El paro agrario y la unidad del pueblo
18/09/2013
- Opinión
La rebelión agraria que acaba de ocurrir –por ahora–, se concentra en las mesas de negociación. Sabemos de antemano cuáles serán los límites que colocará el gobierno al movimiento agrario. Es la misma “línea roja” que impuso en la mesa de negociaciones de La Habana: “No negociaremos el modelo económico y político vigente”.[1]
Mirado desde ese punto de vista diríamos que el paro agrario fue derrotado. La fuerza del movimiento – así hubiera sido enorme y aumentada por los errores del gobierno – no consiguió quebrar el eje central de la política burguesa, su régimen económico y político, que favorece los intereses de los grandes monopolios “nacionales” y extranjeros.
Si lo hubiera conseguido habría sido una revolución. Pero no, fue un alzamiento campesino y popular en el marco de la institucionalidad dominante. Aunque los pliegos de exigencias abordaban dos puntos de carácter revolucionario – la derogación o renegociación de los Tratados de Libre Comercio planteado por las “Dignidades” y el diseño de una política agraria alrededor del pequeño productor campesino expuesto por la Mesa de Interlocución y Acuerdo MIA –, la fuerza acumulada por el movimiento no logró alcanzar dichos objetivos.
Sin embargo ambos planteamientos quedaron consignados en la mente del pueblo. Ese es su principal y gran logro. Es por ello que el gobierno se apresuró a lanzar el supuesto “pacto agrario” que no pasó de ser otro anuncio del gobierno, aunque allí el alcalde de Bogotá Gustavo Petro le “midió el aceite” al gobierno, lo puso contra la pared con fundamentadas preguntas y creativas propuestas, que los medios de comunicación silenciaron. Ver: http://www.youtube.com/watch?v=lPOc5H2xNmw&sns=tw
Tenemos claro que la principal falencia de las fuerzas comprometidas en el paro fue su falta de centralización y coordinación unificada. La estrategia represiva y la dilación del gobierno también fue otro factor, pero era de esperarse. Sin embargo, la falta de unidad es un problema real, propio del desarrollo político y organizativo de nuestro pueblo. Estamos seguros que con una evaluación seria de estas experiencias vamos a derrotar los factores y fuerzas que impiden esa urgente unificación.
Lo importante es ser conscientes de esas falencias. Debemos tener una mente abierta y una alta capacidad de autocrítica para poder avanzar. Desgraciadamente en los balances que se hacían en medio del paro desde cada organización comprometida (las “Dignidades” y la MIA), cada sector sólo se refería a sus fuerzas comprometidas mientras desconocía olímpicamente la lucha de los otros sectores. No había una mirada de conjunto y no existió el más mínimo esfuerzo para concertar una acción coordinada.
Es evidente que la principal tarea es explicarnos el por qué de las diferencias. No es un asunto sólo de voluntad. Existe una larga historia que ha separado a las dos sociedades agrarias que se expresaron en el paro agrícola de 2013. Entender esa historia es fundamental para superar la división.
Herencias históricas
Las dos expresiones de la lucha agraria que se jugaron en las jornadas de agosto y septiembre de 2013 son herederas de dos colonizaciones separadas por un siglo de tiempo. Son casi cuatro generaciones. El eje cafetero de origen antioqueño y las regiones de Cundinamarca, Boyacá y los Santanderes (legatarias de la colonización española con todas sus particularidades), con tendencias conservadoras-clericales en el campo rural, consiguieron consolidar una capa de productores agrícolas de cultivos permanentes y transitorios como café, cacao, papa, arroz, ganadería de doble propósito (carne y leche), hortalizas y legumbres, arveja, tomate, frutas, panela y otros. Esas capas labriegas agricultoras fueron el resultado de una política corporativa diseñada por terratenientes e incipientes capitalistas para controlar a los campesinos sin que se pusiera en peligro la gran propiedad latifundista.[2]
Por otro lado se fueron desarrollando las nuevas colonizaciones, surgidas de la expulsión de los hijos “bastardos” de los campesinos ricos paisas, que poblaron el sur del Tolima, Huila, norte y occidente del Cauca, Meta, Caquetá, Putumayo, y después otras regiones en la Amazonía y Orinoquía. Esta colonización fue a la fuerza, fue resultado de la expulsión continua del territorio y la expansión de la frontera agrícola, y se ha hecho en medio del conflicto armado.
La primera expulsión fue después de la “Guerra de los Mil Días”. La segunda se realizó con ocasión de la aprobación de la Ley 200 de 1936 durante el gobierno de Alfonso López Pumarejo. La tercera ocurrió después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, durante la “Violencia de los años cincuenta”. La cuarta se oficializó con la aprobación del Pacto de Chicoral en donde la débil burguesía concertó el tratamiento de guerra al alzamiento protagonizado por los campesinos de la ANUC. Y ha continuado hasta nuestros días.
Su influencia en el campo político popular
No es casual que al interior de los dos bloques agrarios tengan influencia política dos organizaciones revolucionarias con diferente programa y discurso. El Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR – principal fuerza dentro del Polo –, en las “Dignidades”, y la Marcha Patriótica en la MIA, con la clara influencia de sectores liberal-comunistas.
En la década de los años 60s aparecen ambas tendencias. Las encabezan, por un lado, Francisco Mosquera (Piedecuesta, Santander, 1941), heredero de tradiciones nacionalistas santandereanas y antioqueñas, alimenta su formación política con la influencia del proletariado organizado de Medellín y alrededores, y las ideas de la revolución socialista, especialmente de China.
La otra vertiente surge de la unión entre Pedro Antonio Marín (Génova, Quindío, 1930), alias “Manuel Marulanda Vélez” y Jacobo Arenas (Bucaramanga, Santander, 1924), quienes recogen las ideas de Jorge Eliecer Gaitán, la experiencia rebelde de los campesinos de Sumapaz y Viotá (Cundinamarca), la visión del Partido Comunista, y los avances de la revolución cubana.
La primera se traza un trabajo de acumulación paciente de fuerzas, rechaza la lucha armada “guerrillerista guevarista”, y se traza una estrategia en donde la alianza con la “burguesía nacional” es fundamental para el triunfo de la “revolución de nueva democracia”.
La segunda, inicialmente se plantea una estrategia de “autodefensa campesina” pero a partir de 1963 se delinea “la vía revolucionaria armada para la toma del poder”, y más adelante en 1984, se propone la táctica de la “combinación de todas las formas de lucha”. Su ideario plantea la lucha contra la oligarquía pero en la práctica se han mostrado proclives a llegar a acuerdos con “sectores progresistas y democráticos de la burguesía”.
El MOIR es legatario de una especie de "nacionalismo terrateniente" que desconoce el "nacionalismo popular" de los campesinos pobres que se concreta en la lucha por la tierra. Marcha Patriótica es heredera de las tradiciones liberal-comunistas de la resistencia campesina, especialmente fuertes en zonas de colonización.
Ambas organizaciones aportan desde su particularidad a las tareas democráticas, nacionalistas y populares, pero se requiere la unidad para conquistar soberanía nacional, plena democracia y justicia social. Todo hace pensar que se requiere una fuerza social y política que les ayude a superar sus limitaciones históricas de clase.
Otro sector en escena
En los años 70s aparece en Colombia otro sector social y político que aportó avances al proceso revolucionario. Recoge las herencias del sector progresista de la Alianza Nacional Popular ANAPO[3] representadas por Antonio García Nossa (Villapinzón, Cundinamarca, 1912), continuadas por Carlos Toledo Plata (Zapatoca, Santander, 1932) y concretadas en acción revolucionaria por Jaime Bateman Cayón (Santa Marta, Magdalena, 1940) al frente del Movimiento 19 de Abril M-19.
Su característica principal fue su “no alineamiento internacional” y la construcción de nacionalidad con base en la recreación de la democracia a partir de un “diálogo nacional”. Su influencia fue básicamente en las ciudades, principalmente entre las clases medias y populares. Su trabajo revolucionario se vio concretado en la Constitución de 1991 que fue un pacto entre la oligarquía y las “clases medias” que éste movimiento representaba.
Después de la desmovilización del M-19 y su participación en la Asamblea Constituyente, sus fuerzas políticas se empiezan a diluir dentro del establecimiento, planteándose una estrategia reformista que hoy sobrevive en cabeza de Antonio Navarro Wolf y Gustavo Petro Urrego, quién representa una tendencia de izquierda dentro de lo que queda de ésta formación política (“Progresistas).
La compleja actualidad
Estas tres corrientes políticas son el resultado del desarrollo desigual y combinado del capitalismo en Colombia, y de la diversidad regional de la Nación que ha sido el fruto de un proceso histórico complejo y variado. Existen dentro de nuestro país claramente diferenciadas una serie de regiones: la nación antioqueña y su bloque histórico; el eje cundi-boyacense; el Caribe colombiano; el Cauca señorial y cortesano; los Santanderes artesanos y libertarios; el Tolima grande que incluye al Huila y norte del Caquetá; el Chocó Bio-geográfico habitado principalmente por afrocolombianos; las naciones originarias indígenas en proceso de reconstrucción; los Llanos Orientales y las zonas de nueva colonización. Toda esa variedad cruzada por población de origen “blanco español”, indígena amerindio y negro afrodescendiente, ha producido un mestizaje variopinto que es la mayoría del pueblo colombiano.
El paro agrario mostró en movimiento a esa sociedad nacional. Boyacá y Cundinamarca unida con Nariño por la producción de papa y leche (indígenas muiscas, pastos y quillacingas). Los caficultores tradicionales del eje cafetero tradicional articulados con los productores de café del Huila y Cauca. Los campesinos colonos y jornaleros cocaleros movilizados en todas las regiones de Colombia, provenientes de lo profundo de esa “Otra Colombia” que existe en la frontera agrícola. Los pobladores de las ciudades, congregados alrededor de la solidaridad con ese nuestro país campesino. Esa es la Colombia popular, esa es nuestra identidad, en construcción y en lucha.
Esta es una mirada panorámica de nuestra realidad y de los orígenes diferenciados de las fuerzas populares que hoy están en movimiento. Nos falta reconstruir la otra vertiente de la lucha popular que se embolató en la década de los años 30 del siglo XX por efecto de la política de colaboración de clases. Es la corriente proletaria que tuvo su materialización en Tomás Uribe Márquez (Medellín, Antioquia, 1886) e Ignacio Torres Giraldo (Filandia, Quindío, 1893), y su aporte filosófico con Estanislao Zuleta (Medellín, Antioquia, 1935). Es la tendencia socialista revolucionaria que hasta ahora ha sido la gran ausente de las actuales luchas populares.
Esa vertiente proletaria tiene la tarea histórica de ayudar a unificar creativamente los diversos sectores sociales, políticos y culturales de nuestro pueblo. Tiene el deber de aportar un pensamiento más universal y unas metas realmente revolucionarias. Necesitamos superar el “nacionalismo estrecho” del MOIR, el “campesinismo” de Marcha Patriótica, y el “democratismo” del M-19, recogiendo lo mejor de sus avances para potenciar tanto sus ideas como su fuerza material. Sólo así conquistaremos – juntos – la verdadera independencia, construiremos democracia participativa y garantizaremos la justicia social que pide a gritos nuestro pueblo.
El Paro Agrario Nacional de 2013 mostró las grandes potencialidades revolucionarias del pueblo colombiano pero también desnudó nuestras limitaciones políticas y organizativas. Es un deber luchar por la unidad, no es cuestión de simple voluntarismo, es una tarea que se hace en medio del fragor de la lucha y al calor de la lucha ideológica.
Las fracciones burguesas están a la expectativa para profundizar la división al interior del pueblo. La burguesía nacional aparentando la lucha contra la política neoliberal y los TLCs., la burguesía burocrática diseñando políticas “estatistas” y demagógicas para el post-conflicto, y la gran burguesía transnacionalizada aparentando un viraje democrático para prevenir un cambio verdaderamente revolucionario. Los grandes terratenientes no aparentan, van de frente contra el pueblo.
El paro agrario ha evidenciado la falsedad de esas conductas. Todas esas fracciones burguesas tiemblan frente al amo gringo y apoyan la política antinacional; juntas apuntalan el falso “pacto agrario”; inseparables hacen parte de la “unidad nacional” de Santos; al unísono se asustaron con la fuerza de la movilización agraria y popular. Todas se unieron alrededor de la defensa de la institucionalidad capitalista. Ninguna merece nuestra confianza.[4]
Que el nuevo auge revolucionario de las masas populares que se avizora en el próximo futuro nos encuentre unidos y preparados para derrotar a las fuerzas reaccionarias que impiden el progreso y el bienestar del pueblo. Esa debe ser nuestra consigna y nuestra preocupación permanente.
Popayán, 18 de septiembre de 2013
[1] El Espectador, Humberto de La Calle Lombana. “No habrá Paz a la brava”: http://www.elespectador.com/noticias/paz/articulo-417975-no-habra-paz-brava-de-calle
[2]Saether, Steiner. “Café, conflicto y corporativismo”. Universidad de Oslo. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 1999. http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revanuario/ancolh26/articul/art6.pdf
[3] ANAPO: acrónimo de Alianza Nacional Popular. Fue un partido político colombiano fundado como movimiento en 1961 por el dictador Gustavo Rojas Pinilla y desaparecido en 1998. Su esencia política era conservadora pero al enfrentarse al Frente Nacional (alianza de los partidos tradicionales liberal y conservador) atrajo a militantes revolucionarios.
[4] Ver posición de Horacio Serpa, representante por excelencia de la burguesía burocrática: “Quien apaga la licuadora”: http://www.olapolitica.com/?q=content/%C2%BFqui%C3%A9n-apaga-la-licuadora
https://www.alainet.org/de/node/79406?language=en
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