Divulgar la verdad
14/03/2004
- Opinión
No es posible encontrar consenso a la hora de enjuiciar la
realidad política. Normalmente, porque el interlocutor está ya
predeterminado por una opción partidista. Y es difícil encontrar
sujetos que, con imparcialidad, den cuenta del hecho analizado.
Imparcialidad no quiere decir neutralidad, sino veracidad, fidelidad
a lo que arrojan los datos objetivos. Yo puedo ser de uno u otro
partido, de una u otra ideología, pero no puedo ser bivalente ante
la evidencia de datos objetivos. No está reñida la imparcialidad con
la libertad; y son compatibles visiones distintas con acuerdo común
en unos mismos datos.
La realidad política es compleja y no es posible alcanzarla
desde una visión purista, sea por simplismo o partidismo. El sesgo
se lo damos cuando unos u otros aspectos de esa realidad no
concuerdan con nuestra posición e ideología y nos empeñamos en
negarlos o encajarlos en los previos intereses que nos guían. La
realidad política es de por sí compleja y no raramente la hacemos
impura, al trastocarla con la envoltura sospechosa de la ideología.
Estamos viviendo hechos trágicos que iluminan cuanto digo. Todo
va bien mientras nos atenemos a execrar y maldecir el terrorismo, la
barbarie de una matanza que nos convulsiona profundamente. Pero, las
cosas cambian cuando tratamos de comprender, es decir, de relacionar
esos hechos con sus causas. Soy de los que creen que toda cosa, por
horripilante que sea, tiene explicación. Y lo tiene la matanza de
Madrid.
Pero enseguida se sobrepone al análisis la criba de nuestra
biografía personal, de nuestras ideas y preferencias, dificultando
enormemente la percepción directa de la realidad.
En la horrible matanza de Madrid, ha aparecido algo
preocupante, que nos acompaña a todos: antes de ver (analizar),
estamos prejuzgando. Nos cerramos interiormente a ver las cosas como
son, porque otros factores o intereses nos dominan, quizás
inconscientemente. Y dominan sobre todo a los dirigentes, por ser
ellos quienes más primariamente defienden intereses, ajenos a los
datos precisos de la realidad.
Sabemos que ETA tiene una historia criminal, que ha regado
nuestra geografía de dolor y de muerte, que ha engañado a muchos,
que nunca ha abdicado de su vileza asesina y que hace pocas semanas
estuvo a punto de perpetrar crímenes tremendos. Esto no lo
olvidamos, ni deben olvidarlo los políticos.
Pero, en la tragedia presente, las preguntas se abren en otras
direcciones: ¿ha sido ETA? No si ha podido serlo, sino si lo ha sido
de hecho. A estas alturas, hemos visto cómo la posición oficial, por
predisposición previa, estaba inclinada a culpar a ETA. La
inculpación se hizo clara, repetida, contundente sin que la abonaran
pruebas objetivas y hasta que la presión de una información
contraria in crescendo, forzara a admitir una hipótesis distinta.
La predisposición, el prejuicio, los intereses acechaban en
este caso de manera particular: si se confirmaba la hipótesis del
terrorismo islámico, el impacto en la opinión pública y en el hecho
inmediato de las elecciones podía ser enorme.
Millones habíamos estado manifestándonos enmudecidos en las
calles de Madrid y de España, miles habíamos sido golpeados de
inmediato por los horrores del dolor y de la muerte. Pero esos
horrores ¿de dónde provenían? Era la pregunta callada.
La confirmada sospecha nos hacía relacionar la tragedia con
otra fuente, con otro campo de interpretación. Y, en nuestro
interior, era inevitable asociar aquella marea honda de dolor con
aquella otra marea clamorosa en que España entera – 15 de febrero-
gritaba un no rotundo (más de un 90 %) a la guerra.
Fuimos innumerables los que hablamos, escribimos, gritamos y
promovimos acciones contra esa locura. No se nos oyó, se nos
vituperó incluso y tuvimos que ver cómo en el hemiciclo
parlamentario aplausos unánimes de los diputados del PP apoyaban la
determinación de su líder por implicarnos en esta guerra. Y hubo
votación y ni uno solo de los diputados del PP se desmarcó de la
posición cohesionada y contumaz del Partido. La suerte estaba
echada. Y, en solitario, nuestro presidente, a espaldas de la voz
atronadora de España, nos metió en la guerra.
Y vimos –sólo ver- el infierno de Irak, alumbrado durante
semanas por bombas y metralla sin término, un pueblo entero con
niños, mujeres y ancianos (ya suman más de 30.000 los muertos), con
toda una historia y vida estructuradas, con siglos de esfuerzo e
inteligencia construyendo instituciones y obras admirables, todo ese
pueblo sea venía abajo, estaba sitiado por un aparato bélico
espeluznante sin precedentes, y era sistemáticamente golpeado,
lacerado y desconyuntado por todos sus costados. Desolación
colectiva, llanto y miseria y sufrimiento incalculables, que
nosotros no hemos visto (nos la han ocultado) pero que hoy, en este
pequeño infierno de Madrid, hemos visto reflejado con siniestros
multicolores de ruina, de congoja y de muerte.
De aquel infierno, este otro. La relación es temible, pero
inapelable. Han matado salvajemente, incompresiblemente,
demencialmente. Sí, pero si hay relación , habrá que "entender" (no
justificar) la desesperación de todo un pueblo semianiquilado y que
juró venganza y no dejar impune tanto horror y muerte. "De aquellos
polvos, estos lodos". Es la lógica, macabra pero real, que nos
introduce en el antro de la tragedia: nos empeñamos en seguir
dominado y explotando, en utilizar pueblos enteros a nuestro antojo,
en someterlos a nuestros intereses, como base y palanca de nuestro
nivel de vida, de nuestra soberbia superioridad, de nuestra
dominación imperial, simplemente porque sí, porque podemos y porque
nos lo autoriza la ley terrorista del más fuerte.
Y no aprenderemos.
Haremos discursos filosóficos o políticos distractivos, quizás
equilibristas, para no llamar a las cosas por su nombre y
continuaremos sin aplicar el remedio a la causa real del terrorismo:
no oprimir, no dominar, no robar, no colonizar, no matar más en
nombre de la ley suprema del dinero, del mercado neoliberal, de la
internacionalidad del dólar, del avasallamiento por ninguna bandera.
Las relaciones de los pueblos dejaron de ser imperialistas y aún no
han comenzado a ser relaciones de Derecho: de igualdad y respeto en
la cooperación recíproca.
Era difícil imaginar, pero ha aparecido con preocupante
peligrosidad: por encima de la verdad, por encima del bien común,
por encima de los datos de la realidad se ha sobrepuesto la
manipulación, la verdad sesgada, el ocultamiento de hechos, los
intereses particulares de un Partido, la dictadura de una verdad
impuesta. Es decir, se han fusilado por conveniencia y sumisión a
intereses y objetivos partidistas, exigencias las más elementales de
la democracia: una información veraz, prerrequisito indispensable
para decidir libremente, sin pasar por la trampa de la mentira.
Hay liderazgos y cohesiones de Partido que matan, por más que
momentáneamente deslumbren por su fuerza, pues matan a quienes se
cohesionan así, al hacerlo gregariamente en base al endiosamiento
del líder, del miedo, de la servidumbre y de la pérdida de la
individual y necesaria decencia ética.
La historia tiene momentos difíciles y gloriosos, pero en todo
caso es nuestra historia, la hacemos nosotros. Llevamos siglos
evolucionando, pero aún seguimos abrigando la inveterada estupidez
de hacer una historia que sea la de unos contra los otros y no la de
los unos con los otros, para entre todos construir un mundo plural
más justo, democrático y pacífico donde quepamos todos y todos
podamos vivir dignamente. Se ha dicho, lo hemos dicho si n cesar: la
justicia, el respeto, la cooperación y el amor son los únicos
caminos que acaban con el terrorismo. ¡Tan simple! ¿Hasta cuándo la
injusta e intolerable guerra de ocupación de Irak?
https://www.alainet.org/en/node/109583
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