Con la participación de especialistas de la filosofía y la teología de distintos países, hace poco se realizó en nuestro país un seminario sobre el legado crítico y creativo de Ignacio Ellacuría al mundo de hoy. La idea fuerza que estuvo presente en esta nueva actividad académica es sugerente: no se trata de volverse custodios de un legado (de teorías, ideas o principios), sino de poner a producir ese pensamiento de acuerdo a los desafíos del presente. Desde luego, hay un reconocimiento explícito de que el testamento teórico y práctico de Ellacuría sigue vigente e ilumina no solo para abordar problemas de orden filosófico o teológico, sino, y sobre todo, para abordar los problemas que afectan a las mayorías pobres.
Con respecto a esto último, Martin Maier, teólogo alemán y organizador del evento, nos ha recordado la importancia que tiene en el legado de Ellacuría el compromiso con la construcción de una nueva civilización, la de la pobreza, que ha de tener como principio y fundamento que las mayorías alcancen unos niveles de vida aptos para satisfacer dignamente sus necesidades básicas fundamentales. Desde el contexto actual, Maier hizo un repaso y una interpretación personal de las ideas centrales de Ellacuría sobre la civilización de la pobreza y su vínculo estructural con los derechos humanos. Veámoslo al menos de forma resumida y esquemática.
Maier parte de una constatación de graves consecuencias naturales, sociales y humanas: vivimos en una profunda crisis de civilización, expresada en crisis económica, ambiental, ética, política, alimentaria, demográfica y energética. Por tanto, un cambio radical de civilización, que vaya a la raíz de los problemas y en dirección contraria al orden dominante, es una necesidad histórica. El referente teórico y utópico de ese cambio lo encuentra Maier en la original formulación de Ellacuría denominada “civilización de la pobreza”. El concepto es usado por el rector mártir en varios sentidos. A continuación, el repaso que hace Maier.
Sentido programático. “Donde la pobreza ya no sería la privación de lo necesario y fundamental debido a la acción histórica de grupos, clases sociales o naciones, sino un estado universal de cosas en que estén garantizadas la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y con Dios”.
Sentido contracultural. “La civilización de la pobreza […], fundada en un humanismo materialista, transformado por la luz y la inspiración cristiana, rechaza la acumulación del capital como motor de la historia y la posesión-disfrute de la riqueza como principio de humanización, y hace de la satisfacción universal de las necesidades básicas el principio del desarrollo y del acrecentamiento de la solidaridad compartida, el fundamento de la humanización”.
Sentido espiritual. La civilización de la pobreza “es la que realmente da espacio al espíritu, que ya no se verá ahogado por el ansia de tener más que el otro, por el ansia concupiscente de tener toda suerte de superfluidades, cuando a la mayor parte de la humanidad le falta lo necesario. Podrá entonces florecer el espíritu, la inmensa riqueza espiritual y humana de los pobres y los pueblos del Tercer Mundo, hoy ahogada por la miseria y por la imposición de modelos culturales más desarrollados en algunos aspectos, pero no por eso más humanos”.
Maier, al resumir y actualizar el concepto de la civilización de la pobreza frente a los desafíos globales de hoy, sostiene que los criterios decisivos derivados del mismo son la universalidad, la justicia y la sostenibilidad. Y en seguida explica que la economía de los países ricos del Norte no es universalizable por la inequidad que produce, por su impacto ambiental depredador y por los límites de los recursos naturales. A escala mundial, la justicia significa que todos los seres humanos tengan el mismo derecho a los recursos naturales y a la energía, y que las consecuencias ecológicas han de distribuirse equitativamente. La sostenibilidad implica administrar los recursos de tal forma que se tomen en cuenta los derechos e intereses de las futuras generaciones.
Sostiene, además, que en el planteamiento de Ellacuría, el principio y fundamento de una nueva civilización lo constituyen los derechos humanos, y no solamente en cuanto derechos civiles y políticos de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, sino también en cuanto derechos económicos, sociales y culturales del Pacto Internacional de 1966. Pero hay algo más. Para Maier, el concepto de la civilización de la pobreza también anticipa la idea de los bienes globales comunes (tierra, mar, bosques, atmósfera, etc.), que ahora mismo tienen una gran importancia en el debate sobre el desarrollo sostenible. Ellacuría lo visualizó en los siguientes términos: “Los grandes bienes de la naturaleza ([…] el conjunto de los recursos naturales para la producción, el uso y el disfrute) no necesitan ser apropiados de una forma privada por ninguna persona individual, grupo, nación y, de hecho, son el gran medio de comunicación y convivencia”.
Se suele objetar, dice Maier, que el concepto acuñado por Ellacuría es demasiado general y utópico. Sin embargo, puntualiza, él no pretendía proponer un modelo técnico de un nuevo orden económico, pero sí abrir un horizonte de esperanza y de perspectivas de acción. En la actualidad se habla, en ese sentido práctico, de la apertura de los mercados situados en los países ricos para las exportaciones de los países pobres; de abolición de subvenciones y ayudas para la agricultura en los países ricos; de un impuesto a las transacciones financieras; de un impuesto al uso de los bienes globales comunes; y de la creación de un fondo internacional humanitario para combatir la extrema pobreza.
Ahora bien, según Maier, las propuestas técnicas no son suficientes para lograr los cambios fundamentales que requiere una nueva civilización. Se necesita, a la vez, un cambio radical de conciencia y de valores acorde con un ideal de convivencia más humanizadora. La construcción de nuevas estructuras debe implicar educar en la civilización de la pobreza. Y eso pasa, en la perspectiva de Ellacuría, por la formación de hombres y mujeres que mantengan una lucha permanente por superar la injusticia estructural dominante.
La realización de una civilización de la pobreza o de la austeridad compartida, pues, es uno de los desafíos fundamentales del legado del padre Ignacio Ellacuría. Requiere formar personas con un sentido profundo de la justicia y la compasión; sin olvidar, claro está, la urgencia de un nuevo contrato social que posibilite inclusión de las mayorías marginadas; construcción y protección del bien común; equidad; y una vida digna de ser vivida.
Carlos Ayala Ramírez, director de Radio YSUCA