La burguesía transnacionalizada, representada por J.M. Santos, logró imponerse y frenar temporalmente a la burguesía agraria liderada por el latifundismo uribista. Éste se ha puesto al servicio de la extrema derecha internacional (“Neo-cons” gringos; Rajoy y Aznar; Piñera y Calderón; Capriles, López y Machado; Noboa y Gutiérrez; Vargas Llosa, Montaner y otros) y aspiraba a ser gobierno en Colombia para inducir una ofensiva contra el movimiento nacionalista-democrático que se desarrolla en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Su objetivo: detener lo que Uribe denomina proyecto “castro-chavista”.
Santos tuvo como principales aliados a las fuerzas del Progresismo (Petro) y de la Izquierda (Clara López). La bandera de la Paz sirvió para convocar a una serie de fuerzas disímiles. Actuaron los demócratas, el clientelismo santista y amplios sectores de la población que le apostaron a la sensatez. Un movimiento democrático por la Paz se expresó en amplias regiones y constituye un fenómeno importante para el país.
El momento político que vive la nación tiene como principal componente la aparición de un Movimiento Democrático, un “partido del pueblo” que está representado en un electorado que vota por propuestas y actitudes, que va más allá de los liderazgos y múltiples siglas. Hoy refuerza al Verde, mañana vota por el Polo, pasado mañana apoya al Progresismo, manteniéndose siempre entre el campo de lo independiente, alternativo y la izquierda. Es “el pueblo por encima de sus dirigentes” como decía Gaitán.
Los antecedentes de ese movimiento vienen desde los 2’300 mil votos obtenidos en mayo de 2006 por Carlos Gaviria con el PDA. Después se expresaron en la “ola verde” con Mockus. Posteriormente le aportaron parcialmente a Petro. Ahora jugaron en la primera vuelta con Clara López y Aída Abella – a pesar del guiño de Petro por Santos – y finalmente votaron por Santos a favor del proceso de Paz y en defensa de la escasa democracia existente.
Pero ese movimiento democrático ya venía manifestándose desde 2008 en el campo de la movilización y lucha popular. La Minga de Resistencia Social y Comunitaria y el paro de los “corteros” de caña inauguraron el ciclo. Después vino en 2011 el movimiento estudiantil, múltiples expresiones de lucha por salud pública, rechazo a los proyectos minero-energéticos y movilizaciones mineras, de transportistas y sectores agrarios en 2013-14. Los cacerolazos en solidaridad con los campesinos y las movilizaciones a favor de la “Bogotá Humana” son expresiones que deben destacarse.
Ahora dicho movimiento democrático – que aglutina alrededor de 3 millones de votos y se alimenta del movimiento social – puede convertirse en factor real de poder. Si se unifica alrededor de un programa nítidamente anti-neoliberal, si muestra serias ganas de ser gobierno, si desarrolla una estrategia que le permita diferenciarse del “santismo” y si busca con amplitud mental y decisión revolucionaria al electorado abstencionista, podrá ser gobierno en 2018 y abrir importantes brechas para avanzar hacia cambios estructurales.
En forma extraña hemos dado un rodeo para llegar a donde estamos. Los partidos que aglutinan las fuerzas democráticas se dividieron en torno a darle o no el apoyo a Santos. Sus líderes más concienzudos y decididos (Clara López, Aída Abella, Carlos Gaviria y Gustavo Petro), llamaron a votar por la Paz y el movimiento respondió. Ahora han surgido Convergencias Democráticas en las regiones y se fortalece un Frente Amplio por la Paz que va a constituirse en un factor decisivo en la conquista de la Paz y en la lucha por el poder.
En ese trasegar el movimiento democrático debe cuidarse de no caer en el inmovilismo que quisieron imponer algunos sectores políticos con el llamado al voto en blanco. También debe evitar “ponerse a la cola de la burguesía”. Por paradójico y contradictorio que parezca, la situación obliga a la izquierda a exigir participación en el gobierno con base en programas y propuestas de alto impacto y con capacidad de incidir en la política gubernamental. La total oposición al gobierno de Santos después de haberlo ayudado a elegir, es ilógica. Samper afirmó: “Santos no puede elegirse con los votos de abajo y gobernar con los de arriba” (bit.ly/1nv0NCS).
El síndrome de ser eterna oposición es el principal obstáculo. Históricamente la izquierda colombiana ha mostrado poca ambición de poder. Cuando Bateman planteó el diálogo nacional (1982) se puso a la altura de la oligarquía y la desafió en su propio terreno. En 1990, Antonio Navarro, creyendo administrar ese legado, aceptó el cargo de Ministro de Salud a César Gaviria pero no condicionó la política a aplicar. Su sucesor Camilo González Posso no fue capaz de renunciar y llamar a la movilización popular contra la Ley 100 que durante su ministerio se aprobó en el Congreso bajo el liderazgo de Álvaro Uribe Vélez.
El error no fue haber participado en el gobierno. La falla fue plegarse a la política neoliberal. El mejor ejemplo reciente de una táctica acertada la realizó Rafael Correa en Ecuador. Le aceptó el Ministerio de Economía al presidente Alfredo Palacio con la condición de apretarle las clavijas a las grandes transnacionales petroleras y renegociar la deuda pública. Cuando el gobierno empezó a bloquearlo y ya no pudo avanzar más, renunció y denunció públicamente ese hecho. Así, rápidamente se convirtió en candidato y después en Presidente. Se llama “diferenciarse en medio de la acción y la gestión”.
Si hoy el movimiento democrático y la izquierda no se arriesgan a plantear una “Gran Convergencia Democrática por la Paz”, independientemente de si Santos acepta o no, va a quedar colinchada al “carro neoliberal de la Paz”, vacilando entre un apoyo formal a los diálogos de Paz y una oposición real que tendrá que hacer muchos malabares para diferenciarse de Uribe.
Así es como el voto vergonzante por Santos juega como un fardo psicológico. Debemos ser responsables y mostrar que estamos preparados para gobernar.
Diferenciarnos de Santos y arrebatarle la bandera de la Paz
La burguesía transnacionalizada no es reformista ni puede serlo. Está montando un escenario de apariencia reformista para engañar. Lo hace a la sombra del proceso de Paz. Cuando vea que el proceso reformista puede ir en serio por la presión popular, se va a aliar con la extrema derecha y tratará de detener cualquier avance democrático.
La izquierda deben proponer e impulsar verdaderas reformas – así no sean todas las necesarias – que tengan impacto social y popular. Las más urgentes y apropiadas son: renegociar contratos con las transnacionales y gravarlas con impuestos a las ganancias para garantizar los suficientes recursos con qué financiar los programas y proyectos de la fase de “post-acuerdos”; reforma agraria democrática y política de apoyo al campesino; derogar la Ley 100 y reestructurar el sistema de salud; y reforma educativa democrática.
Ese podría ser el eje programático de la Gran Coalición Democrática por la Paz. Y ello debe concretarse en MINISTERIOS, para ser nosotros los que empujemos y concretemos esa política. Si Santos acepta, avanzamos y mostramos capacidad de ser gobierno. Si acepta y nos bloquea, renunciamos y armamos el escándalo. Si no acepta, se desenmascara.
¿Cuál es el objetivo central? Quitarles a Santos y a la burguesía transnacionalizada la careta de reformista. Es una tarea fundamental para fortalecer la movilización social y ponerle objetivos grandes a la lucha popular, pero además prepararnos para ser gobierno en 2018. No podemos creer ingenuamente que Santos pueda ser reformista sin la suficiente presión popular. Eso sería un gran error y nos llevaría al terreno de la conciliación.
Pero caer en la simple oposición después de haber ayudado – en forma decisiva y determinante – a elegir a Santos, no sólo es ceguera política sino que se constituye en la más completa abyección, timidez, parálisis, y hasta traición a los electores. ¡El caso es que el debate y la acción son YA! No hay tiempo de vacilaciones.
Popayán, junio 24 de 2014