Los valores sin precio
26/01/2003
- Opinión
En estos días están ocurriendo, en muchos países a la vez, numerosas
manifestaciones populares contra la vocación guerrera de los amos del
planeta. En las calles de muchas ciudades, esas manifestaciones dan
testimonio de otro mundo posible. El mundo tal cual es transpira
violencia por todos los poros y está sometido a una cultura militar
que enseña a matar y a mentir.
David Grossman, que fue teniente coronel del ejército de Estados
Unidos y está especializado en pedagogía militar, ha demostrado que
el hombre no está naturalmente inclinado a la violencia. Contra lo
que se supone, no es nada fácil enseñar a matar al prójimo. La
educación para la violencia, que brutaliza al soldado, exige un
intenso y prolongado adiestramiento. Según Grossman, ese
adiestramiento comienza, en los cuarteles, a los 18 años de edad.
Fuera de los cuarteles, comienza a los 18 meses de edad. Desde muy
temprano, la televisión dicta esos cursos a domicilio.
Su compatriota, el escritor John Reed, había comprobado, en 1917, que
''las guerras crucifican la verdad''. Muchos años después, otro
compatriota, el presidente Bush padre, que había desatado la primera
guerra contra Irak con el noble propósito de liberar a Kuwait,
publicó sus memorias. En ellas confiesa que Estados Unidos había
bombardeado Irak porque no se podía permitir ''que un poder regional
hostil tuviera de rehén buena parte del suministro mundial de
petróleo''. Quizá, quién sabe, alguna vez el presidente Bush hijo
publicará una fe de erratas sobre su propia guerra contra Irak.
Dondedice: "Cruzada del Bien contra el Mal", debe leerse: "Petróleo,
petróleo y petróleo".
Más de una fe de erratas será necesaria. Por ejemplo, habrá que
aclarar que donde dice: "Comunidad internacional", debe leerse:
"Jefes guerreros y grandes banqueros".
¿Cuántos son los arcángeles de la paz que nos defienden de los
demonios de la guerra? Cinco. Los cinco países que tienen derecho de
veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y esos
custodios de la paz son, además, los principales fabricantes de
armas. En buenas manos estamos. ¿Y cuántos son los dueños de la
democracia? Los pueblos votan, pero los banqueros vetan. Una
monarquía de triple corona reina sobre el mundo. Cinco países toman
las decisiones en el Fondo Moneta- rio Internacional. En el Banco
Mundial mandan siete. En la Organización Mundial de Comercio todos
los países tienen derecho de voto, pero jamás se vota. Estas
organizaciones, que gobiernan el mundo, merecen nuestra gratitud:
ellas ahogan a nuestros países, pero después nos venden salvavidas
de plomo.
En 1995 la American Psychiatric Association publicó un informe sobre
la patología criminal. ¿Cuál es, según los expertos, el rasgo más
típico de los delincuentes habituales? La inclinación a la mentira. Y
uno se pregunta: ¿No es éste el más perfecto identikit del poder
universal? ¿Qué debe leerse, por ejemplo, donde dice: "libertad de
trabajo"? Debe leerse: derecho de los empresarios a arrojar al tacho
de la basura dos siglos de conquistas obreras. Se trabaja el doble a
cambio de la mitad: horarios de goma, salarios enanos, despidos
libres, y que Dios se ocupe de los accidentes, las enfermedades y la
vejez. Las principales empresas multinacionales, Wal-Mart y
McDonalds, prohíben expresamente los sindicatos. Quien se afilia a
un sindicato pierde su empleo en el acto.
En el mundo de hoy, que castiga la honestidad y recompensa la falta
de escrúpulos, el trabajo es objeto de desprecio. El poder se
disfraza de destino, dice ser eterno, y mucha gente se baja de la
esperanza como si fuera un caballo cansado. Por eso la elección de
Lula a la presidencia del Brasil va mucho más allá de las fronteras
de este país: la victoria de un obrero sindicalista, que encarna la
dignidad del trabajo, ayuda a difundir las vitaminas que todos
necesitamos contra la peste de la desesperanza.
Para que no se diga que en Porto Alegre nos reunimos los contreras y
resentidos de siempre, aclaremos que en algo estamos de acuerdo con
los más altos dirigentes del mundo: también nosotros somos enemigos
del terrorismo.
Estamos contra el terrorismo en todas sus formas. Podríamos proponer
a Davos una plataforma común. Y acciones comunes para capturar a los
terroristas, que empezarían por la pegatina, en todas las paredes del
planeta, de carteles que digan Wanted:
-Se busca a los mercaderes de armas, que necesitan la guerra como los
fabricantes de abrigos necesitan el frío.
-Se busca a la banda internacional que secuestra países y jamás
devuelve a sus cautivos, aunque cobra rescates multimillonarios que
el lenguaje del hampa llama servicios de deuda.
-Se busca a los delincuentes que en es-cala planetaria roban comida,
estrangulan salarios y asesinan empleos.
-Se busca a los violadores de la tierra, a los envenenadores del agua
y a los ladrones de bosques.
-Y también se busca a los fanáticos de la religión del consumo, que
han desatado la guerra química contra el aire y el clima de este
mundo.
El poder identifica valor y precio. Dime cuánto pagan por ti, y te
diré cuánto vales. Pero hay valores que están más allá de cualquier
cotización. No hay quien los compre, porque no están en venta. Están
fuera del mercado, y por eso han sobrevivido.
Porfiadamente vivos, esos valores son la energía que mueve los
músculos secretos de la sociedad civil. Provienen de la memoria más
antigua y del más antiguo sentido común. Este mundo de ahora, esta
civilización del sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo, está
enferma de amnesia y ha perdido el sentido comunitario, que es el
papá del sentido común. En épocas remotas, en lo más temprano de los
tiempos, cuando éramos los bichos más vulnerables de la zoología
terrestre, cuando no pasábamos de la categoría de almuerzo fácil en
la mesa de nuestros vecinos voraces, fuimos capaces de sobrevivir,
contra toda evidencia, porque supimos defendernos juntos y porque
supimos compartir la comida. Hoy día es más que nunca necesario
recordar esas viejas lecciones del sentido común.
Defendernos juntos, pongamos por caso, para que no nos roben el agua.
El agua, cada vez más escasa, ha sido privatizada en muchos países, y
está en manos de las grandes corporaciones multinacionales. (De aquí
a poco, si seguimos así, también privatizarán el aire: por no
pagarlo, no sabemos valorarlo y no merecemos respirarlo.) Para que
el agua siga siendo un derecho, y no un negocio, una pueblada
desprivatizó el agua en la región boliviana de Cochabamba. Las
comunidades campesinas marcharon desde los valles y bloquearon la
ciudad. Les contestaron a balazos. Pero a la larga, después de mucho
pelear, recuperaron el agua, el riego de sus sembradíos, que el
gobierno había entregado a una corporación británica. Esto ocurrió
hace un par de años.
Defendernos juntos: hablando del agua, otro ejemplo más reciente. El
petróleo mueve la sociedad de consumo, como se sabe, y, como también
se sabe, tiene malas costumbres. Entre otras manías, se le da por
derribar gobiernos, provocar guerras, intoxicar el aire y pudrir el
agua. Hace poco, la marea negra, pegajosa y mortal, cubrió la mar y
las costas de Galicia y más allá. Un barco petrolero se partió por la
mitad y derramó miles y miles de litros de fuel oil, con la
irresponsabilidad y la impunidad que se han vuelto costumbre en estos
tiempos en que el mercado manda y el Estado no controla nada. Y
entonces, ante un Estado ciego y un gobierno sordo, que no hizo más
que encogerse de hombros, los músculos secretos de la sociedad civil
desataron su energía: una multitud de voluntarios enfrentó la
invasión enemiga a mano limpia, armada de palos y tachos y lo que se
pudiera encontrar. Los voluntarios no derramaron lágrimas de
cocodrilo ni pronunciaron discursos de teatro.
Defendernos juntos y compartir la comida: una tonelada de comida y de
ropa llegó recientemente, en tren, al rincón más po-bre de la
provincia argentina de Tucumán, donde hay niños que mueren de
hambre. Y ese envío solidario provenía de los cartoneros, los pobres
más pobres de Buenos Aires, que se ganan la vida revolviendo la
basura pero son capaces de compartir lo poco, lo casi nada, que
tienen.
¿Cuál es la palabra que más se escucha en el mundo, en casi todas las
lenguas? La palabra yo. Yo, yo, yo. Sin embargo, un estudioso de las
lenguas indígenas, Carlos Lenkersdorf, ha revelado que la palabra más
usada por las comunidades mayas, la que está en el centro de sus
decires y vivires, es la palabra nosotros. En Chiapas no-sotros se
dice tik. Para eso ha nacido y crecido este Foro Social Mundial, en
la ciudad brasileña de Porto Alegre, modelo universal de la de-
mocracia participativa: para decir nosotros. Tik, tik, tik.
* Palabras pronunciadas por el escritor en el tercer Foro Social
Mundial, Porto Alegre, Brasil, 26 de enero de 2003.
https://www.alainet.org/en/node/106924
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