La crisis mundial y América Latina

24/11/2008
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  • Opinión
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“No hay mejor política social que una buena política económica” (“Consideraciones sobre la pobreza en América Latina”; Rodolfo Stavenhagen; Estudios sociológicos, Enero-Abril, 1998).

Introducción:

En el presente artículo se realiza una breve radiografía sobre la actual coyuntura económica internacional, y tiene como principal objetivo, analizar las diversas oportunidades y amenazas que dicho entorno global plantea para América Latina, particularmente, en lo relativo a la implementación de nuevas políticas económicas y sociales, tanto para hacer frente a la pobreza generalizada y otros desafíos harto conocidos, como para saldar algunas de las “tareas históricas” pendientes en la región.

El planteamiento se hace, hay que apresurarse a aclararlo, desde la perspectiva, intereses y prioridades de los sectores sociales más vulnerables de la región, dado que en ésta tormenta, tal y como sucedió durante el hundimiento del Titanic, cada quien busca como asegurarse, antes que los demás, de su “barquito salvador”.

Incertidumbre, la única certeza en la presente coyuntura económica internacional.

David Brooks, corresponsal del New York Times, observa muy acertadamente que en la actual crisis económica (que dicho sea de paso, comenzó siendo estadounidense, luego anglo-sajona y asiática, hasta convertirse en mundial), nadie, absolutamente nadie, sabe a ciencia cierta sus verdaderos alcances reales.

Y como dice el citado periodista, expertos económicos de todos los niveles y latitudes se quiebran la cabeza con sesudos análisis y con la prescripción de todo tipo de recetas, pero la verdad es que “nadie sabe a ciencia cierta la magnitud y el rumbo que tomarán las cosas en el futuro inmediato” (“Incierto destino de la nave estadounidense en medio de la “peor tormenta económica”; D. Brooks; La Jornada Online; 19/11/08).


Y en este punto es mejor no dar nombres para no herir susceptibilidades. Por ejemplo, un renombrado economista conocido a nivel mundial expresaba hace pocos días sus serias dudas acerca de que la economía mundial fuese a caer en recesión, y a tan sólo menos de una semana después de sus declaraciones, la OECD anunciaba que Europa ya estaba en recesión, informaba que las bolsas de esa región habían perdido el 5 % de su valor total a inicios de noviembre (2008), y ello a menos de 3 días después de que China había anunciado la gigantesca “inyección” de 450 mil millones de euros para dinamizar su economía (“Caída en bancos y recesión dejan 5 % de pérdidas en bolsas”; Telesurtv.net; 15/11/08).

Esto mientras en EEUU (el foco donde se generó ésta gigantesca perturbación), se anunciaba que en el país se incrementaba la demanda de subsidios por desempleo hasta llegar a un total de 516 mil demandas (nivel similar a la experimentada en septiembre del 2001); la caída de las ventas minoritarias en un 2.8 % en octubre recién pasado (bajando a niveles de 1999); el anuncio del asomo de la amenaza deflacionaria con la caída de los precios a un nivel nunca visto desde 1949; el aviso de la quiebra inminente de las más grandes empresas automotrices; el anuncio de alrededor de 52 mil nuevos despidos en filiales del City Group, entre otras noticias ominosas…(Telesur; versión citada; Agencias de prensa; 20/11/08).

Adicionalmente, la presente coyuntura económica mundial ha estado fuertemente influida en los últimos días por dos hechos sobresalientes; el primero, la elección de Obama como nuevo presidente de los EEUU, y segundo, la reciente cumbre del G-20.

Respecto a lo primero (la elección de Obama), han corrido toneladas de tinta impresa en los principales diarios del mundo, y se han producido millones de noticias y análisis al respecto en el ciberespacio, y por la forma como ha sido abordado el triunfo presidencial, uno no puede dejar de concluir en que la humanidad está hambrienta de un mesías…y en este caso, es dudoso que Obama quiera (o pueda) ser ese mesías salvador y solucionador de todo y de todos.

Respecto a lo segundo, la reciente cumbre de los países llamados “desarollados” (el tradicional G-7 más 13 adicionados en los últimos días), igualmente se levantaron todo tipo de expectativas (falsas la mayoría), respecto a la “trascendencia histórica” de la misma.

Y precisamente frente a esas falsas expectativas que hablaban también de un mesías colectivo (China en este caso), el gran país asiático se apresuró a desmentir que tenga intenciones de convertirse en el salvador del capitalismo mundial.

“Las vueltas que da la vida”, decía mi abuela.  La revista The Economist reconoce muy bien la ironía histórica que ahora se produce con respecto a China continental. Como bien nos recuerda ésta publicación, hace 30 años (en 1978), cuando esa gran nación comenzó su gigantesco e histórico programa de reformas económicas, el arrogante Occidente le decía a su líder Deng Xiaoping; “Sólo el capitalismo puede salvar a China”. Hoy, en el 2008, el mismo Occidente en crisis, le dice; “Sólo China puede salvar al capitalismo” (Chinas´s economy: Reflating the dragon”; The Economist; 13 th. November, 2008).

De todas maneras, aunque éste gran país quisiera no podría hacerlo. Su economía ha empezado a desacelerarse y algunos analistas creen que por primera vez en 25 años, en el año 2009 sus exportaciones no crecerán (op. cit).

Por otro lado, volviendo a lo del G-20, las mentes sensatas tampoco podían esperar demasiado de tal reunión, en gran parte por que es poco creíble que los mismos causantes de la crisis sean quienes la enmienden, no sólo por su escasa voluntad política para realizar las profundas transformaciones estructurales que ello ameritaría, sino además, por el hecho de que se han desatado fuerzas de una enorme complejidad y dinamismo que ya nadie controla ni sabe con certeza hacia dónde nos empujan.

Como para disipar dudas (y desinflar falsas expectativas), pocas horas antes de dar inicio la reunión, José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea declaraba a los medios; “No podemos esperar un milagro de ésta cumbre”; “Mucha gente habla de Bretton Woods II; las palabras suenan bien pero no podemos crear un nuevo orden internacional”, declaraba al Financial Times, Dominique Strauss, director-gerente del FMI. Por su parte, Peter Temin, historiador económico del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MTI), declaraba; “A diferencia de 1944, ahora no existe el consenso intelectual de entonces” (Telesurtv.net; 14/11/08).

Mucho más lucida y con los pies bien firmes sobre la tierra, Deborah James, representante del Centro de Estudios Económicos y Políticos, reconoció que “poco se puede esperar de cambios profundos en el sector financiero mundial en la cumbre del G-20”, y a cambio de ello, la investigadora señalaba que “es hora de la movilización de los trabajadores y los asalariados, para que junto a los gobiernos progresistas impulsen cambios, presionen globalmente por transformar la arquitectura mundial del sistema financiero, y por impulsar la integración regional, y por implementar a nivel nacional y local, cambios en modelos y esquemas económicos neoliberales ya agotados” (Agencia citada).

El retorno de la “pugna redistributiva” y las políticas sociales en América Latina.

Con estas palabras de Deborah James aterrizo en nuestra región. Su propuesta realista de empujar los cambios a través de la movilización y presión de los trabajadores y asalariados, me hace recordar otra propuesta del mismo tipo, que aunque dotada de una fuerte “dosis tecnicista”, no deja de atenerse al mismo principio clasista de James.

Se trata de la “pugna redistributiva”, frase acuñada por Raúl Prebish, y en la cual se sintetiza su visión política por los cambios en América Latina, expresada por él en los últimos días de vida de este lúcido economista argentino.   

No voy a reproducir aquí al detalle sus principales planteamientos, respecto a la muy necesaria y posible incidencia política en la esfera re-distributiva de las economías latinoamericanas, como ruta para lograr cambios estructurales en favor de los pobres en nuestra región (ver planteamiento completo en el ensayo; “Raúl Prebish y los problemas de la transición democrática en América Latina”; Sergio Barrios E.; Edición No. 11 de la revista Tulum; abril, 2006).   

Me basta con decir someramente que dicho planteamiento del citado economista partía de la base de su diagnóstico de la realidad socio-política y económica de América Latina, la cual, según su apreciación, históricamente se perfilaba por sus dos características fundamentales; su sentido excluyente y su carácter conflictivo (op cit).

El carácter excluyente proviene, según Prebish, de la enorme inequidad en la distribución de los medios de producción y de la riqueza en la región (la más desigual del mundo, según rezan hasta el cansancio la mayor parte de informes al respecto), mientras que su carácter conflictivo devenía (o deviene), al menos parcialmente, en los intentos por parte de las clases sociales en pugna, por conseguir el control y la mayor tajada de los recursos producidos por la sociedad en su conjunto (op cit).

Saco a relucir ahora estas ideas pues ante lo que está ocurriendo en el entorno económico mundial, considero que tanto las ideas de Deborah como de Prebish convergen en un mismo punto; es desde la esfera redistributiva que los sectores sociales menos favorecidos se deben “palanquear” (con movilización y presión social,  y con negociación transparente), para desde allí impulsar cambios estructurales.

Sin embargo, la magnitud tanto de la actual crisis internacional como de los efectos acumulados por la propia situación de deterioro interno de nuestra región, en particular, el sufrido durante más de dos décadas por la implementación de depredadoras políticas neoliberales, hacen pensar que las tradicionales reivindicaciones gremiales (mejora en el nivel de salarios, el logro de mejores bonificaciones y prestaciones sociales, el control de precios en los productos de la canasta básica de alimentos, el control inflacionario, la inamovilidad en los puestos de trabajo etc.), se quedan cortas, y que es momento para elevar la calidad de las luchas al nivel de propuestas de nuevas políticas económicas y sociales.

¿Nuevas políticas económicas?

Como sabemos, durante las dos últimas décadas el esquema de desarrollo económico implementado en la mayor parte de los países latinoamericanos ha descansado fuertemente en dos pilares casi “sagrados”; el apoyo a la inversión extranjera (directa e indirecta) y el fortalecimiento de las exportaciones, en muchas partes, principalmente de productos agrícolas, semi-industriales y materias primas.

No es ningún secreto para nadie que ninguno de éstos dos ejes prominentes en este esquema de aperturismo económico externo ha beneficiado a los sectores desposeídos y más vulnerables de la región, que lejos de constituirse en actores y sujetos económicos de tal esquema, han terminado expulsados hacia el sub-mundo de la informalidad urbana y rural, han sido orillados hacia las actividades ilegales, y/o literalmente expulsados hacia otras naciones vecinas, y en especial, hacia EEUU y Europa, en calidad de inmigrantes indocumentados sujetos a todo tipo de vejámenes.

Es la hora entonces, de empujar en América Latina propuestas con esquemas concretos de orientación fuertemente endógena, que den vida a políticas económicas de nuevo cuño, donde el Estado recupere su papel rector del desarrollo (como regulador, planificador, re-distribuidor e impulsor), y donde el mercado (me refiero a la micro, pequeña y mediana empresa fundamentalmente), encuentre finalmente su fortalecimiento e impulso interno, con eslabonamientos productivos, comerciales, crediticios y financieros, que lo articulen horizontal y verticalmente a la gran empresa y al gran capital nacional e internacional, así como a los mercados regionales y mundiales.

Ello se dice muy fácil y se escribe en cuestión de segundos. Empero, por décadas ha sido una tarea poco menos que imposible poder materializar, principalmente, por falta de auténtica voluntad política de las élites que por muchos años han tenido cooptado (y/o secuestrado) al Estado latinoamericano.

La anterior ha sido una de las grandes tareas históricas pendientes de desarrollar en vastas zonas económicas y geográficas de nuestra región, y sobre lo cual los expertos cepalinos y de otras entidades similares han venido escribiendo, advirtiendo y formulando propuestas desde hace más de 30 años.

Tres décadas en las cuales se silenciaron las propuestas relacionadas con el pendiente desarrollo endógeno, para quedar subordinadas a las conocidas recetas del “Consenso de Washington”, y cuya actual zozobra precisamente nos permite ahora hablar nuevamente de la imperiosa necesidad de implementar políticas económicas de tipo anti-cíclicas o keynesiánicas (el enorme atraso del desarrollo de las fuerzas productivas latinoamericanas no permiten hablar de políticas económicas socialistas todavía).

En este aspecto en particular me parece que la posición (al menos retórica), de las actuales autoridades superiores del Banco de Guatemala (Banguat), tiene la visión correcta, al enfatizar de manera pública la necesidad actual de expandir el gasto público para invertir en vivienda, infraestructura, carreteras, transferencias condicionadas, generación de empleo y animación del consumo interno” (“Un conjunto de recetas para los tiempos de crisis”; Matutino “El Periódico”; 20/11/08, p. 8).

A mi me parece que esta es una posición gubernamental correcta en éstos momentos. Y al parecer, los gobiernos de Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Nicaragua y Honduras también están en disposición de transitar para atajar o aminorar los efectos perniciosos de la crisis mundial.

Siendo así, los auténticos movimientos sociales en tales países podrían realizar alianzas tácticas con tales gobiernos, como una forma de aliviar la pesada carga económica que cotidianamente deben enfrentar sus extensas bases en el campo y la ciudad, y abandonar cualquier tipo de pose de estéril radicalismo infantil izquierdista (eso sólo sirve para las conversaciones clase medieras de cafetín).

¿Nuevas políticas sociales?

El otro aspecto importante ha resaltar en éstas respuestas anti-cíclicas está relacionado con las políticas sociales, las cuales, en la visión de Stavenhagen, deben ir de la mano y debidamente articuladas, con las políticas económicas, según se comprende con claridad en la frase del prestigiado académico que he situado en el encabezado del presente artículo.  


En ese mismo tono, el citado académico refuerza su criterio diciendo; “Únicamente con medidas de re-distribución de la riqueza podrían ser reducidas las grandes desigualdades sociales y económicas que forman parte integrante del panorama de la pobreza en América Latina” (op cit.).

“Y esto es, por supuesto, un problema fundamentalmente político (O´Donell et al, 1996)1. Es bien sabido que los pobres del sector local no lograrán mejorar sustancialmente su condición reducidos a sus propios esfuerzos.  Es precisa la intervención decidida y calibrada del Estado (de un Estado fuerte, aunque sea pequeño, como sugiere O´Donell), en el marco de un nuevo estilo de crecimiento y desarrollo, orientado ahora sí al fortalecimiento del mercado interno, la creación de empleo y al mejoramiento de la calidad de vida de las mayorías” (R. Stavenhagen; op cit).

Siguiendo la misma tónica, de acuerdo con Bernardo Kliksberg (asesor de la ONU), sería un grave error que los gobiernos latinoamericanos escucharan las voces neoliberales que aún quedan en la región, en el sentido de no incrementar la importancia de las políticas sociales como forma de enfrentar la actual crisis mundial (“América Latina en riesgo severo”; B. Kliksberg; nuevaeconomia.com.bo; Octubre, 2008).

A su vez, el citado economista propone “mejorar los seguros al desempleo (yo diría, crearlos en aquellos países latinoamericanos donde todavía no existen), aumentar las inversiones en salud, educación, fortalecer los programas de transferencias condicionadas, dar recursos a los gobiernos regionales y municipales para que no limiten sino mejoren la calidad de sus servicios públicos, y promover la pequeña y mediana empresa…” (op cit).

Lo anteriores argumentos son reforzados por el citado economista al afirmar que de acuerdos con las recientes advertencias de la CEPAL, como producto directo de la crisis mundial en el año 2009 en América Latina los pobres pueden aumentar en 15 millones, superando los 200 millones actuales (op cit).

Por su parte, las declaraciones de Juan Somalia, director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) son aún más contundentes. De acuerdo con sus perspectivas, producto de la crisis mundial en el 2009, podrían sumarse ese año 20 millones más de latinoamericanos a la pobreza”, por lo que, según sus apreciaciones, “necesitamos un plan de rescate económico para las familias trabajadoras y la economía real, con normas y políticas que generen empleos dignos…” (“Trabajo en el mundo 2008: Desigualdades de Renta en la Era de las Finanzas Globales”; Informe de la OIT; octubre, 2008).

Por otra parte, existen otros argumentos de fuerte peso técnico con los cuales se puede enfatizar aún más la importancia que cobran actualmente las políticas sociales, y muy relacionado con las necesidades de minimizar sus debilidades frecuentes y lograr su máxima potenciación.

En este sentido, cito aquí a manera de ejemplo, los seis factores cruciales que a criterio del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (ICEFI), provocan frecuentemente la baja efectividad de las políticas sociales, los cuales son, a su criterio, los siguientes;

1.- Bajas cargas tributarias que no permiten la asignación de suficientes recursos a los programas.
2.- Poca articulación entre los planes y estrategias de los distintos sectores que componen la política social.
3.- Comenzar siempre de Cero (cada gobierno nuevo que llega a encargarse de la administración gubernamental inventa el “agua helada”).
4.- Corto placismo en los programas y proyectos (búsqueda ciega de resultados inmediatos), olvidándose de proyectos de mediano y largo plazo que pueden potenciar el bienestar social.
5.- Híper focalización, clientelismo, exclusión y corrupción en implementación de programas.
6.- La ausencia de indicadores que permitan evaluar el resultado de las acciones emprendidas y corregir las fallas en la política social implementada.

Según el ICEFI, “todo lo anterior hace necesario la implementación en C.A. de reformas fiscales que aumenten la progresividad del sistema impositivo y planteen para el gasto público, metas y resultados cuantificables en el tiempo” (“La política social en Centroamérica”; ICEFI; Matutino “El Periódico; 28/10/08, p. 10).

Finalmente, a modo de conclusión general, habría que señalar que sería iluso pensar que las grandes y necesarias transformaciones que se requieren, particularmente, en el ámbito re-distributivo de las excluyentes economías latinoamericanas, puedan obtenerse sin una fuerte “puja”, presión y movilización de los sectores sociales interesados.

Por ende, al final de cuentas, al tratarse de un problema de claro trasfondo político, se decide a lo interno de cada nación por las condiciones específicas en que se presenten los sectores vulnerables organizados y movilizados, en especial, referidas a la correlación de fuerzas frente a sus adversarios de clase, y a su capacidad de concebir y configurar eficaces bloques unitarios de alcance nacional.

Sin esas premisas cumplidas, es mejor echarse a dormir o a llorar.

- Sergio Barrios Escalante es Científico Social e Investigador. Ensayista y escritor. Editor de la revista de análisis de fondo “RAF-Tulum”. http://revistatulum.wordpress.com

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Nota 1:
Aquí Stavenhagen se refiere a la obra colectiva “Poverty in Latin America: Issues and new responses”; Ippolito O`Donell, Gabriela y Brenda Markowitz; 1996 ; University of Notre Dame, The Helen Kellog Institute for International Studies, working paper No. 219.

https://www.alainet.org/en/node/130983
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