ALCA: Proyecto para la anexión

13/11/2001
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Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre y de la guerra absurda que pretende combatir al terrorismo con dosis aún mayores de terror, el ALCA ha adquirido una nueva distinción. Sus apologistas nos dicen que ante la amenaza terrorista, ahora más que nunca antes debe aprobarse el ALCA, de donde resultaría que este no es sólo un Acuerdo de Libre Comercio, sino un instrumento contra el terrorismo. De aquí resulta también que estar contra el ALCA implica no sólo recibir el calificativo despectivo de globalifóbico que se aplica a todos los que nos oponemos a las atrocidades del neoliberalismo, sino que también podemos ser acusados de simpatizar con el terrorismo. Bien sabemos que el ALCA es un proyecto estratégico de recolonización y absorción de América Latina y el Caribe. Se presenta bajo la apariencia inocente y técnica de un Acuerdo de Libre Comercio, pero es mucho más que eso y ahora el gobierno de Estados Unidos muestra prisa por impulsarlo, a tal extremo que uno de los escasos temas que - además de la guerra-han merecido el interés del Congreso después del 11 de septiembre ha sido el fast-track, que ya fue aprobado por el Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes. ¿Qué razones para el ALCA y por qué la premura estadounidense? Las razones no son las opciones latinoamericanas o las ventajas de la integración, sino los apetitos estratégicos de dominio norteamericano sobre la región en la pugna con otros centros de poder económico y las debilidades que casi todos los gobiernos y élites latinoamericanos han promovido con su fidelidad al pensamiento único. La premura se explica porque la crisis económica de mayor potencial destructivo de la posguerra se les viene encima y quieren tener en América Latina amortiguadores para ella, en forma de cierto alivio comercial y gracias a la circulación preferente del capital transnacional norteamericano aprovechando la fuerza de trabajo muchas veces más barata que en Estados Unidos y las condiciones excepcionales para la inversión toleradas por gobiernos sumisos y que se habrían maniatado a sí mismos por haber firmado un pacto colonial en los inicios del siglo 21. La premura se debe también a la inocultable crisis económica, social y política del modelo creado en las dos últimas décadas bajo el molde ideológico del Consenso de Washington. Tienen que "preservar la estabilidad" ante el crecimiento explosivo de la pobreza, ante las encuestas que revelan la inconformidad e incluso la ira contra las privatizaciones alegres de años anteriores, ante el hastío por la "política" entendida esta como derecho a votar para que todo continúe igual, ante la corrupción convertida en sistema de gobierno, ante el colapso de gobiernos y economías. Ha cambiado el clima respecto a los tiempos en que el ALCA fuera lanzado como proyecto por el gobierno de Estados Unidos. No son estos los tiempos de complacencia de la Cumbre de Miami e incluso son bien diferentes a los de la Cumbre de Québec, aunque en ésta ya la resistencia de muchos de los aquí presentes se hizo sentir como un nuevo y vital factor. El ALCA surgió en el clima de triunfalismo de inicios de la década de los años 90 cuando la superpotencia norteamericana parecía omnipotente frente a las débiles, desarticuladas, endeudadas economías latinoamericanas. Pero, la década comenzó y continuó transcurriendo con la mezcla contradictoria del triunfalismo verbal y sucesivas crisis económicas en países desarrollados y subdesarrollados que indicaban una tendencia hacia desordenes mayores y profundos. Comenzó esa década con la crisis en el sector inmobiliario de Japón, la cual se extendió al sistema bancario y propinó un golpe a la segunda economía del mundo, del cual después de más de 10 años aún no se ha recuperado y que además hizo añicos la imagen del "milagro económico japonés". Le siguió después la crisis mexicana del efecto tequila en diciembre de 1994, la crisis de los tigres asiáticos en julio de 1997, la crisis rusa en agosto de 1998, la crisis brasileña en enero de 1999 y el episodio más reciente de la crisis argentina. Pero ahora la situación es más grave que en todas las crisis anteriores. Ha llegado la recesión global y nunca en la posguerra había coincidido una recesión de esta magnitud en los tres grandes centros de poder económico. La crisis no se desató por los atentados terroristas del 11 de septiembre. Existía ya en esa fecha después de una larga incubación en las entrañas del capitalismo globalizado. Los sucesos del 11 de septiembre la aceleraron, pero no fueron su causa. En la crisis actual, además del desplome del Nasdaq y otras pérdidas en la bolsa, debemos tener en cuenta los indicadores de la economía real que miden su "presión arterial" y muestran la gravedad de lo ocurrido y lo mucho que está hiriendo y lo mucho más que podrá herir al sistema. El comercio mundial creció 12% en el año 2000. En este año se espera 2% como mejor resultado y pudiera ser 0%. Las ventas de computadoras se reducirán este año por primera vez en su historia de casi tres décadas. Las inversiones extranjeras directas alcanzaron en el año 2000 la marca absoluta en su historia al totalizar 1.3 millones de millones de dólares. En este año se estima que sólo alcancen la mitad, en lo que sería el mayor descenso en 30 años. En Estados Unidos caen el PIB , la producción industrial, las inversiones, la confianza del consumidor, las ventas, las ganancias empresariales y la Bolsa. Aumentan el desempleo, el déficit externo y el pánico. La Bolsa hiperinflada se tambalea ante nuevos reportes de ganancias empresariales en descenso. Se va deshaciendo la espuma financiera y amenaza con derrumbar un sistema bancario- crediticio sumamente vulnerable por haber otorgado créditos aceptando como aval los rendimientos inflados de acciones y otros títulos de valor cuando la especulación vivía su desenfreno y cuando el consumismo asentado en el ahorro negativo y en una cadena de deudas, alimentaba la marcha en apariencia indetenible de la locomotora. Diez rebajas de la tasa de interés en el año 2001, de ellas tres después del 11 de septiembre no han sido capaces ni de evitar la instalación de la recesión, ni tampoco de sacar de ella a la economía de Estados Unidos. La tasa de interés se encuentra virtualmente en el piso y no parece haber margen para mayores rebajas. Ahora también se recurre por el gobierno estadounidense - campeón del discurso neoliberal para consumo de otros- al estímulo keynesiano por la vía del gasto público, a los subsidios a las empresas aéreas y al gasto militar como viejo recurso utilizado para estimular la economía. Pero es evidente que para alcanzar el monto necesario que aspire a ser efectivo, necesitan un rival de mayor envergadura que Afganistán. Por otra parte, el gasto militar ha funcionado en circunstancias de "guerra fría" frente a otra potencia militar o en guerras lejanas en que el territorio norteamericano no fue tocado. Hasta entonces las catástrofes de otros se podían mirar en la televisión y desaparecerlas cambiando el canal. Ahora el pánico y la sensación de vulnerabilidad en la población norteamericana influye en toda su vida social y en la economía, por supuesto. Ya el presente y el futuro no se presentan como una escalada incesante de consumo y eso no podrá ser cambiado solo bajando la tasa de interés y dando incentivos fiscales. Ahora Estados Unidos no puede apoyarse en Europa o Japón, igualmente en recesión. El consumo, que ha sido el motor de los recientes años alegres está herido por el pánico y la inseguridad, mientras que el sobreendeudamiento, el excesivo follaje financiero y la caída de las ganancias de las empresas apuntan hacia una crisis duradera que probablemente lo sería más que la operación consistente en bombardear a civiles inermes bajo el nombre de "libertad duradera". ¿Qué sentido tiene para la economía en crisis de Estados Unidos la prisa en echar a andar el ALCA? Se trata de aprovechar el espacio regional, que sería ya convertido por el ALCA en coto exclusivo del capital norteamericano -eliminados los capitales europeos y asiáticos y actuando los empresarios nacionales como meros administradores de filiales- para explotar fuerza de trabajo barata, combatir la tendencia al descenso de las ganancias empresariales, apoderarse de lo que resta por privatizar y volcar sobre mercados desprotegidos mercancías y servicios que destruirían lo poco que queda de los tejidos y cadenas productivas y de los endebles sistemas de servicios en la región. El discurso tantas veces utilizado como señuelo, acerca de las oportunidades de acceso al mercado norteamericano, sería de ahora en adelante más ilusorio que nunca, pues la fuerte reducción de las importaciones que ya se está produciendo en Estados Unidos debido al enfriamiento de su demanda interna, es un importante propagador global de crisis y augura un proteccionismo no solo encubierto y selectivo como el actual, sino más agresivo y descarnado. En la vida cotidiana de los latinoamericanos y caribeños lo anterior significaría mayor pobreza para amortiguar la crisis en la economía más grande del planeta. Los entusiastas del ALCA justifican el pacto colonial con variados y pintorescos argumentos. Unos afirman que participar en el ALCA sería adquirir el "espíritu emprendedor" que les falta a los latinoamericanos. Otros nos dicen que no basta con los mercados internos para desarrollarnos y que hay que disponerse a ingresar en el mercado mayor del mundo. Omiten que nuestros mercados no son pequeños per se, sino por la pobreza y por la más iniquitativa distribución del ingreso en el mundo y les falta explicar como ingresar al mercado mayor del mundo del cual nos separa el sistema de subsidios mayor y más sofisticado del mundo y unas diferencias de productividad que en las condiciones de pureza neoliberal de mercado, lejos de desaparecer se ahondan y generan un intercambio desigual arrasador para las economías más débiles. Otros entusiastas del ALCA como una funcionaria de rango ministerial de nuestra región nos entregan explicaciones tan curiosas y reveladoras como esta que cito a continuación a riesgo de su extensión: "De lo anterior se deduce que con el ALCA se generará, sin duda mayor riqueza. Y esta mayor riqueza podría potencialmente generarse en toda la región. Ahora, ¿los países menos desarrollados se verán beneficiados?. Las ventajas de la integración fueron ilustradas por Adam Smith siglos atrás cuando demostró que la integración de dos economías aún con diferentes niveles de desarrollo y competitividad es benéfica para ambas naciones. Lo anterior es el resultado de la especialización. Por ejemplo, es presumible que Estados Unidos sea más competitivo en todos los sectores productivos que el resto de los países del ALCA. ¿Significa entonces que Estados Unidos arrasará con los países menos desarrollados de la región? La respuesta es no. Shaquille O´Neal, la estrella del baloncesto americano de 2,14 metros de altura, seguramente es más eficiente para cambiar bombillas que cualquiera de sus vecinos. No obstante, el libre mercado, la integración comercial dicen que se genera mayor riqueza y mayor bienestar si Shaquille O´Neal se dedica a generar millones de dólares jugando baloncesto y contrata a un mexicano o colombiano o dominicano sin empleo para que cambie las bombillas; no importando que al mexicano le toque cargar una escalera".(1) Dejando a un lado el grueso error de ignorar siglos de Historia Económica que demuestran lo contrario de aquella tesis risueña y falsa de que todos ganan en el intercambio, es imposible no observar que la generación de millones de dólares en la actividad más glamorosa queda para Estados Unidos, mientras que los resignados a cambiar bombillas y cargar escaleras son latinoamericanos sin empleo. La realidad es que el ALCA podría escribirse en forma de ecuación, es decir, ALCA= TLC + AMI + OMC + WC en el cual WC es Consenso de Washington (Washington Consensus). Es un proyecto que se hace posible por la esencial coincidencia neoliberal entre dominador y dominados después de dos décadas de práctica bastante generalizada y dogmática de esa política en la región, la cual ha creado condiciones favorables en la estructura económica y en la estructura mental para plantear el ALCA como una culminación de la subordinación, como la aceptación racionalizada y más aun, resignada de la anexión a Estados Unidos mediante un pacto colonial, aunque éste se procese en computadoras y se publique en Internet. Esa estructura mental de los dominados ha aceptado disponerse a la integración entre el tiburón y las sardinas, pero además desarmando a las sardinas. Así ha ocurrido con dos principios relacionados con la forma de concebir la integración de la región y la eventual integración con economías más fuertes y desarrolladas. Las oligarquías aceptaron cambiar el modo de integración regional que -no siendo perfecto ni ideal- concebía ésta como la creación de un espacio con preferencias para los agentes económicos regionales y que pretendía ampliar los mercados internos nacionales y alcanzar un mercado regional también ampliado. Era necesario proteger a ambos de los capitales externos, con lo cual no hacían más que seguir la experiencia histórica de todos los países que han alcanzado el desarrollo mediante la corrección del mercado y no mediante la postura pasiva ante él. Asumieron con pureza doctrinaria el discurso del libre comercio y diluyeron la creación del mercado regional ampliado que podía ser protegido con inteligencia, en la vana ilusión de "insertarse en los flujos internacionales de comercio" y no han pasado más allá de una apertura comercial apresurada y unilateral que ha servido para arruinar a sectores industriales nacionales y para satisfacer el consumo imitativo de las pequeñas minorías que tienen poder de compra en la región. El ALCA es más de lo mismo. Sabemos también que la inserción en los flujos internacionales de capital no ha pasado más allá de una apertura financiera también apresurada y suicida que ha servido para el ingreso de capitales especulativos de alto poder desestabilizador, para desarmar a los países con la liberalización de la cuenta de capital, para vender en subasta las empresas públicas, para seguir alimentando el círculo vicioso de la deuda externa y para iniciar un proceso de dolarización impulsado por el sometimiento y la desesperación. El otro principio es el trato preferencial a los países de menor desarrollo. Este principio es vital si se trata -como en el ALCA- de integrar economías con grandes diferencias en los niveles de desarrollo. El trato preferencial en lo comercial, lo financiero, lo tecnológico, aplicado por un largo período es la única forma sensata de concebir las relaciones de integración entre economías tan diferentes como las que pretende agrupar el ALCA. Sin embargo, en los textos conocidos del ALCA, esos que se han publicado en Internet -concebidos para desinformar más que para informar- es posible entender que siguiendo la filosofía del TLC, del AMI y la OMC, el trato preferencial a los países de menor desarrollo quedó limitado a conceder plazos algo mayores a los más pobres para que hagan lo mismo que los más ricos. La reciprocidad es el principio rector del ALCA. Ella consiste en legitimar la desigualdad con la hoja de parra de la igualdad formal. El ALCA tiene la capacidad de beneficiar a muy pocos y lesionar a muchos. Por eso su puesta en marcha tendría que apoyarse en la ignorancia de su significado, en la confusión y el ocultamiento de la verdad. Por eso también su derrota tiene que apoyarse ante todo, en la explicación y divulgación de su entraña hegemónica y antipopular. Para los 224 millones de pobres y 90 millones de indigentes latinoamericanos y caribeños el ALCA significa más de la misma política que los empobreció. Para los trabajadores de la región en la que estadísticas oficiales de dudosa exactitud revelan un 9% de desempleo promedio, el ALCA significa más desempleo, desprotección y precarización del trabajo. Para los campesinos el ALCA significa la irrupción en gran escala del agri business norteamericano y el ingreso de productos agrícolas de ese país en condiciones ruinosas de competencia. Es el desplazamiento de los productores nacionales de alimentos, la dependencia de la importación de éstos y la ruptura de las formas tradicionales de trabajo y comercialización agrícolas. Para los pueblos indígenas es el sometimiento al mercado de sus formas de organización y también de sus culturas. Para las mujeres el ALCA significa exclusión por ser mujeres, discriminación y mayor explotación en el trabajo y reducción de su valor social al simple valor de mercado. Para los jóvenes el ALCA significa desempleo aún mayor y educación privada inaccesible para los que no pueden pagar. Para toda la población que necesita servicios de salud el ALCA significa servicios guiados por la lógica del mercado en los que son atendidos los que pueden pagar. Incluso para los empresarios vinculados a los mercados internos -por más que su docilidad ha sido casi siempre absoluta- y que aún no han sido devorados por los circuitos transnacionales, el ALCA significa la competencia ruinosa. Para los trabajadores norteamericanos y canadienses el ALCA significa -como lo demostró el TLC- la pérdida de empleos. Para todos los que respiran el aire, los que son afectados por las lluvias o la sequía, los que dependen del mar y los ríos, los que no pueden subsistir sin agua potable, el ALCA significa el lucro de mercado sometiendo el medio ambiente a la depredación e impulsándolo en la loca carrera hacia la catástrofe ambiental. En cambio, el ALCA es el mejor de los negocios para el puñado de transnacionales, especuladores, redes mafiosas y sus empleados en las oligarquías de la región. Este proyecto asombra por la densa concentración de las peores propuestas para América Latina y el Caribe. En el comercio sostiene la vieja posición defendida en la OMC de exigir a los latinoamericanos el desarme arancelario y la total apertura y transparencia de mercados, mientras Estados Unidos mantiene intactos sus sistemas de subsidios, sus barreras no arancelarias y sus medidas antidumping. En la inversión de capital -plato fuerte del ALCA- se pretende adoptar una tan amplia definición de inversión para que virtualmente cualquier acción del capital norteamericano quede incluida dentro de la trama de protección y privilegio que se establecería. Es el capital quien impone a los estados una lista de llamados "requisitos de desempeño" mediante los cuales no sólo el estado renuncia a regular la actuación del capital estadounidense, sino que acepta ser regulado por éste. Ningún gobierno podría decidir siquiera que el capital emplee algún porcentaje de materias primas nacionales o exporte alguna porción de lo producido en el país. Cualquier acción de un gobierno -hasta una regulación ambiental- que sea señalada por una empresa norteamericana como causante de la disminución de su ganancia esperada puede calificar entre las llamadas "medidas de efecto equivalente a una nacionalización" y provocar que se desate el sorprendente principio jurídico de la relación empresa-estado, en la cual el estado entrega su soberanía al aceptar que la empresa lo demande y que la demanda sea juzgada por un panel internacional colocado fuera de la jurisdicción de las leyes nacionales del estado demandado. Las leyes nacionales que se supone sean la expresión de intereses sociales decididos democráticamente, son burladas de manera antidemocrática por la relación empresa-estado y su mecanismo de solución de controversias, mientras que al derecho internacional que se basa en acuerdos entre estados, se le pretende cambiar su naturaleza sustituyéndolo por acuerdos preferenciales para las corporaciones. En el TLC existe ya una lista de demandas y condenas impuestas a los gobiernos de México y Canadá. En la propiedad intelectual Estados Unidos pretende -al igual que en la OMC, pero intentando avanzar más aún- utilizar su abrumadora superioridad en las patentes para bloquear el desarrollo médico farmacéutico, mantener el monopolio comercial sobre resultados del conocimiento incluidos los tratamientos contra el SIDA y entrar a saquear los recursos de biodiversidad y conocimientos tradicionales de la región. En el tema relativo a la política de competencia Estados Unidos pretende que los gobiernos no sólo renuncien a regular el mercado, sino que se maniaten a sí mismos estableciendo una llamada "agencia autónoma" que no tendría otra función más que "velar para que ningún monopolio oficial pueda distorsionar el libre funcionamiento del mercado". En el tema referido a las compras del sector público Estados Unidos quiere que ningún gobierno pueda preferir hacer sus compras a empresas nacionales y propone que éstas sean hechas a las empresas que tengan mayor experiencia y volumen de negocios, lo cual equivale a identificar a las empresas norteamericanas. Esto no es todo. Tendremos ocasión durante estos días de trabajo para escuchar y debatir sobre otros diversos contenidos y significados del ALCA que permiten ratificar su estirpe de proyecto para la anexión. Decirle no al ALCA es lo más urgente y requiere de un esfuerzo formidable para explicar a los de abajo, a los pueblos que lo sufrirían de hacerse realidad, el verdadero significado de este proyecto ajeno. Que esa vasta campaña de concientización conduzca a que el ALCA -que ni siquiera ha sido debatido por algún parlamento latinoamericano- sea sometido a una consulta popular con capacidad para decidir sobre la incorporación o rechazo de cada país, sería ya una victoria de los que creemos que otra América es posible. Elaborar entre todos una alternativa al ALCA que no sólo diseñe un modelo de integración de la región latinoamericana y caribeña consigo misma, sino que articule una alternativa al modelo neoliberal reaccionario y excluyente, es la gran tarea constructiva, creativa, para todos los participantes en este Encuentro y para los muchos más que no pueden estar presentes. Derrotar al ALCA y crear simultáneamente la alternativa popular, solidaria, antiimperialista, al modelo neoliberal es el gran reto que encaramos. En mayo de 1891 un genio intelectual y político de sólo 38 años llamado José Martí, quien había vivido largos años en Estados Unidos, dominaba con maestría la lengua inglesa y expresaría poco antes de morir en combate que cuanto había hecho y haría tenía como objetivo impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extendieran por las Antillas los Estados Unidos y cayeran con esa fuerza más sobre lo que siempre llamó nuestra América, escribió sus impresiones acerca de un proyecto norteamericano similar en sus designios al ALCA de nuestros días. Se trataba de la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América que pretendió crear entonces una unión monetaria entre los países participantes. Lo escrito por Martí hace más de un siglo en rechazo a aquel proyecto imperialista tiene completa aplicación en esta hora de lucha contra el ALCA y permítanme citarlo para terminar: "Cuando un pueblo es invitado a unión por otro, podría hacerlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá celebrarlo sin juicio la juventud prendada de las bellas ideas, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles; pero el que siente en su corazón la angustia de la patria, el que vigila y prevé, ha de inquirir y ha de decir qué elementos componen el carácter del pueblo que convida y el del convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, y si es probable o no que los elementos temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado; ha de inquirir cuáles son las fuerzas políticas del país que le convida, y los intereses de sus partidos, y los intereses de sus hombres, en el momento de la invitación. Y el que resuelva sin investigar, o desee la unión sin conocer, o la recomiende por mera frase y deslumbramiento, o la defienda por la poquedad del alma aldeana, hará mal a América". Muchas gracias. (1) Palabras de la Ministra de Comercio Exterior de Colombia, Marta Lucia Ramírez de Rincón en el Semanario del Parlamento Latinoamericano. Mimeo. Agosto 10, 2001.
https://www.alainet.org/en/node/105535
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