EE.UU.: ¿Elecciones?
28/01/2004
- Opinión
El arranque de las primarias del Partido Demócrata, de dónde saldrá
su candidato a los próximos comicios en Estados Unidos, haría
verosímil una eventual derrota de Bush entonces, si el proceso
electoral fuera limpio. Esta conclusión se derivaría de los informes
sobre ese ejercicio en los estados de Iowa y New Hampshire. Según
sondeos, los electores demócratas e independientes acudieron a las
urnas decididos a sacar de la Casa Blanca a su actual inquilino y
poner fin a la guerra en Irak, al decaimiento de la economía, del
empleo y de los servicios de educación, salud y seguridad social. Es
significativa la inesperada ventaja de tres puntos sobre Bush en la
preferencia de los electores a nivel nacional atribuida al senador
John Kerry, vencedor en las dos primarias, por una encuesta
publicada esta semana en la revista Newsweek.
Pero es temprano para echar campanas al vuelo. En primer lugar, no
será fácil desalojar a Bush de la Casa Blanca por vía electoral,
aunque los demócratas consigan más votos. Prueba de ello es que en
2000 el hoy presidente llegó al cargo pese a haber obtenido medio
millón de sufragios menos que su contrincante Al Gore, gracias a que
una Corte Suprema mayoritariamente conservadora legitimó el
escandaloso fraude electoral en Florida al ordenar que se detuviera
el recuento de votos y adjudicarle arbitrariamente la victoria(Una
amplia documentación sobre el fraude en el estado sureño y en todo
el país puede leerse en la página web del periodista Greg Palast,
pero existen no menos de media docena de autores que lo han
investigado y demostrado exhaustivamente). En segundo lugar, de
entonces acá la mafia petrolera y militarista encabezada por Bush ha
acopiado enormes recursos económicos y de poder político, tomado
medidas para reiterar en grande el fraude generalizado -ahora
mediante sistemas de computo electrónico del voto contratados a
empresas afines a los republicanos- y puesto a su exclusivo servicio
a gran parte de los medios de comunicación corporativos de Estados
Unidos, todo ello en una medida probablemente inédita.
No debe obviarse, además, que ese grupo se destaca por su profundo
desprecio a los pueblos -incluido el estadunidense-, su total falta
de escrúpulos éticos y sus postura ideológica y actuación fascistas,
justificadas con una interpretación oscurantista y fanática del
Viejo Testamento. Sobran hechos para comprobarlo, pero bastaría con
citar el propio fraude que los llevó a la Casa Blanca, la
manipulación oportunista del atentado terrorista del 11 de
septiembre de 2000 para instrumentar por la fuerza su proyecto
antidemocrático y de hegemonía mundial, la consiguiente burla al
sistema de Naciones Unidas, la promulgación de la llamada ley
patriótica, la sarta de mentiras a sus conciudadanos y al mundo en
que han basado la agresión a Irak, su tenaz oposición al ejercicio
del sufragio universal en ese país y a la trasferencia de la
soberanía a quienes resultaran electos y el contenido excluyente,
colonialista y racista de las directivas sobre seguridad nacional
aprobadas por Bush.
Tampoco hay por qué pensar que una victoria del candidato demócrata
conduciría necesariamente a un cambio en la irracional y agresiva
conducta actual del sistema imperialista estadunidense. Más de un
analista ha afirmado que el Establishment decidió ya terminar con el
torpe desempeño del grupo bushista aprovechando las próximas
elecciones y que de lo que se trataría es de mantener después la
misma política con algunos cambios cosméticos. Aquí cabe recordar
la vieja máxima de que no hay nada más parecido a un republicano que
un demócrata. Algo que hoy se antoja muy exacto cuando los
cabecillas del último partido se abstienen de mencionar o de tratar
a fondo ante los ciudadanos temas como el mismo fraude electoral o
la catastrófica situación económica. Y es que aunque de seguro
pondrían a Bush y sus compinches en la picota pública, evidenciarían
también la participación bipartidista en la corrupción generalizada
en el sistema dominante. La continuas salvas de ovaciones de los
legisladores de ambos partidos al gris discurso de Bush sobre el
estado de la Unión así lo corroboran.
Con todo, cabe reconocer la potencialidad de transformación social
implícita en el rechazo al bushismo manifestado en las primarias
demócratas, muestra de una opinión pública que intenta sobreponerse
al clima de terror e inseguridad creado por aquel.
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