Todos somos campesinos¡ (I)
26/08/2013
- Opinión
El millón y medio de gentes de Boyacá, están distribuidos a lo largo de sus 23.000 Km2, que representan el 2% del territorio nacional y habitan en 123 municipios, más el calculado millón de hijos e hijas de esta tierra que viven en Bogotá. Esos miles han llenado por estos días las calles, las veredas, las vías, las plazas y los caminos, señalando unos modos de acción que enfrentan al poder establecido a la vez que llaman la atención sobre las tradicionales formas de lucha social y política. Esta vez los mandatos salen del seno de los campesinos, no tienen intermediaciones, ni expertos traductores que puedan cambiar las palabras y sus sentidos. Los campesinos son la única voz autorizada para hablar y decidir, saben perfectamente lo que quieren: ser respetados y reconocidos y eso supera el impagable precio de los insumos o la duración de los bloqueos en las vías. Son ellos los llamados a colocar los ritmos del tiempo y los temas de una agenda de conversaciones, superando el afán de quienes gobiernan. Sus prisas no son las que indica el calendario controlado por el capital a la medida de sus necesidades de plusvalías que sirven para enriquecer a los más ricos. Los campesinos no tienen necesidades electorales, no calculan votos, saben que los que por vez anuncian defenderlos es porque quieren someterlos, y también saben que sus elegidos los llaman terroristas cuando levantan sus voces para protestar y acuden a ellos tratándolos de ciudadanos cuando necesitan sus votos para legitimar sus caducas e incompetentes instituciones.
Los campesinos, suman sus voces a las de indígenas, camioneros, arroceros, mineros, estudiantes, obreros y con el paso de las multitudinarias movilizaciones anuncian una mezcla de variadas expresiones de lucha social movidas por la conciencia. No son ejércitos preparados para combatir, no son soldados de ninguna patria, no llevan armas mortales, son simplemente la otra Colombia, la Colombia campesina que siembra y cosecha alimentos. Las armas que provocan violencia y alientan la agresión y dan tratamiento militar a las demandas vitales son las del Estado que se asoman a veces discretas, otras apuntando. Los campesinos han logrado convocar a la otra Colombia a una fiesta de múltiples colores, saberes y experiencias. Es una fiesta de identidades que recibe lo mejor de cada uno/a como ser humano para que la lucha tenga resultados, son personas comunes y corrientes que gritan, juegan, corren, se asoman, hacen carteles, caminan. Es una fiesta de lucha por justicia social y económica, en la que se asocian discursos y consignas, banderas, mimos, zanqueros, ruanas, sombreros, ollas comunitarias, comparsas, música, vestuarios, maquillajes, grafitis, pedreas, llantas que se queman, barricadas, palos caídos, risas, juegos de palabras. Es una fiesta que ha puesto al descubierto que el estado carece de legitimidad y capacidad para resolver las demandas cuando se trata de tocar el fondo de los temas y en su reemplazo usa la fuerza, ridiculiza, amenaza, minimiza, ridiculiza y se autobloquea cerrando los escenarios propicios del dialogo como colegios y universidades. Trata de fragmentar y dividir en cambio de enfrentar y construir, lo que ha provocado un positivo reempoderamiento de la gente que intuye sus capacidades y su poder y se moviliza en contravía de las órdenes gubernamentales, resiste y anuncia que puede más.
Como un método de máxima aceptación de la diversidad de lo que somos y significando que campesinos somos todos, los cacerolazos han fortalecido la resistencia colectiva y en tan solo horas contribuido a cambiar los modos de entender y participar en la protesta sin centros de mando, ni orientaciones salidas de directorios políticos. La protesta ha permitido ver otro significado de la democracia en paz y con libertades, en la que niños y niñas hacen sonar sus juguetes y hombres, mujeres, parejas y familias enteras incluidas mascotas, hacen sonar matracas –propias de la semana santa-, panderetas. Señores de corbata con olletas y cucharones, profesores con ollas, estudiantes con tapas, pitos, tambores, cornetas, en fin, lo mejor cada casa es llevado a este pequeño acto de orquesta que suena con los tonos de la diversidad, de lo plural, del sentido colectivo. La gente sale, va, apoya, le importa el otro, los otros, los que van a su lado, los del lado contrario, los de arriba, los de abajo, se respira un ambiente de paz, de alegría por la dignidad de un pueblo burlado, que fue levantada por los campesinos y de la que cada uno/a se quedara con un pedacito de recuerdo. Ojala el gobierno y el estado con mayor exactitud, tuviera tiempo para vivir un día, al menos un solo día de esta fiesta democrática, y ojala se mirara a los ojos con la gente de estas tierras dormidas de otros tiempos, del remanso de paz que está de fiesta, haciendo una revuelta raizal, un carnaval salido de sus orígenes, de la tierra y de sus campesinos, que en este país somos todos.
La gente tomó partido por la tierra, por las semillas, las cosechas y los alimentos y sobre todo por sus originarios poseedores y cuidadores que salen de los cultivos para enfrentar al temible modelo neoliberal que afecta y destruye lo propio, que está despojando al país de su riqueza y entregándola a los nuevos colonizadores representados por transnacionales, financistas y grandes medios de des-información. Las movilizaciones ya trascienden el campo, como lo han hecho históricamente sus gentes desplazadas y desarraigadas que ahora salen del vientre de las ciudades y de los cordones de miseria a sumar en estas marchas de protesta. El país de los campesinos está presente en todo el territorio y tiende a fortalecerse, los anuncios indican que ya vienen los obreros, los estudiantes, los profesores, los trabajadores de la salud, en señal de que el paro no termina. El paro agrario es legítimo, está hecho con las fibras más finas de la justicia y las demandas son de fondo y habrá que ir a los orígenes, tocar las causas, las estructuras, la totalidad de un pueblo campesino vestido de mil colores, y esto no se logra simplificando o reduciendo trámites, tampoco con nuevas leyes, ni múltiples mesas difusas y sectoriales. Es hora de apostar por que la movilización tenga una Mesa Única Nacional de negociación directa del conflicto social entre Estado y pueblo.
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