Aprendices de Hechicero
07/04/2003
- Opinión
El grupo fundamentalista que gobierna los Estados Unidos desde el golpe de
Estado que llevó a George W. Bush al poder se lanzó recientemente a un
segundo golpe de Estado, más englobante, esta vez dirigido contra el sistema
jurídico y político internacional. Su doctrina, expresada en el llamado
Project for the New American Century, habla de implantar una "dominación de
espectro amplio", basada principalmente en la consolidación de una aplastante
superioridad militar y justificada moralmente por la necesidad de expandir a
todo el mundo los valores norteamericanos, identificados con el bien. Con la
mano en la Biblia, Bush habló sobre el "Dios verdadero" antes de firmar su
más reciente declaración de guerra.
En apenas tres años en el poder, actuando siempre de forma unilateral, ese
grupo atentó contra todos los fundamentos, internos y externos, de la
democracia y de la civilización: abolió derechos civiles dentro de los
Estados Unidos; boicoteó el Protocolo de Kyoto, sobre el clima; se retiró del
Tratado de Misiles Balísticos; impidió el avance de las negociaciones para la
Convención contra las Armas Biológicas, se rehusó a someter a sus soldados a
la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional, creado para juzgar crímenes
de guerra; no firmó el acuerdo mundial para prohibir las minas terrestres;
incrementó la tensión militar entre las dos Coreas y entre China y Formosa;
instaló, por primera vez, bases militares en América del Sur; apoyó una
política genocida en Palestina; amenazó intervenir en por lo menos media
docena de países del llamado ?eje del mal?; humilló a la Organización de las
Naciones Unidas.
En la esfera militar, los datos son impresionantes: los gastos de los Estados
Unidos en armamento superan hoy, con creces, la suma de gastos realizados por
los otros catorce países que integran la lista de los quince mejores armados
del mundo. El sentido de tal acumulación de poder es constituir un nuevo
orden internacional, cuyos contornos están claros. En vez de un mundo regido
por reglas e instituciones, por ejemplo, tendremos aquello que Donald
Rumsfield, secretario de Defensa, llamó como "coaliciones de voluntad", es
decir, agrupamientos provisionales, creados para fines específicos. La
invasión de Iraq ha sido presentada como una especie de proyecto piloto de
esa nueva postura.
Creo que la profundidad del cambio de curso todavía no fue captada. En
último análisis, ella nos lleva de regreso al mundo pre-moderno, aquella pre-
modernidad high tech que Hollywood anticipó en muchas películas, de gusto
dudoso, hechas en los últimos años.
El Leviatán
La constitución de los Estados nacionales modernos -y, después, la
constitución del sistema interestatal- fue un fenómeno histórico centrado
inicialmente en Europa y resultado de la imperiosa necesidad de encontrar fin
a las guerras religiosas que ensangrentaron el continente durante más de cien
años. El mayor teórico de esta transición fue Hobbes: para salir del estado
de naturaleza, caracterizado por la guerra de todos contra todos, e inaugurar
el estado civil es necesario instituir un poder ?el Leviatán- que, en vez de
tratar de imponer un principio moral universalmente válido, se legitima,
única y exclusivamente, por su capacidad de garantizar la paz, estableciendo
reglas mínimas de convivencia entre personas y grupos.
Por eso, el advenimiento de la modernidad occidental fue marcada por la
separación de los ejes bien/mal y paz/guerra, lo que correspondió a una
separación entre moral (remitida a la esfera privada) y política (sometida a
la razón de Estado). Nació así el Estado moderno -cuya primera forma fue la
monarquía absoluta-, que pasó a concentrar en sí el monopolio de la violencia
legítima dentro de determinado territorio. Junto con él, nació el concepto
de soberanía política. (No es necesario enfatizar que el proceso histórico
vivido por otras sociedades, inclusive las musulmanas, fue muy diferente).
A partir de entonces, en el espacio europeo abarcado por esa transformación,
la invocación de teologías y leyes morales dejó de ser un medio legítimo para
establecer un orden político, dado el riesgo de reabrir en cualquier momento,
con aquella invocación, la guerra de todos contra todos. Vattel extendió el
mismo principio a las relaciones interestatales, fundando la posibilidad de
instaurar la paz sobre la base de reglas internacionales de naturaleza
también esencialmente política. Esa idea terminó ganando forma duradera en
la elaboración del concepto de equilibrio de poder, ampliamente predominante,
en diferentes arreglos, desde el tratado de Viena, de 1815, hasta el fin de
la Unión Soviética, en 1991.
Salto a la oscuridad
Al mezclar nuevamente los ejes bien/mal y paz/guerra, y al romper el
principio del equilibrio de poder, lo que el grupo de Bush impugna, en último
análisis, son los dos pilares fundamentales de la modernidad política
occidental. Puede parecer extraño que este movimiento parta de un Estado
republicano y democrático. En efecto, el proyecto de paz perpetua de Kant,
formulado en el siglo XVIII, presuponía que todos los Estados nacionales
asumieran justamente la forma republicana de gobierno, por ser considerada
menos propensa a decisiones arbitrarias: "Si el consentimiento de los
ciudadanos tiene que ser solicitado para decidir si la guerra debe ser
frenada o no, nada más natural que ellos reflexionen largamente, antes de
iniciar un juego tan malo, pues si decidieran promoverla recaerá sobre ellos
mismos las calamidades de la guerra". La misma idea aparecerá en Montesquieu.
En el siglo XIX, sin embargo, Tocqueville ya no era tan optimista, afirmando
proféticamente que el individualismo y el confinamiento de las personas en la
esfera privada prepararían las condiciones para el surgimiento de un nuevo
tipo de despotismo, que llamó como "despotismo democrático": ?Esa especie de
esclavitud, regulada, dulce y pacífica, podrá conjugarse más fácilmente de lo
que se imagina con algunas de las formas exteriores de la libertad, y no será
imposible establecerla sin que sea necesario retirar la soberanía del
pueblo?.
Los tiempos actuales dan más razón a Tocqueville que a Kant. Aunque, por su
pragmatismo, la sociedad norteamericana haya desarrollado excepcionalmente la
técnica, el llamado "Estados Unidos profundo" -de donde viene todo el equipo
de Bush- nunca vivió la experiencia del Iluminismo, ni incorporó plenamente
el concepto de razón. Su origen, al contrario, está en grupos religiosos
cerrados, mesiánicos y dogmáticos que ahora proporcionan el discurso
ideológico legitimador de la política deseada por los grandes monopolios
capitalistas en crisis.
Los dos movimientos que articulan ese discurso son complementarios, pues la
tarea de llevar los valores norteamericanos a sociedades no occidentales,
siendo a-histórica, exige la construcción de un superpoder capaz de actuar de
afuera hacia dentro de las sociedades a ser "occidentalizadas". Crear ese
superpoder es romper el equilibrio de poder. Estamos frente a un nuevo
Leviatán, esta vez no hobbesiano o hasta anti-hobbesiano. Pues él no se
constituye para imponer la paz, sino para hacer la guerra. De ahí el paralelo
posible, sentido intuitivamente por las personas, con la experiencia nazi.
La existencia de un poder de ese tipo es una contradicción de términos. Al
buscar para si una legitimación moral -no importa si fundamentada en
religión, costumbres o raza-, el rechaza la política. Al hacerlo, recrea las
condiciones de la guerra de todos contra todos. Con un agravante: al
contrario de los imperios que disfrutaron de supremacía en otros tiempos
históricos, la única superioridad que los Estados Unidos pueden reivindicar
para si, con veracidad, es la superioridad militar. En todas las otras
esferas ?económica, política, cultural o moral, por ejemplo- esa superioridad
puede ser cuestionada.
Estamos frente a un salto a la oscuridad en dirección a la pre-modernidad,
que puede ser vista también en la abolición, por los mismos Estados Unidos,
del ejército de ciudadanos y la recreación de un ejército de mercenarios
profesionales. Ahora, sin embargo, con armas nucleares. Solo una certeza
podemos tener: no va a resultar. La espantosa resistencia del pueblo iraquí,
en este momento, ya es una señal de luz. Esperemos que el hongo atómico no
oscurezca todo, de una vez.
*Cesar Benjamín es autor de A Opçao Brasileira (Contraponto Editora, 1998,
nona ediçao) e integra la coordinación nacional del Movimiento Consulta
Popular.
https://www.alainet.org/en/node/109164?language=es
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