¿Guerra sin fin?

25/09/2001
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El atentado sobre el World Trade Center fue horroroso, despreciable, e imperdonable. Sin embargo es importante no dejar de verlo en contexto, en particular dentro de un contexto histórico: porque si bien es entendible una repuesta que nace de la furia, como la ahora evidente por parte de los políticos estadounidenses, es probable que sirva como otra prueba de la máxima de Santayana, de que quienes no se acuerden de la historia están destinados a repetirla. La ecuación moral La escala y las consecuencias del ataque contra el World Trade Center son masivas, pero éste no representa el acto terrorista más grande de la historia de EE.UU., como algunos medios estadounidenses reivindican. Las más de 5,000 vidas perdidas en Nueva York son irreemplazables, pero uno no debe olvidar que los ataques contra Hiroshima y Nagasaki resultaron en la muerte de 210.000 personas, la mayoría civiles, y la mayoría perecieron de manera instantánea. Por otro lado, es posible argumentar que los dos eventos no son comparables porque, después de todo Nagasaki e Hiroshima fueron blancos dentro de una guerra. Pero, ¿por qué no? El propósito principal de los bombardeos nucleares no fue destruir blancos militares o de infraestructura, sino aterrorizar y destruir a la población civil. De hecho, toda la campaña aérea de los aliados contra Alemania y Japón durante 1944-45, que produjo tormentas de fuego en Dresden, Hamburgo y Tokio, y que mató a decenas de miles de personas, tuvo como su objetivo central herir y matar a la mayor cantidad posible de civiles. De igual manera, durante la Guerra de Corea, el bombardeo para aterrorizar a los civiles constituyó la política del Comando de Lejano Oriente de la Fuerza Aérea estadounidense, al cual se le ordenó pulverizar cualquier cosa que se moviera dentro del territorio del enemigo. Tan exitosa fue la política que en el verano de 1951, el comandante pudo informar que "ya no existe estructura alguna que sirva de blanco". Durante la Guerra Fría, la eliminación en masa de la población civil del enemigo, junto a sus fuerzas militares e industrias, fue institucionalizada en la estrategia de una retaliación nuclear masiva que radicaba en el meollo de la doctrina de disuasión nuclear. En Vietnam, donde EE.UU se frustró por la incapacidad de distinguir entre civiles y combatientes, la matanza indiscriminada de civiles fue una parte central de la "guerra de contra insurgencia" en la cual fueron sistemáticamente asesinadas 20,000 personas bajo la Operación Fénix de la CIA en el Delta del Mekong. ¿No deben ser juzgadas las acciones contra civiles en el contexto más amplio de quitar al enemigo el ánimo de luchar, y por lo tanto llevar a que la guerra concluya? Pero en este caso ¿qué tan diferente resulta esta justificación, comparada con el objetivo de los terroristas de cambiar la política exterior del gobierno de EE.UU a través de erosionar el apoyo de la población civil de ese país? El punto no es atraparnos en un "cálculo maléfico" como Jeremy Bentham habría llamado a este ejercicio, sino indicar que el gobierno de EE.UU simplemente actúa desde una posición superior en la actual ecuación moral. Efectivamente, se puede decir que terroristas como Osama Bin Laden, un ex protegido de la CIA, aprendieron sus lecciones sobre el valor estratégico de los civiles como blanco de la estrategia de guerra total, tradicional de Washington, en donde el daño a la población civil no se ve como algo colateral sino como algo esencial para alcanzar los fines de la guerra. El cálculo de Clausewitz Luego del atentado contra el World Trade Center, han llamado a los perpetradores del hecho cobarde, "irracionales", o "locos", o gente que son la encarnación del mal. Esto se puede entender como una reacción emocional, pero es una base peligrosa para la elaboración de políticas. La verdad es que los perpetradores del hecho fueron muy racionales. Si realmente fue gente relacionada con Bin Laden, muy probablemente su objetivo fue subir el costo que representa para EE.UU el mantener sus políticas actuales en el Oriente Medio, a las cuales consideran injustas e inequitativas, y ésta fue su manera de lograrlo. Escogieron de forma muy racional los blancos y las armas, prestando atención a cómo obtener no sólo el máximo nivel de destrucción sino también el máximo simbolismo. La selección como blancos de las torres gemelas del World Trade Center y el Pentágono, y los aviones de American Airlines y United Airlines como los vehículos y explosivos, fue el producto de un pensamiento y planificación a sangre fría. La pérdida de sus propias vidas formó parte del cálculo. Lo que vimos fue un cálculo racional de los medios para lograr los fines deseados. Según el punto de vista de esta gente, el terrorismo, igual que la guerra, es la extensión de la política a través de otros medios. Estas son mentes clausewitzianas, y el peor error que se puede cometer es considerarles locos. ¿Pearl Harbor o TET? Una metáfora utilizada por el sistema de Washington para captar la esencia de los recientes acontecimientos es la de un segundo Pearl Harbor, con la implicación de que, como el primero, la tragedia del 11 de septiembre impulsará al pueblo estadounidense a alcanzar un nivel de unidad inédito para ganar la guerra contra enemigos todavía no identificados. Es de sospechar que el otro lado opere según otra metáfora, y ésta es la ofensiva Tet de 1968. El objetivo de los vietnamitas fue lanzar levantamientos masivos y simultáneos que, aún en el caso de que cada uno sea derrotado por separado, sin embargo llegaría a ser una victoria estratégica al convencer al otro lado, y en particular a su base civil, de que la guerra no se pudo ganar. El objetivo fue robar a EE.UU su voluntad de ganar la guerra, y en esto tuvieron éxito los vietnamitas. Los perpetradores del asalto sobre el World Trade Center operan según un cálculo parecido, y a pesar de la retórica nacionalista en Washington, no es seguro que se hayan equivocado. ¿Está dispuesto el pueblo estadounidense a soportar cualquier peso y pagar cualquier precio, en una lucha que se extenderá hacia un futuro indefinido, sin ninguna certeza de victoria, de hecho sin una idea clara de quiénes son los enemigos y de lo que consistirá una "victoria"? Los medios están repletos de noticias sobre la creación de una alianza contra el terrorismo, dando la impresión que la coordinación entre estados claves combinada con la furia de los ciudadanos de todas partes otorgará a la coalición liderada por EE.UU una ventaja insuperable. A corto plazo, quizás; aunque ni esto es seguro. Porque el problema es que, como en una guerra de guerrilla, esto no es una guerra que se puede ganar estricta o principalmente por medios militares. Los aspectos subyacentes. Si la red de Bin Laden fue la responsable de los ataques contra el World Trade Center, entonces los aspectos subyacentes son los dos pilares gemelos de la política de EE.UU en el Oriente Medio. Uno es la subordinación de los intereses de los pueblos de la región al acceso sin trabas de EE.UU al petróleo del Oriente Medio para mantener su civilización basada en el petróleo. Con este fin, EE.UU derrocó al gobierno nacionalista de Mossadegh en Irán en 1953, cultivó el régimen represivo del Sha de Irán como policía del Golfo Pérsico, apoyó a regímenes feudales anti democráticos en la península arábica, e introdujo una presencia militar masiva y permanente en Arabia Saudita, donde están algunas de las ciudades y lugares más sagrados del Islam. La guerra contra Sadam Hussein se justificó como una guerra para derrotar la agresión, pero todo el mundo supo que el motivo más fuerte de Washington fue asegurar que las masivas reservas petroleras de la región se queden bajo el control de élites pro Occidente. El otro pilar es el apoyo incondicional a Israel. Que los sentimientos de los Arabes acerca de Israel sean tan viscerales, no es difícil de comprender. Es difícil argumentar en contra del hecho de que el estado israelí nació en base a despojar al pueblo palestino de su país y sus territorios. Es imposible negar que Israel es un Estado de colonos europeos, cuyo establecimiento fue esencialmente un traslado desde el territorio europeo de las contradicciones etno-culturales de la sociedad europea. El Holocausto fue un crimen contra la humanidad, pero fue totalmente equivocado imponer sus consecuencias políticas -la principal de ellas, la creación de Israel- sobre un pueblo que no tuvo nada que ver con ello. Es difícil contradecir las declaraciones árabes de que fue esencialmente el apoyo de EE.UU. el que creó el Estado de Israel; que éste ha sido sostenido durante el último medio siglo por el masivo apoyo y respaldo militar estadounidense; y que la confianza profunda en el perpetuo apoyo militar y político estadounidense es la que permite a Israel oponerse en la práctica al nacimiento de un estado palestino viable. A menos que EE.UU. abandone estos dos pilares de su política en el Oriente Medio, siempre habrá miles de reclutas para actos de terrorismo como los que ocurrieron el 11 de septiembre. Y aunque condenemos los actos terroristas - y debemos condenarlos fuertemente -otra cosa es esperar que la gente desesperada no los cometa, en particular cuando es posible argumentar que fueron precisamente estos métodos de volver blancos tanto a civiles como a personal militar, en conjunto con la Intifada, lo que obligó a Israel a someterse al Acuerdo de Oslo de 1993, que llevó a la creación de la entidad palestina. Otra razón más para pensar que el equilibrio estratégico no favorece a EE.UU. es que existe mucha gente en el mundo cuya actitud hacia el terrorismo es ambivalente. A diferencia de Europa, en el Sur hubo una respuesta relativamente callada al evento del World Trade Center. Una encuesta probablemente revelaría que si bien muchos en el Tercer Mundo están horrorizados por los métodos de los que cometieron el atentado, no sienten antipatía por sus objetivos. Como lo expresó un empresario chino-filipino, "es horrible, pero por otro lado, EE.UU. se lo merecía". Si esta reacción es común entre la gente de clase media, no debe sorprender si tal ambivalencia está ampliamente sentida entre el 80 por ciento de la población global marginada por los actuales arreglos globales económicos y políticos. Existe demasiada desconfianza, aversión, o simple odio, hacia un país que ha sido tan insensible en su búsqueda de poder económico, tan arrogante en sus relaciones militares y políticas con el resto del mundo, y tan descarado en declarar su superioridad cultural sobre el resto de nosotros. Como en la ecuación de una guerra de guerrilla, la ambivalencia civil frente al teatro de batalla se traduce en una desventaja para la posición de las autoridades, y una ventaja para la de los terroristas. En fin, si hay una cosa de la cual se puede estar seguro, es que la respuesta masiva por parte de EE.UU no pondrá fin al terrorismo. Simplemente aumentará el espiral creciente de la violencia; el otro lado recurrirá a actos aun más espectaculares, alimentados por olas sin fin de reclutas. La tragedia del 11 de septiembre constituye la evidencia más clara de que la política de los últimos 30 años de responder con guante de hierro y con una represalia masiva al terrorismo, está caduca. El resultado de esta política ha sido nada menos que un profesionalismo extremo del terrorismo. La única respuesta que verdaderamente contribuiría a la seguridad global y la paz es que Washington intente resolver no sólo los síntomas sino las raíces del terrorismo. Es tarea de EE.UU examinar y cambiar sustancialmente sus políticas hacia el Oriente Medio y el Tercer Mundo y apoyar, para variar, arreglos que no obstaculicen el logro de la equidad, la justicia, y una soberanía nacional verdadera para la gente actualmente marginada. Cualquier otro camino nos llevará a la guerra sin fin. * Walden Bello es Director Ejecutivo de Focus on the Global South con sede en Bangkok, Tailandia, y Profesor en la Universidad de Filipinas. Traducción: Gerard Coffey
https://www.alainet.org/en/node/105323
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