Uribe y Santos: una política, dos estrategias
- Opinión
El tema de
Si los sectores democráticos y populares no anticipamos ese escenario, si no hacemos el esfuerzo sincero y desprevenido por ponernos de acuerdo, repetiremos la experiencia de 1991. En esa ocasión “unos” se plegaron a la política dominante y “otros” se opusieron de plano al “pacto político”. Mientras los primeros creyeron haber conquistado el “Estado social de Derecho”, los segundos eran asesinados, desaparecidos y/o vilipendiados a la sombra de la lucha contra el “narco-terrorismo”.
Esa terrible experiencia no ha sido racionalizada en forma conjunta. Es parte del debate de nuestra izquierda, que en ocasiones amenaza con fragmentarnos. En aquella época, la oligarquía logró dividirnos más allá de lo que muchos reconocen.[1]
Estrategia a varias bandas
Uribe y Santos juegan concertadamente. Usan la “mano de hierro” del gobierno saliente y el “guante de seda” del entrante. Por un lado, agreden al gobierno bolivariano de Venezuela; y por el otro, muestran modales diplomáticos. Mientras Uribe impulsa en el Congreso una reforma de la justicia quitándole poderes a la rama judicial, Santos envía a su Ministro del Interior a acordar con los magistrados los cambios institucionales. Ah!, y le agregan peleas mediáticas para hacer más creíble su estrategia (rabietas de “Pacho” Santos).
Es la clásica fórmula de la zanahoria y el garrote, ahora desde dos frentes. Necesitan re-legitimar la lucha “anti-terrorista”, vía presión a Chávez. Intentan ablandar a
El paquete es integral: para los trabajadores, “nuevo estatuto del trabajo”; para desplazados y campesinos, una “mini-reforma agraria”; para los indígenas, más “retórica pluri-étnica y multi-cultural”. Para cada sector habrá un plan demagógico. El objetivo: colocarle una fachada “humanitaria” a la entrega de nuestros recursos naturales, abaratar los “costos laborales” para atraer más inversión extranjera, centralizar los recursos estatales para afrontar la crisis fiscal que deja el gobierno de Uribe acabando de paso con lo que queda de descentralización (reforma a la ley de regalías).
Piensan utilizar la bandera de
La trampa “pacifista”
La fórmula es la desmovilización y reinserción de la insurgencia a cambio de un “acuerdo político”. Una ley de “Punto Final” que incluya a todos los paramilitares, a políticos comprometidos con la “parapolítica”, incluyendo a empresarios nacionales y extranjeros, y la aplicación de una justicia transicional “suave” para cumplir con los organismos internacionales de justicia. Nada más. A aquellos “sujetos de derecho” que se les comprueben crímenes de lesa humanidad se les aplicarán “penas ejemplarizantes” con sus respectivas rebajas. La verdad y la reparación, serán discurso. Será, en suma, una nueva versión de
De allí no se pasará. Nos pondrán a discutir, se harán grandes foros y marchas por
Los que se opongan a ese acuerdo y a esa nueva oportunidad, serán calificados como intransigentes extremistas. Serán los “aliados del narcoterrorismo”. Los gobiernos de los países vecinos que se involucren – si no tienen claro el asunto – pueden caer en esa trampa. Ya le pasó a Chávez con su mediación en la liberación de los secuestrados y bastante desgaste que le ha traído. Mientras que Uribe se vendió ante la opinión internacional como el gran defensor de la institucionalidad, el presidente bolivariano quedó como el aliado de los “criminales y violentos”.
Y entonces, se preguntarán los “principistas”… ¿en donde quedan las grandes transformaciones estructurales por las que luchó la insurgencia durante más de 40 años? “Eso ya lo conseguiremos una vez se supere esta etapa de nuestra lucha”, contestarán los “pragmáticos”. Y rematarán con: “Lo principal es avanzar hacia la reconciliación de los colombianos”.
¿Qué hacer?
Hemos dicho que en Colombia nos balanceamos cíclicamente entre el “principismo” y “pragmatismo”. Nos parecemos a aquellas doncellas medievales de la antigua Castilla (España) que pasaban rápidamente de la pureza sublime a la entrega fácil y total. Pero, entonces… ¿Qué hacer?
Debemos reafirmar que la oligarquía y el imperio no quieren
La solución es de sentido común. La doncella pone condiciones: “Sí, tendrás mi amor pero primero te casas conmigo”. Ella no le va a pedir amor eterno, ni grandes riquezas, ni la felicidad total, sólo un compromiso que le otorgue derechos sobre su cónyuge.
En Colombia la insurgencia no tiene las condiciones políticas ni la fuerza militar para exigir las grandes transformaciones por las que siempre luchó. Eso lo conoce todo el mundo, y no va a cambiar a corto plazo. Pero, el pueblo colombiano y latinoamericano, representado en los gobiernos y el movimiento social, sí puede – en ese proceso - plantear un tema que está íntimamente ligado al conflicto armado y a la generación de toda clase violencias.
Debemos decir: Aceptamos las condiciones para conseguir
De esta manera la principal causa de la presencia de fuerzas militares (bases) norteamericanas pierde su razón de ser. Los Congresos de los EE.UU. y de Colombia se verían obligados a revisar y terminar con los actuales acuerdos de cooperación militar, y transformarlos en una positiva cooperación para fortalecer de verdad la economía agrícola y campesina, y para recuperar las áreas desforestadas.
Hay que precisar: No es un absoluto triunfo contra las políticas neoliberales. No es la revolución democrática ni mucho menos socialista. Pero, sería un importante triunfo político. El pueblo colombiano se pondría a la cabeza de una causa mundial que tiene implicaciones económicas, sociales, ambientales, políticas, culturales, espirituales.
Sólo un gran frente democrático y popular desde México hasta
Popayán, 30 de julio de 2010
[1] Es bueno recordar que en medio o después de esa experiencia de 1991, la mayoría de la regional de Antioquia del MOIR, una parte del EPL y cuadros importantes del M-19, se entregaron totalmente a la oligarquía. Hoy hacen parte del “uribismo más recalcitrante”. Ver: Desentrañando el proyecto uribista: http://lahistoriadeldia.wordpress.com/2009/03/02/desentranando-el-proyecto-uribista/
[2]
[3] Los planes sectoriales son: Legalización de la producción de hoja de coca y su procesamiento; prohibición y control del tráfico de insumos, armas y de la droga; persecución y alta penalización del lavado de activos; tratamiento como salud pública de la adicción, y otras acciones alternativas a fin de fortalecer entre los campesinos la producción de alimentos y materias primas para poder reemplazar gradualmente los cultivos de uso ilícito. La mitad de los dineros que se destinan a la “guerra contra las drogas” sería suficiente, de acuerdo a varios estudios. Es bueno recordar que en los mismos EE.UU. ya se avanza sobre la legalización de la marihuana (Cannabis sativa).
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