Tim Lopes a la puerta de la iglesia

30/06/2002
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Tim Lopes concurrió a la misa celebrada por su resurrección el día 17 en São Paulo. Como observó Chico Pinheiro, se hizo presente para convocar a sus amigos, que se reunieron en la parroquia de los frailes dominicos, en el barrio de Perdizes. A la salida de la iglesia Tim Lopes no se disfrazaba de obrero del metro de Río ni de quien baila punk en el Complejo del Alemán. Se puso la piel de un guardacarros de 18 años y adoptó el nombre de Washington Ignacio Pedro. Tres nombres sin apellido, como quien se llama multitud. Allí estaba Tim Washington tratando de sobrevivir al desempleo, con el ojo atento a los autos de los estudiantes de la Universidad Católica y del colegio Pentágono, fiel guardián de los vehículos de quien, en la iglesia, oraba para que en Brasil no haya nunca más Elías Maluco, poder público negligente, policía incompetente, cementerios clandestinos y, sobre todo, tortura, un crimen hediondo. Allá fuera el muchacho cuidaba los autos, mientras que la esperanza de que la sangre de Tim Lopes no haya sido derramada en vano unía en torno al mismo altar a Milú Villela, Roberto Pompeu de Toledo, José Alberto de Camargo, José Genoino y muchos otros. Ninguno de nosotros sabía que, mientras comulgábamos, Washington Lopes, conocido como Tim Lopes, había caído en manos de agentes de dos vehículos de la policía militar que, según testimonios, quisieron quitarle lo que había ganado durante la noche. Ante la reacción contraria del guardacarros los policías le arrinconaron contra los muros del colegio Pentágono y le patearon los órganos genitales, echaron pimienta en sus ojos y lo golpearon, dejándolo medio muerto en la esquina de las calles Caiubi y Atibaia. Los estudiantes que presenciaron las sevicias quedaron aterrorizados. Poco después un grupo de buenos samaritanos dejó la iglesia. El primero que vio el cuerpo de Tom-Tim tirado en la calzada fue el periodista Chico Pinheiro, de la TV Globo. Indignado, hizo parar el vehículo del senador Eduardo Suplicy. Caído en el suelo Washington lloraba. Con el torso desnudo, cubierto de hematomas, apoyaba la cabeza en la camisa arrugada. Suplicy le cubrió con su saco. Chico Pinheiro llamó por teléfono a las autoridades responsables de la seguridad pública, mientras que el senador fue a buscar a los delegados de la 23ª delegación, en Perdizes, que tardaron en llegar. Luego varias patrullas de la policía militar acordonaron las esquinas, mientras Washington, acompañado por Eduardo Samaritano, era conducido a un hospital, llevado por los bomberos. Mataron a Vladimir Herzog con torturas y la nación se indignó. Asesinaron a Tim Lopes y la nación sintió en su carne el corte afilado de la espada ninja que le abrió el vientre. Pero ¿quién habrá de llorar y protestar por aquellos que son acusados, maltratados, torturados y asesinados por hombres delegados para mantener el imperio de ley? ¿Cuándo el gobierno responderá a las matanzas con políticas públicas, como la erradicación de las favelas y el combate al desempleo? En la última década aumentó un 48 % el índice de asesinatos de jóvenes entre 15 y 24 años (que son 33 millones en todo el país). En el país hay un millón y medio de armas legales y, según el ex ministro Renán Calheiros, veinte millones de ilegales. Si Tim Lopes no hubiese congregado a los periodistas y políticos a que oraran por él en la iglesia, es posible que ahora Washington Ignacio Pedro se encontrase en su compañía en el cielo. Sin derecho a protestas, indignaciones y oraciones.
https://www.alainet.org/en/node/108180
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