La migranta, con el delito de ser pobre y el agravante de ser mujer
05/10/2004
- Opinión
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fortuna fue una práctica de antaño, halagada y celebrada por
muchos y hasta inspiración de escritores y poetas. Pero la
visión contemporánea de ese heroísmo aventurero ha llegado a
ser una experiencia dramática para millones de migrantes
económicos. Motivados por el "sueño americano" y empujados
por la exclusión de su terruño, millones de seres humanos
desafían el muro imperial que allá en el Río Bravo separa la
realidad, de la imagen mediática del american way of life.
Y conforme el capitalismo salvaje "incorporó" a la mujer
como sujeta de sobre explotación y discriminación, la
tragedia de los migrantes también se ha ido feminizando.
Según datos citados por Patricia Balbuena, en su ponencia
"Feminización de las migraciones: del espacio reproductivo
nacional a lo reproductivo internacional", de los 209
estados del mundo, 43 son países de recepción, 32 de salida
y 23 de recepción y salida. Los volúmenes de migrantes se
aceleran permanentemente.
A partir de 1990 la incorporación de las mujeres en esta
indeseable travesía se ha intensificado, ya alcanzan el 48%
del total de veinte millones de latinos y centroamericanos
que se encuentran lejos de sus tierras y no precisamente en
viajes de placer.
Según la investigadora, la feminización de las corrientes
migratorias prácticamente ha pasado a ser sinónimo de la
creciente precarización de la situación de las migrantes.
Pero dicha feminización no sólo genera este efecto. Las
desigualdades de género viajan con las migrantes, quienes
deben asumir tareas en condiciones de explotación laboral y
sexual, negocio que mueve anualmente una cifra de entre
cinco y siete billones de dólares.
Entonces resulta que las mujeres internacionalizan su
condición de trabajadoras domésticas o sexuales, que incluye
jovencitas y niñas que comparten esta pesadilla.
El desarraigo conlleva una serie de traumas. La ruta que se
recorre inicia con el desprendimiento afectivo de familiares
y amigos, transita hasta la lejanía de costumbres, idiomas y
tradiciones, pasando por añoranzas, recuerdos y
desesperanza, concluyendo siempre en el puerto del
sufrimiento, a veces acompañado de la muerte.
Las mujeres migrantes además de estas injusticias tienen que
pasar por la tortura de no ver a sus hijos e hijas, por
enfrentar todo tipo de vejámenes y humillaciones, a veces
poco conocidas. Están más expuestas que los hombres al
trabajo forzado y tienen mayores probabilidades de tener que
aceptar condiciones precarias de trabajo, con salarios más
bajos, expuestas a graves peligros de salud, a trabajos
pesados e insalubres y carecen de información para bregar
con las infecciones transmisibles sexualmente, que muchas
veces concluyen con la muerte.
Eulalia Miguel o Patrona Tomás, es un testimonio trágico de
la búsqueda de la fantasía del sueño americano, que la llevó
a prisión desde octubre del 2002, bajo la acusación de
asesinar a su hijito recién nacido. La jovencita tenía
apenas quince años y esa fue ¡su presentación en sociedad!
Viuda en plena adolescencia, partió de Guatemala hacia los
Estados Unidos, ya embarazada y encontró, en lugar de la
fantasía anhelada, la misma pesadilla latinoamericana que
sufren las mayorías excluidas, agravada por su estado de
gravidez y su condición de indígena, quién, a la exclusión
de no haber aprendido el idioma español que le fue impuesto
en su tierra natal, enfrentaba ahora el desconocimiento del
idioma del imperio que la encarceló.
A cambio de este sacrificio, nuestras economías domésticas
se benefician de las remesas familiares que con tanto
sacrificio envían los y las migrantes y que han llegado a
constituir el mayor rubro de ingreso de divisas, ya que
exportamos a los pobres que no caben en la estrechez de
oportunidades existente en nuestros países. En todo caso,
el costo humano y social (rupturas familiares, desarraigos,
etc.) de esta macabra exportación de pobreza, no se llega a
contabilizar en la macroeconomía, cuyos indicadores
beneficiados por las remesas, son aplaudidos por los
organismos financieros internacionales.
En este contexto de sufrimiento en proceso de feminización,
los gobiernos de los países latinoamericanos no deben
agachar la cabeza y aceptar ese trato a sus connacionales.
El costo de la exportación de la mano de obra debería ser
asumido por el país receptor, que se beneficia con el aporte
de estas personas, entre ellas miles de mujeres quienes, una
vez más, sacrifican sus vidas a cambio de una leve mejoría
para los suyos. La pesada carga de la inequidad de género
en sus países de origen se agrava geométricamente cuando,
mojadas, se zambullen en el inalcanzable sueño americano.
https://www.alainet.org/en/node/110672
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