Cultura y educación
15/08/2009
- Opinión
El 14 de agosto recién pasado, la Asamblea Nacional de Venezuela aprobó la nueva Ley Orgánica de Educación. Forma parte de todas las medidas (económicas, sociales, políticas) que se avanzan en ese país para ir consolidando un nuevo tipo de nación, más incluyente, más participativa, más vinculada a lo propio, esta vez ya no de forma esquizofrénica. Es un nuevo proyecto civilizatorio que necesita una nueva cultura.
La educación ha jugado un papel muy importante en la conformación de las identidades colectivas en América Latina. Véase, por ejemplo, su papel central en la construcción de las identidades nacionales en la segunda mitad del siglo XIX. El proyecto civilizatorio liberal, instrumentalizado por los intelectuales positivistas, estructuró desde la escuela una forma de ver y estar en el mundo, a la vez que configuró un universo simbólico que le otorgó sentido a los nacientes estados nacionales, en buena medida “inventados” a partir de los restos del naufragio de la administración colonial.
El proyecto liberal positivista de nación decimonónico tuvo un carácter esquizofrénico, escindido. Por un lado, siendo portador de una mentalidad colonial, fue siempre admirador e imitador del “centro”, es decir, de la metrópoli. Esta fue, primero, España, y más concretamente Madrid; luego, Inglaterra, Londres. Más tarde Francia, específicamente París. Las elites latinoamericanas querían “ser como”. Durante el período colonial, los criollos no querían ser españoles de segunda y peleaban porque se les reconociera su españolidad. Luego, transformados en oligarcas terratenientes republicanos, rechazaban el modelo español (del cual se habían separado en la independencia) pero querían ser franceses. La moda, la arquitectura, las ciudades, las lecturas provenían e imitaban París. “¡Oh la-la!” decían las señoras y las señoritas cuando querían mostrar asombro. Una palabra o una frase en ese idioma, dichas al vuelo en una conversación, eran de buen tono.
Pero, por otra parte, el proyecto económico-político que impulsaban necesitaba ser legitimado frente a los más amplios sectores de la población, aquellos cuyos referentes estaban aquí, en nuestras tierras. Se buscaron, entonces, esos referentes, y se les elevó al rango de héroes y mitos fundantes de la Patria (lógicamente, con mayúscula). Nacieron así los modelos arquetípicos que sintetizaban “lo que todos eran”. La literatura y el arte se dedicaron a darle carne y figura a tales referentes, elevando ciertas imágenes, ciertos personajes y ciertas tradiciones al rango de representativas de la argentinidad, la mexicanidad o la chilenidad. Claro que esto en detrimento del opacamiento de otras figuras o historias que no se correspondían con el proyecto vigente.
Esquizofrénico el proceso porque se construyeron nuestras identidades nacionales siguiendo modelos foráneos pero tratando de vincularse a lo propio.
La escuela jugó un papel de primer orden en la difusión de ese imaginario. A través suyo se estandarizaron las sensibilidades y se construyeron lealtades a ese constructo contradictorio que se llamó la nación en América Latina.
Como se sabe, la fuerza y vigencia de tal construcción simbólica llega hasta nuestros días. Pero ya no las tiene todas consigo, los tiempos han cambiado. En tiempos de globalización los estados nacionales ven restringidas algunas de las funciones que antes cumplían; las fronteras se vuelven porosas; la conexión con los modelos del centro se extienden a los más amplios sectores de la población. Por eso, en alguna medida, los proyectos nacionales entran en un período de refuncionalización o de reconstrucción. Se transforma, lentamente, en otra cosa.
En estas circunstancias, la educación, la escuela, sigue jugando un papel muy importante, pero debe compartir tal sitial con otros agentes. Los medios de comunicación son uno de ellos, especialmente la televisión. Es decir, que en el proceso de socialización participan ahora otros actores que vehiculan contenidos, imaginarios, símbolos, imágenes, que escapan a las posibilidades de control de aquellos que controlan el aparato escolar nacional.
El Estado nación, sin embargo, no ha terminado de jugar un papel en nuestra época. En América Latina, específicamente, en algunos casos se ha transformado en un instrumento de resistencia ante el modelo hegemónico internacional, y de construcción de alternativas a él. Es el caso de Cuba, de Venezuela, de Bolivia y de Ecuador, solo para mencionar algunos ejemplos.
En estos países se trata de impulsar nuevos modelos que partan de tomar en cuenta las necesidades propias, nacionales. Es una búsqueda que implica refundar la nación en función de nuevos valores, esta vez coincidentes con los intereses de otros grupos sociales, distintos a los de los sectores dominantes que, con mentalidad colonial, construyeron las identidades decimonónicas. Para ello, se necesita vincular a la educación y a los medios de comunicación, como agente centrales en la conformación de las identidades sociales contemporáneas, con lo propio. Estrictu sensu: vincularlas con la propia cultura, es decir, con lo que son.
Como la nación decimonónica, refuncionalizada en la era de la globalización, y sus valores, su cultura, continúa siendo dominante, entonces estos proyectos refundacionales se encuentran con mucha resistencia: el sentido común ha sido construido desde ese dominante, y los nuevos proyectos parecen aberrantes, patas arriba.
Pero no se podrá construir una sociedad nueva, que parta de los intereses y necesidades de las mayorías, de su visión de mundo, de su cultura, si no se estructura una educación, una escuela nueva; si no se toman en cuenta los contenidos que se vehiculan a través de los medios de comunicación, especialmente la televisión.
El 14 de agosto recién pasado, la Asamblea Nacional de Venezuela aprobó la nueva Ley Orgánica de Educación. Forma parte de todas las medidas (económicas, sociales, políticas) que se avanzan en ese país para ir consolidando un nuevo tipo de nación, más incluyente, más participativa, más vinculada a lo propio, esta vez ya no de forma esquizofrénica. Es un nuevo proyecto civilizatorio que necesita una nueva cultura.
Se construye una nueva identidad.
El proyecto liberal positivista de nación decimonónico tuvo un carácter esquizofrénico, escindido. Por un lado, siendo portador de una mentalidad colonial, fue siempre admirador e imitador del “centro”, es decir, de la metrópoli. Esta fue, primero, España, y más concretamente Madrid; luego, Inglaterra, Londres. Más tarde Francia, específicamente París. Las elites latinoamericanas querían “ser como”. Durante el período colonial, los criollos no querían ser españoles de segunda y peleaban porque se les reconociera su españolidad. Luego, transformados en oligarcas terratenientes republicanos, rechazaban el modelo español (del cual se habían separado en la independencia) pero querían ser franceses. La moda, la arquitectura, las ciudades, las lecturas provenían e imitaban París. “¡Oh la-la!” decían las señoras y las señoritas cuando querían mostrar asombro. Una palabra o una frase en ese idioma, dichas al vuelo en una conversación, eran de buen tono.
Pero, por otra parte, el proyecto económico-político que impulsaban necesitaba ser legitimado frente a los más amplios sectores de la población, aquellos cuyos referentes estaban aquí, en nuestras tierras. Se buscaron, entonces, esos referentes, y se les elevó al rango de héroes y mitos fundantes de la Patria (lógicamente, con mayúscula). Nacieron así los modelos arquetípicos que sintetizaban “lo que todos eran”. La literatura y el arte se dedicaron a darle carne y figura a tales referentes, elevando ciertas imágenes, ciertos personajes y ciertas tradiciones al rango de representativas de la argentinidad, la mexicanidad o la chilenidad. Claro que esto en detrimento del opacamiento de otras figuras o historias que no se correspondían con el proyecto vigente.
Esquizofrénico el proceso porque se construyeron nuestras identidades nacionales siguiendo modelos foráneos pero tratando de vincularse a lo propio.
La escuela jugó un papel de primer orden en la difusión de ese imaginario. A través suyo se estandarizaron las sensibilidades y se construyeron lealtades a ese constructo contradictorio que se llamó la nación en América Latina.
Como se sabe, la fuerza y vigencia de tal construcción simbólica llega hasta nuestros días. Pero ya no las tiene todas consigo, los tiempos han cambiado. En tiempos de globalización los estados nacionales ven restringidas algunas de las funciones que antes cumplían; las fronteras se vuelven porosas; la conexión con los modelos del centro se extienden a los más amplios sectores de la población. Por eso, en alguna medida, los proyectos nacionales entran en un período de refuncionalización o de reconstrucción. Se transforma, lentamente, en otra cosa.
En estas circunstancias, la educación, la escuela, sigue jugando un papel muy importante, pero debe compartir tal sitial con otros agentes. Los medios de comunicación son uno de ellos, especialmente la televisión. Es decir, que en el proceso de socialización participan ahora otros actores que vehiculan contenidos, imaginarios, símbolos, imágenes, que escapan a las posibilidades de control de aquellos que controlan el aparato escolar nacional.
El Estado nación, sin embargo, no ha terminado de jugar un papel en nuestra época. En América Latina, específicamente, en algunos casos se ha transformado en un instrumento de resistencia ante el modelo hegemónico internacional, y de construcción de alternativas a él. Es el caso de Cuba, de Venezuela, de Bolivia y de Ecuador, solo para mencionar algunos ejemplos.
En estos países se trata de impulsar nuevos modelos que partan de tomar en cuenta las necesidades propias, nacionales. Es una búsqueda que implica refundar la nación en función de nuevos valores, esta vez coincidentes con los intereses de otros grupos sociales, distintos a los de los sectores dominantes que, con mentalidad colonial, construyeron las identidades decimonónicas. Para ello, se necesita vincular a la educación y a los medios de comunicación, como agente centrales en la conformación de las identidades sociales contemporáneas, con lo propio. Estrictu sensu: vincularlas con la propia cultura, es decir, con lo que son.
Como la nación decimonónica, refuncionalizada en la era de la globalización, y sus valores, su cultura, continúa siendo dominante, entonces estos proyectos refundacionales se encuentran con mucha resistencia: el sentido común ha sido construido desde ese dominante, y los nuevos proyectos parecen aberrantes, patas arriba.
Pero no se podrá construir una sociedad nueva, que parta de los intereses y necesidades de las mayorías, de su visión de mundo, de su cultura, si no se estructura una educación, una escuela nueva; si no se toman en cuenta los contenidos que se vehiculan a través de los medios de comunicación, especialmente la televisión.
El 14 de agosto recién pasado, la Asamblea Nacional de Venezuela aprobó la nueva Ley Orgánica de Educación. Forma parte de todas las medidas (económicas, sociales, políticas) que se avanzan en ese país para ir consolidando un nuevo tipo de nación, más incluyente, más participativa, más vinculada a lo propio, esta vez ya no de forma esquizofrénica. Es un nuevo proyecto civilizatorio que necesita una nueva cultura.
Se construye una nueva identidad.
- Rafael Cuevas Molina es Presidente AUNA, Costa Rica.
https://www.alainet.org/en/node/135758
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