Indeterminación y complementaridad
24/03/1997
- Opinión
Los paradigmas de la modernidad se sustentan en la filosofía de Descartes y
en la física de Newton. Racionalismo y determinismo serían las claves para
llegar al conocimiento científico, libre de interferencias subjetivas,
prejuicios y superticiones. Llevada al paroxismo, la mecánica clásica -que
describe las leyes deterministas que rigen el macrocosmo- sugirió al
pensamiento marxista la idea, tenida como ineluctable y científica, de que
el determinismo histórico regiría las sociedades para formas más perfectas
de convivencia humana. Así, el materialismo histórico explicaría el avance
del feudalismo al capitalismo y, de éste, al socialismo, sin indicios de
retrocesos substanciales.
Ahora, el Muro de Berlín cayó también sobre esa transposición de la
mecánica clásica a las ciencias sociales, sepultando el determinismo
histórico y, con él, los paradigmas que daban una aparente consistencia a
la modernidad. Para salvarnos de las hipotéticas teorías del caos y de la
casualidad, la formulación de nuevos paradigmas debe tomar en cuenta dos
parámetros fundamentales, derivados de la física quántica (que trata del
microcosmo o de las partículas -quanta- existentes al interior del átomo):
el principio de la indeterminación o de la incertidumbre, de Werner
Heisenberg, y el principio de la complementaridad, de Niels Bohr.
Un salto quántico y epistemológico
La cédula de identidad química del átomo se encuentra en el número de
protones contenidos en su núcleo. Son ellos quienes determinan la carga
eléctrica del núcleo que, a su vez, provee el número de electrones en
órbita en torno del núcleo. Un átomo simple de hidrógeno posee un único
protón -que es también su núcleo- cercado por un electrón. Los átomos más
pesados poseen más protones y neutrones, y también más electrones que
coronan el núcleo.
Medir la localización y la trayectoria de billones de partículas y, con los
resultados, prever el movimiento de los protones, es física clásica.
Heisenberg pretendió demostrar que jamás podremos conocer todo sobre los
movimientos de una partícula. Mismo conscientes de que en ciencia todo
resultado es provisorio, no se puede dejar de admitir que el principio de
la indeterminación revolucionó la visión que la física newtoniana tenía del
mundo. Ahora, la física quántica desafía nuestra lógica. Cuando un fotón
-que es un quantum- afecta un átomo y obliga al electrón a pasar
instantáneamente de la órbita inferior a la superior, el electrón, como un
acróbata, lo hace sin atravesar el espacio intermediario. Es lo que se
llama salto quántico que, más allá del desafío científico, es también un
problema filosófico. Es esa misma incertidumbre quántica que explica la
colisión de protón con protón en la profundidad de las estrellas -lo que, a
la luz de la física clásica, parece tan imposible como que un buey vuele.
Es más fácil creer en el buey volador que acoger sin interrogantes la
teoría quántica. El propio Einstein, uno de los pioneros de esta teoría y
que formuló la hipótesis del fotón como quantum de luz, llegó a afirmar que
estaba íntimamente persuadido de que los físicos no se podrían contentar
por mucho tiempo con esa \"descripción insuficiente de la realidad\".
Discordó de la interpretación probabilística de la mecánica quántica. Solo
que, en general, la insuficiencia no está en la naturaleza y si en nuestras
cabezas, lo que no significa que podamos alimentar la pretensión de
penetrar todos los secretos de la naturaleza. Muchacha púdica, ella
preserva siempre ciertos misterios, como argumenta la Escuela de Copenhague
al demostrar que ciertos accesos no están permitidos por la propia
naturaleza. Entre tanto, cuando Aristarco afirmó, quince siglos antes de
Copérnico, que la Tierra gira al rededor del Sol, los griegos apelaron al
buen sentido y convocaron a nuestros sentidos como testigos fidedignos de
que la Tierra no se mueve, mismo porque, si ello ocurriese, los habitantes
de Atenas serían lanzados por el ventarrón en dirección al Este, y los
atletas de Olimpia darían un salto mayor que con las piernas. Siglos
después, la misma lógica fue aplicada, en vano, para tratar de desacatar
las teorías de Copérnico y de Galileo.
Realidades excluyentes y, no obstante, complementarias
La ruptura decisiva de la física quántica con la física clásica ocurrió en
1927, cuando el alemán Werner Heisenberg estableció el principio de la
indeterminación -se puede conocer la posición exacta de una partícula, un
electrón por ejemplo, o su velocidad, más no las dos cosas al mismo tiempo.
Imposible saber, simultáneamente, donde un electrón se encuentra y para
donde se dirige. Se puede saber donde se encuentra, pero jamás captar, al
mismo tiempo, su velocidad. Se puede medir su trayectoria, nunca su
localización exacta. En una cámara húmeda podemos observar la dirección en
la cual un protón se mueve, hasta que él pase por el vapor de agua, cuando
su desaceleración impedirá que sepamos donde se encuentra. La otra
alternativa es irradiar el protón, tomándole una foto, pero la luz o
cualquier otra radiación usada en la fotografía lo desviará de su
trayectoria, de modo que jamás sabremos cual sería su recorrido si no
hubiese sido incomodado por el cientista-paparazzi.
Al contrario de lo que suponía Einstein, Dios parece jugar dados con el
Universo. Las inmutables y previsibles leyes de la naturaleza en su
dimensión macroscópica no se aplican a la dimensión microscópica -tal el
descubrimiento fundamental de la física quántica. En la esfera de lo
infinitamente pequeño, según el principio quántico de la indeterminación,
el valor de todas las cantidades mesurables -velocidad y posición, momento
y energía, por ejemplo- está sujeto a resultados que permanecen en el
límite de la incertidumbre. Eso significa que jamás tendremos pleno
conocimiento del mundo subatómico, donde los eventos no son, como pensaba
Newton, determinados necesariamente por las causas que los preceden. Todas
las respuestas que, en aquella dimensión, la naturaleza nos proporciona,
estarán ineluctablemente comprometidas por nuestras preguntas.
¿Esa limitación del conocimiento no estaría actualmente condicionada por
los recursos tecnológicos de que disponemos? ¿No se podría crear, en el
futuro, un aparato capaz de acompañar el movimiento del protón sin
interferir en su trayectoria? La incertidumbre quántica no depende de la
calidad técnica de los equipos utilizados en la observación del mundo
subatómico. Esta es una limitación absoluta.
En el mundo quántico, la naturaleza es, por lo tanto, dual y dialógica.
Dual, y no dualista, en el sentido platónico, más si, como resaltaba Niels
Bohr, en una interacción de complementaridad. Al interior del átomo, la
materia se presenta con aparente dualidad, ora comportándose como
partículas, que poseen trayectorias bien definidas, ora comportándose como
onda, interactuando sobre sí misma.
De hecho, en el mundo quántico onda y partícula no son excluyentes, aunque
lo sean a la luz de nuestro lenguaje que todavía no consigue desprenderse
de los parámetros de la física clásica. Al establecer el principio de
complementaridad, Bohr articuló dos concepciones que, a la luz de la física
clásica, son contradictorias.
Bohr demostró que la noción de complementaridad pude ser aplicada a otras
áreas del conocimiento, como la psicología, que revela la complementaridad
entre razón y emoción; el lenguaje (complementaridad entre el uso práctico
de una palabra y su definición etimológica); la ética (complementaridad
entre justicia y compasión), etc. En suma, hay más conexiones que
exclusiones entre fenómenos que el racionalismo cartesiano pretende
distintos y contradictorios.
Si un electrón se presenta ora como onda, ora como partícula, energía y
materia, Yin y Yang, eso significa que cesa el reino de la objetividad: hay
una interrelación entre observador y observado. Se desmorona, así, el
dogma de la inmaculada neutralidad científica. La naturaleza responde a
las cuestiones que formulamos. La conciencia del observador influye en la
definición e, incluso, en la existencia del objeto observado. Entre los dos
reina un único y mismo sistema. Miro al ojo que me mira.
En 1926, en una conversación con Heisenberg, Einstein le decía: \"Observar
significa que construimos alguna conexión entre un fenómeno y nuestra
concepción del fenómeno\". Así, la física quántica afirma que no es
posible separar cartesianamente, de un lado, la naturaleza y, de otro, la
información que se tiene sobre ella. En última instancia, predomina la
interacción entre lo observado y el observador. Es de esa interacción
sujeto-objeto que trata el principio de indeterminación. Y, sobre él, se
levanta la visión holística del Universo: hay una íntima e indestructible
conexión entre todo lo que existe -de las estrellas al sorbete saboreado
por un niño, de los neuronios de nuestro cerebro a los neutrinos al
interior del Sol. Una visión holística de lo real, donde diferencia no
coincide con divergencia
Para el principio de la indeterminación -que supone le da complementaridad-
hay una intrínseca conexión entre conciencia y realidad. Así como se llega
a la plenitud espiritual también por la abstinencia, renunciando al imperio
de los sentidos, no es posible entender la teoría quántica sin abdicar del
concepto tradicional de materia como algo sólido y palpable. En los
umbrales de este nuevo paradigma -que un día también será viejo-debemos
dejar atrás ideas que, en el curso de las generaciones, fueron consideradas
como universales e inmutables.
Según el país de la teoría quántica, Heisenberg y Bohr, en la esfera
subatómica, conceptos sensatos como distancia y tiempo, y la división entre
conciencia y realidad, dejan de existir. De modo que los cientistas son
obligados a dejar la simetría que tanto los sedujo para que se plieguen a
la imposición de la naturaleza, pues quien gobierna el átomo no es la
mecánica newtoniana, sino la mecánica quántica.
Uno de los grandes problemas en cualquier esquema de pensamiento es la
migración del sentido. Así como consideramos que, en la esfera
microscópica, la naturaleza debe mostrar lo que estamos acostumbrados a ver
en la esfera macroscópica, del mismo modo consideramos que los otros
deberían pensar políticamente como pensamos, o que nuestra lengua expresa
la realidad mejor que las otras, o que nuestra religión es más auténtica
que las demás, o nuestro estilo individual de vida es mejor que el del
vecino. A lo largo de los siglos, la migración de sentido provocó muchas
confusiones. Colonizados insistían en imitar a los colonizadores, como hoy
el estilo de vida de los ricos de la metrópoli ejerce fascinación en muchos
pobres de la periferia. Teólogos, montados en el carruaje bíblico, se
obstinaban en conducir los caballos empíricos en dirección de los
presupuestos de la fe. Psicólogos reducían la política a una cuestión de
salud mental. Ahora, la ciencia es hija de la duda. Cuando era
considerado sentido común que el éter cubre el Universo como una malla
invisible, Einstein oso discordar, tirando la investigación científica de
un callejón sin salida.
En la esfera de lo infinítamente pequeño, la ciencia es obligada a ingresar
en lo imprevisible y oscuro reino de las probabilidades. El principio de
la indeterminación revoluciona nuestra percepción de la naturaleza y de la
historia. Y nos hace tomar conciencia de que, en la naturaleza, la
incertidumbre quántica no se hace presenta tan solo en las partículas
subatómicas. Miles de millones de años después la predominancia quántica
en el amanecer del Universo, un extraño e inteligente fenómeno despuntaría
dotado de imprevisibilidad inherente a su libre arbitrio: los seres
humanos.
Rescate quántico del sujeto histórico
El principio de indeterminación se aplica también a la historia. La
libertad humana es un reducto quántico. Muchas veces observamos personas
que podríamos calificar de \"partículas\", como los políticos, y otras que
más parecen \"ondas\", como los artistas. En cada uno de nosotros esta
manifestación dual también se manifiesta, sobreponiéndose, como análisis e
intuición, razón y corazón, inteligencia y fe. Una expresión humana
típicamente quántica es el jazz, donde cada músico improvisa dentro de las
leyes de la armonía, interpretando con su instrumento su propia melodía.
No se puede prever exactamente la intensidad y el ritmo de cada
improvisación y, sin embargo, el resultado es siempre armónico.
No hay leyes o cálculos que prevean lo que hará un ser humano, aunque
sea un esclavo. Ahí en el núcleo central de nuestra libertad -la
conciencia- nadie puede penetrar. Ni siquiera en la aceptación de la
verdad el ser humano puede ser obligado. Santo Tomás de Aquino, que nada
entendía de física quántica pero mucho sabía de la condición humana, llega
a afirmar que es \"ilícito incluso el acto de fe en Cristo hecho por quien,
por absurdo, estuviese convencido de actuar mal al hacerlo\".
El rescate de la libertad humana por la óptica quántica y, por
consiguiente, el abandono de los viejos esquemas deterministas, reinstaura
al ser humano como sujeto histórico, superando toda tentativa de
atomización y realzando su interrelación con la naturaleza y con sus
semejantes. Esa visión holística descarta también las tentativas de
encarcelar al individuo en un mundo sin historia, sin ideas y sin utopías,
limitado a los medios de sobrevivencia y sumiso a las implacables leyes del
mercado.
Toda síntesis incomoda a quien se sitúa en uno de los extremos. La
reintroducción de la subjetividad en la esfera de la ciencia agita los
bloqueos emocionales enarbolados en profundas raíces históricas. En nombre
de la fe -una experiencia subjetiva-innumerables cientistas, tachados de
herejes o brujos, fueron condenados a la hoguera de la Inquisición. En
pleno Renacimiento, Giordano Bruno murió quemado y Galileo se vio obligado
a retractarse. Con el iluminismo, en el siglo XVIII, los cientistas
asumieron la hegemonía del saber y el control de las universidades,
identificando creatividad y libertad con objetividad, y relegando a
subjetividad todo lo que pareciese irracionalidad e intolerancia.
En la práctica, aún estamos lejos del rescate de la unidad. En Occidente,
las universidades continúan cerradas a métodos de conocimiento y vivencia
simbólica como la intuición, la premonición, la astrología, el Tarot, el I
Ching y, en el caso de América Latina, las religiones y los ritos y mitos
de origen indígena y africano. Tales \"superticiones\" son ignoradas por los
curriculums académicos, aunque haya profesores y alumnos que frecuentan
cultos afro, y consultan las cartas del zodíaco. A su vez, en las escuelas
de formación religiosa o teológica todavía no hay espacio para la
actualización científica, ni se mira al cielo por lentes de la astronomía o
la intimidad de la materia por las ecuaciones quánticas.
La pluridisciplinaridad, rumbo a la espitemología holística, permanece
como desafío y meta. Sin embargo, hay razones para el optimismo cuando se
constata la apertura cada vez mayor de la cartesania medicina occidental a
la acupuntura y el interés de los renombrados cientistas por la sabiduría
contenida en las culturas de India y China. En política se habla cada vez
más de ética y, en las religiones, se recupera la dimensión mística. La
ecología rehumaniza la relación entre los seres humanos y la naturaleza y
las comunicaciones reducen el mundo a una aldea global. Resta enfrentar el
gran desafío de hacer que el capital -en la forma de dinero, de tecnología
y de saber- esté al servicio de la felicidad humana, rompiendo las barreras
de las discriminaciones raciales, sociales, étnicas y relgiosas. Entonces,
reencontraremos las veredas que conducen al jardín del Eden.
Frei Betto, escritor y teólogo brasileño, es director de la Revista América
Libre y miembro del Consejo de ALAI.
https://www.alainet.org/en/node/104452
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