El eje Israel-EE.UU.

04/10/2007
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  • Opinión
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      El parlamento de los estados presuntamente republicanos y democráticos es la instancia política más pura, seria, de mayor alcance ideológico.

Jueces puede haber en monarquías y en la medida que se trate de monarquías no absolutas hasta pueden coexistir con independencia institucional y en todo caso tan atados o dependientes del sentido común y de la ideología dominante como en la más excelsa democracia parlamentaria.

Por su parte, los ejecutivos son generalmente los que ejercen el gobierno real, práctico y cotidiano y más aun en los llamados regímenes de presidencialismo fuerte (como EE.UU.) pero incluso en tales compete a los órganos legislativos la orientación general, la política suprema, el cuidado de los principios más generales y “altos” de un régimen.

El carácter colegiado de la instancia legislativa le otorga también a sus declaraciones, resoluciones, aprobaciones de leyes, un carácter más lustroso, representativo del estado que lo contiene, que las respectivas acciones de jueces, ministros o incluso presidentes, práctica e institucionalmente más individuales.

Todo esto es teoría del estado republicano, es decir donde la cosa es pública, el quehacer político se declara “de todos”, no es cosa nostra, y donde la mayoría resuelve por todos. La práctica, ya lo sabemos, suele mostrar el reverso de tan encumbrados principios y el ejercicio del poder hasta en el estado más democrático es ejercido por una minoría y muchas veces el método más al uso es el mafioso, con más o menos violencia, según “las necesidades” del momento.

Los gobiernos como el de Perón con mayoría verdadera, o los suicidios como el de Baltasar Brum en protesta por la violación a aquellos principios no suelen ser la moneda que más abunda. Y ya sabemos que gobiernos como el de Perón, aun interpretando la voluntad mayoritaria dista de ser aceptable por ese solo hecho y que la sensibilidad democrática de Brum, campeón uruguayo de la neosatelización del país al nuevo imperio, EE.UU. abandonando la órbita británica, dista de ser asimismo aceptable o valiosa puesta al servicio de su programa e ideología neocolonial.

Con las falencias entonces de la institucionalidad democrática, los parlamentos son, al menos en teoría, sitios de cierta democraticidad; ya sabemos que el fast track estadounidense borra de una plumada sus aprestos democráticos, ya sabemos que la institucionalidad vaciada de todo contenido como durante el menemato con los diputruchos ha creado instancias, como varias privatizaciones, que el más elemental de los estados democráticos tendría que haber anulado y revertido y que se siguen acatando como la institucionalidad más pura (Juan Kennan y la privatización del gas, por ejemplo), ya sabemos, incluso, que la misma teoría de la representación está en entredicho, visualizada y visualizable como máscaras de poderes siempre más absolutos de lo que se proclaman, pero así y todo los parlamentos son sitios de diálogo, de debates, de búsqueda civilizada de soluciones políticas.

Hay, sin embargo, dos instancias parlamentarias en el planeta, dos órganos legislativos de estados presuntamente republicanos y democráticos donde se ventila como lo más normal del mundo el asesinato o la tortura de “enemigos”, de “malos”, de “flagelos de la humanidad” o del calificativo que a tales “legisladores” se les antoje. Algo impensable en las Cortes españolas, en los Commons ingleses, en el Riksdag sueco, en el Congreso argentino, en el Legislativo uruguayo, y que sobreviene sin que a nadie se le mueva un pelo en EE.UU.o en Israel.

El Congreso norteamericano debate cómo acabar con la vida de seres humanos, como si se tratara de fijar fecha de próximas elecciones. Se trata en general de seres humanos previamente “exonerados” de condiciones humanas, aunque en el trámite posterior, en el asesinato propiamente dicho la ejecución signifique la muerte de muchos prójimos (“daños colaterales”). La presidencia, por cierto, nada tiene qué decir ni disculparse, pero tampoco los medios de incomunicación de masas ni la sociedad en general.

La Knesset israelí discute sobre cómo llevar a cabo lo que quirúrgicamente denominan “asesinatos selectivos”, y a nadie tampoco se le mueve un pelo ante no ya la atrocidad sino el descaro que viene con ella incorporado. No tiembla el legislador al “legislar” asesinatos. Increíble arrebato de sinceridad. Lo de selectivo es una minucia, puesto que las ejecuciones legales israelíes también suele arrastrar como víctimas mortales a quienes están “en el sitio inadecuado a la hora inadecuada” según el parecer de los verdugos, se trate de la esposa o la novia del “elegido” o sus vecinos, o niños, choferes, secretarios, lo que sea.

No asombra que se atrevan a debatir públicamente semejantes objetivos por su existencia en sí. Cualquiera sabe que muchos estados, y no sólo el estadounidense y el israelí, tienen sus brazos armados y agencias secretas para llevar adelante operaciones “sucias”, que puede incluir el asesinato de seres humanos inoportunos. A veces se trata de acciones “sucias” que ni siquiera se plantean algún asesinato y matan “colateralmente” como pasó con unos servis franceses que querían “fondear” un barco ecologista y terminaron matando a uno de sus ocupantes, el fotógrafo portugués Fernando Pereira, en el atentado.

Por lo tanto, el grado de atrocidad que brilla en el análisis legislativo de proyectos de asesinato o tortura legales no finca en el hecho en sí sino en el significado cultural de que se lo pueda decir explícitamente, sin pagar un costo político: expresa que el sentido común de esa sociedad ha dejado de pensar que el asesinato político es una atrocidad o la tortura una aberración, una falta de respeto tan radical que termina no sólo con el respeto sino con la vida. No hay conciencia de la enorme y brutal violación a derechos humanos: el debate público en semejantes asientos institucionales acerca de asesinatos o torturas y sus conveniencias (o inconveniencias) habla de lo que ha devenido normal en tales sociedades.


Lo que puede brindar hasta votos.

EE.UU. e Israel presentan así un preocupante estado de la mentalidad cotidiana y dominante. No ya de sus élites, que uno bien puede considerar amenazantes, partidarias del privilegio propio (of course), asesinas, genocidas, sino del anclaje democrático y republicano de tales élites.

     De más está decir que esto no se contradice con otra realidad y es la lucha lúcida, decidida, esforzada, de los humanos que no pertenecen a esa normalidad; todos los que resisten tales acciones: objetores de conciencia ante las invasiones a Vietnam o a Irak, escritores como Noam Chomsky, Norman Finkelstein, Edward Said o Naseer Aruri y tantos otros en EE.UU., o los refusenik que no aceptan el estado o el expansionismo sionista, rabinos como Y. Leibovich o M. Weberman, “nuevos historiadores” como I. Pappe, A. Kapeliuk o S. Flapan que han desmistificado “la historia oficial” del engendro israelí o periodistas con dignidad como Amira Hass o Gideon Levy. De más está decir a quienes honra futuros.

 
- Luis E. Sabini Fernández es docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista free-lance y editor de Futuros, revista semestral de ecología y política.

https://www.alainet.org/en/node/123611
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