Palacio: Refundación "al revés"
16/08/2005
- Opinión
El Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos que el
gobierno de Alfredo Palacio viene “negociando” con la misma
fruición y enfoque economicista con que lo hizo su predecesor Lucio
Gutiérrez, ha colocado al Estado-nación ecuatoriano al borde del
precipicio.
Abdicación de la soberanía
Si el Ecuador firma el TLC, renunciaría completa e
irreversiblemente a su soberanía y autodeterminación, puesto que su
capacidad para decidir sobre las cuestiones más significativas para
la vida del país habría sido transferida a la Casa Blanca y Wall
Street. Se alude no solo a la imposibilidad de ejecutar un proyecto
nacional de relativo autocentramiento, sino también a la potestad
para mantener el control sobre asuntos tan trascendentes para el
bienestar de la nación como la educación, la salud, la salubridad,
la seguridad social, las comunicaciones o la protección del
ambiente, que tendrían que supeditarse a las leyes estadounidenses
y a la voluntad de poderosos hombres-corporación.
Condición sine qua non de la soberanía de un Estado
constituye la administración de un territorio. A la luz de los TLCs
suscritos por la potencia unipolar con otros países, pocas dudas
caben de que el instrumento en referencia consagraría una nueva
territorialidad, controlada externamente, con lo cual las
autoridades locales prácticamente nada de relieve decidirían en el
futuro respecto de la utilización del suelo y los recursos
adscritos como el petróleo, el agua, el oxígeno, el clima, las
plantas y animales… Aún más, el saber vernáculo, la cultura e
incluso los ritos religiosos serían aprisionados en la fría lógica
del costo/beneficio.
Un correlato del TLC al que no se le ha prestado atención en
nuestro medio constituye el vaciamiento democrático. El hecho es
que, en virtud de esa integración de “una sola vía”, la democracia
–incluso en su variante formalista- devendría una pieza de museo.
Ya ningún sentido tendría elegir dignatarios, nacionales o
seccionales, dado que éstos carecerían de atribuciones para, por
ejemplo, disponer la construcción de obras de infraestructura y
generar empleo.
En suma, el TLC lo que en puridad ofrece al Ecuador es el
cercenamiento de su sustentabilidad material y de sus más caros
atributos políticos. Conforme apuntáramos en otra oportunidad, el
tratado presupone un asalto a la tierra y el cielo.
La ruta de la servidumbre
Que el régimen cipayo de Gutiérrez impulsara la
“constitucionalización” de la dependencia mediante la suscripción
del TLC (“el TLC va porque va”, declaró el dictócrata), aunque
vergonzoso e indignante, no conllevaba sorpresa. En cambio, que un
gobierno como el de Palacio, producto de las movilizaciones éticas,
nacionalistas y antineoliberales del “Abril forajido” quiteño,
haya decidido apostar a la fórmula integracionista-anexionista de
Washington aparece como un escarnio a la fe pública. Tanto porque
resulta inaudito imaginar un acuerdo “razonable” o “ventajoso” (“un
arreglo entre partes iguales”, según la jerga oficial) con un
interlocutor cuya meta no es otra que profundizar y perpetuar un
orden colonialista más ominoso al que, en su momento, implantara en
estas tierras la Corona española, como porque el actual mandatario
asumió el poder con la promesa de convocar a un referendo para
definir la tesis nacional sobre esa iniciativa del Gran Hermano.
Cuatro meses después, ese compromiso se ha difuminado en
entendimientos bajo cuerda con el oligárquico Partido Social
Cristiano y las cámaras patronales, especialmente costeñas. El
nuevo inquilino de Carondelet ha buscado camuflar el viraje
apelando a una fraseología subjetiva y prepotente. “No podemos
quedar fuera de la globalización (corporativa)” y “El TLC es
equiparable a una delicada operación quirúrgica”, incomprensible
para el pueblo, repite en cada ocasión; y, a través de su ministro-
negociador Oswaldo Molestina, acaba de congratularse por la
aprobación del CAFTA en el Congreso norteamericano.
Y las cosas apuntan a ir más lejos. Con las remociones del ministro
de Economía, Rafael Correa, y del presidente de PETROECUADOR,
Carlos Pareja Yannuzzelli, partidarios, en nombre del cumplimiento
de las leyes ecuatorianas, de la caducidad de una concesión a la
Occidental Petroleum (la tristemente célebre OXY), el Ejecutivo –a
través de su ministro de Energía, Iván Rodríguez- parece dispuesto
a ceder al chantaje de “la Embajada”, para allanar el camino a la
suscripción del TLC. El argumento oficial que se viene difundiendo
para atemperar la felonía en ciernes es que el “caso OXY” comporta
una “política de Estado”. ¡La cesión de la soberanía jurídica
convertida en política de Estado! De Ripley.
Por lo demás, el TLC entre Ecuador y Estados Unidos ha merecido en
los últimos días el espaldarazo de León Febres Cordero (reconocido
como el “Don Corleone” de la política criolla).
Los dioses ciegan (y ensordecen) a quienes quieren perder. Hace
poco, desde Bogotá, el ex presidente Bill Clinton, promotor del
NAFTA e ideólogo del “imperialismo republicano”, recomendó
prudencia a los mandatarios andinos antes de dejarse seducir por
los cantos de sirena del totalitarista Bush Jr. ¿Qué resonancia
tuvieron sus palabras en Carondelet? Al parecer, ninguna. Al igual
que el clamor de incontables organizaciones sociales, campesino-
indígenas, pequeñoempresariales, humanitarias, ambientalistas y
religiosas que, lúcidamente, vienen impugnando el genocidio
económico y cultural que asegura el TLC.
A Palacio y a sus amiguetes del Club de la Unión lo único que
parece importarles es el plato de lentejas de los 20 millones de
dólares implícitos en las preferencias arancelarias andinas
(ATPDEA). Exoneraciones concedidas por la Casa Blanca, no de modo
unilateral –conforme piensan Molestina y sus fundamentalistas
asesores-, sino como compensación por la involucración del país en
la cruzada contra las drogas psicoactivas, señuelo fabricado por
Washington para “criminalizar” a las sociedades periféricas.
Autonomías: vuelta de tuerca a la neocolonialidad
El viejo Borges dejó escrito que “la democracia es una ficción
estadística”. Acaso le faltó acotar que, a veces, esa ficción se
corporiza en perversiones políticas (y de las más destructivas).
¿A qué aludimos? Como se recordará, Palacio juró la presidencia
para contener “el plan siniestro de desinstitucionalización de la
República” en que venían empeñándose Gutiérrez, la diligente
embajadora Kristie Kenney y la paramilitar “Sociedad Patriótica”. A
ese propósito, se comprometió a “refundar el país” desde bases
doctrinales y normativas genuinamente democráticas, amén de poblar
el territorio con “blancas escuelas y limpios hospitales”.
Palabras, palabras, palabras… diría Shakespeare.
La reforma política para el salvataje nacional se ha echado a andar
mediante un “Proceso de Concertación Ciudadana”, una consulta
mediática que está resultando en un reality show desprovisto de
racionalidad filosófica, académica y técnica (el “tontódromo” que
vislumbrara un levantisco de las jornadas abrileñas); y lo que es
más grave, en un inescrupuloso instrumento enfilado contra la
supervivencia del Estado-nación. ¿Qué queremos significar con esto
último?
Básicamente que el “test” electoral que el Ejecutivo ha derivado de
la referida consulta, lejos de proyectar los sentimientos
nacionalistas y proclives a una democracia profunda que afloraran
desde la resistencia al “gutierrismo” y que debían tomar forma en
una Asamblea Constituyente de alma “forajida”, comporta en realidad
un caballo de Troya, una conspiración contra la integridad
política, administrativa y financiera de la nación.
El hecho es que en el aludido cuestionario que sería votado el
próximo octubre, no se incluye la pregunta relativa a la
permanencia del Ecuador en las tratativas del TLC (acaso la única
que se habría justificado plenamente); en cambio –y de modo
apologético- se incorpora una referente al “modelo autonómico”,
término tecnocrático que oculta propósitos fragmentalistas,
secesionistas y refeudalizantes que, desde la década pasada, buscan
cristalizar en estas latitudes los geoestrategas norteamericanos,
en sospechosa coincidencia con caciques localistas nativos. ¿Cuál
es el soporte histórico-conceptual de la propuesta?
Las autonomías regionales, zonales, provinciales o citadinas tienen
como soporte la vieja divisa romana del divide et impera.
En los tiempos que corren, el postulado hace parte de la
estrategia de securitización y libre mercado con que la
Casa Blanca viene evangelizando en esta época cibernética y
poscomunista. Concretamente, con su receta autonómica “for
export”, Estados Unidos pretende culminar el proceso de
“desnacionalización de los estados nacionales” (Ander-Egg) para, de
ese modo, viabilizar el “engullimiento” por parte de sus
conglomerados de los recursos de distinto orden de los países
periféricos, especialmente de los más débiles y desorganizados.
Expuesto de otro modo, las autonomías constituyen un elemento clave
del “modelo de acumulación por desposesión” (Samir Amin), ese
capitalismo de rapiña que en tiempos recientes ha desembocado en
episodios tan repulsivos como el desmembramiento de Yugoslavia y la
invasión colonialista a Afganistán e Irak.
En el caso ecuatoriano, la fuerza endógena de las autonomías,
aparte del fracaso del modelo rentista y especulativo instrumentado
en el último cuarto de siglo, proviene de los insanos apetitos de
riqueza y poder de caudillos localistas actualmente liderados por
el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot Saadi. Al parecer, jugosos
beneficios y comisiones centellean de la “balcanización” del
Ecuador. No por casualidad, detrás del famoso modelo autonómico se
puede detectar a las mismas mafias político-financieras que hace
poco impulsaron la pérdida de la soberanía monetaria del país con
la muerte-asesinato del sucre.
País-probeta y reino del cinismo, la conversión de la Patria de
Rumiñahui, Espejo, Manuelita Sáenz, Rocafuerte, Alfaro, Roldós… en
un archipiélago de microterritorios inviables se la viene
catapultando con la bandera de la “lucha contra el centralismo”,
sofisma que oculta que el resquebrajamiento de la institucionalidad
y de la moralidad que soporta paladinamente la República es
imputable sobre todo a las castas plutocráticas –serranas y
costeñas- que han monopolizado el poder desde 1830.
La moneda está en el aire
Curiosa modernidad ésta que con el TLC y las autonomías se ha
propuesto avalar el mandatario Palacio. Mientras los países más
poderosos del planeta se empeñan en fomentar integraciones-
integradoras para enfrentar los rigores de la mundialización del
capital, por estos lares se insiste en apostar a un trasnochado
liberalismo, en una suerte de fuga hacia adelante que solo puede
resultar en la ruptura de procesos integrativos de raíz milenaria y
en una refeudalización política y territorial.
Doctor Alfredo Palacio: ¿Percibe Ud. que con la firma del TLC y la
galvanización de las autonomías estaría encendiendo, no las luces
de la modernidad primermundista, sino las interminables hogueras de
confrontaciones de tipología tribal? ¿Será que quiere pasar a la
historia como el sepulturero del Estado-nación ecuatoriano?
- René Báez, International Writers Association
https://www.alainet.org/en/node/112742
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