¿Un Nuevo Comienzo?

26/02/2009
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Lo que acaba de ocurrir en Venezuela requiere ser examinado con mucho cuidado, no sólo y no tanto por sus implicaciones sobre las circunstancias locales, sino ante todo respecto del contexto global y de sus tendencias y opciones alternativas. Si aquellos sucesos han desembocado en un resultado difícilmente esperado por la mayoría de los observadores del mundo y de América Latina, se debe a que su elemento clave era - en el escenario armado por la victoriosa contrarrevolución mundial que se llama globalización - aún más difícilmente esperado: la decidida acción de las masas populares que logró la alianza de determinadas fracciones militares para derrotar a la quizás más feroz reacción burguesa de hoy en toda América Latina. Es necesario no perderlo de vista: es la primera victoria de las masas populares en América y en el mundo en muchos años. Eso es sin duda mucho más importante que todo lo demás en la escena venezolana, incluido el propio Chávez. Por eso, sostener, afirmar y ahondar esa victoria es no sólo importante para lo que venga en Venezuela, sino, por encima de todo, porque de ese modo podría constituirse en el preludio y el símbolo del comienzo de un nuevo horizonte para las víctimas de la voracidad capitalista neoliberal y de la imposición del imperialismo global. En la escena mundial, las más perversas y oscuras fuerzas del actual patrón de poder avanzan, hasta aquí sin resistencia eficaz, barriendo a su paso todos los derechos sociales conquistados por los trabajadores en cientos de años, desmantelando los parapetos institucionales que habían sido establecidos para defenderlos, fragmentando y dispersando sus agrupamientos sociales y políticos, des-democratizando y des- nacionalizando sociedades y estados, polarizando de modo extremo la población mundial entre un puñado de ricos y una creciente mayoría de pobres cada vez más empobrecidos, todo a favor de la voracidad predatoria de la especulación financiera y del control imperial de la autoridad política mundial por un pequeño grupo de estados y de grupos capitalistas imperialistas. Dichos estados y grupos capitalistas forman ahora un Bloque Imperial Global, una suerte de gobierno mundial invisible bajo la total hegemonía de Estados Unidos y procuran reducir a los demás estados a servir de correas de transmisión y de administración local de los intereses imperialistas, como en Argentina o como en Perú durante los últimos 15 años, sin duda los más flagrantes ejemplos en América Latina. La pregunta obvia en todo el mundo es si estas fuerzas van a continuar indefinidamente concentrando bajo su control los recursos, las riquezas, los productos, los ingresos, la libertad del mundo, mientras del otro lado crece una población cuya mayoría ya no dispone inclusive de medios de sobrevivencia, ya que cientos de miles de sus niños mueren diariamente de hambre. Y si, de otro lado, sus obvios designios de re- colonización global del mundo, acelerados después del infausto 11 de setiembre pasado, no podrán ser detenidos; si el holocausto palestino y la re-colonización de los pueblos de esa región no serán contenidos; si los planes de control directo de regiones enteras en América Latina como la andino-amazónica, usando como plataformas los propios territorios de estados ahora virtualmente satelizados o en pleno curso de serlo, como Perú , tampoco podrán ser contenidos. El lugar del “chavismo” en la resistencia mundial y la nueva derecha venezolana. Ciertamente, la resistencia mundial contra esas fuerzas ya ha comenzado y va organizándose y movilizándose con nuevas formas y con nuevas perspectivas cuyo debate ya está, así mismo, comenzando. Esa resistencia crece como una marejada, desde el centro y desde los márgenes del poder imperialista globalizado. Pero es aún demasiado dispersa y no tiene, en consecuencia, capacidad de enfrentarse con éxito inmediato a la ofensiva mundial del capitalismo imperialista, ni objetivos inmediatos de conquista especificados y/o localizados. Aún no ha llegado a producir una organización poderosa, ni un régimen político con alguna presencia no desdeñable en el escenario mundial. Por eso es, sin duda, que inclusive un régimen como el de Chávez, no obstante todas sus ostensibles limitaciones y contradicciones - socialmente tan ambiguo que en la práctica ha llegado, después de tres años de gobierno, apenas a una limitadísima redistribución de ingresos devolviendo a los niños pobres a la escuela y aumentando moderadamente algunos salarios; con un desaforado extremismo político vocal tan lejano de alguna radicalidad efectiva en la distribución de poder en la sociedad venezolana; con su caudillismo arrogante, hasta prepotente, más típico del militarismo gorila de los 70s, que de los posibles parientes de Chávez en el liderazgo nacional-democrático-popular latinoamericano de períodos previos; desinteresado por lo mismo en, quizás inclusive opuesto a, la organización política autónoma de las masas venezolanas, porque habría que admitir su acceso al control de la autoridad política, o por lo menos su importante influencia sobre ella; por eso mismo confiado más en las fuerzas armadas que en las masas organizadas – puesto que emergía con un discurso enfrentado a la prepotencia imperialista mundial y al aplastamiento de las propias masas venezolanas, concitó en ellas un apoyo entusiasta, así como la adhesión, incluso acrítica, de muchos sectores de las capas medias antes vinculados al ex “campo socialista”, dentro y fuera de Venezuela y, ciertamente, también la atenta expectativa de otros sectores sobre el posible desenvolvimiento de la nueva situación latinoamericana a partir de Venezuela, no sólo debido al “chavismo”, sino también a la posición importante del país entre los países productores de petróleo. Por otra parte, los enemigos locales del “chavismo” forman una nueva derecha en América Latina. Hay que recordar que en Venezuela, antes de la elección de Chávez, la “derecha” era, en términos generales, socialdemócrata, aunque diferenciada en los dos partidos que se alternaban en el gobierno durante casi 50 años, Acción Democrática, una parte del “aprismo” latinoamericano adherida a la Segunda Internacional después de la Segunda Guerra Mundial, y COPEI, parte de la Democracia Cristiana, también socialdemócrata en los hechos aunque con discurso, estilo y algunas acciones algo más a la derecha que la de AD. Mientras lo permitía la renta petrolera de un país que ocupa el cuarto lugar entre los países productores de petróleo, unos 16 mil millones de dólares anuales en los áureos años de aquella socialdemocracia criolla, esa política se reprodujo sin sobresaltos hasta fines de los 80. Y no fueron desdeñables sus realizaciones, en la producción y distribución universal de servicios sociales públicos, en la distribución de ingresos, desigual pero universal durante décadas, la expansión de una clase media rentista y de un salariado conformista, ya que razonablemente bien pagado en sus capas altas, petroleras sobre todo, claro está; la formación de una burguesía principalmente rentista y especuladora, bajo el manto del estado y de la renta petrolera. En breve, una estructura social producida por y adherida a la democracia política y a la política socialdemócrata. Sin embargo, no se expandía al mismo tiempo, ni en verdad se organizaba, una estructura productiva donde pudiera demandarse empleo masivo, producir una masa salarial importante y duradera, absorción y producción de tecnología actual, generar mercado interno y en torno de todo ello una estructura social capaz de sostener la democracia burguesa en el país. Por eso, la debacle producida a fines de los 80 cortó bruscamente la reproducción de esa estructura de relaciones sociales, que se reveló, de ese modo, como casi epidérmica. La debacle fue producida por la succión de las rentas fiscales por los servicios de la deuda externa, por la desaforada corrupción fiscal, que no servía en este caso como un mecanismo de acumulación interna, como en el México anterior a 1980, sino como un mecanismo paralelo de succión de la riqueza del país. La “globalización” implicó, como en todas partes, la contracción de la capacidad productiva, otra que el petróleo, y la disputa extrema por la distribución de ingresos y del acceso al mercado de bienes y de servicios. Las consecuencias políticas de esa tendencia fueron el “caracazo” de 1989, los intentos de golpe militar y el ascenso de la figura política de Chávez. A primera vista pareciera que el “chavismo” es solamente el “estilo” de Chávez, vocal, estridente, prepotente, amenazante, y que por eso es percibido como un peligroso enemigo para la burguesía, las capas medias asociadas y el salariado petrolero. Pero el discurso amenazante no es un problema real o mayor en América Latina, menos aún si es muy estridente. Puede ser un buen pretexto para polarizar las diferencias, pero en América Latina hay una larga experiencia de cómo manejarlo y domesticarlo, o, si no es posible, derrotarlo y castigarlo, como en el caso paradigmático de Alan García. Por eso, la amenaza real en Venezuela no es Chávez, ni el estilo de sus discursos, tan próximo al que manejan los “sanadores” que congregan a grandes multitudes populares en los estadios y plazas de América Latina. La amenaza emergió cuando ese discurso fue apropiado por las masas populares, por las víctimas de la polarizante distribución de ingresos y de acceso al mercado. El “chavismo” actual es la confluencia de las necesidades urgentes de las masas movilizadas con el estridente discurso del caudillo. Y eso, sin duda, sí es una amenaza real para los dueños del poder. Dada la reducción de las riquezas a ser distribuidas y la concentración regresiva de esa distribución, como cuadran a la globalización y a su neoliberalismo, para la burguesía global y sus socios locales es indispensable lograr la máxima y más rápida concentración de ingresos. Para ello se requiere el control de la renta petrolera, ya que ninguna otra fuente de beneficios tiene la misma importancia en el país, y la reducción del gasto fiscal en servicios públicos. Para eso necesitan el total control del estado. Esa es la explicación principal de porqué la antes democrática, flexible y civil burguesía local y sus capas medias en la prensa y en las instituciones públicas, se han convertido a toda velocidad en una fauna racista, pervadida de odio y de furia contra todo lo que signifique el desafío social “chavista”. Todo lo cual, por supuesto, es una ideal arena de manipulación del imperialismo global. Y esa nueva derecha, ahora radicalmente antidemocrática, es precisamente la que se mostró, desprendida de todo antifaz porque estaba segura de su victoria, durante el efímero control del gobierno que posibilitó el golpe de estado. No querían dejar en pie ninguna institución política producida por el “chavismo”, no a pesar de que eran el producto de elecciones y decisiones democráticas genuinas, sino exactamente por eso: la democracia genuina, hoy, en Venezuela es lo que apoyan o conquistan las masas explotadas al extremo y a las que hay que dominar en extremo también para que continúen sometidas. Las perspectivas y las opciones. La profundidad y la violencia ahora inherentes al conflicto en y respecto de Venezuela, no han hecho sino acumularse más desde el fallido golpe de estado, precisamente porque el imperialismo y sus socios y agentes locales no se enfrentan ahora a Chávez, sino a las masas populares aliadas a fracciones de las fuerzas armadas. No hay que ser adivinos para saber que la ocupación actual de la alianza imperialista (el gobierno de Estados Unidos y la nueva derecha venezolana) es preparar las condiciones para un nuevo y exitoso asalto al control del estado. Si la alianza imperialista tiene total éxito, las masas venezolanas y sus aliados, “chavistas” o no, serán sometidos, sin duda alguna, a un escarmiento. Esta afirmación suena a exageración, como en cada ocasión anterior. Pero no hay excepción histórica conocida a esa regla de los dominadores. Los colmillos que enseñaron en el fallido golpe crecerán y la próxima vez estarán más sedientos. Como es obvio, la primera preocupación de la posible nueva alianza popular (masas movilizadas, fracciones militares e intelectuales) emergida en esta ocasión tendría que ser impedir ese nuevo asalto de la nueva derecha venezolana y de sus aliados o, en todo caso, impedir su éxito. Respecto de eso, los comentarios, si no los análisis, que circulan en la prensa de parte de los adversarios de esa nueva derecha, en su generalidad llaman a Chávez y al “chavismo” a una política más conciliadora con los adversarios. Y tienen razón en un sentido muy preciso: no hay que ir desnudo a morder al tigre. Esa fue, exactamente, la soberana estupidez política que cometió Alan García el 28 de Julio de 1987. La historia posterior es conocida. En el caso peruano no estaban en juego las circunstancias mundiales, ni locales, que caracterizan la actual situación venezolana. La violencia física no estaba, aún, en la escena del conflicto social y político del Perú. Pero el capital, sobre todo financiero, destruyó la economía peruana totalmente y generó una hiperinflación elevada. Fueron las consecuencias de ese procedimiento capitalista las que permitieron la elección de Fujimori y la entrega total del país a las fauces de la especulación financiera y a la más amplia corrupción de su historia, y a los trabajadores a la dictadura, a la represión sangrienta, a la destrucción total de sus conquistas, inclusive de sus derechos básicos, durante una década entera, mientras se desmantelaba la estructura productiva no-primaria, se desarticulaba y destruía la estructura social que se había ido formando desde la Segunda Guerra Mundial y que trataba de encaminarse a la democratización y a la nacionalización de la sociedad y del estado. Eso es, precisamente, lo mismo que ahora conduce, bajo un nuevo régimen salido de las urnas pero igualmente libre de masas políticamente organizadas de manera autónoma, a la satelización del estado peruano respecto del imperialismo global. En suma, las implicaciones de ese acto de estupidez política no son, finalmente, menos violentas. No tienen razón, sin embargo, si aseguran que esa conciliación es lo que caracteriza la democracia. Destruidas las condiciones sociales y económicas de la socialdemocracia en Venezuela, allí la democracia liberal no se podrá defender, menos estabilizar, sin una poderosa organización política de las masas populares venezolanas, y, por supuesto, sin ella podría ser aún menos posible avanzar en la redistribución del poder en que consiste, únicamente, la afirmación y la profundización de la democracia. Las masas populares venezolanas, como las de cualquier otro lugar del mundo actual sometido al pillaje imperialista globalizado, son, por cierto, un heterogéneo conglomerado de las víctimas de ese pillaje: desempleados, subempleados, trabajadores empobrecidos, sirvientes domésticos, gentes procedentes de las capas medias empobrecidas, incluidas gentes cuya vida tiene que hacerse en el gris espacio entre lo legal e ilegal, en su mayoría habitantes de los “rancheríos” de los cerros. Aún no abundan entre ellos, si ya los hay, trabajadores forzados, esclavos o para esclavos, como en las regiones más empobrecidas y más pobladas del mundo. Pero este es el nuevo proletariado emergente del actual estadio del capitalismo. El hecho de que no se trate del “proletariado industrial” que estaba en formación o en expansión en el período anterior y en algunos países, no lo hace menos víctima del pillaje globalizado, ni lo hace menos interesado en la lucha contra los dueños del mundo, ni menos apto para organizarse y movilizarse, si bien las formas de organización y de movilización serán muy diferentes de las organizaciones centralizadas, verticales, burocratizadas, cuyas fracciones se disputaban el control, también características del largo período anterior. La organización de esas masas es urgente e indispensable también para convertir el “chavismo” en una posibilidad genuinamente democrática, liberándolo de la relación mistificada y mistificatoria de una parte de las masas dispersas e inorgánicas con un caudillo con el peculiar estilo de Chávez. Es indispensable igualmente para defender el proceso de los graves obstáculos, tropiezos y riesgos entrañados en la arbitrariedad caudillesca y en el “estilo” personal de Chávez. Si se deja en manos de éste el control absoluto del proceso en adelante, la derrota de la democracia de las masas es, casi seguramente, un desenlace próximo, sea bajo esa nueva y ferozmente antidemocrática derecha venezolana, sea bajo un nuevo autoritarismo vertical del propio Chávez que lo lleve a enfrentarse a las presiones de las masas. La organización política, autónoma, de las masas, es sin duda también la manera real de permitir al propio Chávez la otra oportunidad que algunos comentaristas le proponen, que en verdad no puede ser diferente de aprender a trabajar con masas organizadas, negociar con ellas, avanzar con ellas, no sólo hacer con masas políticamente dispersas rituales “populistas” en las plazas. Esa es, finalmente, también la condición sine qua non para sostener, profundizar y ampliar la alianza de fracciones militares e intelectuales con los trabajadores políticamente organizados del “chavismo”. De otro modo, la presión, el chantaje, la corrupción, sobre todo ejercidos sobre y entre los militares, ampliarán pronto y sin remedio el campo del adversario. Nadie debe olvidar que las fuerzas armadas son el esqueleto mismo de la dominación estatal, ni tampoco la vieja y difundida frase atribuida a Tayllerand: con las bayonetas se puede hacer muchas cosas, excepto sentarse sobre ellas. Por todo eso, para que la experiencia reciente de Venezuela sea, de verdad, el momento del arco iris, del comienzo de un nuevo horizonte de las víctimas del capitalismo y del imperialismo, la organización política autónoma de las masas empobrecidas, es el punto de partida, la condición misma de la trayectoria política que se requiere, que es indispensable ensanchar y profundizar, ahora, en ese país. Por supuesto esta es también una tarea que corresponde a todos los otros países. Pero en Venezuela están aún vigentes las especiales condiciones que debieran permitir su desarrollo. Los venezolanos tienen, pues, una especial responsabilidad en esta historia. Si algo en verdad quiere decir lo bolivariano en la historia de América Latina, hoy no puede ser sino un nuevo momento del proceso de liberación social de nuestros pueblos. La prensa de Lima informó hace pocos días sobre los planes de establecimiento de instalaciones militares de Estados Unidos en territorio peruano, acordados con el actual gobierno de ese país, además de las ya existentes en Mantas, Ecuador, e Iquitos, Perú. Ya el gobierno peruano actual se sometió a encabezar la nueva ofensiva imperialista contra Cuba. Esos recientes acuerdos militares hacen parte, obviamente, de un proyecto mayor del imperialismo global sobre la región andino amazónica, pero también de la rápida satelización del estado peruano dentro del patrón de control global imperialista de la autoridad política mundial.
https://www.alainet.org/en/node/105822?language=en
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