Racionalidad estratégica y alianzas de poder

09/06/2014
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Sin racionalidad estratégica no hay acción dentro del campo de lo político. Los grandes estadistas de Nuestra América, desde Bolívar, Sucre o San Martín, pasando por Pancho Villa y Sandino, hasta Fidel, el Che o Chávez, comprendieron que el arte de la estrategia no es exclusivo de la guerra, y que, si ha de tener sentido aquello de “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, a la inversa, la política es la continuación de la estrategia (guerra) con otros medios. Una mala estrategia o un error nuclear en la misma, a causa incomprensión de las condiciones hermenéutico-materiales del contexto en el que se actúa, desconocimiento de los límites de factibilidad empírica, falta de claridad política, etc.; puede conducir las acciones por trayectos conflictivos cuya resolución, al acumularse las tensiones en el ejercicio del poder, produce la desarticulación de las alianzas y bloques de poder más débiles, mayormente de las clases subalternas.
 
Al ubicarnos en el nivel estratégico, nos encontramos en el campo de la incertidumbre, el azar y la impredecibilidad. Las relaciones establecidas por lo diversos actores en el juego político no poseen linealidad determinista, y las dinámicas de poder que surgen a partir de la interacción de los diversos comportamientos -que no siempre responden a condiciones óptimas de instrumentalidad costo/beneficio- no son conocidas a priori, pudiendo desembocar en trayectorias imprevisibles por los actores y para las cuales, sin existir una bien elaborada estrategia con objetivos consensuados y mediaciones empíricamente factibles para la acción táctica, no se tendrán las respuestas adecuadas.
 
Los tejidos de relaciones de poder que se establecen en el campo político nunca alcanzan un orden topológico definitivo, aunque puedan pasar por periodos de estabilidad de mayor o menor duración, pero siempre sujetos a perturbaciones internas y externas que reconfiguran continuamente las relaciones, consolidando algunas, restituyendo otras, o generando nuevas. A nivel estratégico, lo anterior se traduce en el establecimiento y posterior desenvolvimiento, mayormente asimétrico, de alianzas para el ejercicio del poder de acuerdo a las necesidades que las circunstancias plantean de cara a un plan o proyecto (si lo hay).
 
Para la izquierda, en tanto se encuentra comprometida con una posición de emancipación ante las relaciones de dominación [1], la racionalidad estratégica debe estar enmarcada por principios éticos [2] que, más allá del tareismo inmediato, el cortoplacismo interesado, el espontaneismo desorganizado o las consignas con sabor a radicalidad panfletaria, impidan que el proyecto emancipador se desvíe y desarticule de las bases sociales que le dan su contenido real. Por ello, resulta de gran relevancia contextualizar preguntas tales como: ¿Con qué actores o sectores políticos se debe o es necesario hacer o no alianzas? ¿Qué tipo de alianzas son necesarias establecer a lo interno de la izquierda, vista su diversidad de posiciones y su tendencia siempre a dividirse? ¿Cómo unificar criterios para establecer una estrategia común para el bloque de la izquierda? ¿Cómo avanzar en la acción estratégica frente a coyunturas o necesidades inmediatas sin comprometer el proyecto de transformación radical a largo plazo?
 
Condición indispensable para delinear y establecer una estrategia adecuada a las condiciones en las que se actúa, es la posesión de información [3] por parte de los actores sobre: la realidad en la que se actúa, los intereses en puga, las condiciones hermenéutico-materiales, las posibles perturbaciones internas o externas, los demás actores presentes o que pueden entrar en acción en un futuro, etc. Por ello, en primer lugar, la condición determinante y, a su vez, limitante para la elaboración e instrumentación de una sólida estrategia política es la capacidad de adquirir y procesar información; determinante, porque sin ella no es posible delinear en general una tal estrategia, y limitante, porque siempre habrán límites infranqueables para la racionalidad humana frente al flujo ilimitado de información y la imposibilidad de control total directo de la misma. En segundo lugar, con la privatización del espacio público por parte del metabolismo del capital, la imposición de relaciones asimétrica en su interior, y su mediatización por parte de los grandes medios de comunicación, tanto tradicionales como por las nuevas TICs, la información dentro del campo político no tiene nunca una fluidez ni neutral, ni clara. Por el contrario, siempre existe una intencionalidad en lo que se dice o se calla, y la incertidumbre informativa nunca es suplida más que de forma parcial mediante la totalización de una particularidad a través de los grandes medios en los hechos y discursos políticos que ellos escenifican; o, de manera informal, por los mecanismos tradicionales de comunicación. Por ello, muchas veces, la circulación de información (por canales tanto formales como informales) deviene en un acto de fe política en quién la maneja.
 
Las izquierdas en América Latina y el Caribe que, por diversas vías, han logrado acceder a las instituciones de ejercicio de poder (Estado), se les ha planteado el reto de recoger en un proyecto común las más diversas necesidades y demandas de las bases sociales que, en mayor o menor medida les apoyan y que se identifican, con sus diferencias, con el discurso emancipador de transformación de las estructuras de dominación determinadas por el capital. A nivel práctico, esto supone que el avance para las transformaciones está sujeto a la consolidación de nuevas relaciones que respondan a dinámicas no sometidas a la reproducción metabólica capitalista. Sin embargo, como horizonte, lo anterior está condicionado por contextos particulares y condiciones hermenéutico-materiales que requieren un avance estratégico ante las cambiantes circunstancias y las necesidades que ellas imponen, sin perder de vista aquel horizonte y la factibilidad de su realización.
 
Con ello, se plantean dificultades en el orden de las alianzas necesarias para alcanzar los objetivos de la lucha revolucionaria y, por tanto, dificultades en lo que respecta al flujo de información requerido para consolidar relaciones de poder –liberador, valga decir- que no estén desconectadas de la realidad, y que no degeneren en un realismo político de la mentira y el engaño pragmatistas. Esta cuestión es tanto más importante si se considera su necesidad para la construcción de un bloque sólido de alianzas que, bajo la categoría de pueblo, irrumpa en el campo político para su transustanciación estructural de fondo, y no sólo para un cambio en la forma (o el papel). ¿Cómo construir este bloque de alianzas estratégicas dentro de un horizonte amplio de transformaciones que permita alcanzar y consolidar cambios sustanciales y formales de manera permanente, sin traicionar el ideario de la izquierda ni las bases sociales que le siguen? He ahí una de las dificultades prácticas más apremiantes de las izquierdas en Nuestra América.
 
Notas:
 
[1] Es lo que Enrique Dussel a categorizado como fetichización del poder. Véase su Política de la Liberación: Arquitectónica, 2009, p.p. 59 y ss. (Madrid: Trotta)
 
[2] En última instancia, se trata de los límites éticos que marca la racionalidad reproductiva (para Franz Hinkelammert; véase su: El sujeto y la ley. El retorno del sujeto reprimido; 2006 Caracas: El Perro y la Rana) o racionalidad ética originaria (para Enrique Dussel; véase su: Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión; 2009, Madrid: Trotta).
 
[3] Información entendida aquí como reducción de la incertidumbre, y no en sentido periodístico usual.
 
https://www.alainet.org/de/node/86217?language=en
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