El pueblo, siempre el pueblo
16/09/2013
- Opinión
Todo el mundo ha conseguido algo amarillo que ponerse, o que amarrarse a la muñeca, colgarse al cuello, lucir como cinta en el pelo. De muchas ventanas penden telas amarillas. Se ha puesto amarilla la gente por los Cinco, porque es 12 de septiembre y hace quince años que los imperialistas los tomaron prisioneros. Ante la alternativa que se cruzó de improviso en sus vidas, ellos eligieron la senda del honor y el sacrificio, y pasaron, de seres humanos comunes, a convertirse en héroes. Más de cinco mil días llevan presos, y ninguno ha cedido un milímetro: desde sus celdas, dan lecciones y brindan esperanzas en un mundo que tantas veces parece estar a merced de los lobos y los cerdos. Hasta los esbirros los respetan, y miles y miles de personas a lo largo del planeta crían cualidades y cultivan hermandad en sus campañas por la libertad de los Cinco.
René González ya está con nosotros, pero ha sabido convertir su libertad en una nueva trinchera. De él fue la idea de que todos asumiéramos la señal que el preso le pedía a su amada para saber, cuando saliera libre, si ella todavía lo quería, y que la tradición del país en que los Cinco están presos convirtió en un distintivo de comunión con el ausente. Es un toque al corazón de un pueblo postrado, al que sus dominadores le dicen que es excepcional y que debe ser el amo del mundo. Empresa difícil. Pero las pruebas convirtieron a René en sabio y su propuesta va mucho más allá. Pide que el pueblo se movilice y tome la iniciativa, que haga suya activamente la consigna y le insufle más vida, que crezca en sus capacidades políticas al ejercerlas y convierta el aniversario en un día de conciencia, reafirmación y lucha, en una victoria del pueblo, y por tanto también una victoria de los Cinco.
A las diez de la mañana salimos en manifestación, desde la Unión de Escritores y Artistas; al frente va René, con Miguel Barnet. Caminamos hacia el bosque de banderas, centinelas perennes del mar y la ciudad, haz insolente de soberanía conquistada: la del triángulo rojo y la estrella, con más luz cuanto más solitaria. Somos solamente uno entre tantos grupos en la movilización que ha puesto en pie a todo el país, pero sentimos, como sienten ellos, que la calle es nuestra. Con nosotros va Yoruba Andabo, que ya tocó unas piezas antes de la salida y es hoy la banda de esta milicia de la cultura. Y entre los que caminan reina la alegría, porque eso es lo que quieren René y los Cinco, porque ella expresa la fuerza y la razón de la causa popular y porque así somos las cubanas y los cubanos.
Una mujer se asoma a un balcón demasiado modesto a ver pasar la manifestación, con su bebito envuelto en un pañal amarillo. René carga en los hombros a un niñito pequeño, vestido de Changó, que viene con los músicos. Ya vamos llegando a la plaza de banderas y se espesa el gentío. Me pregunto cómo se habrá podido ir acostumbrando René a los espacios abiertos y a tanta gente que siempre quiere saludarlo. Pero no hay tiempo para eso, porque me arrastran casi hasta el borde del círculo que él preside. Yoruba Andabo arranca a interpretar El Necio, de Silvio, con el toque esencial de la rumba —esa forma musical del ser nacional— y con la maestría que es la marca de estos ejecutantes. El niñito la baila, impecable, con su cara seria. Ochún también está movilizada, y celebra su día con su pueblo en lucha. Detrás del niño que baila están los niños que un día se arrancaron los juegos de un tirón y se fueron en masa a la gloria y a la muerte, cantando: “yo me va con los mambises / aunque mi mamá no quiera…”
Les toca entonces el turno a los repentistas, los bardos del común de los campos de Cuba, que les parecen ingenuos en sus rimas al oído culto pero saben llegar al corazón de todos, porque traen consigo la voz del pueblo embellecida. Como debe ser, los espontáneos han ido salpicando el acto con gritos revolucionarios que todo el mundo corea. Barnet, emocionado, culmina el encuentro con palabras hermosas y breves. Pero no hemos terminado, porque ahora atruenan la mañana los Guaracheros de Regla y los Tambores de Bejucal, que de inmediato reclutan a los circunstantes. Pasa y repasa la conga con su alarde de fuerza y sus colores, arte urbano que le pone música y voz a los tiempos y a las comunidades, que logra vencer a la artritis y a los funcionarios, un idioma que el pueblo les regala a todos. Varones y muchachas se vuelven más hermosos bailando, y entonan los cantos por la libertad de los Cinco y de todos. Un bailarín negro con un diente dorado, hijo de la gente de abajo de la gran ciudad, el mismo que los ciegos sospechan delincuencial, pasa rotundo y magnífico, encendiendo la calle. Y cantan todos a coro: “¡ya lo dijo el Comandante / que los Cinco volverán!”. No pueden parar, ni dejan tranquilo a nadie. La gente más inesperada se asocia a la conga y se arremolina en torno a los músicos y los danzantes incansables.
La emoción nos colma a todos esta mañana, pero me detengo un momento a pensar que ese pueblo habanero que parece superficial y puede ser grosero es el mismo que a una llamada revolucionaria es capaz de irse en masa a pelear a Angola. Pienso que una vez más no dejamos solas a las madres, las esposas, las familias que tienen a sus amores detrás de aquellas rejas y viven al mismo tiempo su dolor y su orgullo, y en cómo hemos sido capaces de multiplicar tanto sus cintas amarillas y su amor. Nos reúne a los más disímiles el altruismo, brindarles el apoyo y el homenaje concertados a los que lo están dando todo desde hace quince años, enarbolar las insignias de la vida contra los portadores de la muerte. Y salimos ganando todos, porque estas acciones nos hacen crecer y querer ser mejores entre todos. Pero miro en las calles los rostros y los gestos y me doy cuenta de que son conscientes de todo esto que estoy pensando: por eso se ven tan contentos.
Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René enviaron hoy un mensaje a la conciencia del mundo y al pueblo norteamericano, en el que hacen un recuento de las verdades que sitúan en su lugar de ignominia a las instituciones norteamericanas implicadas desde 1998 hasta hoy, sintetizan en cinco razones su intransigencia de revolucionarios cubanos y señalan el enorme reto lanzado al sistema totalitario de información y opinión pública imperialista: cómo ocultar “que un pueblo entero ha engalanado su país para pedir a otro que exija de su gobierno la liberación de sus hijos injustamente encarcelados”. Con sencilla grandeza, terminan ratificando que mantendrán la misma actitud y conducta abnegada que han tenido hasta hoy, y que nunca cederán ni un ápice “en la ventaja moral que nos ha permitido resistir y aun crecernos mientras soportamos todo el peso de un odio vengativo por parte del gobierno más poderoso del planeta”.
Ya lo sabíamos, siempre lo hemos sabido. Y también sabemos que los esfuerzos por conquistar la libertad de nuestros presos deben redoblarse. Como dijo René por la noche, en el concierto en la Tribuna Antimperialista: “cuando la música cese y regresemos a la cotidianeidad, no podemos nunca dejar de pensar que les debemos y nos debemos el traerlos de vuelta a casa, y nos debemos todos el regalo de ese enorme concierto con que habremos de celebrar su regreso a la libertad.”
Como también sabemos que, cuando se lo propone, Cuba es invencible.
René González ya está con nosotros, pero ha sabido convertir su libertad en una nueva trinchera. De él fue la idea de que todos asumiéramos la señal que el preso le pedía a su amada para saber, cuando saliera libre, si ella todavía lo quería, y que la tradición del país en que los Cinco están presos convirtió en un distintivo de comunión con el ausente. Es un toque al corazón de un pueblo postrado, al que sus dominadores le dicen que es excepcional y que debe ser el amo del mundo. Empresa difícil. Pero las pruebas convirtieron a René en sabio y su propuesta va mucho más allá. Pide que el pueblo se movilice y tome la iniciativa, que haga suya activamente la consigna y le insufle más vida, que crezca en sus capacidades políticas al ejercerlas y convierta el aniversario en un día de conciencia, reafirmación y lucha, en una victoria del pueblo, y por tanto también una victoria de los Cinco.
A las diez de la mañana salimos en manifestación, desde la Unión de Escritores y Artistas; al frente va René, con Miguel Barnet. Caminamos hacia el bosque de banderas, centinelas perennes del mar y la ciudad, haz insolente de soberanía conquistada: la del triángulo rojo y la estrella, con más luz cuanto más solitaria. Somos solamente uno entre tantos grupos en la movilización que ha puesto en pie a todo el país, pero sentimos, como sienten ellos, que la calle es nuestra. Con nosotros va Yoruba Andabo, que ya tocó unas piezas antes de la salida y es hoy la banda de esta milicia de la cultura. Y entre los que caminan reina la alegría, porque eso es lo que quieren René y los Cinco, porque ella expresa la fuerza y la razón de la causa popular y porque así somos las cubanas y los cubanos.
Una mujer se asoma a un balcón demasiado modesto a ver pasar la manifestación, con su bebito envuelto en un pañal amarillo. René carga en los hombros a un niñito pequeño, vestido de Changó, que viene con los músicos. Ya vamos llegando a la plaza de banderas y se espesa el gentío. Me pregunto cómo se habrá podido ir acostumbrando René a los espacios abiertos y a tanta gente que siempre quiere saludarlo. Pero no hay tiempo para eso, porque me arrastran casi hasta el borde del círculo que él preside. Yoruba Andabo arranca a interpretar El Necio, de Silvio, con el toque esencial de la rumba —esa forma musical del ser nacional— y con la maestría que es la marca de estos ejecutantes. El niñito la baila, impecable, con su cara seria. Ochún también está movilizada, y celebra su día con su pueblo en lucha. Detrás del niño que baila están los niños que un día se arrancaron los juegos de un tirón y se fueron en masa a la gloria y a la muerte, cantando: “yo me va con los mambises / aunque mi mamá no quiera…”
Les toca entonces el turno a los repentistas, los bardos del común de los campos de Cuba, que les parecen ingenuos en sus rimas al oído culto pero saben llegar al corazón de todos, porque traen consigo la voz del pueblo embellecida. Como debe ser, los espontáneos han ido salpicando el acto con gritos revolucionarios que todo el mundo corea. Barnet, emocionado, culmina el encuentro con palabras hermosas y breves. Pero no hemos terminado, porque ahora atruenan la mañana los Guaracheros de Regla y los Tambores de Bejucal, que de inmediato reclutan a los circunstantes. Pasa y repasa la conga con su alarde de fuerza y sus colores, arte urbano que le pone música y voz a los tiempos y a las comunidades, que logra vencer a la artritis y a los funcionarios, un idioma que el pueblo les regala a todos. Varones y muchachas se vuelven más hermosos bailando, y entonan los cantos por la libertad de los Cinco y de todos. Un bailarín negro con un diente dorado, hijo de la gente de abajo de la gran ciudad, el mismo que los ciegos sospechan delincuencial, pasa rotundo y magnífico, encendiendo la calle. Y cantan todos a coro: “¡ya lo dijo el Comandante / que los Cinco volverán!”. No pueden parar, ni dejan tranquilo a nadie. La gente más inesperada se asocia a la conga y se arremolina en torno a los músicos y los danzantes incansables.
La emoción nos colma a todos esta mañana, pero me detengo un momento a pensar que ese pueblo habanero que parece superficial y puede ser grosero es el mismo que a una llamada revolucionaria es capaz de irse en masa a pelear a Angola. Pienso que una vez más no dejamos solas a las madres, las esposas, las familias que tienen a sus amores detrás de aquellas rejas y viven al mismo tiempo su dolor y su orgullo, y en cómo hemos sido capaces de multiplicar tanto sus cintas amarillas y su amor. Nos reúne a los más disímiles el altruismo, brindarles el apoyo y el homenaje concertados a los que lo están dando todo desde hace quince años, enarbolar las insignias de la vida contra los portadores de la muerte. Y salimos ganando todos, porque estas acciones nos hacen crecer y querer ser mejores entre todos. Pero miro en las calles los rostros y los gestos y me doy cuenta de que son conscientes de todo esto que estoy pensando: por eso se ven tan contentos.
Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René enviaron hoy un mensaje a la conciencia del mundo y al pueblo norteamericano, en el que hacen un recuento de las verdades que sitúan en su lugar de ignominia a las instituciones norteamericanas implicadas desde 1998 hasta hoy, sintetizan en cinco razones su intransigencia de revolucionarios cubanos y señalan el enorme reto lanzado al sistema totalitario de información y opinión pública imperialista: cómo ocultar “que un pueblo entero ha engalanado su país para pedir a otro que exija de su gobierno la liberación de sus hijos injustamente encarcelados”. Con sencilla grandeza, terminan ratificando que mantendrán la misma actitud y conducta abnegada que han tenido hasta hoy, y que nunca cederán ni un ápice “en la ventaja moral que nos ha permitido resistir y aun crecernos mientras soportamos todo el peso de un odio vengativo por parte del gobierno más poderoso del planeta”.
Ya lo sabíamos, siempre lo hemos sabido. Y también sabemos que los esfuerzos por conquistar la libertad de nuestros presos deben redoblarse. Como dijo René por la noche, en el concierto en la Tribuna Antimperialista: “cuando la música cese y regresemos a la cotidianeidad, no podemos nunca dejar de pensar que les debemos y nos debemos el traerlos de vuelta a casa, y nos debemos todos el regalo de ese enorme concierto con que habremos de celebrar su regreso a la libertad.”
Como también sabemos que, cuando se lo propone, Cuba es invencible.
Fuente: La Jiribilla
Por Cuba, Año 11, Número 73 | 2013-09-17
https://www.alainet.org/de/node/79355
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