Las razones de la paz y la soberanía deben prevalecer en Libia

23/03/2011
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Tras casi una semana de bombardeos contra Libia, las potencias agresoras, Estados Unidos, Inglaterra y Francia, lo único que han conseguido es la repulsa pública de los pueblos.
 
Sin argumentos serios y de peso, la “oposición” fabricada por los ex colonialistas carece de fuerza moral y representatividad para situarse en lugar de la estructura de gobierno que Libia posee: los Consejos Populares.
 
Rusia y China, así como la Liga Árabe, absteniéndose los dos primeros en la votación del Consejo de Seguridad de la ONU y la otra demandando una “zona de exclusión”, ahora piden un inmediato cese al fuego.
 
¿A qué jugaron estas dos potencias que teniendo ambas el poder de veto dentro del Consejo de Seguridad no lo usaron en el momento preciso? Quizá, diezmar las fuerzas pro Gaddafi para entrar a negociar la partición del apetecido pastel con las ex colonialistas a cambio de su prometida abstención. Sin embargo, ante la inoperancia de la “coalición” que tenía la misión de hacer el “trabajo sucio” doblegando a las fuerzas pro Gaddafi sin lograrlo por la resistencia del pueblo libio que aún teniendo en contra ese poderío que auxilia a los “rebeldes”, avanza contra sus posiciones, a aquellos no les ha quedado más que pedir que se acabe semejante estupidez. La consigna era una guerra rápida y sin muchas bajas de parte de las fuerzas de la coalición, empero, en el fondo no les interesa en lo más mínimo guerra sino oportunidades y dividendos y este conflicto innecesario amenaza con extenderse no solo temporal sino territorialmente enturbiando las acciones de sus consorcios que lo que necesitan es paz para llevar a cabo acuerdos comerciales. Así que para el clima de negocios es perjudicial.
 
Por otro lado, existe una buena probabilidad que, en el juego del poder, muy astutamente, dejaran que sus competidores en el terreno empresarial global, se mostraran al mundo como lo que son: ex colonialistas con ínfulas imperiales. Desgastarlos políticamente no solo ante el mundo entero sino ante la futura Libia, donde es muy probable que Gaddafi siga al frente y por lo tanto excluya a las transnacionales de esas naciones de su comercio, prefiriendo a los nuevos socios, no solo provistos de tecnología de punta en el ámbito de la inversión sino menos irritables y traicioneros en el campo de los convenios. Por lo menos, ninguno de los dos ha demostrado aspiraciones imperialistas como Estados Unidos y sus socios europeos.
 
No obstante, esa mezquindad, natural entre líderes que se dirigen por la égida hegemónica del capitalismo mundial, ésta es tolerable en el mundo pragmático de las relaciones internacionales que navegan en el hegemónico océano capitalista globalizado de hoy. Eso, para contar con una urgente inversión en petróleo y otros proyectos que apremian de capitales fabulosos y elevar aún más el nivel de vida de la población libia, que por ese realismo aún sigue siendo el más elevado en el continente africano. Las mismas razones que llevaron a adoptar una estrategia, muy controvertida por cierto, dentro de los postulados socialistas a China con su lema: un país, dos sistemas -aunque éste solo se diga que es para la recuperada Hong Kong-, con el objetivo de elevar su plana productiva al punto de situarla ahora al segundo lugar mundial entre las potencias y a Rusia a seguir manteniendo una fuerte presencia a escala planetaria a pesar de la penetración capitalista imperial luego de la caída de la URSS. La realpolitik.
 
Lógica que las naciones de América Latina con gobiernos nacidos de revoluciones democráticas populares y nacionalistas, los cuales llegaron al poder a través de los votos y no de los fusiles, utilizan al ampliar su abanico de relaciones y acuerdos comerciales con otros países fuera de la esfera de influencia imperialista de los Estados Unidos, cuya potencia ha perdido empuje no solo dentro de su plana productiva de paz por su dedicación más a la especulación financiera y la guerra que a la inversión real; así como a la pérdida de credibilidad ante socios importantes o pequeños, por esa costumbre de traicionar acuerdos afianzada en su espíritu injerencista e intervencionista apoyado en su poderío armamentista y la dedicación de su política y fuerzas armadas a salvaguardar negocios ilícitos como el de los estupefacientes y la venta de armas “legal” o ilegalmente, pero enarbolando un discurso de la defensa de la democracia, la libertad y la defensa de los derechos humanos. Opciones que los han puesto ante el mundo como una política exterior hipócrita.
 
El mundo, poco a poco, va entendiendo que la guerra ya no es una empresa tan rentable como antes, no solo porque provoca dramas humanos de enorme envergadura con los fabulosos costos que exige de las naciones agredidas y de las cercanas al conflicto, por gastos en salud y atención no prevista, sino por la manutención hacia miles de refugiados que huyen de los combates. Aunado a ello, el riesgo de que dichos conflictos se extiendan a territorios vecinos. El caso Pakistán es emblemático en estos momentos.
 
Por otro lado, el gigantesco drenaje en cuyo boquete se pierden multimillonarios recursos de sus planas productivas humanas más jóvenes que es la que engrosa los ejércitos y los materiales y productivos que luego requieren grandes inversiones para recuperarlos. Irak es el ejemplo más alegórico donde una nación pujante de finales del siglo XX fue retrocedida a estadios de principios de él por la guerra intestina de baja intensidad que lo desangra hoy fruto de la intervención extranjera y su posterior ocupación. Eso, sin contar, el enorme daño al ambiente que las armas y sus resabios provocan lo cual ya es considerado un asunto prioritario por parte de muchos países. Ejemplos claros, la ex Yugoslavia e Irak donde el uso de armas con uranio empobrecido por parte de los agresores ha dado como resultado que cientos de niños nazcan con deformidades y taras fruto de dichos químicos.
 
La contradicción fundamental de la producción social y la apropiación privada, cuyo expediente principal ha sido la guerra continua, es la que está minando paulatinamente el poderío del Imperialismo y sus secuaces, así como su liderazgo a nivel mundial.
 
Libia, sin quererlo, por ser la agredida; incluso por su probable neocolonización y partición, ha abierto una herida profunda en el costado de aquél. Su eventual potenciación como nuevo frente de combate en la revolución mundial que el mismo Imperialismo ha desplegado, ha aglutinado a pueblos enteros en su contra. No solo con una posición antagónica a la guerra sino con ideas y discursos donde el mismo capitalismo es cuestionado como sistema de viabilidad futura. Incluso, muchos, por el peso reciente de la caída del campo socialista, no utilizan abiertamente el término “socialista” como alternativa a este sistema hegemónico, pero si blanden la idea de que “otro mundo es posible”, en clara alusión a un cambio de formas de producir, de consumir, de distribuir y de propiedad.
 
La idea de la racionalidad productiva en sintonía con las necesidades genuinas y más sentidas; la planificación minuciosa, que no es fruto del socialismo sino herencia del capitalismo en su afán de minimizar sus costos y maximizar sus ganancias, es pensada como fundamental para evitar el derroche y el consumismo en aras del resguardo de los escasos recursos que el planeta nos puede ofrecer en esta coyuntura histórica para paliar las necesidades primarias de todos, especialmente de la gran mayoría de la población mundial, que suman miles de millones, los cuales han estado excluidos del desarrollo por siglos, pero especialmente en la fase final del capitalismo. Y, por supuesto, la innovación tecnológica que nos insta a buscar respuestas creativas para ir cambiando paulatinamente la planta productiva actual que derrocha, desperdicia y atenta contra la vida del planeta, por otra que no solo establezca parámetros de modernidad y comodidad sino que no solo sea amigable con el medio sino que lo recupere.
 
En la marcha por la vida del género humano, el humanismo se va imponiendo gradualmente al capitalismo voraz que en esta su última fase, ha adoptado su forma más repulsiva y peligrosa: el fascismo.
 
Un llamado pues a todos los que aman la vida: religiosos o no, mujeres y hombres, personas de la tercera edad y jóvenes, niños y niñas, empleados y desempleados, a luchar contra todas las formas de destrucción del ser humano y su entorno.
 
Quien imaginaba que la revolución mundial se iba a vestir de verde y que en su lucha contra el capitalismo encontraría al mismo planeta como su aliado para caminar de la mano por las grandes alamedas donde ha de transitar el hombre libre. El hombre nuevo.
Por el momento, espero que la razón de la paz prime sobre las acciones prepotentes y guerreristas de los amos de este momento y Libia recupere su soberanía e integridad. Y, que los libios por sí mismos solucionen sus divergencias.
 
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Lic. Carlos Maldonado
Economista y Profesor en Historia por la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Colectivo “La Gotera”
https://www.alainet.org/en/node/148514
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