¿Altermundismo o anti-hegemonismo?
21/09/2008
- Opinión
Introducción:
El objetivo del presente escrito se orienta a enfatizar la necesidad urgente por parte del movimiento social altermundista, de adoptar definiciones y decisiones estratégicas vinculantes. En particular, estas anotaciones van dirigidas al conglomerado de organizaciones sociales que dentro de pocos días se dará cita en el Tercer Foro Social de las Américas, el cual se realizará en las instalaciones de la Universidad de San Carlos de Guatemala, en la segunda semana de octubre próximo.
Los límites políticos del altermundismo
Es ampliamente conocido que el denominado movimiento altermundista emergió con fuerza a fines de los años noventa al calor de las intensas luchas y movilizaciones anti-capitalitas y anti-neoliberales, en especial, encabezados por una extensa gama de actores sociales y políticos de reciente raigambre (desde movimientos de mujeres, de defensa de derechos de los grupos gay y homosexuales, hasta organizaciones ecologistas y de defensa de los derechos de las ballenas), para nombrar apenas un minúsculo vértice de una inmensa y heterogénea pirámide social de verdadero carácter mundial.
Es igualmente conocido que las famosas manifestaciones de Seattle y Québec, con la movilización y participación de decenas de miles de militantes sociales de los más diversos rincones del planeta, marcaron el punto álgido del activismo altermundista.
Se ha dicho sin embargo, que desde aquellos momentos de sorprendente clímax movilizativo y organizativo internacional, en general los últimos años el movimiento altermundista ha venido perdiendo impulso o “momentum”.
De esa cuenta, se ha dicho no sin razón, de que al menos en algunas zonas importantes de América Latina, se ha producido en los últimos años un incuestionable salto cualitativo en el escenario político, el cual, si se quisiera focalizar geográficamente, se situaría en los siguientes lugares; Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Uruguay, Nicaragua y Paraguay.
En ese mismo sentido, se ha resaltado que muchos de éstos cambios políticos anti-neoliberales ocurridos en esos países, está siendo protagonizado por corrientes, movimientos y fuerzas políticas no siempre encabezadas por los mismos actores del movimiento altermundista.
La raíz fundamental de tal diferenciación en los “tiempos” y “caminos históricos” entre partidos y movimientos políticos electoralmente triunfantes y el altermundismo militante, tiene mucho que ver con el notorio desencanto y alejamiento de éstas corrientes sociales hacia el juego político-electoral, precisamente la “plataforma” que le ha garantizado su reciente éxito a la gama de partidos y fuerzas políticas anti-neoliberales, que por ahora detentan en sus manos la administración del Estado en la mayoría de los países arriba citados.
Y ésta diferenciación en los “caminos” entre partidos políticos anti-neoliberales y el movimiento alter mundista, es la que hoy en día está bajo creciente crítica, debido a que se dice (justificadamente, según mi modesta opinión), que los movimientos sociales per se no están en condiciones de construir poder anti-hegemónico de cara a las actuales fuerzas neoliberales y ultra-capitalistas, ello, por la sencilla razón de que no es posible emprender cambios estructurales e históricos desde fuera del sistema político imperante en cada localidad, región o país.
Estas críticas son ilustradas por ejemplo, por lo dicho en un reciente artículo de Fernando Bossi (Secretario de Organización del Congreso Bolivariano de los Pueblos), quien citado textualmente ha dicho lo siguiente;
“Es atinente insistir en la necesidad de que los movimientos sociales del ALBA y aquellos que aspiran a ingresar, entiendan que hemos entrado en una nueva etapa de la lucha revolucionaria en Nuestra América. De la resistencia al modelo neoliberal de la década de los 90, hemos pasado, como bien lo destaca Emir Sader, a otra fase, “la de construcción de alternativas y de la disputa por una nueva dirección política”: y agrega: “Quien no entiende esa nueva fase, dejó de captar la marcha de la lucha antineoliberal.
Quien persiste en la “autonomía de los movimientos sociales” quedó relegado al corporativismo, oponiendo autonomía a hegemonía y renunciando a la lucha por la construcción del “otro mundo posible”, que pasa por la conquista de gobiernos, para afirmar derechos –dado que el neoliberalismo es una máquina de expropiación de derechos” (“Los movimientos sociales en el ALBA”: Fernando Bossi; CBP; 25/08/08).
¿Correas de transmisión o fuerzas de complemento?
Por simple, natural y comprensible tradición anti-autoritaria, buena parte de los movimientos sociales latinoamericanos son y han sido hostiles a las fuerzas políticas gobernantes, e incluso cuando algunas de éstas corrientes de inclinación democrático y popular logran la administración del Estado, los movimientos sociales casi instintivamente tienden a alejarse o a colocarse en la acera de la oposición.
Esta actitud es parcialmente justificada por muchos activistas sociales como una necesaria defensa ante lo que el sub-comandante Marcos denomina como el “síndrome del estomago”; “todo lo que el sistema digiere lo hace mierda…”.
En general los movimientos sociales al relacionarse acrítica y subordinadamente al Estado temen terminar siendo meras “correas de transmisión” de fines e intereses estrictamente partidarios.
Hasta cierto punto (pero solamente hasta cierto límite), la preocupación es válida y justificada, pues a la larga la completa cooptación política de cualquier movimiento social (sean éstos gremios, sindicatos, universidades etc.), termina ahogando el ejercicio democrático de la vida interna de tales entes y, produce un vaciamiento de representación y legitimidad social de dichas organizaciones ante el desprestigio de sus liderazgos y el sub-secuente abandono masivo de sus miembros afiliados.
Un peligro similar ocurre igualmente cuando los dirigentes sociales se convierten en funcionarios estatales con miras a lograr “mayor incidencia”, y terminan alejándose del sentir e intereses de sus bases.
El círculo vicioso se rompe cuando entre los movimientos sociales y las fuerzas políticas en calidad de gobierno logran establecer acuerdos y relaciones de mutuo respeto y complementación política (lo cual requiere, por supuesto, buena voluntad y disposición política de ambas partes).
Ambas fuerzas (las sociales y las político-estatales progresistas), deben siempre recordar que ni en política ni en amores se pueden extender cheques en blanco.
¿Foros o frentes?
Otro aspecto relacionado con lo anterior es el dilema (real desde mi punto de vista), que a partir de las nuevas realidades políticas de América Latina se plantean entre la existencia de foros y la de frentes.
Es harto conocido que el movimiento alter mundista está conformado en gran parte por una lógica espacial o geográfica, geo-política y socio-cultural, todo ello sintetizado en la estructuración orgánica denominada “Foros” (Foro Social Mundial, Foro Social de las Américas, Foro Mesoamericano, etc.).
Es evidente que ésta estructura político-organizativa responde a las necesidades de la búsqueda de la horizontalidad, y es un natural rechazo a las viejas experiencias autoritarias de los sistemas partidarios ex-socialistas, y de las antiguas vanguardias revolucionarias de América Latina, África y Asia.
Es además, un intento por abrazar la enorme heterogeneidad socio-cultural que por muchos años fue negada por todo tipo de partidos y movimientos políticos de izquierda, particularmente, durante las largas décadas del clima político de la guerra fría y, del auge del autoritarismo militarista revolucionario de los años 60s, 70s e inicios de los 80s.
En suma, el carácter inclusivo y abierto de la estructura organizativa de los foros del movimiento alter mundista ha sido hasta ahora su principal característica y fortaleza, en particular, frente al vacío de alternativas políticas dejado por el derrumbe del campo socialista y, frente el fracaso de las aventuras revolucionarias de la mayoría de los movimientos de liberación nacional.
Sin embargo, esa fortaleza ahora se convierte en una debilidad, principalmente debido a las exigencias naturales que impone la puesta en marcha de todo proyecto político (estrategia global, direccionalidad política, identidad ideológica, programa mínimo, destacamentos de vanguardias –cuadros políticos-, etc.).
En apariencia hasta hace muy poco tiempo nada de ello parecía necesario pues el llamado tercer mundo estaba sin proyecto político internacional, de hecho, por esa misma razón es que surgió el movimiento alter mundista, como una forma o intento de llenar el enorme vacío político histórico luego de la remoción de la última piedra del muro de Berlín y el desgaje de la URSS.
Pero ahora la periferia del capitalismo ya tiene nuevamente proyecto histórico, que en términos generales sería el “socialismo del siglo XXI”, y que para América Latina toma (o retoma) el nombre de “Revolución Bolivariana”, y cuya versión económico-social sería el “ALBA”.
Por estas y no por otras razones, es que me inclino por considerar pertinente la transformación política del movimiento alter mundista, migrando conceptual, ideológica y orgánicamente desde el “foro” hacia el “frente”.
A esos efectos, conviene recordar ciertas enseñazas elementales de la historia; sin fuerzas políticas nunca han sido posibles los cambios sociales, y a su vez, sin vanguardias nunca ha sido posible la existencia de fuerzas políticas.
La diferencia es que ahora las nuevas vanguardias revolucionarias ya no necesariamente son de exclusiva naturaleza “político-militar”, sino fundamentalmente, “político-económicas”, y cuya raigambre social va (o tendría que ir) desde los niveles local-comunitario hasta lo regional-mundial.
¿Consenso de Washington o Consenso de Caracas?
Toda fase de transición está preñada de un alto grado de incertidumbre. Lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. En la actualidad, al menos para América Latina, el actual momento transicional se caracteriza por la prolongación de la agonía neoliberal y el retardo del nacimiento de la nueva respuesta política.
Al respecto, se ha cuestionado por parte de diversos analistas considerados progresistas (algunos de ellos bastante prestigiados), la profundidad real de las transformaciones sociales actualmente en marcha en la mayor parte del sur de América, poniendo en duda el carácter revolucionario de las mismas (Petras, por ejemplo, ha sostenido en varios de sus escritos, que no hay tal “giro hacia la izquierda” en países como Venezuela, Bolivia, Brasil y Argentina, sino una mera “nacionalización del neoliberalismo”).
Los cuestionamientos citados tienen mucho que ver con el evidente grado superficial de las transformaciones estructurales, en las cuales la expropiación y confiscación de los clásicos manuales revolucionarios no son la norma general ni en Bolivia ni Venezuela, que actualmente son los dos procesos de avanzada en América Latina.
En todo caso conviene recordar la obligatoria naturaleza gradual de los actuales procesos de cambio social (que desafían el historicismo lineal de los antiguos manuales clásicos del marxismo), y ahora, por esencia histórica propia, van desde lo electoral hasta la esfera de lo social-distributivo, pasando por lo jurídico-institucional (de la super-estructura hacia la base económica), es decir, en sentido inverso al orden mostrado en los clásicos procesos revolucionarios del siglo XIX y el XX.
De alguna manera todo ello trae a la memoria las palabras del extinto líder latinoamericanista Omar Torrijos, quien al respecto solía decir más o menos textualmente que “únicamente en los párrafos de los libros las revoluciones se producen en línea recta….”).
Más allá de caer en la tentación de postular “la vía venezolana” como el único modelo o paradigma de los cambios sociales para América Latina en el siglo XXI, si me parece conveniente resaltar su necesario y preliminar carácter re-nacionalizador y refundacional de Estado y de la economía, tras largas décadas de depredación privatizadora que de igual forma ha asolado a todas las naciones latinoamericanas.
Quizá esto es lo que está tratando de señalarnos y recordarnos el profesor Petras. Que la estatización (o re-estatización) no es la meta socialista, sino únicamente un escalón hacia ella.
Como nos dice Michael Lebowitz, al analizar retrospectivamente el caso de la URSS y la antigua Yugoeslavia; “ambos casos demuestran que la propiedad jurídica de los medios de producción por parte del Estado jamás debe confundirse con las relaciones socialistas de producción” (“Gestión Obrera, Desarrollo Humano y Socialismo”; M. Lebowitz; Revista Temas, No. 54, abril-junio, 2008).
En todo caso, quizá convendría atender al hecho de que en las actuales condiciones históricas en las que nos ha colocado el desarrollo del capitalismo más salvaje y depredador, las rutas más viables y posibles para el cambio social a favor de los sectores populares transita más por el lado de la reforma (institucional y económica) que por el lado de la clásica revolución radical.
Por supuesto que sabemos de antemano que lo político no se agota en lo económico, pero es en ésta esfera (y en algunos lugares quizá también en la jurídica-institucional), desde la cual tenemos las posibilidades más inmediatas, concretas y viables para empezar a empujar el “carro” de los nuevos cambios sociales.
Por ello resulta de importancia singular que los latinoamericanos tengamos finalmente identificada y formulada la nueva respuesta política; el ALBA. Falta ahora, su operacionalización política, económica, social y cultural.
Es evidente que el aspecto político de ésta propuesta va avanzando, y Honduras ha sido el más reciente país que se ha integrado al nuevo proyecto político latinoamericano (hecho producido a fines de agosto recién pasado), siendo ahora un cuerpo de seis naciones, junto a Cuba, Bolivia, Venezuela, Nicaragua y República Dominicana.
Empieza ahora la necesaria e impostergable fase de incorporación de los movimientos sociales latinoamericanos, y tal y como sostiene F. Bossi, el actual desafío de éstos consiste en incorporarse al denominado “Consejo de Movimientos Sociales del ALBA”, con el objetivo de articular y promover los distintos programas contemplados al interior de los llamados “Proyectos Grannacionales” (18 en total hasta el momento), y/o además, proponer el desarrollo de otros proyectos nuevos…(F. Bossi; artículo citado).
En consonancia con ello, sostengo que sería deseable esperar entonces que durante la celebración del próximo Tercer Foro Social de las Américas, las organizaciones y movimientos participantes (particularmente, las de mayor representatividad social), asuman un compromiso concreto respecto a este aspecto trascendental, que permitirá empezar a hacer “aterrizar” el ALBA en todos los rincones de nuestro continente, y que ayudará a acelerar el crepúsculo del neoliberalismo.
Conclusiones
El movimiento mundial alter mundista en general, y el latinoamericano en particular, debe de tener la suficiente humildad reflexiva para reconocer sus actuales limitaciones políticas, ideológicas y organizativas.
Debe reconocer a su vez, la inutilidad práctica del desarrollo del debate y la discusión política como fines en sí mismos (los foros no pueden quedar únicamente como meros encuentros de “refritación” de la realidad y de las problemáticas), y estar en disposición de atender a los nuevos cambios cualitativos en el escenario político latinoamericano, así como las necesarias transformaciones de enfoque y práctica política que de ello se derivan para todo el conjunto del movimiento social latinoamericano.
Igualmente, debe tener la suficiente sagacidad para identificar las distintas formas de cooptación neoliberal de que muchas veces es víctima, las cuales no siempre y necesariamente provienen del conocido país del Norte, cooptación que muchas veces adquiere la forma sutil de dependencia económica-financiera, y que a la larga deriva en fragmentación y atomización extrema del conjunto del movimiento social.
A su vez, conviene que el movimiento social latinoamericano se incorpore activamente a la promoción del “Consenso de Caracas”, recordando y reconociendo que no hay proyecto político sin destacamento de vanguardia, y que ésta vez (así como en su turno fue México en tiempos de Villa y Zapata; Guatemala en tiempos de Árbenz; Chile en tiempos de Allende; Cuba hasta el día de hoy; Bolivia en tiempos del primer MNR; Perú en tiempos de Haya de la Torre y Mariátegui; Nicaragua en tiempos de Sandino y Carlos Fonseca), ahora el papel de catalizador histórico de la revolución latinoamericana le ha correspondido a Venezuela, y que toca a los movimientos sociales progresistas ayudar a dar concreción y empujar estas nuevas ideas y proyectos de cambio social.
Por lo demás, auguramos un exitoso, productivo, decisorio (y decisivo) encuentro de los movimientos sociales latinoamericanos en Guatemala, y que sus deliberaciones desemboquen en importantes e históricas decisiones y compromisos vinculantes, que permitan un salto cualitativo rumbo hacia los nuevos retos y desafíos para las fuerzas sociales populares, revolucionarias y nacionalistas de América Latina y del Caribe.
Sergio Barrios Escalante
Científico Social, Investigador y Consultor en temas socio-económicos y políticos. Ensayista y Escritor. Editor de la revista virtual “RAF-Tulum”.
El objetivo del presente escrito se orienta a enfatizar la necesidad urgente por parte del movimiento social altermundista, de adoptar definiciones y decisiones estratégicas vinculantes. En particular, estas anotaciones van dirigidas al conglomerado de organizaciones sociales que dentro de pocos días se dará cita en el Tercer Foro Social de las Américas, el cual se realizará en las instalaciones de la Universidad de San Carlos de Guatemala, en la segunda semana de octubre próximo.
Los límites políticos del altermundismo
Es ampliamente conocido que el denominado movimiento altermundista emergió con fuerza a fines de los años noventa al calor de las intensas luchas y movilizaciones anti-capitalitas y anti-neoliberales, en especial, encabezados por una extensa gama de actores sociales y políticos de reciente raigambre (desde movimientos de mujeres, de defensa de derechos de los grupos gay y homosexuales, hasta organizaciones ecologistas y de defensa de los derechos de las ballenas), para nombrar apenas un minúsculo vértice de una inmensa y heterogénea pirámide social de verdadero carácter mundial.
Es igualmente conocido que las famosas manifestaciones de Seattle y Québec, con la movilización y participación de decenas de miles de militantes sociales de los más diversos rincones del planeta, marcaron el punto álgido del activismo altermundista.
Se ha dicho sin embargo, que desde aquellos momentos de sorprendente clímax movilizativo y organizativo internacional, en general los últimos años el movimiento altermundista ha venido perdiendo impulso o “momentum”.
De esa cuenta, se ha dicho no sin razón, de que al menos en algunas zonas importantes de América Latina, se ha producido en los últimos años un incuestionable salto cualitativo en el escenario político, el cual, si se quisiera focalizar geográficamente, se situaría en los siguientes lugares; Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Uruguay, Nicaragua y Paraguay.
En ese mismo sentido, se ha resaltado que muchos de éstos cambios políticos anti-neoliberales ocurridos en esos países, está siendo protagonizado por corrientes, movimientos y fuerzas políticas no siempre encabezadas por los mismos actores del movimiento altermundista.
La raíz fundamental de tal diferenciación en los “tiempos” y “caminos históricos” entre partidos y movimientos políticos electoralmente triunfantes y el altermundismo militante, tiene mucho que ver con el notorio desencanto y alejamiento de éstas corrientes sociales hacia el juego político-electoral, precisamente la “plataforma” que le ha garantizado su reciente éxito a la gama de partidos y fuerzas políticas anti-neoliberales, que por ahora detentan en sus manos la administración del Estado en la mayoría de los países arriba citados.
Y ésta diferenciación en los “caminos” entre partidos políticos anti-neoliberales y el movimiento alter mundista, es la que hoy en día está bajo creciente crítica, debido a que se dice (justificadamente, según mi modesta opinión), que los movimientos sociales per se no están en condiciones de construir poder anti-hegemónico de cara a las actuales fuerzas neoliberales y ultra-capitalistas, ello, por la sencilla razón de que no es posible emprender cambios estructurales e históricos desde fuera del sistema político imperante en cada localidad, región o país.
Estas críticas son ilustradas por ejemplo, por lo dicho en un reciente artículo de Fernando Bossi (Secretario de Organización del Congreso Bolivariano de los Pueblos), quien citado textualmente ha dicho lo siguiente;
“Es atinente insistir en la necesidad de que los movimientos sociales del ALBA y aquellos que aspiran a ingresar, entiendan que hemos entrado en una nueva etapa de la lucha revolucionaria en Nuestra América. De la resistencia al modelo neoliberal de la década de los 90, hemos pasado, como bien lo destaca Emir Sader, a otra fase, “la de construcción de alternativas y de la disputa por una nueva dirección política”: y agrega: “Quien no entiende esa nueva fase, dejó de captar la marcha de la lucha antineoliberal.
Quien persiste en la “autonomía de los movimientos sociales” quedó relegado al corporativismo, oponiendo autonomía a hegemonía y renunciando a la lucha por la construcción del “otro mundo posible”, que pasa por la conquista de gobiernos, para afirmar derechos –dado que el neoliberalismo es una máquina de expropiación de derechos” (“Los movimientos sociales en el ALBA”: Fernando Bossi; CBP; 25/08/08).
¿Correas de transmisión o fuerzas de complemento?
Por simple, natural y comprensible tradición anti-autoritaria, buena parte de los movimientos sociales latinoamericanos son y han sido hostiles a las fuerzas políticas gobernantes, e incluso cuando algunas de éstas corrientes de inclinación democrático y popular logran la administración del Estado, los movimientos sociales casi instintivamente tienden a alejarse o a colocarse en la acera de la oposición.
Esta actitud es parcialmente justificada por muchos activistas sociales como una necesaria defensa ante lo que el sub-comandante Marcos denomina como el “síndrome del estomago”; “todo lo que el sistema digiere lo hace mierda…”.
En general los movimientos sociales al relacionarse acrítica y subordinadamente al Estado temen terminar siendo meras “correas de transmisión” de fines e intereses estrictamente partidarios.
Hasta cierto punto (pero solamente hasta cierto límite), la preocupación es válida y justificada, pues a la larga la completa cooptación política de cualquier movimiento social (sean éstos gremios, sindicatos, universidades etc.), termina ahogando el ejercicio democrático de la vida interna de tales entes y, produce un vaciamiento de representación y legitimidad social de dichas organizaciones ante el desprestigio de sus liderazgos y el sub-secuente abandono masivo de sus miembros afiliados.
Un peligro similar ocurre igualmente cuando los dirigentes sociales se convierten en funcionarios estatales con miras a lograr “mayor incidencia”, y terminan alejándose del sentir e intereses de sus bases.
El círculo vicioso se rompe cuando entre los movimientos sociales y las fuerzas políticas en calidad de gobierno logran establecer acuerdos y relaciones de mutuo respeto y complementación política (lo cual requiere, por supuesto, buena voluntad y disposición política de ambas partes).
Ambas fuerzas (las sociales y las político-estatales progresistas), deben siempre recordar que ni en política ni en amores se pueden extender cheques en blanco.
¿Foros o frentes?
Otro aspecto relacionado con lo anterior es el dilema (real desde mi punto de vista), que a partir de las nuevas realidades políticas de América Latina se plantean entre la existencia de foros y la de frentes.
Es harto conocido que el movimiento alter mundista está conformado en gran parte por una lógica espacial o geográfica, geo-política y socio-cultural, todo ello sintetizado en la estructuración orgánica denominada “Foros” (Foro Social Mundial, Foro Social de las Américas, Foro Mesoamericano, etc.).
Es evidente que ésta estructura político-organizativa responde a las necesidades de la búsqueda de la horizontalidad, y es un natural rechazo a las viejas experiencias autoritarias de los sistemas partidarios ex-socialistas, y de las antiguas vanguardias revolucionarias de América Latina, África y Asia.
Es además, un intento por abrazar la enorme heterogeneidad socio-cultural que por muchos años fue negada por todo tipo de partidos y movimientos políticos de izquierda, particularmente, durante las largas décadas del clima político de la guerra fría y, del auge del autoritarismo militarista revolucionario de los años 60s, 70s e inicios de los 80s.
En suma, el carácter inclusivo y abierto de la estructura organizativa de los foros del movimiento alter mundista ha sido hasta ahora su principal característica y fortaleza, en particular, frente al vacío de alternativas políticas dejado por el derrumbe del campo socialista y, frente el fracaso de las aventuras revolucionarias de la mayoría de los movimientos de liberación nacional.
Sin embargo, esa fortaleza ahora se convierte en una debilidad, principalmente debido a las exigencias naturales que impone la puesta en marcha de todo proyecto político (estrategia global, direccionalidad política, identidad ideológica, programa mínimo, destacamentos de vanguardias –cuadros políticos-, etc.).
En apariencia hasta hace muy poco tiempo nada de ello parecía necesario pues el llamado tercer mundo estaba sin proyecto político internacional, de hecho, por esa misma razón es que surgió el movimiento alter mundista, como una forma o intento de llenar el enorme vacío político histórico luego de la remoción de la última piedra del muro de Berlín y el desgaje de la URSS.
Pero ahora la periferia del capitalismo ya tiene nuevamente proyecto histórico, que en términos generales sería el “socialismo del siglo XXI”, y que para América Latina toma (o retoma) el nombre de “Revolución Bolivariana”, y cuya versión económico-social sería el “ALBA”.
Por estas y no por otras razones, es que me inclino por considerar pertinente la transformación política del movimiento alter mundista, migrando conceptual, ideológica y orgánicamente desde el “foro” hacia el “frente”.
A esos efectos, conviene recordar ciertas enseñazas elementales de la historia; sin fuerzas políticas nunca han sido posibles los cambios sociales, y a su vez, sin vanguardias nunca ha sido posible la existencia de fuerzas políticas.
La diferencia es que ahora las nuevas vanguardias revolucionarias ya no necesariamente son de exclusiva naturaleza “político-militar”, sino fundamentalmente, “político-económicas”, y cuya raigambre social va (o tendría que ir) desde los niveles local-comunitario hasta lo regional-mundial.
¿Consenso de Washington o Consenso de Caracas?
Toda fase de transición está preñada de un alto grado de incertidumbre. Lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. En la actualidad, al menos para América Latina, el actual momento transicional se caracteriza por la prolongación de la agonía neoliberal y el retardo del nacimiento de la nueva respuesta política.
Al respecto, se ha cuestionado por parte de diversos analistas considerados progresistas (algunos de ellos bastante prestigiados), la profundidad real de las transformaciones sociales actualmente en marcha en la mayor parte del sur de América, poniendo en duda el carácter revolucionario de las mismas (Petras, por ejemplo, ha sostenido en varios de sus escritos, que no hay tal “giro hacia la izquierda” en países como Venezuela, Bolivia, Brasil y Argentina, sino una mera “nacionalización del neoliberalismo”).
Los cuestionamientos citados tienen mucho que ver con el evidente grado superficial de las transformaciones estructurales, en las cuales la expropiación y confiscación de los clásicos manuales revolucionarios no son la norma general ni en Bolivia ni Venezuela, que actualmente son los dos procesos de avanzada en América Latina.
En todo caso conviene recordar la obligatoria naturaleza gradual de los actuales procesos de cambio social (que desafían el historicismo lineal de los antiguos manuales clásicos del marxismo), y ahora, por esencia histórica propia, van desde lo electoral hasta la esfera de lo social-distributivo, pasando por lo jurídico-institucional (de la super-estructura hacia la base económica), es decir, en sentido inverso al orden mostrado en los clásicos procesos revolucionarios del siglo XIX y el XX.
De alguna manera todo ello trae a la memoria las palabras del extinto líder latinoamericanista Omar Torrijos, quien al respecto solía decir más o menos textualmente que “únicamente en los párrafos de los libros las revoluciones se producen en línea recta….”).
Más allá de caer en la tentación de postular “la vía venezolana” como el único modelo o paradigma de los cambios sociales para América Latina en el siglo XXI, si me parece conveniente resaltar su necesario y preliminar carácter re-nacionalizador y refundacional de Estado y de la economía, tras largas décadas de depredación privatizadora que de igual forma ha asolado a todas las naciones latinoamericanas.
Quizá esto es lo que está tratando de señalarnos y recordarnos el profesor Petras. Que la estatización (o re-estatización) no es la meta socialista, sino únicamente un escalón hacia ella.
Como nos dice Michael Lebowitz, al analizar retrospectivamente el caso de la URSS y la antigua Yugoeslavia; “ambos casos demuestran que la propiedad jurídica de los medios de producción por parte del Estado jamás debe confundirse con las relaciones socialistas de producción” (“Gestión Obrera, Desarrollo Humano y Socialismo”; M. Lebowitz; Revista Temas, No. 54, abril-junio, 2008).
En todo caso, quizá convendría atender al hecho de que en las actuales condiciones históricas en las que nos ha colocado el desarrollo del capitalismo más salvaje y depredador, las rutas más viables y posibles para el cambio social a favor de los sectores populares transita más por el lado de la reforma (institucional y económica) que por el lado de la clásica revolución radical.
Por supuesto que sabemos de antemano que lo político no se agota en lo económico, pero es en ésta esfera (y en algunos lugares quizá también en la jurídica-institucional), desde la cual tenemos las posibilidades más inmediatas, concretas y viables para empezar a empujar el “carro” de los nuevos cambios sociales.
Por ello resulta de importancia singular que los latinoamericanos tengamos finalmente identificada y formulada la nueva respuesta política; el ALBA. Falta ahora, su operacionalización política, económica, social y cultural.
Es evidente que el aspecto político de ésta propuesta va avanzando, y Honduras ha sido el más reciente país que se ha integrado al nuevo proyecto político latinoamericano (hecho producido a fines de agosto recién pasado), siendo ahora un cuerpo de seis naciones, junto a Cuba, Bolivia, Venezuela, Nicaragua y República Dominicana.
Empieza ahora la necesaria e impostergable fase de incorporación de los movimientos sociales latinoamericanos, y tal y como sostiene F. Bossi, el actual desafío de éstos consiste en incorporarse al denominado “Consejo de Movimientos Sociales del ALBA”, con el objetivo de articular y promover los distintos programas contemplados al interior de los llamados “Proyectos Grannacionales” (18 en total hasta el momento), y/o además, proponer el desarrollo de otros proyectos nuevos…(F. Bossi; artículo citado).
En consonancia con ello, sostengo que sería deseable esperar entonces que durante la celebración del próximo Tercer Foro Social de las Américas, las organizaciones y movimientos participantes (particularmente, las de mayor representatividad social), asuman un compromiso concreto respecto a este aspecto trascendental, que permitirá empezar a hacer “aterrizar” el ALBA en todos los rincones de nuestro continente, y que ayudará a acelerar el crepúsculo del neoliberalismo.
Conclusiones
El movimiento mundial alter mundista en general, y el latinoamericano en particular, debe de tener la suficiente humildad reflexiva para reconocer sus actuales limitaciones políticas, ideológicas y organizativas.
Debe reconocer a su vez, la inutilidad práctica del desarrollo del debate y la discusión política como fines en sí mismos (los foros no pueden quedar únicamente como meros encuentros de “refritación” de la realidad y de las problemáticas), y estar en disposición de atender a los nuevos cambios cualitativos en el escenario político latinoamericano, así como las necesarias transformaciones de enfoque y práctica política que de ello se derivan para todo el conjunto del movimiento social latinoamericano.
Igualmente, debe tener la suficiente sagacidad para identificar las distintas formas de cooptación neoliberal de que muchas veces es víctima, las cuales no siempre y necesariamente provienen del conocido país del Norte, cooptación que muchas veces adquiere la forma sutil de dependencia económica-financiera, y que a la larga deriva en fragmentación y atomización extrema del conjunto del movimiento social.
A su vez, conviene que el movimiento social latinoamericano se incorpore activamente a la promoción del “Consenso de Caracas”, recordando y reconociendo que no hay proyecto político sin destacamento de vanguardia, y que ésta vez (así como en su turno fue México en tiempos de Villa y Zapata; Guatemala en tiempos de Árbenz; Chile en tiempos de Allende; Cuba hasta el día de hoy; Bolivia en tiempos del primer MNR; Perú en tiempos de Haya de la Torre y Mariátegui; Nicaragua en tiempos de Sandino y Carlos Fonseca), ahora el papel de catalizador histórico de la revolución latinoamericana le ha correspondido a Venezuela, y que toca a los movimientos sociales progresistas ayudar a dar concreción y empujar estas nuevas ideas y proyectos de cambio social.
Por lo demás, auguramos un exitoso, productivo, decisorio (y decisivo) encuentro de los movimientos sociales latinoamericanos en Guatemala, y que sus deliberaciones desemboquen en importantes e históricas decisiones y compromisos vinculantes, que permitan un salto cualitativo rumbo hacia los nuevos retos y desafíos para las fuerzas sociales populares, revolucionarias y nacionalistas de América Latina y del Caribe.
Sergio Barrios Escalante
Científico Social, Investigador y Consultor en temas socio-económicos y políticos. Ensayista y Escritor. Editor de la revista virtual “RAF-Tulum”.
https://www.alainet.org/en/node/129855
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