Genómica, biodiversidad y aprendices de brujo
09/05/2004
- Opinión
Craig Venter se hizo famoso en todo el mundo cuando en el año
2000 anunció que había completado el primer borrador del mapa
genético humano. En ese momento estaba al mando de la empresa
privada Celera Genomics, fundada por él mismo, que compitió con
la iniciativa pública internacional de investigación Proyecto
Genoma Humano. Venter había comenzado como parte del proyecto
público internacional de secuenciamiento del genoma humano, y
aun siendo parte éste, intentó patentar en 1991 miles de
secuencias genéticas del cerebro humano. No lo consiguió, por
las protestas que se levantaron. Más tarde dejó el proyecto
público y fundó su propia compañía, para competir con éste.
Finalmente llegaron al acuerdo de hacer el anuncio en conjunto.
En 1999, Celera Genomics presentó solicitudes de patentes de
secuencias totales o parciales de ADN del genoma humano
relacionadas con 6 mil 500 genes. El mismo año, Venter anunció
que Celera Genomics estaba a punto de lograr, por primera vez,
construir artificialmente una forma de vida. Se trataba de un
organismo con aproximadamente 300 genes tomados de un microbio.
En ese momento, Venter dijo que Celera iba a abandonar este
proyecto, por las implicaciones éticas que podría tener: por
ejemplo, ser un modelo para construir armas biológicas.
Los escrúpulos no le duraron mucho tiempo. El 13 de noviembre de
2003, Venter anunció que la fundación de investigación creada
por él, el Institute for Biological Energy Alternatives (IBEA),
había logrado construir en 14 días un virus bacteriófago,
partiendo de cero. Es decir, no un transgénico (una forma de
vida existente a la que se le insertan genes de otros
organismos) sino una forma de vida artificial construida
totalmente desde el principio, utilizando secuencias genéticas
obtenidas comercialmente.
El proyecto fue financiado por el Departamento de Energía de
Estados Unidos. Según el comunicado de prensa de IBEA en esa
fecha, proyectos precedentes a éste -del cual tomaron la
información- no tendrían problemas éticos "si es que los
científicos se involucraban en una discusión pública". Sin
embargo, el secretario de Energía estadunidense, Spencer
Abraham, anunció junto con Venter que como los avances
científicos en esta área podrían "abrir la posibilidad de usos
dañinos de la nueva tecnología, líderes de la comunidad
científica y de seguridad nacional ya han concertado
deliberaciones para determinar el camino a seguir para
maximizar el progreso científico y tomar debida cuenta de todas
y cada una de las preocupaciones éticas y de seguridad". Sobre
el nivel de preocupaciones éticas de los encargados de la
seguridad de ese país tenemos noticias frescas todos los días,
sobre todo a partir de que se hizo público el tratamiento a los
prisioneros de guerra en Irak.
Pero Venter no se quedó en casa mirando las noticias, y
posiblemente tampoco discutiendo en esos comités de ética. Con
9 millones de dólares del Departamento de Energía, salió a
recorrer el mundo en su yate-laboratorio Sorcerer II (Hechicero
II), en una de las expediciones científicas más asombrosas de
todos los tiempos: recoger la biodiversidad microbiana de los
mares más ricos del planeta, buscando nuevos organismos a
partir de los cuales construir otras nuevas formas de vida. Ya
han recogido miles de muestras del Mar de los Sargazos, de los
mares de México, Costa Rica, Panamá, Islas Galápagos, y ahora
están en la Polinesia Francesa. Según Venter, con su método de
"secuenciamiento genómico ambiental", que le permite mapear
genomas enteros de múltiples organismos simultáneamente, ya han
identificado más de 1.2 millones de genes antes desconocidos, y
alrededor de 800 microrganismos fotorreceptores. Las muestras ya
han sido enviadas a Estados Unidos.
Pero, ¿dónde está la discusión pública que, según Venter,
garantizaría los aspectos éticos? ¿Cuál es el acuerdo de Venter
con los gobiernos de los países de donde está sacando la
biodiversidad? ¿En qué condiciones? ¿Las poblaciones de esos
países lo saben? ¿Aprueban los fines para los que serán usadas?
Según IBEA, hay acuerdos con todos esos gobiernos, la
información de las secuencias genéticas será publicada en
Internet e IBEA no solicitará patentes por ellas. Pero nada
dice que las empresas que utilicen esas secuencias no
patentarán y privatizarán los resultados de lo que hagan con
ellas. Paradójicamente, la información sobre este
emprendimiento se anunció al mismo tiempo que México estaba en
el Convenio de Diversidad Biológica, liderando el Grupo de
Países Megadiversos -que integran varias de las naciones por
donde pasó Venter- y negociando regulaciones de "reparto de
beneficios" por el uso (¿o venta?) de la biodiversidad. Según
Venter, el contrato de IBEA en México se hizo con la UNAM. En
Ecuador, con el Parque Nacional de Galápagos. En Chile, con la
Universidad de Concepción. ¿Será que estas instituciones tienen
la "soberanía" sobre los recursos biológicos de sus respectivos
países, y por tanto pueden entregarlos a este famoso magnate de
la genómica que no dudó en abandonar sus compromisos públicos
en aras de sus ganancias particulares?
* Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC
https://www.alainet.org/en/node/109889
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