La crisis mundial de las producciones locales
- Opinión
Somos testigos, una vez más de un discurso del poder que nos presenta la inversión de la realidad como lo cierto: estamos en el reino de los “movimientos continuos”, de los flujos ininterrumpidos, “gozamos” de la posibilidad de alimentar ”con lo mejor” a nuestras mascotas, con comidas que viajan más de diez mil km, hemos “superado” la restricción de la comida de estación, porque podemos comer “todo” todo el año, ya sea que provenga de Brasil, de EE.UU. o del Asia, las góndolas de los supermarkets y las boutiques de los shoppings (queda más global con las voces originales, ¿no?) cuentan con artículos y mercancías jamás alcanzables otrora, así que parece que estamos no sólo “en el mejor de los mundos”, como nos enseñaba el profesor Pangloss, sino en el reino de las elecciones y la diversidad.
Y bien, la realidad es ligeramente disímil: nos encontramos, los que constituimos ”los grandes números”, en una postración progresiva y se acrecienta la marea de los que vamos siendo excluidos.
Y todas esas libertades a que somos inducidos responden más bien a resoluciones monopólicas que están muy lejos de nuestras decisiones cotidianas.
Las sociedades humanas, las diversas etnias y agrupamientos sociales en general, han sido autosuficientes, sustentables, porque sencillamente era una cuestión de vida o muerte. No se conocen sociedades suicidas.
Esta sustentabilidad, esta soberanía alimentaria se rompe cuando Occidente empieza a usar los ecosistemas de otras sociedades para sí. Y surge entonces otra causa de hambre que no pasa por el clima o las catástrofes naturales.
Así empezó la insuficiencia, la dependencia alimentaria y su contracara, la importación de alimentos básicos o sus “obsequios”, lo que Devinder Sharma nos recuerda como el indigno sistema “del barco a la boca”.
Pero estas sociedades actuales, totalmente postradas en el aspecto del automantenimiento, de la autoconservación, esconden en ello un potencial despótico formidable, por más enmascarado o cosmetizado que esté.
Acerquémonos el cuadro de situación en un aspecto crucial de nuestras sociedades, el de los movimientos de nuestros alimentos. Tomemos primero un par de ejemplos de nuestra América.
Colombia fue un tradicional autoabastecedor de trigo. Hasta que hace unos pocos años, debido a la presencia siempre mayor, irreversible, de trigo estadounidense, se fue convirtiendo en importador.
Veamos un cuadro de situación, donde los números hablan por sí solos:
En 1966 se producía 160 000 toneladas, entonces se importaban 120 000 toneladas.
En 1990 se producía 20 000 toneladas y se importaban 1 200 000 t.
En el 2004, la importación supera 1 800 000 t.
¿Cómo se explica semejante desequilibrio? Así lo explica Hernán Pérez Zapata:[1] “El gobierno colombiano, a través de convenio impuesto por EE.UU., aceleró las importaciones. Se congelaron los precios de sustentación del IDEMA [sigla de algún organismo regulador colombiano que no identificamos, n. del ed.: los corchetes serán todos así] a los productores durante diez años. Los costos de producción se incrementaron. El trigo importado era fiado, para ser pagado a largo plazo y con una tasa de interés del 2% anual. El efecto fue la ruina de los productores.”
Con el maíz, producto básico de la alimentación nacional colombiana, pasa otro tanto. De autosuficiente en décadas anteriores, en los 80 empieza una lenta pero sostenida sustitución de maíz nacional por importado. El contraste es, si cabe, más dramático. Luego de haber oficiado Colombia como lugar de origen de valiosísmas variedades maiceras, de haber desarrollado el maíz ETO que Colombia ayudó a difundir para países de clima tropical (se adoptó en 35 países a la vez productores de café), este país entra al s. XXI con una clara dependencia alimentaria también en maíz. Veamos algunas cifras:
Entre 1900 y 2002 el país pasa de importar 20 000 toneladas a 1 800 000 t. En este último año, la producción propia es de 1 100 000 t.
Para el 2004, la promesa de Uribe era 500 000 t. de producción propia y 2 500 000 t. importado que proviene de EE.UU.[2]
Este desmantelamiento de la producción alimentaria propia se grafica dramáticamente en las asignaciones presupuestarias del país: en la década de los 70, al Ministerio de Agricultura le correspondía el 7 % del presupuesto nacional, en el 2003 no llega al 0,8 %, lo cual expresa crudamente la privatización de las funciones vinculadas al agro. Los grandes consorcios, mal llamados transnacionales, agroquímicos, semilleros, transportistas, de parabienes: ellos hacen la política agrícola y alimentaria del país, obviamente para beneficio propio.
¿Percibe el lector algo similar en tierras rioplatenses?
Veamos un cuadro de situación de otro país cercano a EE.UU.: Haití.
En 1985 producía 154 000 toneladas de granos e importaba 7 000.
En 1995, producía 100 000 e importaba unos 200 000 toneladas anuales.
En 2004, la producción propia apenas llega a 76 000 toneladas anuales, todo el país sacudido por el golpe de estado y la ocupación estadounidense; la importación ronda las 400 000 toneladas.[3]
El patético cuadro que pintan las cifras tanto colombianas como haitianas se repite en todo el glacis estadounidense, en ese Mare Nostrum norteamericano que es el Caribe (con la excepción, claro, de Cuba, de la Cuba de la segunda mitad del s. XX). Pero la misma situación se extiende por todo el orbe, sobre todo en países donde EE.UU. ha logrado articular su política con alguna coyuntura interna, como puede ser una sequía o una catástrofe natural o humana, como una guerra. Está el ejemplo prístino de Corea del Sur (donde validos de la dependencia geopolítica de un país partido por “la guerra fría” lograron hacer un nicho importante para el trigo (estadounidense), al servicio de gigantescas cadenas de pan industrial blanco de tipo american) haciendo retroceder a los cultivos de arroz, o el de Egipto ingresado en dependencia alimentaria “generosamente” compensada por una política de “ayuda” american, pero se trata de un fenómeno, una relación (de poder y dependencia) que se pasea por todos los continentes.
La secuencia siempre es la misma: ante una coyuntura desfavorable, una sequía, una guerra, EE.UU. “entra” con cereales generalmente gratis, que arrinconan a los productores locales que hayan sobrevivido física y económicamente en esa coyuntura pero que no pueden competir con granos gratis o muy subsidiados. Al año siguiente, los granos gratis desaparecen o los precios se “normalizan” pero ya han logrado hacer desaparecer de la producción local a un porcentaje significativo de campesinos, de agricultores. Lo que desaparece como trabajo rural, reaparece como marginación, postración y desocupación urbanas. Es decir, los pobres marginados del campo engrosan los cinturones urbanos de miseria: un fenómeno que vemos extenderse por los cinco continentes como mancha maligna del sistema de producción “hipermoderno” y globalizador.
Así comienza Luis Hernández Navarro su “La guerra de los alimentos”, que se refiere a la penetración en México, pero que él también hace extensiva a todo el mundo:
“La producción de alimentos es un arma clave y poderosa que EE.UU. ha aceitado desde hace décadas. Guerra, alimentos y derechos de propiedad intelectual están estrechamente vinculados a la estrategia económica de la Casa Blanca [...] Desarrollo de la industria militar, producción masiva de granos y patentes han sido pilares de la hegemonía estadounidense en la economía mundial.” [4]
Un resultado, entre otros, es la pérdida de soberanía alimentaria. El incremento del comercio internacional es vehiculizado por la OMC, de un modo muy definido: al servicio de los grandes consorcios diz que transnacionales pero en rigor con bandera, y sigue principalmente un único trillo: alimentos básicos del centro a la periferia, alimentos exóticos de la periferia al centro. La dieta sobre la que descansa la sobrevivencia de la mayor parte de la humanidad está siendo cuidadosamente planificada para que sea provista cada vez por menos manos, es decir por centros de poder cada vez más concentrados.
Otro resultado de estos procesos es la marginación. Lo dice claramente Enrique Ortiz Flores en un informe que presentara a la Asamblea Mundial de Pobladores de la Coalición Internacional del Hábitat, México DF, 2001, enfrentada a la Conferencia Hábitat de la ONU:[5] “La estrategia fundamental es sacar a los pobres de la economía de subsistencia en la que son sujetos activos para convertirlos en sujetos pasivos de la economía de mercado. Eliminarlos como productores para pasarlos a ser clientes consumidores y empleados, o ‘dependientes’ en el mejor de los casos, de las empresas transnacionales.”
El urbanista suizo-mexicano Jean Robert ya lo había planteado, en rigor agravado, en 1996: “Los grandes negocios usan la bandera de la modernización para justificar renovaciones que transformen hasta a los más pobres en clientes compulsivos [...] destruyendo los instrumentos y tradiciones que permiten a la gente soportar la pobreza: convierten la pobreza en indigencia.” [6]
Como se ve, el proceso de arrasamiento de las autonomías golpea a los seres humanos tomados como entidades políticas y a los mismos seres humanos tomados individual o familiarmente.
Volviendo a la escala nacional, veamos como define las perspectivas de su país nuestro pluricitado ingeniero agrónomo colombiano, Hernán Pérez Zapata: nos recuerda que las rondas de “negociaciones” de Colombia con el TLCAN le otorgan a Colombia el papel de exportador de “productos tropicales”: “palma, banana, cacao, caucho, yuca, café”. Y agrega: “El resto de la producción agropecuaria, especialmente la de alimentos básicos para nuestra dieta, será arrasada, como ha ocurrido con el trigo y el maíz.” [7]
Y Aurelio Suárez Montoya, otro colombiano preocupado, titula su artículo sobre el acuerdo agrícola entre Colombia y EE.UU.: “El holocausto de la agricultura colombiana en Tucson” y resume: “Todo conduce a la imposición del modelo en el cual EE.UU. suministra los alimentos y la dieta básica y los países tropicales competimos entre sí por proveer los postres ‘exóticos’, léase café, banano, cacao, frutas del trópico, almendras, entre otros.” [8]
En países excepcionalmente fuertes en el rubro alimentario, como Argentina, la situación varía un tanto y el destrozo no es tan evidente. La modalidad de los flujos difiere, aunque la división de tareas es exactamente la misma: aquí, en lugar de apostar a que le proveamos al Primer Mundo los postres, se trata de que la Argentina neocolonizada provea de forraje a los animales de consumo humano, de Europa o Asia.[9]
A mediados de los 90 el Ministerio de Agricultura de EE.UU. (USDA por su sigla en inglés) ventiló sus planes para “alimentar el mundo”. Sobre la base de gruesos informes y abundantes datos, su craneoteca estableció que las praderas norteamericanas y las pampas argentinas alcanzaban para nutrir a todo el planeta de granos. Estos planes le otorgan aparentemente a la Argentina un papel protagónico como proveedor y “a la par” de quienes procuran regir los destinos de la comida del resto de los mortales. Con precisa sincronía, supieron publicitar estos “planes” –que en realidad son planes de atroz dependencia alimentaria para todo el resto de países y sociedades– en pleno menemato, sabiendo con qué bueyes araban. La idea de que EE.UU., con el apoyo de algún otro proveedor como Argentina, sea el encargado de suministrar alimentos básicos a las diversas sociedades humanas de los cinco continentes es una forma de sujeción de los seres humanos increíblemente fuerte e indigna. Porque establece el sistema “del barco a la boca” como lo define Devinder Sharma, postrando a una sociedad siempre pendiente de recibir los alimentos a tiempo, para no morir de hambre.
La idea de macroproveedores tiene otros resultados interesantes: le otorga a los productores de tal masa de alimentos una idea de su excelencia moral que está totalmente reñida con la verdad, pero que falsa como es, resulta altamente gratificante. Basta ver el regodeo en las cifras de Clarín Rural.[10] o la actitud de los productores agrarios estadounidenses: se sienten salvadores-de-los-pobres-del-mundo y ante la invitación del gobierno de incrementar la producción (para dominar y doblegar mercados extranjeros, algo que no se les aclara), los campesinos devenidos propietarios y generalmente patrones, ¡aceptan donar hasta un 50% de su producción! Creen sinceramente que están haciendo “una buena acción”.[11]
Volviendo al caso argentino, el deterioro del consumo interno es tanto como para tener que afirmar que Argentina hoy no está ni siquiera en condiciones de alimentar (sanamente, como en tiempos pretéritos) a su propia población manteniendo a la vez el destino de exportación para una parte de sus alimentos. Sin embargo, las estadísticas recitan permanentemente acerca de los récor de producción (y exportación) de alimentos.[12] Por otra parte, hasta las estadísticas oficiales verifican una cantidad de indigentes como nunca tuvo el país. Es decir, nunca hubo tanta hambre aquí, pese a la presunta abundancia alimentaria: prueba del nueve de la brutal injusticia del camino emprendido.
A la indignidad que acabamos de señalar, hay que agregar la fuerte dependencia del modelo alimentario dominante. Pensemos que desde 1996, Argentina figura como “vanguardia” en la producción de alimentos transgénicos. Como se hizo en silencio, en realidad desde hace casi diez años se consumen alimentos genéticamente modificados sin saber siquiera en qué productos (la soja GM entra como “proteína texturizada” o “lecitina de soja” en enorme cantidad de alimentos procesados, es decir donde cuesta mucho rastrear qué es lo que se come: salchichas, helados, galletitas, pastas, postres y un largo etcétera).
Hay otras excepciones, aunque de carácter distinto al caso argentino: EE.UU. no puede, pese a toda su disponibilidad alimentaria (en gran medida a través de la quimiquización de los campos y la consiguiente contaminación) proveer de arroz a China y a India (ambas entidades con bastante más de mil millones de bocas cada una). Ante entidades político-sociales de tal envergadura, la política imperial recorre otros trámites. Por ejemplo, para la India, el USDA (que, repetimos, no es el ministerio agrícola indio sino estadounidense) a mediados de los 90 postulaba rebajar la cantidad de campesinos de 500 millones a 50 millones. Ya estamos cumpliendo la década de ese diseño de polpotización inversa y afortunadamente, los planes (que siempre se califican como de “modernización”) no parecen haber sido cumplidos. Claro que el campesinado indio ha debido pagar un alto precio para resistir, y no ha salido indemne. Hacia el 2000 se estimaban en 500 los suicidios de campesinos indios afectados por las presiones del gobierno, totalmente acordes con las de los consorcios del agri-business: aumentos de precios de alimentos básicos, construcción de diques que barrían a agricultores pequeños, sobrepesca industrial que marginaba a pescadores artesanales, pago de patentes de semillas que los campesinos usaron milenariamente, y un largo etcétera (el gobierno indio equivalente al menemato perdió las elecciones en 2004).
Por todo lo precedente, la argumentación de los globalistas modernosos, como Patricio Meller, ciudadano de dos primeros mundos (universitario chileno radicado en Berkeley) de que: “Después de la II Guerra Mundial, el comercio internacional se ha constituido en el principal motor de crecimiento de la economía mundial”,[13] es cierta únicamente si asimilamos “economía mundial” a la economía del Primer Mundo y externalizamos el desbarajuste ambiental. Y el empobrecimiento y la desestructuración de muchas economías periféricas desde el fin de dicha guerra hasta ahora. Ya sea que hablemos de Filipinas, de México, de Uruguay, de Haití o de Nigeria.
Pero los ideólogos de la globalización vigente, es decir el pensamiento conservador, no tiene más remedio que enmascarar la realidad. Por eso no sólo habla de crecimiento donde no lo hay sino de libertad en el reino de la concentración económica y los oligopolios: “La globalización, el sistema de mercados libres y de libre comercio, para ser reconocidos por todos como mecanismos adecuados, tienen que estar insertados en una institucionalidad social que mitigue sus consecuencias negativas.” (ibídem). Con lo cual el distinguido Meller nos da a entender que la globalización puede ser ligeramente traumática...
Y bien: veamos otras aplicaciones de la asimetría centro-periferia: acaba de descubrirse que el PMA (Programa Mundial de Alimentos) téoricamente un organismo de la ONU, en los hechos una dependencia funcional de USAID (Agencia para el Desarrollo Internacional de EE.UU., aunque su nombre “oficial” sea Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional) ha distribuido y sigue distribuyendo maíz Starlink en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras.[14] Hay que recordar que dicho maíz fue diseñado como un maíz para consumo humano pero debieron abandonar el proyecto por su fuerte carácter alergógeno. Entonces se le asignó el destino de forraje. Eso fue todo un escándalo hace cuatro o cinco años. Un año después, se descubrió una enorme contaminación en el sur de EE.UU.: la compañía, que lo había comercializado, ¿lo seguía comercializando?, “por error” como alimento para humanos, pidió un año para retirar del mercado los cientos de productos en los que estaba como ingrediente, al costo estimado de cientos de millones de dólares. Con la lógica que le conocemos al mundo empresario, el laboratorio “afectado” no querría perder y “encontraron” la forma de “colocarlo” en algún lado. ¿Qué mejor lugar que “el patio trasero”?
Vale la pena observar cómo empresas como la dueña del Starlink unen el negocio con la moral: no querían perder el maíz alergógeno, ¿qué mejor que “regalárselo” a países pobres necesitados? Quedar bien con nada, hacer ganancia de pérdidas... Las organizaciones ambientalistas que rastrearon tal presencia en América Central hicieron la denuncia pública: “El PMA al introducir transgénicos en la ayuda alimentaria pone en riesgo a nuestros niños y las mujeres embarazadas, los sectores más vulnerables de nuestra población. Los transgénicos identificados no están autorizados en nuestros países y el PMA debe retirarlos inmediatamente”, dijo Julio Sánchez de Centro Humboldt-Amigos de la Tierra en Nicaragua.” (ibídem) Y con clara conciencia de la doble moral la Alianza denunciante afirma: “Es inadmisible que un maíz que es ilegal para el consumo humano en EE.UU. se distribuya en nuestro país.” Y aclaraba algo lapidario: “pese a que fue prohibido hace más de cuatro años.” Resta señalar que el “regalo” tóxico es comprado por el PMA que paga generosamente para sus operaciones.
Claro que tales operativos cuentan con el aval de Marías Julias locales. Hassan Adamu, ministro de Agricultura nigeriano, escribe una nota “La biotecnología ayudará a África” donde critica a los críticos de los alimentos transgénicos: “Si tomamos en serio sus alarmistas advertencias, millones de africanos sufrirán y morirán, probablemente.” Adamu nos habla de lo porvenir, al parecer no sabe o no le interesa empezar por la comprobación de los millones de africanos muertos por el colonialismo primero y el imperialismo después. Millones. Hay que incluir en ese genocidio silencioso a la enorme mortandad de niños a causa de la insidiosa campaña de RR.PP. de Nestlé con su leche maternizada en los ’60, que arruinó los ciclos vitales de tantas madres y arrastró a la muerte a tantos bebes, por ejemplo. La modernización no ha sido benévola con el continente afro. Pero siempre con formidables coartadas morales de ayuda al prójimo, eso sí. Tantos “tropezones” exigirían mirar lo futuro con mayor circunspección y menos ingenuidad.
Los “técnicos” del mundo enriquecido peroran permanentemente sobre el atraso de la agricultura en África. No dicen nunca, claro, el sabio equilibrio que muchas sociedades africanas tenían antes de la devastación colonial.
Veamos lo que nos dice Mercy Wambui Kamara sobre Kenya: “En un país cuyo gobierno está ubicado entre los cinco más corruptos del mundo y donde las embajadas y organizaciones internacionales están en segundo lugar en la lista de instituciones que coimean, el mercado de la infraestructura de la biotecnología debe haber sido una operación simple. Por medio de dona-ciones «cuidadosamente orientadas para apadrinar y fundamentar gastos» del gobierno [...]. [15]
La poderosísima Red de Ciudadanos de EE.UU. para Negocios en el Extranjero (CFTA por su sigla en inglés) auspicia a lo largo de toda África un programa, RAISE (sigla en inglés traducible como Expansión suplementaria de elementos para una agricultura rural, una sigla que juega con su significado, en inglés, como verbo; erguirse, elevarse). Este programa, financiado entre otros auspiciantes por la Fundación Rockefeller, se dedica a establecer vínculos crediticios entre los pequeños agricultores y las grandes compañías, sobre todo estadounidenses, dedicadas a la industrialización del agro. El CFTA promueve en general “negocios” para la industria agroalimentaria estadounidense en los diversos lugares del planeta donde sienta sus reales. Una suerte de lobby off-shore, de gestiones privadas fuera de fronteras.
En resumen, en Kenya, Zambia, Zimbabwe, Mozambique y en general en los países subsaharianos, los grandes consorcios agro-transgénicos, el USDA, la USAID, el PMA, el PNUD, la OMS, promueven la transgenetización de la agricultura como “la solución” al hambre del mundo, que justamente muchos de ellos han ido provocando con la voraz exacción y el vaciamiento de las estructuras económico-sociales locales.
Es curiosa la lógica con esto de la erradicación del hambre en el mundo. Norman Borlaug, que ostenta el dudoso honor de compartir su premio Nobel de la Paz con Menachem Begin, Awnar Sadat, Henry Kissinger entre otros, sostiene, ligero de lengua, que “los ecologistas extremistas impiden erradicar el hambre” [16] al oponerse a los cultivos transgénicos. Es llamativo que Borlaug no se haya dado cuenta que el hambre existía bastante antes que los transgénicos y no precisamente a causa de la escasez.
Andrew Kimbrell lo explica didácticamente en su trabajo “Por qué ni la biotecnología ni las nuevas tecnologías agrícolas pueden alimentar al mundo”:[17] “Según Monsanto, «la actual agricultura de alto rendimiento es un gran éxito» [...] triplicará los rendimientos de las cosechas sin necesidad de aumentar la superficie agrícola. [18] ”La propaganda de Monsanto se alimenta de numerosos mitos [...] en torno al hambre, la producción de alimentos y la misma agricultura. Desgraciadamente esos mitos han sido y continúan siendo repetidos tan a menudo que se toman por ciertos. Proporcionan una cobertura conveniente a Monsanto y otras multinacionales de la biotecnología y la agroindustria, las cuales son responsables directos del aumento del hambre del mundo[...]. «El hambre en el mundo está causada principalmente por la falta de alimentos suficientes para abastecer a una población creciente» sostiene Monsanto y Kimbrell prosigue: ”Se estima que en la actualidad 786 millones de seres humanos pasan hambre. Y este número sigue aumentando [n. del ed.: en 2004 se estima por encima de los 800 millones]. La leyenda creada no se refiere al hambre sino a la causa principal que la genera. Monsanto nos hace creer que la producción agrícola no está aumentando al mismo ritmo que crece la población. [...] numerosos estudios y estadísticas refutan esa afirmación [...] estas estadísticas y muchas otras indican que el crecimiento demográfico no ha sido, por lo menos actualmente, la razón principal del aumento del hambre [...] ¿Entonces cuál es la razón principal del hambre en el mundo? Básicamente, la dependencia alimentaria. El sistema agroindustrial desde hace siglos y prácticamente en todas las partes del planeta ha expulsado a las comunidades indígenas y campesinas de sus tierras, apro-piándoselas para instalar allí cultivos de exportación [...] millones de campesinos han perdido sus tierrras [...] emigran a las nuevas ciudades industriales donde rápidamente pasan a formar parte de las clases urbanas empobrecidas [...] así comienza la dependencia alimentaria [...] «Si no accedes a la tierra donde poder cultivar tus alimentos y no puedes comprarlos, pasarás hambre aunque la tecnología incremente los rendimientos».” Kimbrell cita al final el “próximo informe de Food First” [Inst. for Food & Development Policy, S.Fco., EEUU, dirigido por F. Moore Lappé].
¿Y qué ha estado pasando por aquí, en Argentina, Uruguay? ¿Por qué las ciudades principales tienen cada vez más extensos cordones de poblaciones “precarias”, “asentadas”, “excluidas”, “desocupadas”, “marginadas”, elija el lector el o los calificativos para una realidad antigua y reciente, que conocíamos, pero que en los últimos diez o veinte años parece haber recrudecido? Basta preguntarles de dónde provienen y se verifica que un altísmo porcentaje son expulsados del campo, desocupados rurales; migraciones internas (o externas) son el resultado del éxito del agri-business, que produce la fortuna de algunos pero también la pobreza de muchos.
Porque entendámonos: el cacareado auge de la soja no es novedad. Por el 1900 Brasil conoció el del caucho y Manaos pasó en pocas décadas de villorrio mísero amazónico periférico a capital del lujo y la cultura: “Los magnates del caucho edificaron allí sus mansiones de arquitectura extravagante y plenas de maderas preciosas de Oriente [...] se hacían traer los mas caros alimentos desde Río [...] El teatro Amazonas, monumento barroco de bastante mal gusto [... allí] el tenor Caruso cantó [...] a cambio de una suma fabulosa.” [19] Y en el 1600 Potosí había conocido un esplendor fuera de serie exportando plata y tirando la vajilla de cristal en cada fiesta (ibídem). Claro que, como nos recuerda Galeano, ni los seringueiros ni los mineros participaban de la exportfiesta...
Porque, como dice D. Sharma: “El avance de las nuevas tecnologías desplaza a los trabajadores agrícolas y representa un desastre para todos menos para las explotaciones más grandes. [...]. Monsanto reconoce los efectos que las nuevas tecnologías causan a las comunidades rurales pero insisten que es el precio a pagar para aumentar la eficiencia en la producción agrícola.” Sin embargo, se han realizado ya muchos estudios que revelan que no hay tal aumento y que toda esa construcción se basa en muy sesgadas mediciones.
Se suele calcular por grano o cultivo y en tal caso, comparando monocultivos con la producción tradicional, combinada, biodiversa e integrada de la cual se extrae únicamente el mismo grano o cultivo para la comparación, el monocultivo agroindustrial claramente “gana”. Pero si se mide por hectárea el rendimiento integral de ambas producciones, la situación cambia radicalmente. Dice Vandana Shiva: “Los campesinos mayas en Chiapas, México, son caracterizados como no productivos porque rinden sólo cuatro toneladas de maíz por ha.”.[20] Si se comparan esas cuatro toneladas de maíz con la producción promedio argentina que ronda el doble y que incluso en lotes excepcionales, con mucha estimulación química, llega a 12 t. por ha., es cierto. Pero si tomamos los frutos, todos los frutos de aquella “pobre hectárea maya”, sobrepasamos las 14 ha.... A la comparación se le escurre de la balanza los porotos, zapallos, huerta, frutos, ensaladas, los yuyos medicinales que crecen con el maizal de los agricultores de siempre. Todo lo cual es decisivo para las economías de los campesinos pequeños, aunque no pasen por las cuentas ni fiscales, ni bancarias, ni por las estadísticas oficiales sesgadamente cuantificadas.
En realidad, lo que se está produciendo con los monocultivos es un empobrecimiento de los trabajadores rurales y de la mismísima ruralidad, en cuanto forma de vida (autonomía, capacidad de sobrevivencia, apoyo mutuo, vida al aire libre). Empobrecimiento tanto de los que quedan en “el campo” como de los que emigran. Y enriquecimiento de los consorcios transnacionales que blanden las estadísticas de “mayores rendimientos” para persuadir a quienes se aprovechan de los monocultivos (los “grandes productores”, redes de distribución y transporte estandarizable, políticos subsidiados). Dejan de lado los “porotos” y las huertas familiares que ni siquiera “sirven” para el PBI (con lo cual los grandes pulpos agroindustriales reciben el apoyo de todo el edificio de la economía institucional y pública). Sólo con esta alianza se pueden permitir el “inocente descaro” de blandir un presunto aumento de productividad. En realidad, la que aumenta es la productividad de ellos: basta ver el aumento de la pobreza en el mundo en total correspondencia con la explosión de las revoluciones tecnoagropecuarias para desconfiar del optimismo tecnocrático. Como remata Kimbrell, los costos estimados por los consorcios agroindustriales “ignoran los costos ambientales y sociales de la agricultura industrial a gran escala” (ibídem).
Hasta la ONU, cada vez más condescendiente con los grandes poderes, acaba de publicar un informe que, con inespereda justeza, se refiere al empobrecimiento generalizado en el planeta:
“Rompe con la imagen planetaria que suelen pintar liberales e instituciones globales del tipo BM y FMI. El desafío de los tugurios señala precisamente a esas mismas instituciones como las responsables de la urbanización galopante con el consiguiente empobrecimiento. El programa neoliberal que se está llevando a cabo en todo el mundo empobrecido durante ‘los últimos veinte años ha acrecentado la pobreza urbana y las zonas de miseria urbana, la exclusión y la desigualdad’ escriben los autores.[21]
El empobrecimiento cada vez más generalizado es la contracara de tanta modernización y despliegues consumistas con que se nos apabulla desde los medios de incomunicación de masas. En realidad, el abismo que se está abriendo desde hace décadas, pero que parece arreciar en las últimas, se parece cada vez más, al menos por los resultados, a una guerra. Y esta “guerra” se parece a un genocidio de los “sobrantes”.
Es que la política alimentaria de EE.UU. no es sino la continuación de la guerra por otros medios. Sólo así se explica que Irak se haya convertido ahora, tras la invasión de 2003, en sumidero de transgénicos. Y que, a la vez, esté sometido a un experimento de organización de la agricultura que sólo cabe en la cabeza de “planificadores del mundo” del USDA: el gobierno ocupante legisló la prohibición para los agricultores iraquíes de guardar semillas.[22]
La costumbre milenaria en la cuna histórica de la agricultura, en la Mesopotamia entre el Éufrates y el Tigris, ¡abolida por decreto imperial! Los agricultores deberán, por ley, comprar las semillas cada año a... Monsanto, Dupont, Syngenta, Bayer, Dow Chemical y un corto etcétera.
A diferencia del estilo con que estos mismos poderes procuran instalar en todo el mundo la privatización monopólica de las semillas, mediante convenios generalmente firmados por “representantes” más o menos corrompibles de los gobiernos que conocemos, allí han aprovechado la ocupación para hacerlo así, manu militari. Con razón titula Carmelo Ruiz Marrero otra nota sobre el mismo tema: “Irak, basurero agrícola de EE.UU.”[23]
- Luis E. Sabini Fernández es Periodista especializado en cuestiones de ecología y ambiente. A cargo del seminario de Ecología y Derechos Humanos de la cátedra de DD.HH. de la Fac. de Filosofía y Letras de la UBA. Editor de la revista Futuros (ecología, política, epistemología, ideología).
[1] Hernán Pérez Zapata, “La seguridad alimentaria frente al ALCA-TLC”, presentación en el Seminario de Seguridad Alimentaria, realizado en Armenia, Colombia, 2003.
[2] Hernán Pérez Zapata, “Agronomía, TLC y ALCA”, artículo-e, 2004.
[3] Algunos datos provienen de Guía del Mundo, Montevideo, 1999, 2004.
[4] <biodiversidadla.org>, octubre 2002>.
[5] Coalición Hábitat Internacional, Politicas y estrategias habitacionales en un mundo en proceso de globalización, México, 2001.
[6] Cit. p. E. Ortiz Flores, ob. cit.
[7] “Agronomía, TLC y ALCA, ob. cit.
[8] La Tarde, Pereira, public-e: 16/11/2004.
[9] Lo cual tampoco libra de problemas al mundo subdesarrollante: un país como Alemania ya no sabe qué hacer con los enormes depósitos de estiércol provenientes de gallineros industriales alojados cerca de los puertos a donde llega la soja, argentina, brasileña o estadounidense (estos tres países producen más del 90% de la soja que circula como mercadería internacional), el maíz u otros forrajes. El olor de tales plantas altamente concentradas que producen millones de “piezas” de consumo diario invade kilómetros a la redonda. Y el detritus resultante es francamente irreciclable localmente y se filtra peligrosamente hacia las napas. Es tal el problema con estas fábricas de “carne de pollo” que algunos países europeos ya han empezado a emplazarlas en Brasil, por ejemplo, y enviar transatlánticamente el “alimento” así producido. Con costos primermundianos si el envío es aéreo o de congelados si llega a ser por vía marítima... pero en todos los casos, ahorrándose el olor y el destino de tal masa de mierda. Y siempre apestan los campos, documental, dir. Nina Kleinschmidt y Wolf Michael Eimler, Alemania (RFA), 1984.
[10] Héctor Huergo, “La respuesta es más soja”, Buenos Aires, 18/10/2003.
[11] Trigo de setiembre, documental, dir. Peter Krieg, Alemania [RFA], 1980.
[12] Claro que en esos números se incorpora la soja transgénica, forrajera, como alimento humano, algo que por su calidad está muy lejos de satisfacer siquiera los mínimos exigibles. Por eso precisamente, la campaña “Soja solidaria” del trust sojero proveyéndola a comedores municipales, provinciales y escolares es absolutamente inaceptable. Cada vez más aparecen casos de descalcificación, menarcas prematuras, trastornos digestivos y un creciente etcétera, y eso que estamos apenas en los primeros tres años de aplicación...
[13] Archivos del presente, Buenos Aires, no 19, 2000.
[14] Alianza Centroamericana de Protección a la Biodiversidad, bol. no 7, 1ª. quincena feb. 2005.
[15] <”Pobreza modificada en Kenya”>, artículo-e, 2002. Para este caso y los de otros países africanos, véase mi “OGMs la salud dúplice” en Futuros, no 6, verano/otoño 2004.
[16] El País, Madrid, 24/10/2002.
[17] The Ecologist [Londres] en castellano, Madrid, junio 2001.
[18] Repare el lector lo que pasa en las yungas del norte argentino o en la Amazonia arrasadas para extender los cultivos transgénicos; véase al respecto mi “Las mentiras verdaderas de la ingeniería genética agroindustrial”, en <biodiversidadla.org>, <ecoportal>, <rebelion.org>.
[19] E. Galeano, Las venas abiertas de América Latina, DP, Universidad de la República, Montevideo, 1970.
[20] “Globalización y pobreza”, Futuros, no 6, verano/otoño 2004, p. 11.
[21] Recensión de David Jonstad, “Slumexplosion”, Arbetaren, Estocolmo, n. 44, 29/10/2004, de ONU. Conferencia Mundial sobre Hábitat, El desafío de los tugurios, c:a 2004.
[22] John Brian,”«Cynical and wicked» imposition on ocuppied Irak”, I-SIS Pr. Release, Londres, 8/3/05.
[23] Indymedia Colombia, 5/12/2004.
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