Esta política tuvo severas consecuencias al dejar en desventaja a la población negra –mayoría- frente a la población blanca –minoría- en todos los ámbitos de la vida económica, política y social en Sudáfrica.
 
Pese a estas condiciones y al riesgo que implicaba desafiar las disposiciones gubernamentales, Nelson Mandela se involucró activamente en acciones de resistencia civil contra el régimen opresor. Varias veces pisó la cárcel a causa de su activismo, si bien era puesto en libertad por falta de pruebas.
 
En 1960, tras la tristemente célebre matanza de Sharpeville, en la que las autoridades atacaron a civiles que protestaban contra las normas racistas –y donde murieron 69 pesronas-, los líderes de la resistencia, entre quienes figuraba Mandela, decidieron abandonar las tácticas no violentas, por considerar que era improbable que el gobierno accediera a negociar en esas condiciones. Fue por ello que optaron por sabotear instalaciones gubernamentales, atacando intereses económicos y estratégicos, para forzar una negociación.
 
A fin de lograr este objetivo, en 1962 Mandela viajó por diversos países africanos, explicando la agenda del movimiento y recaudando fondos. A su regreso a Sudáfrica, el famoso líder fue arrestado, siendo recluido por 27 años, en condiciones muy penosas. Su encarcelamiento lo convirtió en el símbolo de la lucha contra el apartheid, situación que fue mermando la credibilidad del gobierno sudafricano en todo el mundo.
 
Como es sabido, en 1990 Mandela fue liberado por el gobierno blanco, y en 1994 tuvieron lugar las elecciones multirraciales –la última vez en que votaron solamente los blancos fue en los comicios de 1992. A partir de ese momento, el nuevo gobierno, presidido por Mandela, dispuso una serie de medidas que apuntaron a la reconciliación nacional, promoviendo iniciativas que se inscriben en la llamada “discriminación positiva”, ello en aras de reducir la brecha económica, educativa y política que existía entre blancos, negros y otras minorías.
 
Al día de hoy, la sociedad sudafricana encara enormes retos, destacando la prevalencia del VIH-SIDA, que aqueja a uno de cada cinco adultos y que es responsable de la disminución de la esperanza de vida y de la muerte prematura, incluyendo a los niños. Esta enfermedad es de tal magnitud, que, al menos en Sudáfrica es una genuina amenaza a la seguridad nacional. Ciertamente, parte del problema, al igual que de otros tantos, se explica por la herencia delapartheid, dado que, debido a la inercia que generó, pasará algún tiempo antes de que esa sociedad pueda ser más igualitaria en todos los sentidos.
 
Con todo, el legado de Mandela es evidente, y ello lo reconocen los sudafricanos y el mundo entero. Sudáfrica hoy, pese a todo, es un mejor país que en los tiempos en que vivió bajo el régimen del apartheid.
 
El célebre y carismático líder -a quien cariñosamente llaman Madiba-, de esos que ya no es posible encontrar en la actualidad, sentó las bases para que Sudáfrica se sobreponga a sus problemas y sea una nación sana, próspera y segura en el siglo XXI. Ese, sin duda, es el mejor homenaje que Sudáfrica puede hacer al gran Nelson Mandela.
 
- María Cristina Rosases Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Preside el Centro de Análisis e Investigación sobre Paz, Seguridad y Desarrollo Olof Palme, A. C. Correo electrónico: mcrosas@unam.mx
 
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