La incertidumbre domina el escenario

19/10/2008
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El presente artículo plantea un repaso de la historia para intentar explorar el futuro. Como mueven sus fichas los países en el tablero internacional ¿Surgirá un Nuevo Orden Económico Mundial después de esta crisis?

 

Quienes sostienen que la crisis de 1929 es un juego de niñas comparada con la actual no hacen más que reconocer la complejidad de los problemas derivados de la evolución del sistema capitalista.

 

En efecto, el crecimiento mundial ha determinado la complejización de los problemas y esa evolución puede ser reconstruida con el fin de ayudar a encontrar explicaciones.

 

Por estos días, se escuchan de los principales líderes internacionales la idea de conformar un “Nuevo Orden Económico Mundial”. Está idea comienza a tomar más fuerza desde que la especulación financiera golpeó duro las entrañas del capitalismo salvaje.

 

En ese sentido, vale la pena hacer un repaso por los órdenes económicos que se rigieron en el orbe durante el siglo XX.

 

Nace el Primer Nuevo Orden Económico Mundial

 

En 1929 no existían antecedentes serios en materia de especulación financiera. La bolsa, un instrumento creado para facilitar capitales a las empresas en desarrollo se transformó en una entidad de crédito donde toda la población invertía dinero en acciones sobrevaluadas.

 

La falta de experiencia, la carencia de leyes regulatorias que frenaran la especulación y la creencia ciega de que el mercado se equilibraba sin ayuda crearon condiciones para que cualquier chispazo provocara el desastre. Y este ocurrió.

 

La Gran Depresión posterior desembocó en la Segunda Guerra Mundial y el fin de ésta fue acompañado por el nacimiento de un Nuevo Orden Mundial Económico.

 

En plena Guerra Fría, el único país que salió de la guerra con su industria fortalecida y robustecida fue Estados Unidos. En contrapartida, el resto del mundo tenía sus economías destrozadas: Japón, Europa Occidental e incluso las naciones de la “cortina de hierro” nacidas de Yalta. En este contexto la “locomotora” estadounidense impuso el capitalismo y la democracia burguesa en occidente y simultáneamente aumentaba y fortalecía a su economía. Este Nuevo Orden imperó hasta la Crisis del Petróleo de 1973.

 

La expansión capitalista de pos guerra significó la expansión de un sistema económico social y cultural, su capital se ubicó en Washington y desplazó en importancia a Inglaterra, Francia y Alemania.

 

Paralelamente también se produjo un fenómeno que no fue bien comprendido en sus comienzos: el crecimiento a niveles no conocidos de la investigación y desarrollo de la tecnología, especialmente todo lo relacionado con la biología, la física y la química.

 

Cómo resultado se transformaron las telecomunicaciones y la informática a niveles sorprendentes e inauditos. También se desarrollaron nuevos materiales aptos para la creación de artefactos y herramientas que modificaron el hacer.

 

El llamado “desarrollo tecnotrónico” facilitó cambios substanciales en el desarrollo y transformación de la economía mundial y la ilusión de crecimiento infinito era la zanahoria que motivaba la acción.

 

Los países destrozados de 1945 que hacia la década de los 60 estaban reconstruyendo sus economías bajo la protección interesada del capital estadounidense, lograron fortalecer sus economías a expensas del poderío científico estadounidense que hizo la mayor parte del gasto de investigación científica.

 

A partir de 1973 y hasta fines de la década de 1980 la economía mundial se transformó completamente una vez más.

 

Nace el Segundo Orden Económico Mundial

 

Habiendo alcanzado el mismo nivel de desarrollo capitalista que Estados Unidos, los países europeos comenzaron a asociarse progresivamente en bloques económicos unidos por una intensa actividad de transferencia de capitales y tecnología, fenómeno que, más que ayudado es permitido por el desarrollo de la informática y las telecomunicaciones instantáneas. Se creó así la transnacionalización de la economía y la globalización de los mercados.

 

Por su parte, los países del bloque socialistas que habían crecido fortaleciendo la organización social (en torno al bienestar social) y político militar alcanzaron un gran desarrollo científico y tecnológico hacia los 70, pero sus estructuras políticas se osificaron inhibiendo la creatividad y la satisfacción de necesidades sociales. Para peor, les era cada vez más difícil detener el flujo de imagen de bienestar ultramoderno proveniente de los países capitalistas, aumentando la corriente de descontento interior.

 

Al parecer, también durante este periodo la capacidad de la planificación centralizada para satisfacer todas las necesidades humanas alcanzó el punto en que precipitó, se confunde con un fracaso ideológico y propicio la caída del sueño socialista a principios de 1990 con lo que un sistema económico alternativo al capitalista desapareció del terreno de las realidades.

 

Puede decirse entonces, que durante los años 80s y comienzos de los 90, el fenómeno de la transnacionalización de las empresas se convierte en la transnacionalización de los mercados y, otra vez, el claro surgimiento de otro Nuevo Orden Económico Mundial cambia las interrelaciones en el mapa mundial.

 

El desarrollo tecnológico y científico, especialmente -pero no únicamente- en lo relativo a comunicaciones e informática, permitió la formación de un mercado mundial capaz de sobrepasa las fronteras nacionales de manera que los gobiernos ya no pudieron intervenir fijando precios, cuotas de producción o regulaciones de cualquier tipo de manera unilateral.

 

El mercado mundial pasó a regular las relaciones comerciales, y los gobiernos que intentaran accionar por su cuenta, exponían su economía a bajas en su producto bruto nacional, alteraciones bursátiles y altas tasas de inflación, debido a los mecanismos del gigantesco mercado mundial de oferta y demanda.

 

El carácter “mundial” de la economía quedó claro cuando ocurrió la caída de la economía mexicana y el efecto “tequila” (1994) de arrastre que ejerció sobre la economía del resto de los países. El fenómeno se repitió años más tarde con la crisis asiática.

 

Las causas esenciales del problema que afectó a tantas naciones se originaron en los operadores de las Bolsas de Comercio, encargados de la compra venta de acciones por cuenta de terceros tratando de que este dinero obtenga beneficios merced a la inversión especulativa.

 

Cuando los operadores ven que un sector geográfico o económico esta produciendo pérdidas -porque allí la economía esta en mal estado- su preocupación inmediata es vender las acciones de ese sector que tienen en su poder, para evitar mayores perdidas.

 

Frente al caso mexicano, cuando muchos operadores presintieron pérdidas en la economía mexicana, simplemente vendieron acciones de la economía mexicana tomando a Latinoamérica como si en todo el sector fue una sola economía la que estaba en riesgo. De esa forma, la fuga de capitales extendió la crisis al resto de los países que en principio nada tenían que ver con la caída mexicana.

 

La necesidad de obtener siempre ganancias forzó la imaginación de los poderes financieros en la creación de los "instrumentos de financiamiento creativo" cuya función era la de transmutar milagrosamente las pérdidas en activos. Estos engendros se vendieron por el planeta entero en los mentados "paquetes financieros estructurados", sin el más mínimo control de los gobiernos o bancos centrales.

 

Dinero virtual: el comienzo del fin

 

El sistema financiero ha organizado sus servicios para que los préstamos le sean devueltos con intereses y el universo de deudores abarca tanto a ciudadanos como a países enteros.

 

En un principio, los ciudadanos empezaron debiendo la mitad de su esfuerzo humano laboral (unos 10 años) para poder adquirir una casa cuyo valor material, en contrapartida, era de uno o dos años de esfuerzo humano equivalente.

 

Con el tiempo, el nivel de endeudamiento creció de tal manera que esos mismos ciudadanos hoy tienen que empeñar por adelantado la mitad de 25 años de su vida laboral para poder acceder a una vivienda, lo cual es un claro aumento de la explotación.

 

Simultáneamente, del otro lado del mostrador, el que otorgaba el préstamo se apropiaba instantáneamente de esa deuda y acumulaba un capital virtual considerado como un activo y que en realidad, representaba trabajo humano a futuro. El dinero no estaba, pero sí la promesa, más o menos fiable, de que estaría.

 

En Estados Unidos, el desajuste llegó a tal extremo que empezaron a concederse créditos a 50 años. El capitalista, por su parte, reinvertía de inmediato esa deuda futura en el juego multiplicador de los circuitos financieros.

 

Pero alguien pensó, en algún momento, que un crédito concedido a 50 años a una persona de 60 quizá no tuviese camino de regreso. O que tal vez, la hipoteca subprime no pudiera pagarse si el auge de la construcción estadounidense tenía un imprevisto resfrío.

 

Hubo otros que pensaron que tal vez no se podía exigir a un país que empeñase todos sus recursos durante un siglo para pagar las deudas del siglo anterior. Eso no podía no ser real.

 

Tampoco podía ser real que si la economía acrecentaba las producciones de bienes y servicios entre un 2 por ciento y un 3 por ciento anual (lo cuál es una enormidad, pues a ese ritmo se duplica la producción cada 25 o 30 años), y que si las jugadas financieras de casino permitían multiplicar el capital a una cadencia del 12 por ciento anual, en realidad se estaba generando un dinero que no se correspondía con el mundo real. La brecha entre la cantidad existente de bienes materiales y el dinero circulante se iba agrandando.

 

Los que se percataron del problema tuvieron al menos dos razones para cerrar la boca.

 

La primera es que si había papel moneda circulando cuyo valor era diez veces superior al de los bienes y servicios realmente existentes era porque nunca se intentaba comprar la totalidad de dichos bienes al mismo tiempo. ¿Quién sería tan loco de promover eso?

 

La segunda razón es que el capitalismo, al poner a los ciudadanos a jugar también en el casino, los transformó en cómplices.

 

Un jubilado occidental, de cualquier país, que coloca en un banco su fondo de pensión lo hace para que le rinda lo más posible sin importarle que esa ganancia que exige sea muy superior al crecimiento real de los bienes y servicios globales.

 

¿Y qué hace ese banco con su fondo de pensión? Compra hipotecas subprime, créditos de alto riesgo en paquetes cerrados. Así los paquetes cerrados se extendieron como un virus en los bancos de todo el mundo y muchos de ellos ni siquiera saben que están infectados.

 

Nótese que el ciudadano común vive esquizofrénico por el sistema. Cuando invierte, exige el mayor interés bancario para su dinero y con el menor riesgo posible. Pero como solicitante de crédito, se siente estafado cuando le exigen avales y le cobran un interés del 8 por ciento. Simplemente no se da cuenta de la contradicción en que vive ni percibe que es víctima de una economía de casino, en la que todos quieren ganar, pero el único que lo consigue es la banca.

 

Los principales responsables, sin duda, son los grandes capitalistas que impusieron el sistema; tras ellos, los gobiernos adscriptos al sistema. Pero también los ciudadanos, sobre todo en los países occidentales, que han jugado con sus ahorros a este malévolo juego donde nueve de cada diez dólares circulantes son especulativos, virtuales, no existen fuera del papel moneda, nada los respalda.

 

¿Qué pasará ahora?

 

Por lo pronto hay dos efectos que pueden apreciarse. Por un lado los países periféricos se sienten “agrandados” porque esta vez la situación no los tiene a ellos como culpables directos. Esto hace que tomen fortaleza los reclamos de mayor participación en las decisiones que antes tomaban en soledad los países centrales aglutinados en el G-8 y similares.

 

Ya Brasil ha dado muestras de su pretensión participativa al potenciar desde la unión con la India y Sudáfrica. Desde la cumbre de India, Brasil y Sudáfrica (IBSA), Luiz Ignacio Lula Da Silva denunció la inmoralidad de que “los países pobres deban pagar por la irresponsabilidad de los especuladores que han transformado el mundo en un gigantesco casino al mismo tiempo que nos daban lecciones de cómo gobernar nuestros países. Nosotros no hemos participado en este casino internacional”.

 

Desde IBSA, los presidentes alertaron sobre la demora en atacar un problema como el de las hipotecas, que se conocía desde hacía un par de años, y manifestaron su voluntad de asociación entre las naciones emergentes para eludir la segura recesión en que caerán los países centrales.

 

“En caso de recesión en Europa y en Estados Unidos, los países del Sur se verán afectados porque somos los vendedores y ellos los compradores”, dijo el mandatario brasileño para justificar su iniciativa de potenciar el comercio entre emergentes.

 

Y en la declaración final de la cumbre, India, Brasil y Sudáfrica sugirieron que la crisis financiera “no debe ser superada con medidas paliativas. La reforma debe llevarse a cabo para incorporar sistemas más fuertes de consulta multinacional y vigilancia. La ética también debe aplicarse a la economía”.

 

A estos reclamos de mayor participación los países centrales contestan insistiendo en medidas de salvataje del sistema capitalista. Así, desde la Unión Europea (UE) se anuncia que plantearán para una “refundación global del capitalismo”. Así lo manifestó el presidente francés Nicolás Sarkozy durante la reunión de los 27 en que se ratificó el plan de rescate bancario aprobado el 12 de octubre en París por los quince países del Eurogrupo, y que supone apoyos de casi 2 billones de euros para capitalizar con fondos públicos a los bancos en dificultades y garantizar los préstamos interbancarios.

 

Hay en el trasfondo de ambas declaraciones un pedido de multilateralidad en las decisiones que viene desde el hemisferio sur y que es por ahora resistido por el hemisferio norte.

 

En segundo lugar, y mientras se trabaja el consenso entre los diferentes bloques de países, la tendencia individual –un reflejo automático- de cada uno de ellos es proteger sus economías interiores. Un ejemplo es Argentina, país que acaba de liberar encajes por mil millones de dólares (Brasil lo hizo por 50 mil millones) y que adopta cuidadosamente medidas aduaneras para evitar que las devaluaciones de sus socios no afecten su balanza comercial.

 

Sin embargo, a nadie se le escapa que aún es muy pronto para pronósticos, en momentos en que apenas se está explorando el problema. Lo cierto es que, para todos, esta crisis del capitalismo y de la globalización, demuestran una vez la necesidad de terminar con la especulación financiera en el mundo, forzando la reinversión productiva de las ganancias empresariales.

 

Esta crisis se diferencia de las anteriores no sólo por sus alcances y su magnitud sino porque encuentra al planeta más equilibrado en el sentido de que los países emergentes cuentan con más poder para tallar la solución.

 

En ese sentido, tal vez sea posible evitar una salida similar a la que sucedió después del crack de 1929 –la Segunda Guerra Mundial- e intentar imponer la idea de que el mundo ya no puede ser gobernado por la tiranía del capital especulativo, que genera pobreza y caos por doquier.

 

Fuente: Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de la Plata,  Argentina. 

http://www.prensamercosur.com.ar

 

https://www.alainet.org/en/node/130382

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