Vigencia y futuro de la Teología de la Liberación
- Opinión
(Ponencia presentada en las Jornadas de reflexión sobre la Teología de la Liberación con ocasión del aniversario del 90 nacimiento de Mons. Oscar Arnulfo Romero, realizadas en Caracas, Venezuela, 14-15 – Agosto – 2007)
Hermanos y hermanas, amigos y amigas:
No saben el interés con que he recibido la invitación para asistir a este Encuentro Internacional. La revolución bolivariana es un hecho nuevo, enormemente significativo en el mundo y, sobre todo, en la sociedad latinoamericana. Tan es así que, en mi opinión, ocupa un liderazgo en el conjunto de los países latinoamericanos.
Confluyen en ella viejos y diversos elementos: el intento de una transformación sociopolítica radical, el rechazo y la revancha de quienes dominaban la antigua sociedad, la complicidad de quienes, también desde fuera, se colocan a favor o en contra, y la ambigua, cuando no negativa, posición de la Iglesia católica.
Se trata de un momento decisivo, política, económica, cultural y religiosamente hablando. Y tal momento, seguro, no deja a nadie indiferente. Y cada cual lo interpretará de acuerdo a sus ideas e intereses.
La manida e indigesta neutralidad religiosa política
Quien diga que pasa, es un iluso o un cínico, pues en la convivencia política nadie es neutro, todo el mundo actúa de una determinada manera, se relaciona de una determinada manera, pone en práctica posiciones distintas y trata de participar e influir en una u otra dirección. La neutralidad es imposible: te metes o te meten y, si eres cura, te lo reprocharán cínicamente cuando por tu teología pongas en peligro sus intereses.
Es la clásica postural neoliberal: política religiosa de derechas siempre y cuanto más, mejor; política religiosa de izquierdas nunca y, cuanto menos, mejor. En el primer caso -larga historia a la vista- la religión se casa con el poder y lo legitima y es lícita y santa; en el segundo, lo cuestiona y es reprobable y maldita.
El mundo económico-político para una mentalidad neoliberal es autónomo y cerrado, con un proceso de leyes internas intocables y, por lo mismo, sin lugar para la ética ni la teología. Religión y teología opiáceas que incitan a la pasividad, a la resignación, al fatalismo y doblegamiento…, toda la que quieran; religión y teologías que incitan a la conciencia, al rechazo del poder opresor y defiende la dignidad y derechos del pueblo…, ni nombrala y lejos de toda convivencia.
Deliberadamente insolente el dogma del neoliberalismo: “dejar hacer”, “no interferir”, “la autorregulación es mecánica”, que nadie se atreva a señalar la iniquidad de un sistema salvaje e inhumano. Y si contamos con una religión que lo aprueba y bendice, miel sobre hijuelas.
Y míopemente consagrado el dogma de un determinado socialismo: “la religión asunto privado”, “cultivo para el jardín de una alucinada subjetividad”, “de incompatible relación con los asuntos públicos”. Y sin contamos con una religión que lo aprueba y bendice, también miel sobre hijuelas.
Uno y otro, jugando siempre con la teología: para encadenarla o suprimirla; para ensalzarla o manipularla. Y, de esa manera, aceptando el juego que la envilece. La teología de la liberación -y no sólo ella- ha descubierto el equívoco y, por eso, ha sido perseguida y desprestigiada.
Jesús de Nazaret no fue apolítico
Religiosamente aludiré en directo a Jesús de Nazaret. Si Jesús no fue, en sentido estricto, un político, tampoco fue un apolítico. Lo escribe el teólogo Schillebeeckx: “Jesús no tuvo un interés directo por la política, si bien sabemos que su predicación del Reino y, sobre todo, su trato con los oprimidos tenía una serie de implicaciones políticas…. La praxis del Reino de Dios implica esencialmente la mejora del mundo. El interés indirecto de Jesús por la política es un hecho de primera magnitud” ( Cristo y los cristianos, Madrid, Cristiandad, 1982, p. 569).
Las nuevas investigaciones bíblicas y los avances de las ciencias, proyectadas a la situación en que vivimos, no nos permiten alejarnos de la sociedad, pensar en un cambio meramente interior con desentendimiento del cambio de las estructuras de la sociedad: “Toda generación cristiana, recalca Schillebeeckx, que se tenga por tal deberá determinar, a partir de su fe, su postura frente a la situación política, especialmente cunado las estructuras esclavizan al hombre” (Idem, p. 571).
Creo, por tanto, que podemos tener por claro lo siguiente: para Jesús la política no es algo absoluto, lo absoluto es el Reino de Dios. Muchas realizaciones de las políticas humanas, vistas a la luz del Reino de Dios, aparecen discriminatorias, opresivas, injustas y, por tanto, utópicamente superadas. Muchos proyectos políticos están construidos sobre bases impropias de la dignidad, del bien y los derechos humanos, impiden implantar la justicia, la libertad, el amor y la felicidad del ser humano. El Reino de Dios resulta entonces demoledor para quienes persisten en construir la convivencia social al margen de la dignidad y derechos de la persona.
Tres testigos de la teología de la liberación en medio de la política
Quiero refirmar cuanto digo con las palabras de tres testigos de nuestro tiempo: un teólogo mártir (Ignacio Ellacuría), un obispo profeta (Pedro Casaldáliga) y un obispo asesinado (Mons. Oscar A. Romero).
- ELLACURIA: “El punto departida de la teología de la liberación es la experiencia humana que, ante el atroz espectáculo de la maldad humana, que pone a la mayoría de la humanidad a la orilla de la muerte y de la desesperación , se rebela y busca corregirla. Y la experiencia cristiana que, basada en la misma realidad, ve, desde el Dios cristiano revelado en Jesús, que esa atroz situación de maldad e injusticia es la negación misma de ls salvación prometida por Jesús , una situación que ha hecho , que lo que debiera ser reino de gracia , se convierta en reino de pecado”.
- CASALDALIGA: No podíamos ver todo esto con los brazos cruzados. Quien cree en Dios debe creer en la dignidad del hombre. Quien ama al padre debe servir a los, hermanos. El Evangelio es un fuego que le quema a uno la tranquilidad. No se puede ser cristiano y soportar la injusticia a boca callada. Jesús dice en el Evangelio que él nos juzgará el último día por lo que hayamos hecho con nuestros hermanos más pobres y pequeños”.
En el pensar de Casaldáliga, ni Jesús fue apolítico, ni puede serlo la Iglesia, ni puede serlo la teología de la liberación: “Contra toda filosofía funcionalista, nosotros creemos que ni la ciencia ni la técnica pueden exhibir, en ninguna circunstancia, la bandera blanca de de una pretendida neutralidad. Todo acto técnico, todo gesto científico , chorrea ideología. O se sirve al sistema o se sirve al pueblo. Trazar una carretera en el papel, planear un censo, clasificar un remedio, es política. Todo técnico, todo científico, es siempre un político, aun cuando se niegue a serlo : o reaccionario, o reformista, o transformador”. (Cfr. Benjamín Forcano, Con la libertad del Evangelio, PPC, Madrid, 2006, p. 252).
Son muchos los que parecen concluir que la teología de la liberación fue una moda pasajera y ha llegado a su término. Conclusión que solivianta al obispo Casaldáliga: “Estoy harto de oir a la gente : ¿Qué queda de la teología de la liberación? Me lo han preguntado por activa y pasiva, compañeros, obispos, periodistas. Yo, un poco a así a la española, les he respondido: quedan Dios y los hombres; pues mientras existan el Dios de Jesús, el Dios de David y los pobres de Dios, y mientras exista alguien que piense a la luz de ese Dios y se sensibilice delante de Jesús, habrá teología de la liberación.
La teología de la liberación ha sido más de los pies caminantes del pueblo que de las cabezas pensantes de los teólogos. Y ha sido más de la sangre derramada de nuestros mártires, del llanto derramado de nuestros pueblos, de los clamores que Dios siempre escucha. Nació en América Latina porque cuando el teólogo pensaba se encontró con un clima de opresión y también de liberación.
Y que no sigan nombrando, por vergüenza al menos, las barbaridades –calumnias auténticas- que colgaron de la teología d ela liberación y sus teólogos. Nosotros: teólogos de la liberación , obispos que los acompañamos, iglesias que se benefician de su doctrina, no hemos optado por Marx, sino por el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su Reino y sus pobres. Nuestro Dios quiere la liberación de toda esclavitud, de todo pecado y de la muerte. Analizar la trágica situación de los dos tercios de la humanidad, señalarla como enteramente contraria a la voluntad de Dios y asumir compromisos prácticos para transformar esa situación son pasos obligados de la teología de la liberación.
A los enemigos del pueblo es a los que no gusta la teología de la liberación. ¡Celebrarían tanto que los cristianos creyeran solo en el cielo… despreciando la tierra!
Cuando nosotros queremos ganar el cielo conquistando la tierra. Hijos libres de Dios Padre y hermanos verdaderos.
Sobre este particular, le hablé con cariño al Papa Juan Pablo II, ejerciendo el derecho de mi corresponsabilidad eclesial. Le dije:
En el campo social no podemos decir con mucha verdad que hayamos hecho la opción por los pobres.
En primer lugar, porque no compartimos en nuestras vidas y en nuestras instituciones la pobreza real que ellos experimentan. Y en segundo lugar, porque no actuamos, frente a la riqueza de la iniquidad con aquella libertad y firmeza adoptadas por el Señor. La opción por los pobres, que no excluirá nunca a las personas de los ricos –ya que la salvación es ofrecida a todos y a todos se debe el ministerio de la Iglesia- sí excluye el modo de vida de los ricos, insulto a la miseria de los pobres, y sus sistema de acumulación y privilegio , que necesariamente expolia y margina a la inmensa mayoría de la familia humana, a pueblos y continentes enteros “.
- ROMERO: Mons. Romero fue ejemplo de no neutralidad política. Era un profeta y los profetas nunca son neutros.
Mons. Romero no inventa la pobreza de su pueblo, ni el egoísmo ni la avaricia de los grandes, no inventa el despliegue represivo del ejército, ni la omnipresencia decisiva del Gobierno de Estados Unidos.
El está con todos, pero de una y otra manera. Está con los ricos para combatir su riqueza y exigirles que dejen de oprimir ; está con los pobres para que mantengan su dignidad y exijan sus derechos; pide a los ricos que se despojen de su egoísmo y avaricia, que no alimenten el desespero del pueblo, que compartan los bienes, que cambien sus corazones de piedra en corazones humanos, que dejen de ensangrentar el Salvador con la violencia.
Las palabras de estos testigos nos sugieren una pregunta capital: ¿por qué, siendo esto tan claro, no actuamos los cristianos contra la riqueza de la iniquidad? ¿Por qué en el trayecto de la historia nos hemos puesto tantas veces de parte del poder, del imperio, del colonialismo, del racismo, del antifeminismo, es decir, de la desigualdad y de la injusticia?
El concilio Vaticano II fuente y motor para recuperar y proseguir la renovación
Es cierto que en el desarrollo histórico del cristianismo brilla un constelación de reformadores, profetas, mártires, santos. Pero, no han dejado de actuar tiranos, inquisidores, legalistas, manipuladores de la religión. En esta dialéctica histórica no todo ha sido conforme a la voluntad de Dios y al Evangelio. Y, en nuestro tiempo, ¿cuántos eclesiásticos se apuntan más a la dinámica de la dominación que de la liberación, del miedo y de la servidumbre que del servicio y de la profecía?
El concilio Vaticano II, final y felizmente, dejo escritas más que algunas claves para interpretar y reconducir la involución actual de la Iglesia. Desde esas claves, podemos afirmar:
No se ha llevado a la práctica una nueva Cristología, que reconoce y explica el drama de la vida, pasión y muerte del Señor por su pasión por la justicia, por el amor a los más pobres y por la praxis liberadora contra todo lo que esclaviza al hombre; una Cristología que ve prolongar su pasión y crucifixión en la pasión y crucifixión de las mayorías actuales; una crucifixión por su nueva revelación de un Dios Amor y Liberación.
No se ha llevado a la práctica , o se ha dejado a medias, la nueva Eclesiología, que pone al pueblo en el centro como sujeto y le devuelve su condición de igualdad y presenta a la jerarquía como ministerio de diaconía (servicio) derivado de la comunidad , subordinado al bien de la misma comunidad.
Se han tendido recelos y censuras contra la Nueva Teología, que trataba de aplicar a nuestro tiempo la esencia misma del Evangelio, ha sido calumniada y golpeada en no pocos de sus representantes. Ya es indicativo que una buena parte de los teólogos, peritos del concilio Vaticano II, hayan sido represaliados en el posconcilio.
No se ha aceptado apenas una renovación de la Teología Moral , que demandaba una puesta al día, incorporando los datos de la nueva Exégesis bíblica y los nuevos datos y avances de las ciencias. Para hacer una buena Teología, y una buena Teología Moral, necesitamos la mediación de la racionalidad humana, de la ética y filosofía, de la antropología , de las ciencias humanas y sociales y evitar así un idealismo estéril. Se han olvidado las palabras de los Padres Conciliares: ciencia y fe se necesitan, pues una y otra están al servicio de la única verdad, y cuando no convergen es porque una u otra son falsas (Mensaje final a los hombres de pensamiento y de la ciencia).
Apenas si hemos ensayado una nueva liturgia, y una nueva espiritualidad. Seguimos asustados ante el tabú de una espiritualidad política, que dejamos entenebrecer bajo los postulados del neoliberalismo y del materiales mecanicista, seguimos prisioneros de modelos culturales del pasado: el maniqueísmo: entre Dios y el hombre, la Iglesia y la Sociedad, la Razón y la Fe; y seguimos venerando la devaluación de lo terreno, el menosprecio y huida del mundo, el evasionismo social , la pasividad y la obediencia ciega…
Rasgos todos estos que perduran fuertemente y no responden al nuevo humanismo y espiritualidad del Vaticano II.
El creyente de verdad es liberador,
el falso es reaccionario porque vive de una fe muerta
Personalmente lo tengo más que claro: la división entre quienes creen que este mundo no tiene remedio y quienes creen que lo tiene, pasa por la perspectiva de adherirse ciegamente al pasado o de adherirse a la promesa de nuevos cambios y transformaciones: conservadurismo o renovación, totalitarismo o democracia, uniformismo o pluralidad, humanismo cosmopolita o particularismo excluyente, igualdad o desigualdad, etc. Da que pensar que todas las revoluciones o cambios importante del pasado se han hecho las más de las veces contra la Iglesia o sin la Iglesia. ¿Qué no deberemos hacer para recuperar nuestro crédito?
Ciertamente , quienes creen en un Dios filosófico , ontológicamente helenista, ajeno al interés y problemas del mundo, se preocupan de la salvación como asunto extramundano; de la santidad como asunto interior meramente individualizado; de la responsabilidad pública como asunto banal, inconciliable con la fe y el Evangelio.
Estas gentes no creen que este mundo tenga remedio.
Por el contrario, los que creemos en el Dios de Jesús, encontramos en él el paradigma de nuestro pensamiento y comportamiento: como él no nos exiliamos de la historia y vivimos como pueblo compartiendo las grandes causas de la humanidad. Su programa era un proyecto bien definido, una opción clara, una utopía alcanzable. Y, como él, estamos dispuestos a trabajar y luchar para que este mundo sea un desarrollo progresivo -nunca acabado- del Reino de Dios. ¿Podrá alguien dudar de que a un cristiano en este proceso antagónico de la historia no le queda más alternativa que la de ser revolucionario? ¿Quién puede afirmar que entre Reino de Dios y Mundo hay adecuación hasta el extremo de que todo es perfecto y no es necesario mejorar nada? ¿Quién puede afirmar que se da la adecuación de la Iglesia con el Reino de Dios?
La inadecuación existe y, en una u otra medida, persiste y en esa misma medida es imperativa la acción transformadora y revolucionaria.
Quiero acabar con palabras, una vez más, del obispo Casaldáliga. Algún valor tendrán las palabras de este cristiano poeta y profeta, comprometido a cabalidad con Dios, la justicia y los pobres. Séanos permitido al menos pensar que su testimonio es ejemplar y que es un signo que nos interpela.
“En una cierta ocasión, escribe, uno de los mayores terratenientes me advirtió que no debía meterme en asuntos de política. Pero era hora de explicar nuestra opción: no podíamos celebrar la Eucaristía a la sombra de los señores, no podíamos aceptar signos externos de su amistad… Estoy doblemente convencido de que no se puede tener una sensibilidad revolucionaria y profética ni se puede ser libre sin ser pobre. Lo dejé bien escrito en aquellos versos míos, Pobreza Evangélica:
No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada.
Y, de pasada,
no matar nada;
no callar anda.
Solamente el Evangelio, como una faca afilada,
y el llanto y la risa en la mirada,
y la mano extendida y apretada,
y la vida , a caballo, dada.
Y este sol y estos ríos y esta tierra comprada,
para testigos de la Revolución estallada.
¡Y mais nada! “
Benjamín Forcano
Sacerdote y teólogo
Caracas, 14 – Agosto -2007
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