Hombres de madera y gente de maíz
13/12/2004
- Opinión
Citando al Popol Vuh, dice Eduardo Galeano que cuando los
dioses formaron a los seres humanos, antes de encontrar al
maíz, su esencia verdadera, los hicieron de madera. Estos,
aunque parecían seres humanos, no tenían sentimientos y no
respetaban la tierra. Los dioses creyeron que los habían
eliminado, pero no: siguen existiendo y son los que
gobiernan el mundo. La gente de maíz, sin embargo, está
viva, y como flor que rompe el asfalto, sigue germinando.
Así, mientras que en la Cámara de Diputados amenazan
aprobar una iniciativa de Ley de Bioseguridad que solamente
favorece a las trasnacionales que controlan los cultivos
transgénicos, a lo largo y ancho del país, en el México de
abajo, el de los hombres y mujeres y niños de maíz, se
tejen propuestas y acciones para defenderse de esta nueva
agresión legal contra los pueblos indios, los campesinos y
contra toda la gente que en campos o en ciudades se
reconoce en el maíz. Porque como dice Bonfil Batalla:
"Maíz, sociedad, cultura e historia son inseparables.
Nuestro pasado y nuestro presente tienen su fundamento en
el maíz. Nuestra vida está basada en el maíz. Somos gente
de maíz." El maíz, que impregna la vida de todo México,
como alimento, como medicina, como arte, como base de
autonomías y soberanía, ha sido contaminado por esas
empresas, y con esta ley se aprestan a legalizar el crimen.
Las protestas contra esta ley han venido de todos los
sectores: de organizaciones campesinas, de médicos
tradicionales, de pueblos indios, de investigadores y
académicos, de organizaciones de consumidores, de
productores orgánicos, de ambientalistas, activistas
sociales, de derechos humanos, de cientos de conocidos
personajes de la cultura, actrices y actores, pintores,
escritores, intelectuales, de obispos, de la pastoral
social e indígena y de muchos más. Y no solamente de
México: más de 300 organizaciones nacionales e
internacionales de 56 países de los cinco continentes
suscribieron en noviembre de 2003 una carta abierta
dirigida al Congreso de la Unión y a varias instituciones
de Naciones Unidas expresando su rechazo y alarma por la
contaminación transgénica del maíz en su centro de origen,
y por esta iniciativa de ley que la aumentará.
Pese a la amplitud de las protestas, la mayoría de
legisladores que prepararon el dictamen de esta ley han
preferido (o algún otro verbo más adecuado a la situación)
sólo tomar en cuenta las demandas de las empresas
trasnacionales, expresadas a través de cámaras
industriales, de Agrobio México y de unas pocas personas
cercanas a ellas, pero que hablan en nombre de la Academia
Mexicana de Ciencias, aunque ésta nunca les ha dado tal
atribución y muchos de sus miembros tienen posiciones
opuestas.
Por supuesto, no es la primera vez que las demandas de las
mayorías son ignoradas: el caso más notable, por su alcance
y por la tremenda movilización social que convocó y fue
ignorada, es la antirreforma constitucional en materia de
derechos y cultura indígenas, más conocida como la ley
Cevallos-Bartlett-Ortega. Ahora, los legisladores que voten
a favor de esta nueva ley traidora agregarán a sus espaldas
el crimen histórico de condonar y aumentar la contaminación
transgénica en la cuna del maíz.
Pero, lejos de pedir limosnas al agresor, hay otro proceso
que crece todo el tiempo, desde abajo, tejido desde muchos
puntos, diverso como lo que defienden, donde las gentes de
maíz se organizan, discuten, se manifiestan.
Sólo como punta del iceberg de ese proceso, en los últimos
10 días se realizaron, entre otros actos, el encuentro Maíz
y espiritualidad, organizado por la Unión de Organizaciones
de la Sierra Juárez de Oaxaca y el comisariado de bienes
comunales de San Pablo Guelatao, Oaxaca; el taller El maíz
que todos queremos, organizado por Consultoría Técnica
Comunitaria y la comunidad de Bacabureachi, con apoyo del
Centro Nacional de Misiones Indígenas, en Chihuahua; la
primera Feria Orgánica de Malinalco, estado de México, con
la propuesta de declarar el municipio libre de
transgénicos, organizado por Xilonen Malinalco y la
municipalidad; la Primera Feria del Maíz, el Mezcal y los
Recursos Naturales, organizada por el Grupo de Estudios
Ambientales y la SSS Sanzekan Tinemi, en Chilapa, Guerrero;
el Foro de comunidades indígenas de la Huasteca
Hidalguense y Veracruzana, convocado por la Pastoral de la
Tierra en Huejutla, Hidalgo; el Festival del Maíz, en
Tlacolula, Oaxaca, organizado por la Organización de
Agricultores Biológicos de Oaxaca; el Taller sobre maíz
transgénico, en San Antonio Huitepec, Oaxaca, organizado
por la comunidad, el Centro Barca y el Centro de Análisis
Social, Información y Formación Popular; el encuentro
Nuestro maíz, nuestra cultura, en Tuxpan, Jalisco,
organizado por Sembradores de la Vida, Red de Grupos de
Salud del Sur de Jalisco, la Red de Alternativas
Sustentables Agropecuarias de Jalisco, Poder Ciudadano, la
Asociación Jalisciense de Apoyo a Grupos Indígenas, Campo
AC, el Centro de Investigación y Formación Social, el
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de
Occidente, el Instituto Mexicano para el Desarrollo
Comunitario y el Círculo de Producción y Consumo
Responsable.
Son nudos en el tejido de actos cotidianos que fortalecen
día a día la resistencia a los transgénicos desde lo local,
integrando este tema a muchos otros. Mientras los hombres
de madera siguen con sus abusos, la gente de maíz teje. Y
no olvida.
* Ribeiro es investigadora de Grupo ETC
https://www.alainet.org/en/node/111038
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