¡Qué circo!

25/05/2014
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¡Qué circo éste que han montado en Colombia! Un presidente de derecha con todas las ventajas que le da el poder pierde las elecciones con un candidato de extrema derecha. La abstención llega a una cifra histórica del 60% y el voto en blanco 6%. Es un mensaje fuerte de la sociedad que para descifrarlo requiere serenidad pero también valentía.
 
Uribe logra el 46% del electorado votante (Zuluaga 29,27% y M.L. Ramírez 15,54%) que se pronunció contra la forma como Santos viene conduciendo el proceso de Paz. En realidad sólo representa el 17,45% del total de potenciales electores. Pero está fuertemente unido, organizado y tiene una estrategia.
 
Mientras tanto, los inconformes estamos dispersos entre abstencionistas y escépticos, los que votan en blanco, Polo, Verdes, Progresistas, UP, y los que se plegaron a Santos. Estamos divididos, no nos organizamos y no sabemos qué hacer. No hemos construido autonomía ciudadana y popular. Nos jalan de un lado y otro. Parecemos perdidos.
 
No sirvió haber firmado el 3er punto de los acuerdos en La Habana ni el cese de fuegos declarado por la guerrilla para apuntalar a Santos. Tampoco el apoyo de Petro en Bogotá mostró resultados tangibles. Es evidente y no se puede ocultar. Por el contrario, parece que esos gestos generaron el efecto contrario. Se notó el oportunismo y el afán.
 
El aspecto principal de la coyuntura política consiste en que la gente SI está por la Paz negociada pero desconfía de Santos. La gente ha empezado a sentir que un presidente débil es incapaz de firmar la Paz o de concertar un acuerdo favorable al conjunto de la sociedad.
 
En forma instintiva la gente quiere alguien fuerte para que haga la Paz. Peñalosa se equivocó al ratificar el equipo negociador y mostró que seguiría la línea de Santos. Pagó el error. Clara López, mantuvo el caudal electoral anti-neoliberal pero el conjunto de la sociedad no la siente con capacidad de hacer la Paz por su orientación de izquierda. Ningún acuerdo de Paz en el mundo se ha hecho con gobiernos de izquierda.
 
La debilidad de Santos se ha manifestado en todas las áreas de su gobierno. El movimiento popular – aún con timidez y falta de orientación política– aprovechó la situación para avanzar en sus reivindicaciones. En el año 2011, el movimiento estudiantil logró parar una reforma neoliberal en la educación universitaria. Después, en 2012, la ciudadanía impidió sancionar una oscura reforma a la justicia. En 2013, Santos enfrentó una potente y permanente movilización popular y tuvo que acudir a la combinación de represión y negociación para sobreaguar la crisis. De esos eventos salió disminuido.
 
Pero esa fragilidad ha sido aprovechada por sus aliados políticos y contradictores de la extrema derecha. Los primeros han conseguido todo lo que han querido en contratación pública, “mermelada” burocrática, primas abultadas para los congresistas y toda clase de prebendas en la administración de justicia. Los segundos, lo obligaron a elegir a un Procurador inquisidor, a mantener un ministro de defensa de corte uribista, y a desconocer las medidas cautelares que había expedido la Comisión Interamericana de Derechos Humanos CIDH que protegía los derechos del alcalde de Bogotá Gustavo Petro.
 
Esta creciente debilidad – fruto de su incapacidad para enfrentarse al bloque criminal que lo eligió – se ha convertido en una traba para el desarrollo del proceso de Paz. Pero además, al realizar cálculos alegres e infundados, generó expectativas que no ha podido cumplir sobre un acuerdo rápido y “express” con la guerrilla. Y aunque cuenta con el visto bueno de la Gran Burguesía Transnacionalizada y del gobierno de los EE.UU., no ha sido capaz de apoyarse decididamente en el pueblo para avanzar con el proceso de Paz porque el chantaje uribista lo obliga a actuar en todo momento mirando el retrovisor.
 
Pero además de esa característica del gobierno de Santos, lo que han confirmado estas elecciones es que el gran triunfo de la oligarquía criminal colombiana fue convertir a las guerrillas en algo parecido a sí misma. Degradarlas, quitarles la ética revolucionaria, acorralarlas para que reaccionaran como ellos querían, enredarlas en la trampa de la financiación del narcotráfico, aislarlas del pueblo y de la realidad. Esa fue su gran victoria.
 
Los guerrilleros negociadores de La Habana todavía no han caído en cuenta que –sin quererlo y sin darse cuenta– (lo que es la peor tragedia) se convirtieron de víctimas en victimarios. Y al no darse cuenta de esa situación, el pueblo colombiano los ve y siente como cínicos. En el Caguán dominaban y gobernaban una extensa región y no fueron capaces de hacer las reformas y transformaciones para ganarse al pueblo sino que aprovecharon ese interregno de tiempo y espacio para prepararse para la ofensiva militar.
 
La izquierda tradicional colombiana, con contadas excepciones, ha sido cobarde frente a esta situación. Ha intentado justificar –y a veces tapar– los crímenes de las FARC y por eso el pueblo la castiga. El único que se atrevió a cuestionar esa situación fue Petro con ocasión del crimen de los diputados del Valle, pero en vez de hacerlo desde una posición revolucionaria lo hizo desde una actitud ético-burguesa. Pero sin embargo, le ha servido para deslindarse de las FARC, lo que le ha traído réditos políticos.
 
Ahora ha llegado la hora de hacer una crítica profunda de los errores de las FARC. Elaborar una crítica a su visión campesinista, estrategia militarista, métodos anti-democráticos, incapacidad auto-crítica. Reconstruir los momentos en donde perdieron el norte. Es la catarsis que todo pueblo debe hacer para poder superar sus traumas y no dejar que la oligarquía nos trate a punta de droga y electro-shocks.
 
El momento clave está cuando las FARC, sin la suficiente preparación teórico-política se ve impulsada por una ofensiva revolucionaria provocada por la audacia del M19, que les hizo ver la posibilidad real de luchar por el poder político. Pero la avalancha de recursos económicos que empezaron a fluir a finales de los años 80 y principios de los 90s, los llevaron a creer que el problema era eminentemente militar y logístico. La política nunca fue el fuerte de las FARC.
 
Después, ya lo sabemos. La degradación de la guerra. Uribe aparece: reemplaza la bandera de la Paz por la consigna de la guerra. Y allí seguimos enredados. Pareciera que el pueblo es capaz de perdonar a los paramilitares, porque se sabía desde un principio que eran sus enemigos y además mercenarios, pero le cuesta perdonar a la guerrilla porque la sentía suya, con principios y valores revolucionarios, que luego fueron tirados a la basura. Ahora la retórica revolucionaria desde La Habana no sirve para recuperar la credibilidad.
 
Desde la izquierda debemos desarrollar una crítica seria a la estrategia guerrillera, a sus métodos, a su proceso de degradación, a su incapacidad para interpretar el mundo actual. Si no lo hacemos, le dejaremos el espacio a la derecha para que nos cobre lo que no hemos hecho. Hay que atreverse así algunos sientan que es una traición. Lo principal es el futuro de la Nación y del pueblo colombiano.
 
El acumulado de luchas populares está allí. Uribe y su gente como están organizados y unidos hacen sentir su fuerza. Si las fuerzas populares se unen, podemos hacer sentir la nuestra. Con independencia y autonomía frente a Uribe (Zuluaga) y a Santos, que son dos socios que se pelean entre sí pero que a la vez ocultan sus delitos y crímenes realizados a la sombra del Estado.
 
Ese camino lo podemos transitar si defendemos nuestra autonomía y dignidad. No hay criminal bueno y malo, es un sofisma. El uno es frentero, el otro mañoso. ¿Cuál será el más peligroso?
 
Popayán, lunes, 26 de mayo de 2014
 
https://www.alainet.org/de/node/85815
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