En la pelea
04/12/2003
- Opinión
La batalla que libran los sectores populares venezolanos en apoyo al
proyecto emancipador de Hugo Chávez es trascendental para la
independencia de América Latina. Venezuela tiene, por su posición
geográfica y sus riquezas naturales, un valor estratégico
incalculable. Fronteriza con Brasil, Colombia, Guyana y el Caribe,
cuenta con una de las reservas petroleras y gasíferas mayores del
mundo y cuantiosos recursos hídricos, minerales y de biodiversidad.
Ello propicia que la resistencia de su gobierno a los planes
estadunidenses de recolonización ejerza una gran influencia en la
región. Aunque ahora acompañada por Brasil, Argentina y rebeldías
como la boliviana, la Venezuela de Chávez inició una política
exterior independiente en un contexto de servilismo abrumador hacia
el Norte de los gobiernos latinoamericanos. Desde entonces aboga por
la integración latinoamericana y se opone al ALCA. Desarrolla la
colaboración con Cuba que ha enviado pedagogos a asesorar la
alfabetización masiva y cientos de médicos a dónde nunca fue
ninguno. Desafiando al orden mundial unipolar reivindica el control
sobre sus hidrocarburos, revitalizó la OPEP e hizo recuperar los
precios del petróleo. Con ello logró aumentar la inversión del
Estado en infraestructura y en gasto social y elevó su prestigio
ante un tercer mundo que ya parecía resignado al orden hegemónico
posterior a la caída del muro de Berlín.
Pero lo que ha hecho inderrotable hasta ahora a este singular
proceso político y lo convierte en un referente en América Latina
es haber logrado que la inmensa masa de pobres venezolanos
deviniera por primera vez protagonista de su destino. Hartos de la
exclusión a que fueron sometidos por el saqueo imperialista y su
correlato de democracia cleptocrática, en el chavismo encontraron
cause y organización para pelear por sus anhelos y el instrumento
para barrer por vía electoral con los partidos políticos que
apuntalaban la dominación de la oligarquía.
No debe sorprender entonces que el enorme movimiento popular que
llevó a Chávez a la presidencia, lejos de diluirse, se haya
fortalecido. Ello ha sido posible porque este no ha perdido en
ningún momento la sintonía con los pobres de Venezuela. Con su
respaldo obtuvo mayoría en la Asamblea Constituyente, donde quedaron
sentados las bases jurídicas para hacer realidad la soberanía
popular, la democracia participativa y la justicia social y se
refundó el Estado con el simbólico nombre de República Bolivariana
de Venezuela. A partir de allí el movimiento bolivariano ha salido
victorioso de todas los lances frente a la sedición oligárquica
teledirigida desde Washington y Miami: lock outs patronales, un
golpe de Estado, una parálisis de la industria petrolera por la
acción de sus privilegiados gerentes, que se extendió de diciembre
de 2002 a enero de este año. La sedición ha sido alentada por una
feroz campaña mediática internacional de mentiras y calumnias contra
el gobierno de Caracas, de la que forman parte la casi totalidad de
la televisoras y periódicos privados del país, convertidos en
cabecillas de la subversión y el golpismo.
Al ver que sus intentos de derrocar al gobierno por medios ilegales
han sido frustrados, la oposición decidió jugar la carta del
referendo revocatorio del presidente basándose en un precepto de la
nueva Constitución al que se opuso antes rabiosamente. Sabía de
antemano que su base social se ha reducido y desmoralizado a un
grado que hace imposible recolectar de forma legítima los millones
de firmas establecidas por ley para pedir el referendo y mucho menos
los votos requeridos para destituir a Chávez. De allí que haya
apelado a los trucos más sucios para conseguir las rúbricas, desde
la amenaza de despido por los patronos a los trabajadores hasta
hacer firmar a los muertos. El objetivo es hacer creer primero que
consiguió las firmas necesarias para más tarde posar de víctima de
un presunto fraude gubernamental, engañar a sus propios partidarios,
intentar reagruparlos y lanzarlos de nuevo a la calle. Crear un
incidente que permita la aplicación de la cláusula (anti)democrática
de la OEA.
Mientras tanto, Washington se debate entre su ferviente deseo de
acabar con Chávez y la preocupación por la eventual
desestabilización de uno de sus principales abastecedores de
petróleo. No es casual la repentina e hipócrita actitud conciliadora
con Caracas de su embajador Charles Shapiro.
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