Un mundo contra las cuerdas

21/09/2001
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El ataque y destrucción de centros financieros y militares norteamericanos es una locura que muestra gráficamente el gigantesco manicomio en que vivimos. Es verdad que desde hace cincuenta años el mundo no había vivido una crisis de las actuales dimensiones. Pero ello tiene mucho o todo que ver con el hecho de que el atacado ha sido la primera potencia del planeta. Otros enormes mataderos han pasado y pasan con mucha menor atención de los medios de comunicación, sin que los gabinetes de crisis se reúnan, ni la OTAN se ponga en pie de guerra. Recuerdo con emoción el bombardeo inmisericorde de la ciudad de Panamá que se cobró 7.000 muertos. Entonces, Occidente dijo comprender que Estados Unidos arrasara una ciudad para apresar a un hombre que anteriormente había sido su aliado y agente de la CIA (Noriega); extraña proporción entre fines y medios. En aquellos días de finales de 1989 la mayor parte de la población estadounidense miro con insólita complacencia por sus televisores una especie de fiesta de luces y explosiones sobre barrios pobres e indefensos. La fiesta de la locura se multiplicó en número de bombas haciendo figuras en el cielo de la noche durante la Guerra del Golfo. Otra vez Estados Unidos probó sus nuevas tecnologías militares y aupó la popularidad de su presidente por el método de matar y matar a decenas de miles de inocentes iraquíes. En aquel entonces, la tesis de la Casa Blanca difundida por los medios de comunicación de Occidente era realmente diabólica: cuanta más bombardeada sea la población de Irak, mayores posibilidades hay de que se rebele contra el tirano Sadam Hussein. Qué decir del drama palestino. No se puede provocar la desesperación de colectivos tan amplios como el pueblo palestino o el mundo árabe sin esperar alguna respuesta. No se trata de justificar los atentados de Nueva York y Washington. Actos macroterroristas en los que han muerto miles de inocentes. Nadie que desee un mundo regido por la justicia y el derecho internacional puede pensar que lo ocurrido tiene algo de positivo, ni política ni éticamente. Los muertos no merecían esa muerte. Pero es que, además, estos atentados abren un nuevo ciclo militarista y de histeria por la seguridad, que amenaza con desembocar en una globalización policíaca contraria a las libertades. Noam Chomsky tiene razón cuando afirma que los atentados son un obsequio para la extrema derecha patriotera de Estados Unidos. Pero si no hay justificación, sí hay explicaciones. Entender el por qué de lo sucedido es condición necesaria para sacar lecciones y exigir un nuevo rumbo del mundo en que vivimos. “¿Por qué nos odian tanto?” Las explicaciones nos remiten a un hecho extendido por todo el planeta que debería hacer pensar a la sociedad estadounidense. ¿Por qué el sentimiento anti-norteamericano? Una mujer decía estos días ante una cámara de televisión: "¿Por qué nos odian tanto?" Parece evidente que esta mujer, al igual que millones de sus compatriotas no ven nada malo en la política exterior de su gobierno de turno que, invariablemente, se comporta de manera imperial. Así pasó en la Argentina de la dictadura; muchísimas personas confesaron que oían cosas, rumores, pero que no tomaron conciencia de lo que realmente estaba ocurriendo: una gran matanza de opositores. No es de extrañar que la psicología y la siquiatría tengan hoy tanta demanda en Argentina. Si la mujer de la cámara y sus compatriotas se acercaran a la realidad con honestidad y sin mediaciones fundamentalistas que les hacen creer ser la encarnación del Bien en lucha contra el Mal, tal vez pudieran comprender el por qué del odio contra su bandera. Vietnam dejó una huella indeleble en el pueblo americano pero no para sacar lecciones positivas de su terrible culpa. La historia de la vecina América Latina está repleta de intervenciones militares norteamericanas y de golpes militares con intervención de la CIA, pero tampoco ese mismo pueblo, ahora víctima, ha sabido nunca hacer una lectura correcta de semejantes infamias. La enfermedad de la sociedad norteamericana es creerse dueña del mundo sin saber nada del mismo. Este pueblo que se considera a sí mismo depositario de la libertad clama ahora venganza militar contra los culpables. Al margen de que no se sabe, todavía, quiénes deben ser bombardeados, ese deseo vengativo –tan humano por otra parte- retrata bien el carácter notablemente salvaje y violento de un pueblo que en ciertos aspectos revive en las películas de conquista del Oeste. A este pueblo se viene dirigiendo estos días el presidente Bush con un discurso tan elemental, infantil, como peligroso: "Esta es la lucha del Bien contra el Mal", repite alguien que debería racionalizar la respuesta. ¿No es esto hacer fundamentalismo? Medios de comunicación de Occidente, gobiernos e intelectuales, y por supuesto el Gobierno de Estados Unidos reiteran que el integrismo árabe ha dado muchas muestras de su vocación destructiva. ¿No es, sin embargo, esta dialéctica simplista del Bien y del Mal una forma de generación de odio? Los pueblos que se creen elegidos terminan rezando en los parques públicos al tiempo que exigen más sangre para saciar sus bajas pasiones. Esto está ocurriendo hoy en Estados Unidos. Hace tiempo que pienso que la sociedad norteamericana está enferma. Aplaude las penas de muerte y pide que sean televisadas. Como en tiempos atrás, mientras leen la Biblia llenan los árboles de ahorcados. Es desde luego verdad que colectivos islámicos interpretan el Corán desde un grado extremo de confrontación. Nadie puede justificar este fenómeno de un islamismo que traduce en guerra santa todas sus causas sociales y políticas. Pero de este mal padece Estados Unidos que poco después de su fundación declaró su Destino Manifiesto, un conjunto de principios morales y religiosos de la política que marcan la esencia de la idea nacional. La doctrina norteamericana se adjudica para sí el liderazgo histórico: "El Dios de la naturaleza y de las naciones nos ha marcado ese destino, y con su consentimiento hemos de mantener firmemente los incontestables derechos que Él nos ha dado hasta completar las altas obligaciones que Él nos ha impuesto". Esta mezcla de religión y esoterismo ha sellado de forma invariable el modo norteamericano de concebir su lugar en el mundo. Es el pueblo elegido para conducir a la comunidad de pueblos y naciones, si es necesario utilizando el castigo. Es terrible. El Bien contra el Mal es el centro del discurso de Bush. Pero ¿quién es el Mal? Parece que el mundo árabe en general y los islámicos en particular. ¡Qué gran noticia para la concepción sionista de Israel! Israel también se identifica con la encarnación del Bien y ha decidido que los árabes y los palestinos en particular son el Mal. Los políticos nacionalistas israelíes se consideran herederos directos de quienes fueron interlocutores privilegiados de su Dios y consideran a Palestina como su tierra de promisión. La barbarie continuada de Sharon, el genocidio del pueblo palestino se basa en esta creencia fanática que anula la condición humana de los árabes; pueden y deben ser destruidos sin remisión. Así pues este gran manicomio esta lleno de locuras que se cruzan y combaten entre sí. “Los que se alegran deben ser castigados” La locura, como la culpa y la inocencia se expresa de muchas maneras y en diferentes grados. La cuestión es sencilla: si amontonáramos culpables e inocentes en contenedores sin espacios diferenciadores no habría lugar a los matices. Y los matices explican a veces asuntos de fondo que la generalidad no puede explicar. Me fijo en esos niños y adultos que han sido emitidos por televisión gritando de alegría y agitando banderas en Cisjordania y Gaza–ya ha surgido la denuncia de que se trata de imágenes rescatadas con motivo de la invasión de Kuwait, con intención intoxicadora-. Pero ¿aunque fueran verdaderas? Si lo fueran, ¿cómo interpretar la escena? Es la escena de los desesperados de la tierra alegrándose por lo que nadie debería hacerlo. Es la reacción emocional, espontánea, de quien apenas tiene espacio para la racionalidad, viviendo como viven bajo el terror israelí. Los palestinos saben bien que Estados Unidos tiene los medios para imponer una paz justa, pero que hace injustamente lo contrario: apoya incondicionalmente la política militarista de Israel; veta al Consejo de seguridad de Naciones Unidas para que no imponga sanciones a Israel; dota al gobierno sionista de Tel Aviv de aviones desde los que se bombardea pueblos palestinos; apoya con 3.000 millones de dólares anuales a su aliado. La obscena irresponsabilidad de George Bush ante los crímenes contra la humanidad cometidos por el Gobierno de Israel, ¿cómo no va a generar odios antinorteamericanos entre las víctimas? ¿A quién puede extrañar que esos niños manifiesten alegría, ajenos de las consecuencias que pueden tener para sus propia vidas esos atentados en el corazón del imperio? En cambio, esa reacción de buena parte de la opinión pública norteamericana señalando a los palestinos como culpables, poniendo como prueba esas imágenes de televisión –muy probablemente manipuladas-, es una barbaridad. Una barbaridad que no entiende qué pasa en el mundo y cuál es el papel de su gran país en Oriente medio. Podría decirse que esta última es asimismo una reacción humana, y lo es. Pero no son reacciones de igual magnitud, no pueden ser comprendidas de la misma manera, como si respondieran a los mismos derechos. El derecho de los niños desesperados me parece superior a la visceralidad que los señala como blanco para una respuesta militar. La inocencia, sí, tiene grados distintos. Los trabajadores, conserjes, secretarias, bomberos, ejecutivos, asesinados en las Torres Gemelas son víctimas que nunca dirigieron la política exterior norteamericana y su terrorismo militar. Eran gentes inocentes. Pero sin duda menos inocentes que los millones de niños que mueren cada año víctimas del hambre. Al fin y al cabo la ciudadanía norteamericana nunca se ha rebelado contra sus gobiernos intervencionistas; y tampoco lo han hecho para pedir cambios en las políticas económicas que desde la Casa Blanca y también desde las Torres Gemelas sentencian a millones de personas a la muerte por indigencia. Sé, que este ejercicio crítico puede ser tachado por los simplistas del blanco y negro como de demagogia. No lo es. Es sólo la verdad. Una verdad que nos muestra un mundo lleno de grises y se rebela contra el pensamiento reduccionista que por temor del rechazo a los terribles atentados se niega a ver la realidad norteamericana. Pero no por ser menos crítico se es más firme en el rechazo. Al contrario, la no-crítica sólo conduce a ser finalmente complaciente con nuevas acciones guerreras de Estados Unidos y la continuidad de las injusticias. Todo es incertidumbre ¿Qué va a pasar? Es la gran pregunta. En mi opinión Estados Unidos desatará una guerra en alguna parte para vengar su humillación –no exactamente a sus muertos-. Una conflagración bélica se cobrará una multitud de nuevos muertos inocentes. Lo hará aun cuando no tenga plena seguridad respecto de quiénes han sido los autores. Lo hará porque sus bases filosófico-morales fundamentalistas espoleadas por la rabia de quien se consideraba invulnerable y su política soberbia administradora de la vida y la muerte a gran escala, hacen inevitable su respuesta de fuego y destrucción. Lo hará, de todos modos, tenga pruebas o fabricando mentiras –otra más-, de esas que se desclasifican al cabo de cuarenta años. En todo caso, con pruebas o sin ellas el integrista Bin Laden proporciona el retrato robot suficiente para organizar un castigo ejemplar contra Afganistán. Al enemigo invisible urge ponerle rostro por razones de Estado. Por cierto, son bastantes los analistas que señalan la hipótesis de una autoría con ramificaciones norteamericanas, no lo sé; pero me temo que en cualquier caso no convendría ni al Gobierno ni a la sociedad estadounidense reconocer semejante hecho. No pueden bombardearse a sí mismos. Una intervención militar norteamericana es ya una crónica anunciada. ¿Después qué? ¿Hasta dónde se agrandará la brecha con Oriente? ¿Qué formas xenófobas adquirirá el odio contra el mundo árabe? ¿Será que millones de ojos nos espiarán en nombre de las libertades y de la democracia? A mí me huelen muy mal los discursos impropios de dirigentes mundiales que apelan a la civilización y a la democracia atacadas. No por lo que tiene de señalar a un enemigo peligroso capaz de atacar de la manera en que lo ha hecho. Si no por la ideología que se desprende del uso y abuso de estos conceptos. Otra vez la civilización se liga a Occidente; de nuevo el Islam es la otra cara de la civilización, lo satánico. Pero es que, además, afirmar que las Torres Gemelas –centro financiero por excelencia- representaban la libertad, cuando sólo era un centro de operaciones del neoliberalismo causante de millones de muertos por hambre y epidemias, parece un ejercicio de cinismo. Tampoco puede señalarse a Estados Unidos como corazón y reserva de las libertades del mundo: más bien sus gobiernos se han dedicado con frecuencia a apadrinar dictaduras, organizar conspiraciones militaristas y a formar asesinos. El Pensamiento Unico amenaza con fortalecerse, desplegándose ahora hacia el aplauso de una escala armamentista. El manicomio toma un rumbo abyecto. La docilidad europea Es lamentable ver a Europa, más exactamente a sus gobiernos, diciendo amén a la locura de una guerra del Bien contra el Mal. Su apoyo incondicional a George Bush es tan errático como confundir la condena de los atentados con la complacencia con las respuestas indeseables. Por rechazar una locura los gobiernos europeos se abrazan a otra locura. ¿Dónde queda la racionalidad europea? ¿Dónde el derecho internacional que ha sido uno de los pilares europeos frente a la concepción hobbesiana pura y dura de la razón de la fuerza? La firma del artículo 5º que moviliza a la OTAN es, en primer lugar jurídicamente insostenible pues sólo legitima para repeler un ataque, no para protagonizar otra agresión, y políticamente una bajada de pantalones ante la amenaza norteamericana de recluirse en el aislacionismo y abandonar la alianza. Otra vez Europa pierde la oportunidad de caminar hacia su propio sistema de defensa comunitario. Donde manda capitán no manda marinero. Es necesario un nuevo rumbo Lo ocurrido en Estados Unidos es un mal que debería convertirse en oportunidad positiva para corregir la conducción del mundo actual. Mientras dos terceras partes de la humanidad vivan en la pobreza, viendo como aumenta la brecha con el mundo rico; mientras el hambre sea la asignatura pendiente de un mundo que se cree dominador del curso de la historia; mientras haya pueblos a los que se niegan sus derechos; ¿cómo se puede pensar que habrá paz, seguridad, convivencia? Los sufrimientos y la desesperación no pueden ser caldo de cultivo para la paz perpetua que reclamaba Kant. Palestina sangra. Y esa sangre palestina es la sangre de los desheredados de la tierra, de quienes nada tienen que perder. ¿Hasta cuándo el pueblo palestino tendrá que sufrir una ocupación injusta y además fanática? Las autoridades mundiales deben saber que la herida Palestina emana sangre por todo el mundo árabe. Un pueblo cercado, aplastado, embargado, bombardeado, confiscado, está llamando a la puerta del derecho internacional. Si ese derecho –que tiene concreción en las resoluciones de Naciones Unidas como la 242- no se cumple porque Israel y Estados Unidos prefieren la violencia ¿qué camino quedará en el futuro a los desesperados? El mismo día 11 martes, a una hora de gran audiencia, la cadena Antena-3 daba minutos y minutos de protagonismo al expresidente israelí Benjamin Netanyahu que este aprovechó para decir: "Teníamos razón, al terrorismo hay que exterminarlo" Netanyahu se refería en todo momento al pueblo palestino y a ese pueblo dirigía sus amenazas a la misma hora en que tanques de su ejército entraban en Jenin al norte de Cisjordania. Me pareció una indecencia el que una cadena de televisión se prestara a una propaganda nazi. Es justo lo contrario al esfuerzo que debe hacerse en favor de la concordia y los derechos de los pueblos; en favor de la justicia internacional y de la negociación; en favor de la paz y de la palabra. La seguridad mundial no puede basarse en tecnologías militares y la guerra, sino en procesos políticos y en una redistribución de la riqueza.
https://www.alainet.org/en/node/105340
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