Globalización, pobreza y exclusión social
14/09/1999
- Opinión
Las organizaciones afiliadas a la Alianza Social Continental han estado
permanentemente advirtiendo sobre los peligros de una globalización
desregulada: de los crecientes índices de pobreza y desigualdades, de los
trastornos sociales, de la marginación, y degradación ambiental. En los
últimos dos años, especialmente desde la crisis asiática de 1997, la cual
impactó a nuestra región en 1998, otras organizaciones hacen eco a nuestras
preocupaciones. Lo que proponemos es que los planificadores del ALCA escuchen
atentamente estas inquietudes que surgen de quienes están viviendo
directamente las consecuencias de la globalización.
Que escuchen por ejemplo, al Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD), el cual enunciaba en su Informe sobre el Desarrollo Humano
de 1999 que la globalización económica ha producido desigualdades "grotescas"
entre países pobres y países ricos. Hace treinta años, la proporción de
ingresos entre países ricos y pobres era de 30 a 1. En 1990, la proporción
era de 60 a 1, y ahora está en el nivel de 74 a 1. A pesar que en los últimos
diez años ha habido algunos avances, las necesidades y preocupaciones de la
gente pobre han sido marginadas en todos los países.
En nuestra región, que escuchen a la Organización Panamericana de Salud (OPS)
que declara en su informe de salud de 1999 en las Américas que "el crecimiento
económico en la región, en particular en América Latina y el Caribe, no ha
contribuido al mejoramiento del grave deterioro del desarrollo humano que
persiste en dichas sociedades".(1)
Hasta el presidente de Estados Unidos Bill Clinton ha reconocido públicamente
los peligros de la globalización. "La comunidad global no puede sobrevivir
como sucedió en el 'cuento de las dos ciudades' -una moderna e integrada, con
un teléfono celular en cada mano y un McDonald en cada esquina- y la otra
envuelta en la pobreza y con un resentimiento creciente, llena de problemas
de salud pública y ambiental que nadie puede administrar".(2)
Lo que estas instancias internacionales y líderes de gobierno describen es un
fenómeno ya muy conocido en las Américas. La globalización ha significado tal
vez riquezas fabulosas para algunas personas pero mantiene a millones de otras
en la pobreza. Ha agravado lo que la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo
Social (Copenhague, 1995) denomina la exclusión social: un proceso dentro del
cual grupos enteros de la sociedad son privados de una participación real.
La cantidad de gente simplemente excluida de la participación en la economía
y de la sociedad en general es excesiva. Han sido excluidos de un empleo
estable, del acceso a bienes raíces, (propiedades) viviendas y crédito, y del
acceso a la educación, servicios de salud y un medio ambiente sano. La
exclusión social ha acarreado graves trastornos a la cohesión social -ha
incrementado la inseguridad, la migración, la degradación ambiental y la
criminalidad. Al mismo tiempo, muchos ciudadanos y ciudadanas de nuestro
hemisferio se ven en la imposibilidad de ejercer sus derechos democráticos,
en la protección del medio ambiente y los servicios de salud, en contribuir
a dar forma a las economías locales, y en asegurar el acceso a buenos empleos
y a servicios sociales decentes.
La exclusión social es la resultante de la creciente concentración de la
riqueza sin un esfuerzo consciente por incluir a todos los sectores de la
sociedad en los beneficios del crecimiento, para aumentar el capital social
y la cohesión social, y asegurar la protección de los derechos humanos y del
medio ambiente. Lo irónico es que mientras más se integran y concentran
nuestras economías y políticas de gobierno, más se fragmentan y se desintegran
nuestras sociedades. Corremos que el riesgo es de avanzar hacia lo que el
economista Richard Freeman denomina la "economía del apartheid".(3)
Nuestra región, las Américas, ya refleja esa realidad. Nuestro hemisferio
incluye las naciones más ricas y también las más pobres y menos desarrolladas
del mundo. El ingreso per cápita en los Estados Unidos es de $28.020 en tanto
en Haití es sólo de $310 -¡una diferencia de casi 100 veces! El abismo existe
tanto entre las naciones como dentro de ellas. En virtualmente cada país de
nuestra región, Estados Unidos incluido, se pueden encontrar lugares que nos
hacen recordar los ejemplos que Bill Clinton nos trajo a la mente, en los
cuales una pequeña élite, adinerada y próspera, se ve rodeada por miles o
millones de personas empobrecidas que luchan por encontrar un empleo decente
en las ciudades o por lograr una subsistencia digna mediante la agricultura
o la pesca. En casi todos los países, existen miles de personas sub-empleadas
y sin vivienda, miles de desempleados y desempleadas y emigrantes en busca de
tierra o de trabajo. Muchos de ellos son mujeres o niños laborando en
cualquier trabajo disponible para apenas sobrevivir. En muchos países los
pueblos indígenas se encuentran geográfica, política y económicamente
marginados y empujados a tierras más pequeñas y menos productivas donde no es
posible subsistir.
Peor aún, buena parte de la gente sumida en la pobreza concluye que ésta se
ha transformado en un estado permanente, de la cual la esperanza de escaparse
es remota. El concepto de la exclusión social implica el desempleo y el
subempleo recurrente y de larga duración, que a veces afecta a varias
generaciones. En su dimensión social, implica la pérdida de la ubicación
social, de la dignidad, y de los vínculos con el resto de la sociedad. En su
dimensión política implica la exclusión de personas de ciertos grupos de una
participación real de los proceso de gobierno, es el caso de las mujeres,
inmigrantes, minorías raciales y étnicas, e indígenas.(4)
La gente de bajos ingresos son los primeros en sufrir los efectos de la
degradación ambiental, en tanto ellos viven en lugares aledaños a la
contaminación producida por industrias y vehículos en las áreas urbanas y
cerca de terrenos deforestados y/o aguas contaminadas. Ellos son los primeros
en perder los empleos cuando las industrias cierran o la pesca desaparece.
Sin educación formal, ni requisitos ocupacionales ni otros apoyos sociales
necesarios para ayudarles a salir de la pobreza, los indigentes se convierten
en la gente "desechable" de la nueva economía. Son personas rechazadas o
consideradas innecesarias en la competencia entre las corporaciones por
producir con un mínimo de mano de obra trabajando por los salarios más bajos,
y pagando un mínimo de impuestos al Estado.
La exclusión social a menudo tiene "rostro" de mujer, de joven y de gente de
color. En un mundo en el cual nuestras naciones se han comprometido a
respetar la igualdad de género, a poner fin a la discriminación racial y a
defender los derechos de la infancia, es intolerable que las condiciones de
vida sean peores para las mujeres que para los hombres, peores para la gente
negra o indígena que para la gente blanca, y peores para niños y niñas que lo
que fue para sus padres.
A no ser que se tomen medidas concretas para asegurar que las inversiones y
la liberalización comercial aporten al desarrollo humano, nos veremos
enfrentados a un agravamiento de las condiciones sociales de la población.
Estaremos ante el peligro de exacerbar la marginación continua de millones de
ciudadanos y ciudadanas quienes no por su culpa son simplemente impedidos de
compartir los beneficios de una economía individualista y competitiva. La
economía de hoy está creando un pequeñísimo grupo de super-ricos al tiempo que
institucionaliza la exclusión social en nuestra región.
Nosotros creemos que cualquier estrategia para la integración económica en
nuestro hemisferio debe ser participativa e incluyente, para asegurar que el
incremento de las inversiones y el comercio sirva para lograr un desarrollo
sustentable para todos. En la Cumbre de las Américas de Miami (1994) y en
Santiago (1998) nuestros gobiernos suscribieron una visión que afirma que la
pobreza y la discriminación deben llegar a su fin, que la democracia debe ser
respetada y fortalecida y que se debe garantizar el desarrollo sostenible.
No es suficiente suponer que la liberalización comercial nos llevará a lograr
dichos objetivos. La integración económica debe ser dirigida y estructurada
para asegurar que nos lleve al cumplimiento de tales objetivos.
La Pobreza Creciente y la Desigualdad
En nuestro hemisferio, hace sólo unas décadas que los economistas cantaban
loas a la "sustitución de importaciones industriales" para América Latina y
el Caribe y defendían algunos mecanismos de soberanía económica para Estados
Unidos y Canadá. Ello se correspondía con la ampliación y funciones del
Estado. En los años 80, los economistas y gobernantes nos empezaban a decir
que seguíamos una estrategia equivocada. En su lugar, empezaron a reducir el
estado, a privatizar y desregular los servicios públicos, y a eliminar todo
lo que pudiese ser considerado como "barrera comercial" y facilitar la libre
circulación de capitales tras las fronteras nacionales.
Varios países latinoamericanos y del Caribe fueron pioneros en la
implementación de políticas económicas neo-liberales. Chile inició la
aplicación de drásticos ajustes estructurales en los años 70 bajo la dictadura
de Augusto Pinochet. Jamaica, Bolivia, Costa Rica y varios países más
siguieron ese ejemplo en los años 80. México ha sufrido desde 1987 su más
dramática transformación económica después de la segunda guerra mundial,
revirtiendo políticas de larga data, eliminando instituciones, y reformando
sus leyes. Estados Unidos y Canadá han sufrido también una versión propia de
los ajustes estructurales, reduciendo los programas de asistencia social y de
seguro de desempleo, privatizando las empresas estatales, reduciendo el rol
regulador del Estado y promoviendo la inversión extranjera y el comercio por
encima de otros intereses nacionales.
Se nos ha dicho que a la larga esta liberalización es para nuestro bien, y que
va a crear riqueza, empleos, y prosperidad para todas y para todos. Hace
exactamente un año, en la cumbre de Santiago de 1998, nuestros gobiernos
manifestaron su convicción de que la prosperidad se crearía "a través de la
integración económica y de economías más abiertas". Desgraciadamente, la
experiencia nos enseña otra realidad.
En los últimos años se ha ampliado el abismo entre los ingresos más altos y
más bajos en nuestro hemisferio. Durante esos mismos años se ha incrementado
la inversión y el intercambio comercial. La Comisión Económica para América
Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL) en su último informe sobre
la situación social en la región, reveló que la desigualdad en los ingresos
ha empeorado en siete de los 12 países estudiados entre 1990 y 1997.(5) El
Banco Interamericano de Desarrollo (BID), coincidió al notar que América
Latina cuenta con la peor distribución de ingresos en el mundo. Agrega el BID
que a pesar de las amplias reformas macroeconómicas, la desigualdad en los
ingresos demuestra que no se han manifestado "señales visibles de
mejoramiento" durante los años 90.(6)
La desigualdad en los ingresos no ha mejorado, es mas, incluso ha empeorado
en las economías altamente liberalizadas y de crecimiento rápido como la de
Chile, y en los países ricos de nuestro hemisferio como Canadá y Estados
Unidos. Chile tenía ya, a fines de los años 80, los peores índices de
distribución de ingresos y no han mejorado en la década actual, a pesar de los
altos niveles de crecimiento económico y del drástico incremento en el volumen
comercial. El 40% más pobre de la población percibió sólo el 13,4% del
ingreso nacional en el 1997, porcentaje que no varía desde 1990.(7)
En 1973, el 10% más rico de la población de Canadá tenía ingresos 21 veces
mayores que el 10% más pobre. Pero en 1996, ganaban 314 veces más.(8)
Estados Unidos tiene la proporción más alta de desigualdad de ingresos entre
las naciones industrializadas. En 1996 el 49% del ingreso nacional estaba en
las manos del 20% de la población.(9)
La pobreza continúa siendo un rasgo prominente en nuestro hemisferio, tanto
en el norte como en el sur. La CEPAL informa que se lograron avances en la
reducción de la pobreza en América Latina entre 1994 y 1997, debido
parcialmente a la reinversión en programas sociales y al crecimiento económico
desde la "década perdida" de los años 80. No obstante, comparados con el año
1980, los índices de pobreza de la mayoría de las naciones se han mantenido
o en su defecto han empeorado. México y Venezuela son los casos más notables
en los cuales la pobreza ha empeorado sustancialmente en la presente década,
a pesar de estar a la vanguardia de la liberalización económica. De igual
manera la pobreza se ha profundizado en Colombia y Paraguay entre 1990 y 1997,
aunque estos países demuestran un crecimiento promedio anual en el ingreso per
cápita que se acercaba a un 3%.(10)
En 1997, el nivel de pobreza en América Latina, después de varios años de
crecimiento económico sostenido, era de un 36%, inferior al 41% de 1990, pero
aproximadamente en la misma proporción que en 1980 (35%). Tomando el año 1980
cómo punto de referencia, sólo cuatro países de América Latina habían podido
reducir los índices de pobreza entre 1980 y 1996 (Brasil, Chile, Panamá y
Uruguay).(11)
Estos cuatro países sumados a unos cuantos más del Caribe y de América del
Norte han logrado reducir los niveles de pobreza mediante la continuación, al
menos en parte, de políticas sociales contrarias a las definidas por "la
sabiduría convencional" del neoliberalismo. Chile y Brasil, por ejemplo, al
salir de sus respectivos períodos de dictadura al final de los años 80,
volvieron a invertir en los programas sociales durante los primeros años de
la década de los 90. En Uruguay a principios de los 90, el porcentaje del
presupuesto público dedicado a los gastos sociales (el 23%) fue el más alto
de toda América Latina. Ello ha contribuido a asegurar el acceso de la
población a la educación y la vivienda.(12)
A pesar de este avance aparente, Chile y Brasil tienen los peores índices de
desigualdad en todo el hemisferio, y Brasil tiene más personas pobres que
cualquier otro país de nuestra región. Se precisan más esfuerzos para reducir
la disparidad social en Panamá y Uruguay.
En términos absolutos, el número de pobres se ha incrementado a un ritmo
constante en América Latina subiendo desde la cifra de 135 millones en 1980
a 200 millones en 1990 y a 204 millones en 1997. En otras palabras, una o más
de cada tres personas vive en la pobreza. Aproximadamente 90 millones, es
decir un 15%, son indigentes -gente que vive en la pobreza extrema, impedida
de satisfacer sus necesidades básicas- una proporción que tampoco ha mejorado
desde 1980. En las áreas rurales, la pobreza se ha incrementado desde un 28%
en 1980 a un 31% en 1997.(13)
Algunos avances son visibles en la salud y la educación, pero como la OPS
detalla, "la disparidad entre quienes no tienen acceso a los servicios
sociales y de quienes tienen acceso a bienes y servicios se ha
profundizado".(14) En las Américas existen todavía 105 millones de personas
sin acceso regular a los servicios de salud. Los índices de analfabetismo se
han reducido en algunos países de la región gracias a los esfuerzos nacionales
e internacionales, pero los últimos estudios realizados por la CEPAL revelan
que por lo menos cinco países latinoamericanos no podrán lograr la meta de
asegurar acceso universal a la educación primaria para el año 2000.
En los tres países miembros del TLCAN, acuerdo que algunos miembros de la
comunidad empresarial proponen como el modelo para el ALCA, la pobreza no ha
dado muestras de disminución, a pesar del impresionante crecimiento de las
inversiones y el intercambio comercial. Canadá, país que detenta el primer
lugar en el Índice de Desarrollo Humano del PNUD, ha tenido que admitir el
carácter de "crisis nacional" en lo referido a la situación de pobreza de la
infancia. Aproximadamente 1,5 millones de niños y niñas (uno de cada cinco)
viven bajo el nivel de pobreza, lo que representa un aumento de 45% entre 1989
y 1995.
Estados Unidos, denominado por su gobierno como la "envidia del mundo" por su
estelar desempeño económico, cuenta no obstante con una población en la cual
una de cada cinco personas vive en la pobreza.(15) En algún momento del año
dos millones de personas son afectadas por ls falta de vivienda, y tiene el
peor índice de mortalidad infantil del mundo industrializado. En 1973 el
salario real promedio era de $9 por hora; veinticinco años más tarde es de $8
por hora. En 1996 el ingreso familiar promedio era $1.000 menos que en el año
1989.(16) Mientras tanto, la cantidad de gente que sufre hambre en los
Estados Unidos ha aumentado entre 1997 y 1998. Casi 10 millones de personas
viven en hogares que sufren los efectos del hambre.(17)
México, que supuestamente se iba a integrar al "primer mundo" a través de su
acceso al lucrativo mercado norteamericano, ocupa ahora el rango número
cincuenta, según el Índice de Desarrollo Humano del PNUD de 1999. Representa
un descenso de la categoría de "alto" desarrollo que había ocupado
anteriormente en la década a la categoría "media" (en 1996 había ocupado el
lugar cuarenta y ocho). La pobreza afecta a la mitad de la población de
México y una cuarta parte está desnutrida.
Los niveles de endeudamiento personal y bancarrota han aumentado en los tres
países del ALCA a niveles no vistos desde la Gran Depresión. En 1998 en
Estados Unidos las declaraciones de bancarrota personal alcanzaron la cifra
récord de 1.335.053, un aumento de 20% en un año, y tres veces más que en el
año 1980.(18) En México, cientos de miles de personas endeudadas se han unido
al movimiento nacional El Barzón para denunciar las agobiantes tasas de
intereses y las ejecuciones llevadas adelante por los bancos.
De este modo la pobreza persiste, a pesar que nuestras naciones han aplicado
diligentemente las recetas del TLCAN, de la OMC y del Consenso de Washington.
La pobreza continúa, a pesar del aumento del gasto en programas sociales en
varios países de América Latina y el Caribe, seguido de severos ajustes
estructurales durante la "década perdida" de los años 80. La pobreza continúa
a pesar que nuestros gobiernos acordaron en la Cumbre de las Américas en
Santiago que "erradicar la pobreza continuaba siendo uno de los grandes
desafíos a enfrentar en nuestro hemisferio". La pobreza persiste, a pesar que
existen posibilidades reales de eliminarla para siempre.
¿Pueden la "integración económica y economías más abiertas" resolver estos
problemas? Esto no parece posible a juzgar por los últimos acontecimientos.
En América Latina y el Caribe la tasa general de crecimiento fue de un 2,3%
en 1998, y se espera que la tasa de crecimiento medio para 1999 sea menos de
un 1%.(19) Varios países de la región se encuentran en una situación de
recesión económica. Tal es el caso de Venezuela, de cuya economía se espera
un descenso de casi un 8% en 1999.(20)
Algunos economistas afirman que algunos aspectos de la liberalización pueden
reducir las posibilidades del crecimiento equitativo y duradero en nuestra
región. Por ejemplo, el economista canadiense Albert Berry de la Universidad
de Toronto reveló en una investigación en 1997 que "la distribución [de
ingresos] había empeorado--sino dramáticamente-- significativamente en la
mayoría de los países que habían emprendido las reformas de libre
mercado".(21) Se destaca en la investigación de Berry su sugerencia que
dichas reformas, más que una solución, "han sido una de las causales del
empeoramiento distributivo". [énfasis de este autor]
El XI Congreso de Economistas de América Central y el Caribe, realizado en
Tegucigalpa, Honduras, en septiembre de 1998 manifestó que:
"La globalización es un proceso multidimensional que trasciende los estrechos
límites del mercado, profundiza las desigualdades y agudiza la polarización
a nivel mundial... La modalidad de la globalización refleja su incapacidad
para impulsar el desarrollo humano, en tanto la pobreza se hace más profunda
frente a una mayor concentración de la riqueza y el peso de la deuda
externa".(22)
Numerosos economistas han contrastado América Latina con el modelo asiático,
el cual en su fase inicial de desarrollo económico adoptó la redistribución
del ingreso, construyendo deliberadamente altos niveles de empleo,
capacitación, educación, atención de salud y vivienda al tiempo que
intensificaba el crecimiento económico. Ademas, algunas de las naciones
asiáticas se preocuparon de establecer vínculos entre los diversos sectores
de la economía local. Por otro lado América Latina intentaba incrementar su
competitividad basada en la explotación de los recursos naturales y mano de
obra barata.
El empeoramiento en los términos de intercambio comercial, la deuda externa,
y las desreguladas políticas de inversiones son también factores que limitan
las posibilidades de las naciones para promover un desarrollo humano
equitativo, independientemente de sus políticas comerciales o sociales.
Numerosos países de nuestra región dependen de la exportación de mercancías
para mantener sus economías, lo cual se ha hecho más evidente debido a las
políticas de liberalización comercial. Mas aun los precios de las mercancías
han venido cayendo precipitosamente en los últimos años, reduciendo
drásticamente los ingresos. Por ejemplo, los precios de los minerales cayeron
en un 23,7% desde 1997 a 1998.(23) Cuando comparamos los precios de 1997 a
los de 1980, algunas mercancías han experimentado una reducción considerable.
El precio de la goma (caucho) cayó en un 52%, el del café en un 64% y el de
la azúcar en un 73%.(24)
En el intertanto, los pagos a la deuda siguen aumentando. América Latina y
el Caribe asignan el 33% de sus ingresos por exportaciones al pago del
servicio a la deuda externa, una proporción más alta que la que paga África
o Asia.(25) Un caso extremo es Brasil, que destina el 76% de la renta a pagos
de los intereses de la deuda, mientras Guatemala paga un 57,8%, dejando muy
poco para los tan urgentes gastos sociales.(26) La utilización de inversión
extranjera con fines especulativos de corto plazo también desvía la
preocupación y recursos para un desarrollo integrado, productivo y de largo
alcance en cada país.
Con la baja de los precios de las mercancías y el aumento de los pagos a la
deuda, no es posible que los países altamente endeudados de nuestra región
dependientes de las exportaciones como Nicaragua, Honduras, y Bolivia puedan
realizar jamás avances sistémicos en un mercado global competitivo, sin
cambios fundamentales en el tratamiento que reciben de los países acreedores
y de los organismos internacionales.
Una estrategia de integración económica para nuestro hemisferio no puede
producir "prosperidad para todos" al menos que confronte directamente los
obstáculos estructurales al desarrollo sustentable y tome medidas deliberadas
por construir economías fuertes sostenibles e integradas con la participación
efectiva de todos los miembros de la sociedad.
1) OPS, Orientaciones Estratégicas y Programáticas, 1999-2002, 22/02/99.
2) Skinner, Liz, "Earth can't survive as tale of two cities". Ottawa Citizen,
June 13, 1999.
3) Freeman, Richard. "Toward an Apartheid Economy?", Harvard Business Review,
septiembre-octubre de 1996.
4) Brodie, Janine y Smith, Malinda, "Globalization, Social Cohesion and
Governance". Proyecto Tendencias Canadá 2000, borrador de 3/08/99. Para mayor
análisis del concepto de la exclusión social, ver: Dupas, Gilberto, "Economía
global y exclusión social", América Latina en Movimiento (ALAI), Nº 296,
14/07/99.
5) CEPAL, Panorama Social de América Latina. 4/05/99.
6) BID, Facing up to Inequality in Latin America: Report on Economic and
Social Progress in Latin America, 1998-1999. Washington, 1998.
7) CEPAL, op.cit.
8) Gray, John, "The Gap From Rags to Riches gets Wider", The Globe and Mail
(Toronto), 26/05/99.
9) Bissio, Roberto, et al. (eds), Social Watch No. 3, Montevideo, ITM, 1999.
10) CEPAL, op.cit.
11) OPS, op.cit.
12) Bissio, Roberto, et al (eds), Social Watch No. 2, Montevideo, ITM, 1998.
13) CEPAL, op. cit.
14) OPS, op. cit.
15) Economic Commission for Latin America and the Caribbean (ECLA-CEPAL),
"Preliminary Overview of the Economics of Latin America and the Caribbean--1998".
16) Latin America Weekly Report (London), May 25, 1999.
17) Berry, Albert, "The Income Distribution Threat in Latin America", Latin
America Research Review, Vol. 32, No. 2, 1997.
18) Boletín Diario del Sistema de Integración Centramericana (SICA),
"Globalización profundiza desigualdades en C.A.", San Salvador, 2/10/98.
https://www.alainet.org/en/node/104489?language=es
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