Corona de estrellas de la princesa roja

07/12/2013
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Con qué derecho arraiga tan profundamente esta Hélene Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Poniatowska Amor cuyos nombres tiran cada uno para un cielo distinto. Si de niña le dicen que la cigüeña la dejó equivocadamente en un París ilusorio porque realmente pertenece a una Varsovia incierta, lo más probable es que plante los pies en un México real por más que sabe o porque sabe que es tierra amasada con sangre. La hipotética Varsovia y el quimérico París son las tierras del padre, un tanto fantasmal como todo exiliado. México es la madre: Dolores Amor Escandón, real y carnal como toda matriz, quizá a pesar de ella misma, que se expatria, se casa con aristócratas de cuento de hadas y cambia el Dolores por Paulette. México es contagioso. No hay norma más ociosa que el célebre 33, el artículo de la Constitución que amenaza con expulsar al extranjero que intervenga en política interna ¿Qué mexicano puede imaginar que México le sea indiferente a alguien? Sólo el que pretende que le es indiferente a él mismo. Pero allí llegan Guillermo Kahlo desde Alemania y Tina Modotti desde Italia a fotografiarle el alma a los cuates y Elenita desde París a redactarles el pie de foto. Vale uno solo de estos fuereños que quisieron ser mexicanos por mil mexicanos que se soñaron extranjeros. Mexico fagocita lo remoto para que le revele lo entrañable.
 
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A cuenta de qué esta dama con pedigrí de revista Hola condesciende a la plebeyez del compromiso. O con qué títulos esta niña bonita que los tiene todos se mete en asuntos de igualados. “Usted es una catrina que no sirve para nada”, le espeta su personaje o informante Jesusa Palancares. Pero que alguien me explique si Polonia molida entre potencias, no equivale a México amolado por La potencia. Nada como heredar tronos disueltos para comprender a los desheredados. Ser legataria de una corona que el viento se llevó y sucesora de una fortuna porfirista que la ostentación dilapidó acerca al Cervantes que sentencia: “Nadie es más que otro, Sancho, si no hace más que otro”. Sólo es alguien quien supera su herencia. . Somos lo que hacemos. Sobre todo si lo que hacemos es confesarnos pretendiendo que definimos a otros. Y así, sobre un mexicano comprometido afirma: “En realidad, Monsiváis es un defensor de las grandes causas del país. Le importan las causas y los individuos le interesan en tanto que las promueven. Es la acción colectiva la que lo entusiasma y con ella se relaciona eficazmente y da generosas y valiosas directivas. Para él, lo personal vale en tanto lo puede convertir en movimiento de masas. Si no, existe como motivo de risa y de escarnio”. Allí va Hélene Amelie defendiendo soldaderas fusiladas por villistas, masacrados en Tlatelolco, sepultados en los terremotos, ferroviarios vendidos por sus sindicaleros, todos ninguneados en la colectiva fosa del anonimato. La memoria de América se confunde con la hecatombe. Si nuestro holocausto es el olvido, nuestra resurrección es el recuerdo.
 
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De dónde esta políglota estrena coloquialidad azteca. De su padre Jean Evremont Poniatovsky Sperry heredó el polaco, el inglés lo memorizó en un colegio religioso gringo y el francés lo bebió en la mesa, como los niños de La piel de los cielos, porque la familia lo prefería “a cause des domestiques”. El español o mejor el mexicano o mejor el chilango se le contagió de las sirvientas, o en la calle, que es la mejor escuela. Es el castellano de los vencidos. Es la gramática de su nana Magdalena Castillo o de su lavandera Josefa Borquez, alias Jesusa Palancares, que le impetra: “Sola tienes que luchar. Tienes que sufrir para que sepas lo que es amar a Dios en la tierra de los indios”. Directa, inmediata, la lengua de los vencidos subsana cuantas academias le fueron negadas con una poética de la vida. Hiere con certero dislate cantinflesco o arremete con agresiva esgrima de albures; celebra con macabros corridos o cobija una resignación más contundente que la rebeldía: “Pos me duele tanto el alma que ni puedo resollar”. Toda palabra le sabe a pasión y toda comida a picante. No perora, conversa, pues escribe una reportera. No distancia, aproxima, pues cuenta sobre sí misma fingiendo que inventaría el prolijo tumulto de los seres. Ni siquiera inventa: documenta, pues escribe sobre personajes más reales que la realidad. Convertirse en escritor es forjar un lenguaje propio que por milagro se confunde con el de todos.
 
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De dónde le sale denigrar de los machos en tierra de los meros meros. Mírala allí miniaturizando al muralista Diego Rivera en Querido Diego, te abraza Kiela. Óyela acusando a Rulfo de que trata mal a las mujeres, de que para él lo que sucede entre hombres y mujeres es casi siempre atroz: “Viejas carambas. Viejas infelices. Viejas de los mil Judas. Viejas hijas del demonio. Ni una siquiera pasadera” (Homenaje nacional, Inba, México, 1980, pp. 56-57). Léela arrancándole a Monsiváis la confesión de misoginia y después partiéndosela en la cabeza: “¿Por qué nunca hablas de mujeres? ¿Qué es eso? Carlos, responde y deja de jugar. ¿Por qué no hablas de mujeres? Bueno, porque soy misógino y porque no veo...” Si las gallinas quieren cantar como los gallos, es porque éstos desafinan. A lo mejor terminan como el padre en La piel de los cielos: “No estaba en medio de la vida, no le entraba a la lucha, nada compartía con el gallo del corral, ni su fiereza ni la respuesta que le daba a los otros gallos”. Quizá por eso escribe tanto sobre gallinas que han tenido que sacar las espuelas: Tina Modotti, agente de la Internacional Comunista, Frida Kahlo, agitadora vuelta narcisista, Jesusa Palancares que confiesa “al contrario, yo más bien queria hacerle de hombre, alzarme las greñas, ir con los muchachos a correr gallo, a cantar con guitarra cuando a ellos les daban su libertad” (“Vida y muerte de Jesusa en Luz y luna, las lunitas; Editorial Era, México 1994 p. 63). Todas son abandonadas, por genios, por camaradas, por crápulas, pero también los abandonan. Ellos salen perdiendo.
 
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En razón de qué sinrazón premio gachupín para chilanga adoptiva. Vea si no dónde va a buscar sus asuntos este Miguel de Cervantes a quien se le cierran las puertas de todos los palacios y se le abren las de todas las cárceles. En el mismo donde esta princesa cierra el palacio de la memoria de sus antepasados para abrirse al campo del porvenir: presidios, fosas colectivas, zonas marginales.
 
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A santo de qué en lugar de envejecer rejuvenece. Al contrario de los sapos que cuando jóvenes se inflan de revolución y cuando viejos se arrugan como reaccionarios, ahí tiene usted esta Elenita que comienza como niña scout, después como secretaria en fracasados negocios de su padre, luego como reportera de bodas y recepciones en páginas “para mujeres” del conservador Excelsior, y periodista del insípido Novedades, y cuando allí le censuran una crónica sobre el terremoto, se pasa a la izquierdista La Jornada, para finalmente volverse voz y paño de lágrimas de masacrados, encarcelados, desaparecidos, acallados, olvidados.
 
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A los amigos se los conoce en las dificultades y a los pueblos en las catástrofes. El tumulto de las voces de quienes no tienen voz se traduce en solidaridad. Quizá es en busca de esa fraternidad social que se vuelve Elena biógrafa de desastres políticos o naturales. Como declara a Rafael Muñoz en relación a su libro Nada, Nadie: las voces del sismo : “Yo creo que en todas las catástrofes, los mexicanos somos muy solidarios, los pueblos suelen ser así. En 1985, quienes más se ayudaron entre sí, fue la gente que vivía, por ejemplo, en los edificios, los vecinos. Al señor que decía: ‘A las 7 de la mañana, antes del terremoto, mi esposa fue a comprar pan y no ha regresado´, le decían: ‘No se preocupe, compadrito, vamos a ayudarle, la vamos a sacar, ahorita traigo un pico, yo traigo una pala, ¿dónde dice usted que ella pasaba? Vamos a escarbar’. Era la misma gente que se ayudaba entre sí, la solidaridad vino de la gente misma, no vino del gobierno que no sabía qué hacer” (www.fundaciontelevisa.com). Bienaventurados los pueblos, que convierten catástrofe en amanecer.
 
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En nombre de qué salta de reportera a novelista. No sólo han de caer los muros que separan naciones; también los que segregan los géneros. Elena Poniatowska encuentra la forma de que el testimonio ascienda a ficción sin volverse ficticio. La narrativa es la forma de intensificar una verdad. Sobre cómo El tren pasa primero se transfigura de biografía en novela, Helena confía a Willy Mickey que “Yo quise hacer una biografía de Demetrio Vallejo, pero eso fue en los años sesenta. Él aún vivía y yo iba a leerle los capítulos en la cárcel donde estaba y se dormía. Yo leía, leía y leía y cuando volteaba a verlo estaba dormido. Y me dije ‘No, pues, si éste que es el protagonista se duerme, esto es una porquería’, ¿verdad? Servía de somnífero…” Así arranca la locomotora ficcional que revive la huelga ferrocarrilera en la que indias con floreadas enaguas de juchitecas y tehuanas se tiraron sobre los rieles para detener las máquinas.
 
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Cómo y cuándo prestando su voz a quienes no la tienen termina por tenerla propia. Con el francés que se habla en la casa, el inglés de la escuela y el mexicano de las criadas, termina Elenita por erigir la Babel de la soledad. Su personaje Jesusa Palancares proclama que "hasta la fecha entiendo el japonés, el catalán, el francés, el inglés porque trabajé con gringos. Como quien dice, trabajé con puros extranjeros y los de aquí siempre me han tratado como extraña". Elena trabaja entrevistando celebridades y luego presos, deudos, marginales y sobrevivientes hasta forjar corales que luego se van fundiendo en un habla.
 
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Por qué escribe tanto sobre faldas que se aprietan los pantalones. Antes que ella qué poco se ocupaba nadie de Quiela, de Frida, de Tina, de las soldaderas, de las domésticas que mantienen el cielo de la tierra, de las madres que hacen huelga de hambre en la catedral para denunciar la desaparición de sus hijos, de las zapatistas. Y sin embargo que nadie se equivoque con esta ex directora de la revista feminista Fem, que dice bien claro: "Las mujeres pueden hablar mejor de sí mismas que muchos escritores pero no creo que la escritura pueda ser femenina. La escritura es y la escritura tiene sentido como escritura. La buena escritura no tiene sexo, es simplemente buena."
 
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Por qué además de los pantalones se amarra el compromiso. Dice también Elena: El deber de un intelectual es escribir lo mejor que pueda y hacer su tarea lo mejor que pueda y adquirir un compromiso con lo que se ha propuesto." Y en consecuencia, en enero de 2012 lee en el Pen Club que ‘En México, decir la verdad es jugarse la vida. A cada reportero o reportera, a los jóvenes hombres y mujeres que conforman la infantería de un periódico deberían preguntarles: ‘¿Está dispuesto a morir?’ En las ciudades del norte de la república, los periodistas son cazados como conejos y hasta ahora nadie ni nada los ha protegido. (…)Los números ‘oficiales’ son muchos; algunos dicen que de 2000 a 2011 han muerto 74 periodistas, otros que son 83, otros más que son 80. Lo terrible es que el número aumente”.
 
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Cómo con tantos enemigos se mete también con la solemnidad. Dice José Joaquín Blanco: “Pero su mayor logro literario, en mi opinión, fue que enseñó a la literatura mexicana a sonreír. Admiro su sonrisa en los primeros libros. Y creo que sin ella, sin esa vocación de optimismo y alegría, sin su vuelo de hada, no habría logrado sus libros sobre asuntos oscuros. Elena siempre sonríe. En claroscuros, en sus libros lóbregos. (Siempre hay también algo de ironía y de llanto en su sonrisa.) En Todo empezó en domingo sonríe abiertamente” (Retratos con paisaje. La sonrisa de la Poniatowska; EileenTruax blog, 01/04/98 ). Y en efecto, en esa entrañable crónica sobre los lugares donde se entretiene la gente que nada tiene, la tragedia que es como la estrella de lo azteca se atenúa hasta casi ser amorosa. Pero la sonrisa entra por casa. Digan si no lo es esta autobiografía con la que responde a la pregunta de Willy Mickey: ¿Y qué hizo Elena Poniatowska con Elena Poniatowska? Pues yo creo que la maltrató muchísimo, la hizo trabajar demasiado y la usó mucho hasta la juerga. Y no tuvo suficiente fe en sí misma… ¡no vayan a hacer eso ustedes en sus vidas! Es un poco triste, ¿verdad? Pero por lo menos sabe que puede contar consigo misma, porque sigue estando ahí…” O esta otra con la que confiesa: “Quisiera haber sido más libre, haberme aventurado más a cosas a las que jamás me aventuré por mi formación tan católica, tan religiosa... les pido perdón a todos los amantes que no tuve”. (Entrevista a Eco, 2008).
 
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Con qué credenciales sienta cátedra sobre revoluciones en los cielos y la tierra Todo polaco y todo ser pensante es heredero de Copérnico. Revolución copernicana es la que saca a la Tierra del centro del mundo e instala al hombre en el centro de sí mismo. Amo escudriñar los astros con un telescopio ínfimo y una prepotencia más pequeña todavía. Del abismo que nos reclama en todas direcciones sólo nos salva la discreta gravitación de la carne. Más de una vez su esposo el astrofísico Guillermo Haro habrá descorrido a Hélene Amelie el velo del firmamento, De ello deja memoria en La piel de los cielos: “¿Qué podía ser el llanto de una niña malquerida bajo la inmensidad de la bóveda celeste?”Gracias al elusivo Copernico sabemos que si las estrellas no giran a nuestro alrededor, no nos cabe más que ser estrellas y extinguirnos brillando. No podemos ceñirnos más diadema que la de estrellas rojas que constela la piel de los cielos: la de la humanidad, como los astros solitaria e innumerable.
 
Foto: Luis Britto
https://www.alainet.org/de/node/81502?language=en
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