Nanotecnología: del campo a su estómago
08/08/2004
- Opinión
La mayor revolución industrial de todos los tiempos sucede a una
escala tan pequeña que pasa inadvertida a la mayoría de la
gente. La industria de la nanotecnología -la manipulación de la
materia a escala del nanómetro, la millonésima parte de un
milímetro- mueve actualmente más de 50 mil millones de dólares a
escala global, y los analistas predicen que llegará a un billón
de dólares anuales en 2011. La mayor parte de las aplicaciones
comerciales están en la ingeniería de materiales, la
informática, la medicina y la defensa. Pero también las
aplicaciones en agricultura y alimentación crecen
aceleradamente.
En diciembre de 2002, el Departamento de Agricultura de Estados
Unidos (USDA, por sus siglas en inglés) publicó una primera
aproximación a la nanotecnología en su área. Según la nueva
visión nanotecnológica, la agricultura será más automatizada e
industrializada, y se reducirá a funciones fragmentadas,
eliminando aún más personas del trabajo agrícola. Siguiendo la
tendencia que se potenció con la ingeniería genética, de control
corporativo desde la semilla hasta el producto en el
supermercado, la agricultura nanotecnológica controlaría incluso
los átomos que componen esos productos.
Todas las corporaciones que dominan el negocio mundial de los
transgénicos están invirtiendo en nanotecnología. Monsanto tiene
un acuerdo con la empresa nanotecnológica Flamel para
desarrollar su herbicida Roundup (glifosato, conocido en México
como Faena) en una nueva formulación en nanocápsulas. El
principal objetivo de este acuerdo es lograr una extensión de su
patente por otros 20 años. Pharmacia (ahora parte de Pfizer),
tiene patentes para fabricar nanocápsulas de liberación lenta
usadas en "agentes biológicos como fármacos, insecticidas,
fungicidas, plaguicidas, herbicidas y fertilizantes".
Syngenta patentó la tecnología Zeon, microcápsulas de 250
nanómetros que liberan los plaguicidas que contienen al contacto
con las hojas. Ya están a la venta con el insecticida Karate,
para uso en arroz, pimientos, tomates y maíz. Syngenta también
tiene una patente sobre una nanocápsula que libera su contenido
al contacto con el estómago de ciertos insectos (lepidóptera).
Según Syngenta, estas nanocápsulas harían más seguro el manejo
de plaguicidas peligrosos. Justifican así el mayor uso de
agrotóxicos y la reintroducción de plaguicidas de alta
peligrosidad. Pero además, como las nanopartículas son tan
pequeñas, pueden atravesar el sistema inmunológico, moverse a
través de la piel, los pulmones y otros órganos. Nadie conoce lo
que sucederá con estas partículas artificiales en su interacción
con los humanos, pero tampoco con el ambiente, insectos
benéficos, fauna y flora silvestre. ¿Qué pasará con las
nanocápsulas que no "exploten", al ser luego ingeridas por
animales o humanos?
El USDA también planea la utilización de ejércitos de
nanosensores que se liberan en los campos de cultivo para medir
los niveles de agua, nitrógeno, posibles plagas, polen y
agroquímicos, emitiendo señales que son captadas por
computadoras remotas. Estiman entre cinco y 15 años para
completar el proyecto, que también prevé que, mediante
nanocápsulas, se puedan administrar agroquímicos según la
información recibida en la computadora. Por cierto, esta es una
aplicación diseñada originalmente para la industria bélica
(Smart Dust), para monitorear las condiciones de los campos de
batalla, presencia enemiga, armamento, etcétera.
Los gigantes de la industria alimentaria Kraft, Nestlé y
Unilever están usando nanotecnología para cambiar la estructura
de los alimentos. Kraft está desarrollando bebidas
"interactivas" que cambian de color y sabor, por ejemplo un
líquido con átomos suspendidos que se convierte en la bebida
requerida (café, jugo de naranja, whisky, leche u otras) al
someterlo a ciertas frecuencias de onda. Nestlé y Unilever
desarrollan emulsiones en nanopartículas para cambiar la textura
de helados y otros alimentos.
Uno de los trasfondos de todas estas aplicaciones en nuestros
cultivos y alimentos es la incertidumbre, aún mayor que la que
existe con la ingeniería genética, sobre los impactos que tendrá
la liberación de nanopartículas artificiales en el ambiente y la
salud. Dónde se depositarán, con qué se combinarán, qué
reacciones químicas pueden detonar con otros elementos, en los
organismos y el ambiente. Un estudio presentado en 2004 en la
Sociedad Americana de Química mostró que la presencia de
nanoesferas de carbono disueltas en agua causaron daños severos
al cerebro de los peces en sólo 48 horas.
Es evidente que el marco de la creciente concentración
corporativa y la ciencia desarrollada en este contexto -aún en
instituciones públicas, en general financiada y orientada por la
industria trasnacional- no incluye preocuparse por qué impactos
pueden tener sus invenciones para la gente común, los
campesinos, consumidores o el medio. Por los vastos impactos
potenciales que implica, el desarrollo de la nanotecnología debe
ser objeto de una moratoria global inmediata. Más que nunca,
necesitamos un amplio escrutinio y un verdadero control social
de la ciencia. Pero, sobre todo, recuperar el control social de
nuestras condiciones de vida, por ejemplo, sobre algo tan básico
para todos como la producción de alimentos.
* Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC.
http://www.etcgroup.org
https://www.alainet.org/en/node/110320
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